Memorias de la costa: notas sobre la imaginación antropológica e histórica del litoral
Memorias de la costa I
Me empeño en indicar la fecha de 1974, pues fue en ese momento en el que tomé el curso de Métodos y Técnicas Etnográficas, bajo la tutela del maestro, Carlos Buitrago Ortiz. El objeto de la mirada entonces era la Bahía de San Juan: desde la Puntilla hasta Isla de Cabras. Fue un ejercicio de un año, observando atentamente (como puede hacerlo un aprendiz) las dinámicas sociales y económicas de una zona que ha sido el corazón comercial y marítimo del país. Aquel equipo de trabajo transitó por ese espacio guiados por el principio ahistórico del método etnográfico (del aquí y el ahora), a pesar de ser guiados por un gestor de la práctica historiográfica en la antropología.
He leído recientemente esa monografía y me parece que lo aprendido en ese proceso no ha sido superado, a pesar de tratarse de 44 años de práctica antropológica. Sobre ese asunto volveré en otro momento y en otros textos. En esta serie de artículos evocaré la memoria y con ella construiré un relato a partir de los fragmentos de ese mundo costero, al que las ciencias sociales de nuestro país no le han dedicado mucho tiempo, excepto por algunas notables excepciones (Cangrejos-Santurce uno de los más exquisitos y notables), un número de ellas por carambola. El título de esta serie se remite a un trabajo que publiqué en 2009, sobre los cronotopos de la costa, al que quiero darle seguimiento en este medio y expandirlo en la medida de lo posible.
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Es mi interés reconstruir el espacio costero, rescatarlo del olvido, traerlo al debate, polemizarlo, entenderlo, sobre todas las cosas entenderlo plenamente para ubicarlo en una mejor perspectiva, que siempre ha de ser un proceso subjetivo. Por muchos años estuve visitando villas pesqueras, asentamientos costeros, playas, recovecos e intersticios invisibles en los mapas, evaluando infraestructura marina y marítima, observando las prácticas de la gente sobre los hábitats del litoral, la arquitectura costera, el surco de sus embarcaciones en nuestras aguas, las maneras de pensar a las especies y a la naturaleza, sus actividades productivas y su gastronomía.
En todo ese tiempo he acumulado un variopinto archivo compuesto por notas de campo, croquis, cartas náuticas comentadas, mapas de todo tipo, fotografías (tradicionales y digitales, a colores y en blanco y negro), recortes de periódicos, censos poblacionales, anuncios, tarjetas postales, escritos diversos, informes de toda índole, documentos, dibujos (los realizados por la gente de la costa y los de Auguste Plée en el siglo XIX), carteles, camisetas alusivas a eventos y festivales, cartas, notas de campo de colegas, correos electrónicos, panfletos, estudios hechos por estudiantes y libros de toda índole: poesía, novelas (Litoral de Luis Palés Matos, Los derrotados de César Andreu Iglesias y Arenales de Loida Figueroa, por ejemplo), arqueología, compilaciones de documentos sobre la esclavitud, historias, etnografías, arquitectura y paisaje, entre otros.
Es mi archivo personal que ahora forma parte —en su mayoría— del acervo del Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral (CIEL), del Recinto Universitario de Mayagüez.
A la distancia de tantos años uno descubre que esos materiales, pero sobre todo las notas de campo y las descripciones publicadas (un micro-fragmento de todo) se han convertido en documentos históricos, pues no son muy diferentes a las observaciones de viajeros y estudiosos (salvando las diferencias, como las de Abbad y La Sierra y Ledrú), o la de los funcionarios y amanuenses que nos legaron esos documentos oficiales que con tanta disciplina y celo leemos, transcribimos y estudiamos. Esas notas describen momentos en el tiempo que claman ser recuperados de alguna manera, pues muchos de ellos guardan la semblanza de un mundo perdido para siempre. Es la manera en las que leo los trabajos de Morris Siegel, Sidney Mintz, Elena Padilla y Eugenio Fernández Méndez, para reconstruir pedazos de la vida costera. Pero es ese archivo personal al que he de remitirme inicialmente en este proceso de recordar.
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Huelga decirlo, pero ese proceso requiere que me sumerja en una variada y disparatada colección de documentos que residen en diversos depósitos y archivos del país y del extranjero. Lo he expresado en otros foros, los documentos sobre la costa no existen como tal, hay que extraerlos de una diversidad de fuentes y fondos documentales que muy pocas veces tienen —ab initio— visos de ser costeros o marítimos. Un documento sobre la Inspección de Montes, revelado como importante por referirse a los manglares a través del Portal de Archivos Españoles (PARES) me ha dicho muchísimo sobre la vida de la gente de la costa. Los itinerarios y mapas de los geógrafos del ejercito español en el siglo XIX son una fuente extraordinaria sobre los hábitats y asentamientos costeros. Los documentos de Puerto Rico en el Archivo Naval Álvaro Bazán tienen una inmensidad de documentos sobre los boricuas y su vocación marina (documentos ubicados en el Centro de Investigaciones Históricas, de UPR-Río Piedras). La extensa documentación sobre Puerto Rico del Archivo Militar de Madrid tiene innumerables documentos (digitalizados) que tocan el litoral, como por ejemplo, aquellos relacionados con “la vigilancia de costas”.
