MADURO2014 y las lágrimas de la democracia
La reciente ola de disturbios políticos de Venezuela ha provocado, como suele suceder con este riquísimo país, una serie de reacciones acaloradas en la prensa internacional y en las redes sociales. Una gran cantidad de profesores, reporteros, novelistas y salseros indignados les han recriminado a las autoridades venezolanas el “uso desmedido de fuerza” y el lenguaje belicoso de sus ministros. Varios defensores de la democracia han levantado su voz al unísono para pregonar su compromiso con la verdad y la justicia. A los intelectuales, interesados usualmente por las nimiedades, les ha inquietado más el uso del lenguaje belicoso que otra cosa. A los salseros, también.
Porque resulta que los términos con los que el presidente Maduro se refiere a algunos elementos de la oposición no son convincentes. A los intelectuales les ha encrespado los vellos de la espalda el que Maduro utilice el término “fascista” para referirse a la oposición y han procedido a explicar cómo el vocablo procede de “fascis”, como es de rigor en este tipo de casos. Esto a la vez que repiten la versión CNN de la historia. La preocupación lingüística acusa una comprensión cabal del término, pero no de la manera en que funciona el lenguaje político. En el discurso político, el uso léxico no suele ir de la mano de la etimología ni de nada que asemeje a la precisión. De hecho, a veces los términos políticos adquieren vida propia: en Estados Unidos, por ejemplo, “conservador”, “anarquía” y “libertario” significan lo opuesto de lo que un diccionario de política informaría. En Puerto Rico, “república” significa invariablemente “república bananera” y “federal” es sinónimo de Washington.
Realmente habría que ignorar tanta incorrección léxica en boca de Maduro y entender que con “fascista” se refiere a “extremista de derecha”. Y ya. Y continuar con la vida. Y prestarle importancia a lo que sí importa, para no repetir la versión CNN de la historia ni fiar en la ingente cantidad de evidencia falsa que se ha presentado en días recientes. Para no darle “like” al enlace equivocado y para elegir a qué Dios orar por Venezuela. Básicamente, para no caer en la tontería.
La campaña de descrédito y violencia mediática de la derecha venezolana ha tenido varios aciertos. En primer lugar, ha sabido seleccionar las imágenes con las que arma sus mentiras. La gran mayoría de estas imágenes son falsas, como la de los jóvenes chilenos, búlgaros y argentinos que nos vendieron por antichavistas (ver aquí y aquí); algunas de ellas, expurias aunque geniales, como la del hombre que practica sexo oral, sacada de una página pornográfica gay y evidencia difícilmente contundente de los abusos de poder de la policía bolivariana. Todos, aciertos, porque la gente cree en ellas aunque se presente prueba de su falsedad. Las imágenes se quedan y corregirlas no sirve de nada. La gente piensa que debe haber otras así mismitas, pero de verdad; que quizás esa de la felación no, pero que hay otras que sí. El debunking no tiene efecto en la mente del público; la imagen siempre gana. Los estudiosos y analistas, de otra parte, prefieren ponderar si el término “fascista” es apropiado o no antes que verificar la veracidad de las imágenes.
Pero quizás el acierto más genial de los por ahora fracasados golpistas es la selección del término “estudiante” para referirse a los protestatarios. ¿Quién habría de negarle simpatía a los estudiantes? No cantaba la Negra eso de ¡Que vivan los estudiantes! Pues ya está: un golpe de Estado estudiantil. El lema de esta revolución enlatada sería: “Si es estudiante, tiene que ser bueno”. Presumo que si hay un movimiento estudiantil ultranacionalista o fundamentalista lleva igualmente la razón.
En Venezuela, el gobierno acusa a Estados Unidos de financiar grupos de oposición, especialmente grupos estudiantiles, mediante el NED (National Endownment for Democracy, una suerte de refrito del USAID) y varias instituciones privadas. Este año, el presupuesto federal incluye 5 millones de dólares: “to help strengthen Venezuelan civil society and democratic institutions and support political competition-building efforts that will protect democratic space”. Allá están también los miles de dólares que les regalan los hermanos Koch a los líderes estudiantiles de su agrado y los haberes monedados que puedan entrar desde el exilio miamense. En lo que respecta al financiamiento directo de grupos universitarios, la evidencia parece apuntar a que sucede lo mismo. Los Wikileaks recogen información en la que se comenta que USAID se reunió en 2008 con decenas de estudiantes antichavistas y ofreció orientación y financiamiento para sus acciones hasta (al menos) 2010. El gobierno de Maduro sospecha que alguna injerencia estadounidense habrá en los disturbios recientes, aunque The New York Times ha cuestionado esta lógica, no muy convincentemente à mon avis. Los Wikileaks llegan hasta el 2010, esgrime el Times, y por lo tanto, no hay prueba (excepto la memoria histórica) de que Estados Unidos continúe haciendo en 2014 lo que hizo hasta 2010. No; se trata de alegaciones alucinadas de Maduro, un paranoico antiamericano. La Guerra Fría se acabó y, por obra y gracia de la caída del muro, ya el Imperio no actúa como imperio. Ya nadie trama con derrocamientos gubernamentales, la CIA enmendó sus pasos y el NED es una variación de TED en el que los jóvenes soñadores del mundo se reúnen para fraguar utopías democráticas. Quien se atreva a pronunciar la palabra “fascista” debe ser, de hecho, un fascista.
