Luchar contra la pobreza desde la perspectiva Psicológica
Periódicamente, los pueblos del mundo enfrentan problemas que requieren urgentes y radicales soluciones para sobrevivir y trascender. Los procesos sociales no son estáticos y cada cambio, escogido o no, impone procesos decisivos que casi nunca están libres de controversias. La forma, correcta o no, en que estos problemas se resuelven dirige el futuro de cada sociedad. La historia futura se traza, pues, a tono con las determinaciones tomadas e implementadas en el presente.
La Asociación Americana de Psicología (APA) identificó 10 temas de importancia a ser trabajados en el 2019 por los profesionales de la salud mental. Todos tienen injerencia especializada a la disciplina, pero dos específicamente la trascienden: el cambio climático y los problemas en torno a la equidad. La pobreza y la crisis ambiental son temas inequívocamente urgentes. Ninguno es asunto nuevo, por supuesto, pero su irresolución y mal manejo han acumulado negativos extraordinarios que exacerban la crisis actual.
Según el Banco Mundial (2019), Puerto Rico es el tercer país de desigualdad económica en el mundo. La pobreza mundial también ha aumentado significativamente por causas combinadas; entre ellas, por catástrofes naturales y la ascendente desigualdad socio-económica por mala distribución del poder, recursos y riquezas. Las riquezas más grandes se acumulan en manos de pocos y la diferencia entre ricos y pobres amenaza con “desaparecer” la clase media. El Índice de Pobreza Multidimensional del 2018 (ONU) reportó que 662 millones de niños y niñas del mundo viven en pobreza.
La pobreza no es solo falta de dinero sino una condición social de profundas y negativas ramificaciones. Un estudio (de correlación, no de causalidad) con una muestra de más de 1,000 niños y niñas en Estados Unidos identificó efectos físicos de la pobreza en el cerebro infantil (Farah, 2015). El desarrollo de la zona pre-frontal cerebral en niños de bajos recursos económicos muestra, en pruebas MRI’s, menor maduración y grosor que los que crecen en ambientes de más recursos/estímulos. Esto correlaciona con dificultades neurofisiológicas en las funciones ejecutivas de razonamiento que pueden perturbar el desempeño académico. Las capacidades de solución de problemas y memoria también se afectan. Otros elementos presentes en ambientes de pobreza, como el estrés parental, la ausencia de estimulación cognitiva (por padres/madres, maestros, otras clases sociales) y la pobre nutrición, agravan el problema.
El interés formal de la Psicología por estudiar la pobreza apenas comenzó en la segunda mitad del siglo XX. El Dr. Eldar Shafir (2014) ha postulado la necesidad de crear, de una vez por todas, una psicología para el estudio de la escasez, especialidad que hoy no existe. Formula que la insuficiencia de dinero, tiempo, comida, actividades de enriquecimiento intelectual, oportunidades, o la escasez de cualquier tipo sostenido por largos periodos de tiempo, forma un esquema mental de túnel perceptual en la persona deprivada que le lleva a enfocar más en la deficiencia que en posibilidades de superación.
Esto es muy parecido a lo que sociólogos denominaron en el pasado “el ciclo de la pobreza”, o “la cultura de la pobreza”, caracterizado por pesimismo, baja auto-estima, determinismo e impotencia. Shafir dice que la “banda cognitiva” de una persona pobre tiende a ser estrecha y limitada cuando desconoce las formas de cambio o desconfía de los resultados del intento de salir de la pobreza. Una nota positiva: Farah y Shafir se alejan de la causal genética, y los consecuentes prejuicios clasistas-biologicistas, afirmando que si se ofrecen ambientes sociales distintos los esquemas mentales cambian positivamente y las personas comienzan a tomar mejores decisiones.
A largo plazo, otra investigadora, la Dra. Thompson (2015), encontró que el clasismo, el racismo y el desempleo de los padres/madres afectan la concentración y motivación en universitarios de bajos recursos quienes también muestran baja esperanza de conseguir buenos empleos (“hope work”), coincidiendo con el enfoque de McClelland (1978) que encontraba ausencia de motivación de logro entre las personas pobres.
Un estudio de la Universidad de Oxford (Roelen, 2017) concluyó que la pobreza tiene otra dimensión psicológica subjetiva mal atendida ya que en los programas de ayudas ignoran u omiten que, además de comida o dinero, la persona en “penuria económica” necesita refuerzos a su autoestima, orgullo, identidad e integridad como personas, incluso aprender a manejar la vergüenza disfuncional aprendida en su desigualdad.
Objetivamente hablando, nadie puede negar que la pobreza significa carencia, escasez, inequidad, sufrimiento, indignidad y muerte lenta tortuosa para quienes la sufren por voluntad o indiferencia de otros. Si no es posible erradicarla, puede ser combatida como se ha hecho en países de mejor distribución de riquezas, mejor manejo de recursos y defensa de los derechos humanos (Noruega, por ejemplo).
No es utopía plantear una lucha planificada y articulada contra la pobreza. Medir la pobreza es importante pero sin proyectos de intervención no sirve de mucho. La lucha tiene que ser un esfuerzo combinado de todos los sectores, profesiones, pueblos y gobiernos planteado como tarea urgente e impostergable. ¿Existe un mejor proyecto social que ayudar a que todos tengamos mejores condiciones de vida erradicando tantas inequidades y defendiendo el disfrute de los derechos humanos?