Por todos ellos he transitado (y continúo haciéndolo) con mis estudiantes en mi interés de recuperar la memoria de la costa y de nuestra vida de frente al mar. Están también los fondos documentales usuales, claro está: Asuntos de Marina, Aguas, Obras Públicas y Gobernadores Españoles, entre otros. Todos ricos en materiales sobre la costa.
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The reader is invited to participate more actively than is customary in the act of historical imagination. Through the use of multivocality and the presentation of large amounts of relatively raw materials, I make a conscious effort to evoke a past world rather than simply represent it.
—Richard Price, Alabi’s World
Hace algún tiempo aprendí de los colegas como Richard Price, John Comaroff y Jean Comaroff que la antropología (sobre todo, el ejercicio etnográfico) requería de la “imaginación histórica” para poder adentrarse en las complejidades de la vida social y de la visión de mundo (Weltanschauung) de la gente, que son por lo general ambiguas, polivalentes y abiertas a múltiples interpretaciones. Estos colegas planteaban que no debía existir una división entre la historia y la antropología (y su teoría, en singular), disciplinas que se encuentran en el proceso de comprender esos mundos colectivos (gente, espacios, tiempos, eventos, personas, voces, coyunturas) en el interés de “iluminar la historicidad endógena de los mundos sociales”, para situarla en sus contextos.
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Coincido con los Comaroff en que los fluidos procesos culturales y sociales requieren que integremos —de manera parcial— un mosaico de narrativas, imágenes y prácticas, que afloran en nuestras observaciones y en ese archivo que hemos construido donde hay trazas de la complejidad humana. Es por eso que concurro, parcialmente, con Keith Jenkins quien arguye que la historia es una narrativa, basada en la construcción teórica (ideológica, desde el poder académico) de unos “hechos” del pasado, del que tenemos unos fragmentos. La historiadora y el historiador recomponen las piezas de un pasado que nadie ha visualizado de forma coherente, ni siquiera la gente que lo vivió. Cada historiador arma ese pasado escribiendo un texto, bajo un criterio establecido, y desde esa forma de poder textual, construye su narrativa de los procesos, desde sus conceptos y su visión de mundo.
Jenkins desarma el concepto de empatía, es decir, que para conocer la historia es necesario meterse en la mente de la gente que produjo esa historia (o esos hechos). Jenkins entiende, citando a Wittgenstein, que eso es imposible, que la gente del pasado es diferente y produjo discursos y eventos del habla diferentes a los nuestros. Es decir, toda historia es una narración producida desde nuestro presente y referencias culturales. Difiero en esencia del argumento, ya que en la antropología partimos de la premisa (debatible) de que podemos, de alguna manera, descubrir (¿descifrar, tal vez?) el código de la cultura, y por ende, entender los referentes y el contexto en el que se produjeron los discursos en el pasado.
Esas sociedades y procesos que estudiamos tenían su código, sus reglas, sus palabras, sus discursos, con unos estilos, formas y contenidos que aparecen ante nuestros ojos (nuestros modelos teóricos) y son sujetos de nuestro análisis. Las posibilidades son múltiples, y las posibles lecturas infinitas. Eso sí, arguyo, que con la imaginación y las “herramientas” de la antropología, como sugiere Richard Price, es posible proponer una descripción de ese código y una interpretación de los contextos en los que se produjeron esas acciones y esos discursos, o al menos aproximarnos a ello.
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No soy la mejor persona para exponer estos asuntos, pero igual lo hago. Muchos de estos argumentos han sido esgrimidos por quienes se han dedicado a la microhistoria, a ese acto de recoger fragmentos dispersos sobre el paisaje temporal y social para construir un relato —más o menos coherente— sobre las vidas y los sucesos bajo análisis. En el 2008 unos colegas escribieron una colección de ensayos sobre esa microhistoria a la que llamaron: esos “pequeños mundos” (Small Worlds); procesos donde la mirada etnográfica se confundía con la metodología historiográfica, para hacer resurgir esos sucesos a las que muy poca gente le había puesto atención: los fuegos, la transición democrática española, las nociones de la frontera, la insularidad y la concepción de la historia, entre otros. Para esas antropólogas y antropólogos, siguiendo los postulados de los historiadores Carlo Ginzburg y Giovanni Levi, ese era un ejercicio en la observación microscópica, uno que revelara lo que hasta entonces no se había observado.