El tema es que los Wikileaks citan al opositor Leopoldo López unas 77 veces, aunque con socavado entusiasmo: lo describen como una suerte de petardo loco e impredecible, que se ha ganado el descontento de la derecha más organizada y su apoyo estadounidense. AVN tiene un resumen, pero la divertidísima colección completa de referencias a López se puede encontrar aquí. López, la diputada María Corina Machado y compañía estuvieron activos en el golpe de 2002, el que más se acercó a sacar al entonces presidente del poder. No extraña que en esta ocasión solo hayan podido sumar a su revolución a unos pocos jóvenes de clase media y alta, según ha sugerido el mismísimo Capriles. El tiro le pudo haber salido por la culata a López, quien se habrá entregado por miedo a que uno de sus correligionarios lo convirtiera en mártir, sin su permiso, por vía de tiro en la cabeza. No he leído que a ninguno de los educadísimos comentaristas del Primer Mundo les moleste el lenguaje de López, con todo eso de “marioneta de La Habana” y las acusaciones de comunismo. A López se le perdonan los términos políticos desfasados; a Maduro, no.
No debemos llamar “fascistas” a López y al puñado de líderes estudiantiles en cuestión porque realmente creen en la democracia. Para eso les paga el gobierno estadounidense. Ahí está escrito en blanco y negro: “[to] protect democratic space”. Rubén Blades lo tiene bien claro. Quienes no lo tienen claro son los relacionistas públicos de López y compañía. Estos les fallaron. Si hubiesen respetado la sagrada misión de salvaguardar el espacio democrático, no hubiesen dado con el hashtag de #lasalida. Este denota precisamente “la salida” del presidente, aunque no mediante una elección revocatoria, planteada en la Constitución bolivariana, sino a la mala. Y es que en ese hashtag está fraguada toda la inquietud de la “oposición”: no hay una propuesta, una queja concreta o nada. Es la salida del presidente, mediante renuncia or else. Los videítos de propaganda antichavista insisten en que Maduro es un presidente ilegítimo y en que debe salir inmediatamente del poder, a 10 meses de su mandato. Esto, con una música triste y la ocasional foto de ascendencia pornográfica. Esto, a la vez que los freedom fighters de la democracia liberal occidental insisten en que Maduro es un “déspota dictatorial antidemocrático” que para colmo se sirve de los términos políticos equivocados.
¿En qué consiste el déficit democrático de Maduro y su partido? En lo que respecta a las urnas, no, ya que el chavismo ha ganado las 4 elecciones de los últimos 17 meses, en un sistema de votación al que el expresidente Jimmy Carter llama “el mejor del mundo”. Nada entiendió Vargas Llosa cuando llamó “fraudulento” al sistema ni cuando pronosticó que el chavismo perdería (ganó en diciembre, para descrédito del peruano). En lo que respecta al control de la riqueza del país, también preocupa eso de afirmar que el partido de Maduro es antidemocrático: la Revolución Bolivariana redujo la desigualdad hasta el punto en el que es la menor de América Latina y redujo la pobreza extrema un 70%. Ya es casi un cliché afirmar que en Estados Unidos, el bastión de la democracia interestelar, cada vez hay más desigualdad económica. En Venezuela, en cambio, cada vez hay menos. Se desprende que, al menos en este renglón, Venezuela corre un camino más democrático que la democracia más democrática de todas las democracias de la historia. Así que ahí, tampoco. Debe haber algún renglón en el que Maduro se comporte como el déspota antidemocrático que nos vende Vargas Llosa.
