Manhunt

La serie, concebida y escrita por Monica Beletsky, se adhiere con notable fidelidad a la historia.
Cuando pienso en Abraham Lincoln enseguida viene a mi mente la frase: “… that government of the people, by the people, for the people, shall not perish from the earth.” No solamente por su cadencia, sino porque debe de ser así para todos los pueblos. Su discurso de 272 palabras, el 19 de noviembre de 1863 en Gettysburg, Pensilvania, cambió el habla norteamericana para siempre, tal y como la Guerra Civil, que terminó en la aldea de Appomattox en Virginia, el 9 de abril de 1865, cuando Robert E. Lee rindió sus 28,000 tropas confederadas a la Unión, cambió el país.
Mas la magnífica serie de televisión se enfoca en los 12 días que duró la persecución de John Wilkes Booth (Anthony Boyle), un actor de teatro estadounidense que asesinó al presidente Abraham Lincoln (Hamish Linklater) en el Teatro Ford en Washington D. C. el 14 de abril de 1865, y en la posible conspiración que condujo a ese suceso. Es una ironía histórica que Lincoln muriera 5 días después del fin de la guerra, sin embargo, lo que agranda la ironía es la cantidad de seguidores y afectos a la Confederación y a la “institución de la esclavitud” que permanecieron afectando al país con actitudes que perduran en este siglo XXI.
Sustituido por el vicepresidente Andrew Johnson (Glenn Morshower), un demócrata que nunca había ido a la escuela, y que, como verán, impidió la Reconstrucción que habían planeado Lincoln y sus allegados, en particular Edwin Stanton (Tobias Menzies) Secretario de Guerra. La actitud de Johnson era, en parte, por sus ideas racistas y su desconocimiento de la historia. A pesar de eso, liberó sus esclavos y los trató muy bien.
Es a Stanton a quien seguimos durante los siete episodios en busca de Booth, quien, después del asesinato se dio a la fuga ayudado por el farmacéutico David Herold (Will Harrison). Este ayuda a Booth a llegar a la casa del doctor Samuel Mudd (Matt Walsh), quien ya conocía a Booth, y donde recibe primeros auxilios para su pierna rota, que sufrió al saltar del palco presidencial al escenario en el teatro Ford.
La serie creada y escrita por Monica Beletsky se ajusta a la historia bastante bien y, por supuesto, añade conversaciones inventadas que abundan a la trama paralela, que resulta ser, además de la persecución de Booth, una búsqueda intensa de los que lo ayudaron y prepararon la conspiración que culminó en el asesinato. Bien explicada, intensa y detallada en todos sus aspectos, los efectos dramáticos se acentúan por las actuaciones impecables de los actores y la dirección de los tres directores que se encargaron de los siete episodios (Carl Franklin, John Dahl y Eva Sørhaug).
El actor Anthony Boyle ha entendido bien el narcisismo y el egoísmo de Booth, y lo pone de manifiesto en sus mejores escenas. Hay momentos en que la petulancia del interprete es tal, que uno desea que lo atrapen y lo cuelguen lo más pronto posible. Brilla como un pequeño diamante, la intervención de Lovie Simone como Mary Simms, una esclava del doctor Mudd, quien fue testigo (inventada) de la visita de Booth y de la intervención del médico. Pero, es Tobias Menzies como Edwin Stanton quien suple constantemente el tono de la serie y conduce (como fue el caso) las investigaciones de la conspiración. Stanton era abogado y tenía la capacidad de saber organizar lo que le tocara supervisar, algo que está evidente en la serie.
La conspiración, en la que Stanton estaba seguro, participaron Jefferson Davis (presidente de la Confederación) y los ricos de Nueva York, que incluía a un individuo llamado George Sanders. Este, además de hacer fortuna en la bolsa mercadeando oro, le vendía los uniformes a la Unión, a pesar de estar a favor de la Confederación. Tenía obsesiones con ciertas figuras, en particular los jefes de estado; públicamente habló de asesinar al emperador francés Napoleón III. Estuvo involucrado en esquemas que respaldaban a los revolucionarios del continente europeo. Durante la Guerra Civil, participó en actividades en Europa y Montreal para apoyar a la Confederación. Negoció con el Reino Unido la construcción de barcos para la Armada de los Estados Confederados.
Tras el asesinato de Abraham Lincoln, el juez defensor general del ejército de los Estados Unidos, Joseph Holt, se convenció de que el complot estaba organizado por los dirigentes de los Estados Confederados de América. Sanders estaba entre estos líderes a quienes Holt acusó de participación, y se creó una recompensa de 25.000 dólares por su arresto. Se intentó detener a Sanders, pero huyó a Canadá y, luego, a Europa. En una de las mejores escenas en que este real personaje participa, le dice a Stanton, que él es dueño de Nueva York. Tanto así, que “podría matar a alguien ante los ojos de todos en Wall Street, y no le pasaría nada”. Creo que eso mismo lo oímos no hace mucho de otro pretencioso que quiere estar sobre la ley y que piensa que “government is by him and for him”. Espero que le quede claro que no se saldrá con la suya. O que se mude a Rusia.