Carlos Buitrago Ortiz escribió, circa 1990, un extenso ensayo que continúa inédito, al que tituló “La micro-etnografía histórica y el estudio de lo urbano: algunas aperturas y consideraciones en torno al tema en el contexto de Adjuntas en el siglo XIX”. En ese escrito el maestro se regodeaba en usar el concepto micro-etnografía histórica, ya que le permitía diferenciarse de la historiografía y sumergirse, como etnógrafo en los documentos del archivo, yendo a un nivel “super-micro” que comenzaba, en su perspectiva, desde una mirada de vuelo de pájaro al proceso hasta acercarse a las sutilezas y micro prácticas (como sugieren los Comaroff) de la gente y de las instancias, por medio del análisis y deconstrucción de los expedientes sobre el tejido urbano de Adjuntas. He tomado esa idea de Buitrago Ortiz, de acercarme a lo “super-micro” y le he llamado la nanohistoria. Estoy seguro de que esa palabreja ha de detonar interesantes comentarios entre los practicantes de estas disciplinas y sus técnicas de investigación.
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“Para empezar, intentaré una reconstrucción muy personal, forzosamente incompleta…”
—Arcadio Díaz-Quiñones
En esta serie de ensayos breves me inicio en un proceso de recordar, pensar, imaginar e inventar los pequeños mundos de la costa, ejercicio que no es otra cosa que el producto de una alucinación que produce el trabajo de campo etnográfico, que siempre es fragmentario, superficial y omite ciertas profundidades que son imposibles de comprender a cabalidad y por ende, hay que rellenar esos espacios con imaginarios bien pensados. La labor se dificulta puesto que en la costa, como en otros espacios y lugares, hay una constante borradura y olvido, ya sea adrede o simplemente por la sedimentación del tiempo sobre el paisaje. El antropólogo Paul Connerton ha examinado las formas en las que las sociedades recuerdan y también las maneras en las que olvidan. En tantas ocasiones, el olvido sobreviene cuando la gente ha sido desarraigada de su entorno, uno que ha sido arrasado por las fuerzas económicas, naturales, políticas y sociales que han insistido en una manera mejor de reconstituirlo, de cambiarlo. Ante esos obstáculos hay que recurrir a una arqueología de esos procesos y de los fragmentos que quedan. Me he propuesto hacerlo —en esta serie de artículos— en los siguientes lugares: el sector La Coal de Puerta de Tierra, el barrio Marina Meridional de Mayagüez y Puerto Real de Cabo Rojo. Por esos lugares he transitado, con la observación etnográfica sobre el paisaje urbano y rural o sobre las páginas de los documentos.
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Pero… no es un empeño por asirme, exclusivamente, de lo micro, de los nano-fragmentos de la vida. Insisto, estas memorias tienen como objetivo iluminar procesos mayores, que nos pasan por encima y que a su paso borran el pasado. El historiador John Gillis, en su libro The Human Shore: Seacoasts in History, recalca la importancia de reconocer la historia de los frentes marítimos, de las costas y su modernidad, una que ha erradicado las huellas de ese pasado proletario y cargado de miseria, para imponer su nuevas formas culturales, de clase, arquitectónicas y estéticas. Sobre una estilizada terraza, construida en concreto con una hermosa vista al mar, en ese restaurante costero de la rada de Mayagüez, a pasos del Río Yagüez, justo en el límite norte del Paseo Lineal Israel “Shorty” Castro, allí evoco a la barriada Buenos Aires, parte del sector Dulces Labios, en el barrio oficial de la Marina Meridional. Buenos Aires es una barriada que nunca vi, pero una que he visitado y transitado como etnógrafo a través de las páginas del Libro de Novedades de la Policía, de Mayagüez-Playa. A partir de ahí tengo la misión de recuperar los fragmentos e imaginar la vida social de un lugar borrado. De eso se trata y para ello he de recurrir a la etnografía y a eso que me he empeñado en llamar la nanohistoria: el proceso de pensar y descifrar fragmentos minúsculos de las trazas de la vida social, en el litoral.
Nota: Este trabajo y los ensayos subsiguientes son parte del proyecto de investigación “De cara al mar”, subvencionado por el Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico. El autor es en estos momentos investigador afiliado del Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral (CIEL) de UPR-Mayagüez y del Instituto de Estudios del Caribe (IEC) de la UPR en Río Piedras.
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Algunas referencias
Brook, James, Christopher DeCorse y John Walton, editores. 2008. Small Worlds: Method, Meaning & Narrative in Microhistory. Santa Fe: School for Advanced Research Press.
Díaz-Quiñones, Arcadio. 1993. La memoria rota: ensayos sobre cultura y política. San Juan: Ediciones Huracán.
Comaroff, John y Jean Comaroff. 1992. Ethnography and the Historical Imagination. Boulder: Westview Press.
Connerton, Paul. 2009. How Modernity Forgets. Cambrige: Cambridge University Press.
Gillis, John. 2012. The Human Shore: Seacoasts in History. Chicago: The University of Chicago Press.
Jenkins, Keith. 1990. Re-thinking History. New York: Routledge Classics (2003).
Price, Richard. 1990. Alabi’s World. Baltimore: John Hopkins University Press.
Sepúlveda, Aníbal y Jorge Carbonell. 1987. Cangrejos-Santurce: Historia ilustrada de su desarrollo urbano. San Juan: Centro de Investigaciones CARIMAR y la Oficina Estatal de Preservación Histórica.