Y debe ser en el control de los medios y la prensa. El chavismo pretende convertir a Venezuela en un Estado totalitario y, por lo tanto, pretende controlar todos los medios de prensa, ¿no? Difícilmente. Hasta 2012, menos del 5% de las estaciones de radio y televisión le pertenecían al Estado, según nos informa la BBC. Cuando estuve en Caracas, vi televisión de oposición y comercial (mayormente, producciones gringas), compré periódicos de oposición, una revista de damas, etc., pero me gusta que BBC nos lo recuerde. Una cosa me llamó la atención: los programas de oposición política se toman una libertad que sería impensable en Estados Unidos. Recuerdo que usaban términos raciales despectivos para referirse al expresidente Chávez. Lo llamaban cosas así como “mono feo”, et al. ¿Qué pasaría si, digamos, Fox News constantemente llamara ugly nigger al presidente Obama? ¿Serían despedidos tales comentaristas? ¿Habría malestar social? Impensable en the home of the brave, pero allá cada loco con su tema. ¿No se supone que el gran dictador esté persiguiendo a los medios?
¿En qué pues consiste la “guerra despótica” que le ha declarado el gobierno de Maduro a la prensa? ¿En censurar la toma de libertades con que algunos blogueros y reporteros utilizan imágenes de Chile y Bulgaria para referirse a lo que pasa en Venezuela, con la mira explícita de forzar “la salida” del presidente? O quizás se refiere al envalentonamiento del gobierno bolivariano con CNN, a quien Maduro le exigió que rectificara sus procederes, so pena de cancelar licencias. Resulta que CNN Español pasó imágenes de un joven linchado, llamado Ramón Soto, a quien los chavistas le destrozaron la cara este febrero. Solo que no fue este febrero, sino el abril pasado y que el joven no es un activista antigubernamental, sino un militante chavista a quien una banda de títeres de derecha apaleó. Al pobre Soto lo más que le molesta es que CNN lo haya llamado “antichavista”. Recordemos que estamos en medio de un intento de golpe de Estado. ¿Se trata acaso de una broma de CNN? ¿Una bromita como la del pene en la boca de alguien que no es un pobre estudiante defensor de la democracia, sino un actor porno? ¿En serio? ¿Es justo recriminarle a Maduro una indignación? ¿Pedir responsabilidad a CNN equivale a hostigar a periodistas “que solo hacen su trabajo”? Give me a break…
Pero a los freedom fighters del batallón Adamari López poco les importa. Maduro es dictador y ya porque así lo dice Jaime Bayly. A la larga, mis amigos del #sos colaboran con un grupo de extremistas para quienes Maduro es un presidente ilegítimo porque, dicen, no nació en Venezuela. De la misma forma en que Obama no nació en suelo estadounidense para la derecha racista y recalcitrante del Norte. Valiente manera de ver el mundo. La mezcla de tontería y adoctrinamiento se puede dilucidar con claridad con las irresponsabilidades que escribe James Bloodworth en The Indepenent. Bloodworth no tiene reparos en afirmar en el primer párrafo de su artículo que su desaparecida admiración por el desaparecido Chávez fue producto de una película que vio. De una película que vio. Una vez establece este punto de partida, procede a aleccionarnos sobre el descontento de la sociedad venezolana; a la vez, podemos presumir, que escribe una pieza en donde exclama su entusiasmo por los avioncitos a control remoto de Obama. En otro artículo, Joe Emersberger desenmascara, con una buena dosis de vergüenza ajena, a este embaucador embaucado. Tal es el grado de seriedad con el que el Primer Mundo ve a Venezuela.
En el Sur también se nos permite alardear de tener intelectuales de este calibre. Para probar que no difiere de Vargas Llosa, Héctor Abad Faciolince, otro reconocido novelista miope, nos pide que imaginemos qué pasaría si un defensor de la justicia fuese perseguido injustamente por el mismísimo enemigo de las almas. Faciolince nos invita a imaginarnos qué pensaríamos si Maduro pateara a un bebé en la cabeza con una bota de hierro. Se le escapa que no hay ningún bebé y que no hay ninguna bota de hierro.
Leemos: “Imaginemos que aquí gobernara Álvaro Uribe desde hace 15 años y que hubiera unas marchas estudiantiles que protestan contra los atracos en las calles y por lo escasos que están los productos básicos de la canasta familiar”.
Pues sucede que Maduro no es Uribe: no se trata de un hijo de la elite sudaca, asociado con escuadrones de la muerte, sino de un chofer sindicalista a quien vida y muerte colocaron frente al país más rico de la región. De otra parte, Maduro no ha gobernado por 15 años, sino por solo diez meses; la Constitución bolivariana contempla una revocación (cosa que la colombiana, no; ni la gringa), pero aún no ha transcurrido el tiempo requerido. También sucede que los estudiantes anónimos no protestan por la violencia o la penuria (preocupaciones válidas) sino por la salida de un gobernante elegido, antes de tiempo. Sucede además que no ha habido una represión violenta: ¿qué interés tendría Maduro en ello, si al presente tiene todo a su favor, políticamente hablando? Aunque presumamos lógicamente que la realidad venezolana no corresponde a la imagen distorsionada que pinta Telesur (a quien ningún observador coherente le daría un voto de fe ciego), resulta que la ausencia de pruebas de una violencia dirigida desde el aparato estatal es inversamente proporcional al deseo de que estas emerjan. Continúa Faciolince:
“Imaginemos también que hubiera una parte de prensa crítica con el accionar del gobierno Uribe y que éste, enfurecido con ella, exclamara: ‘¡A los periódicos les va a llegar su hora!”’.
Pues resulta que esa “prensa crítica” publica imágenes falsas, como las del pene editado y la del chileno apaleado que debió haber sido venezolano y la del chavista linchado que debió haber sido antichavista. Todo, repito, en el contexto de una intentona de golpe de Estado. Luego, el galardonado autor de Basura procede a armar sarcasmos y, como era de esperarse, a discurrir sobre el uso de la palabra “fascista”. He aquí a un pensador público latinoamericano. No cito a sus contrapartidas boricuas por pudor.
A Venezuela le falta un larguísimo trecho que recorrer para convertirse en el paraíso socialista con el que soñó Chávez. Lleva demasiado tiempo manteniendo un nivel imperdonable de corrupción y ha tomado decisiones económicas indigestas que no dejan bien parada a la masa que al día de hoy sigue creyendo en su gobierno. Ahora bien, llamar “antidemocrático” al partido bolivariano, armado con reportajes de CNN y argumentos de demócratas liberales cegatones equivale a una perversión de la realidad y un insulto a la integridad. Es una vergüenza que nos prestemos para esto.
Es cierto: Maduro debe dejar de hablar con el lenguaje de la Guerra Fría. Esto es, cuando se acabe la Guerra Fría. Además, Venezuela debe atender el problema del crimen (Honduras y Puerto Rico, con cifras similares, también; y no olvidemos la hermosa patria de Faciolince): la prevención sola no funciona y el crimen se traduce en una fuente de ansiedad social inaguantable. Convendría que la oposición suspendiera el acaparamiento de productos de primera necesidad, para que así la población tuviese acceso al alimento: de otra parte, este crimen es un arma poderosa –aunque inhumana- y la estarían cediendo en aras de una mejor patria. Convendría además que la oposición aceptara las constantes invitaciones al diálogo de la oficialidad bolivariana.
En Venezuela, como en cualquier otro país del Sur, las marchas y las protestas no germinan anómalamente cada cien años. En esta ocasión, la violencia llegó a un punto muy lamentable (aunque jamás como en Ucrania o Turquía o Egipto, ni decir los países del continente africano; tampoco ha cobrado el número de vidas que cobró en la Venezuela de 2013) porque la derecha, fracturada, perdió las elecciones de diciembre y se agita como pez sacado del mar. El candidato de la derecha moderada ha hecho un débil intento de cooperar, aunque ligera y alejadamente, con el gobierno actual, y los elementos más contumaces de la oposición han estallado, como los petardos locos que describen los Wikileaks. Apresuradamente, han intentado hacer la revolución antibolivariana basándose en una red de mentiras alusivas a revoluciones contemporáneas. ¡Twitter, jóvenes, celebridades! Las espeluznantes imágenes tocaban fibras cardiacas que nos remitían a la Primavera Árabe, al Occupy Movement, a los ojos verdes de Camila Vallejo. Se trata, en cambio, de un montaje estúpido y perverso al estilo de KONY2012, que engaña a incautos, mal informados y, ¿por qué no?, malintencionados. Una compilación de falsedades (con felación editada incluida) que ha colonizado o colonificado a Rubén Blades, quien nunca desvariará con la lógica inodoresca de W.C., pero quien desde una ignorancia profunda llama a las partes a llegar a términos, como si la verdad fuera el punto medio entre dos mentiras, como si la realidad debiese transar con la ficción para ser más justa. Y los intelectuales de occidente repitiendo tonterías, como si un videíto con música triste y una imagen sacada de contexto valiesen más que tres lustros de reformas, justicia y las lecciones que nos da la historia.
Es para llorar.