Mujeres: genio y estatura
1.
Recientemente pudimos apreciar en la historia escrita y en el cine los cálculos matemáticos que ayudaron a que la NASA completara sus proyectos de lanzamiento y rescate de módulos puestos en órbita desde los puntos de lanzamiento al espacio. En el libro “Hidden Figures” de Margot Lee Shetterly y en el filme homónimo (ver la reseña en 80grados del 3 de febrero de 2017), nos enteramos de las hazañas cerebrales de Katherine Goble, Mary Jackson y Dorothy Vaughan cuando trabajaban bajo las retrógradas leyes de segregación en la sección de cómputos del Centro de Investigaciones Langley, en el estado de Virgina. Las tres sufrieron por ser mujeres y negras, pero sin ellas no hubiesen prosperado las misiones de Apolo 11 y la lanzadera espacial de 1981. Más cerca de este siglo y precursoras de las fenómenas de la NASA, están tres mujeres que quiero desatacar.
2.
La historia de Ada Lovelace, un personaje romántico y científico, es alegre y triste. Hija de George Gordon Byron, uno de los grandes poetas románticos ingleses, a Ada la dejó con su madre el gran Lord cuando tenía un mes de nacida. Su madre aristocrática, Ana Isabella (era conocida como Anabella) era rica, pero una activista política y social —en particular, antiesclavista—. Era también matemática y, podemos especular, que de ella Ada heredó su talento por esa rama de las ciencias. Anabella ejercía su papel materno con detrminación férrea: quería que su hija se educara y se relacionara con intelectuales. Por eso contrató como tutora de la niña a Mary Somerville, una matemática y científica escocesa, que le fue desarrollando su amor por los números. Ya para su adolescencia, a pesar de vivir una vida social de fiestas, agasajos y felicidad social (que no duró mucho), su inclinación a las matemáticas estaba muy desarrollada. Esta tendencia se agrandó al conocer a Charles Babbage, un científico que había inventado una calculadora mecánica, que llamaba “la máquina diferencial”. (Science, 11 de diciembre de 2015)
Fue como si le añadieran a su imaginación y a su genio un agente estimulante que los hizo crecer. Eventualmente se convirtió en la colaboradora de Babbage y sus contribuciones técnicas y teóricas son evidentes en los documentos que dejó escritos. Además vislumbró la distinción entre datos y su procesamiento, lo cual era revolucionario para la época. No solo eso, sino que expresó cómo la máquina podría hacer cálculos sin que tuviera que intervenir directamente la persona que necesitaba los resultados, y previó la idea de la “programación”, que ocupa a tantos en este siglo. Se ideó un sistema de tarjetas perforadas (se acuerdan) basado en un algoritmo que nunca llegó a ser usado porque la máquina de Babbage no se perfeccionó. Todo esto lo publicó usando solo sus iniciales en una revista científica respetada, pero, casi predeciblemente, una vez que se supo quien era, y por su sexo, los hombres le prestaron poca atención y minimizaron el impacto y la visión del artículo. [American Scientist 99 (6): 463, 2011] Fue la misma reacción inicial a las mujeres de la NASA, quienes además eran negras en un estado racista.
Los hombres habrían de remediar sus desaires, pero muy tarde. Como si estuviera programado para una mujer tan talentosa en la época romántica, Ada murió de cáncer uterino a los 37 años de edad. Como señal de expiación por la miopía de los hombres decimonónicos y como un homenaje a esta gran mujer, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, en 1980 creó un lenguaje de programación que nombró Ada.
3.
El año pasado se cumplieron 150 años del natalicio (7 de noviembre de 1867) de Marie Skłodowska Curie. Sin duda la mujer científica más famosa de la historia, fue la primera en ganar un premio Nobel y la única en ganárselo dos veces y en dos disciplinas distintas: física y química. El de física en 1903 y el de química en 1911. Como si fuera poco, su familia —su marido, su hija y su yerno— tienen cinco entre ellos. Junto a su marido en 1898 descubrió el elemento polonio (que nombró así en honor a su patria Polonia, y el próximo año el radio (de la palabra en latín para rayo). Fueron ellos los que acuñaron el término radiactividad. ¿La “Gloria”, verdad? Se equivocan.
Cuando la nominación al premio Nobel, fue enviada a Estocolmo, los únicos nombres eran los de su marido y el de Henri Becquerel. Gracias a la matemática sueca Magnus Goesta Mittag-Leffler, quien alertó a Pierre, este protestó y el nombre de ella fue añadido. La Universidad de Paris los quiso reclutar, pero fue a él que le ofrecieron un profesorado y la silla de física. Solo su muerte en 1906 conmovió a los jerarcas universitarios lo suficiente para hacerla profesora (catedrática) a ella. Fue la primera mujer en ocupar tal cargo en la susodicha institución. Sufrió más vejaciones con la Universidad, pero tal parece que no les pareció lo suficiente a los que, es evidente, le tenían envidia. No la admitieron a la Academia Francesa de Ciencias por uno o dos votos. ¿Cuántos Nobeles necesitaba Madame Curie para sentarse con muchos que eran sus inferiores intelectuales? Y la Academia tenía una seria aversión a las mujeres. Pasaron más de cincuenta años antes de admitir otra mujer, Marguerite Perey, una estudiante de Madame. La animosidad contra Curie alcanzó un cénit cuando tuvo un affaire con un físico que había sido estudiante de su marido, pero que estaba separado de su esposa. Se armó un escándalo mayor que fue explotado por sus detractores. ¿Se imaginan a los franceses condenando el adulterio mientras se persignan?
Pero no son solo los hombres quienes atacan. Por ahí anda la sentencia de Julie Des Jardin que Curie es culpable de causar “frustración a mujeres científicas por querer ser como ella y tener ambiciones científicas irrealistas en vez de servirle de aliciente para que triunfen”. (Science, 3 de noviembre 2017) La idea es tan absurda que, a pesar de que respeto hasta opiniones como esa, no diré nada más al respecto.
Hay que mencionar un último insulto a Curie. En contraste con estos tiempos, donde demasiados científicos se la pasan hablando de patentes y de “licencias” para explotar sus “descubrimientos”, los Curie no patentaron el elemento radio que descubrieron. De haberlo hecho se hubieran hecho millonarios (o más). Pero en la época que vivió las mujeres casadas no podían tener propiedades. Era, en ese sentido, como cualquier mujer francesa.
4.
Para los años cuando era estudiante de medicina ya había visto en reposiciones muchas de las cintas de la actriz vienesa Hedy Lamarr. Sí vi en estreno “Sansón y Delila” (1949), aunque tuve que batallar las hordas que fueron al Paramount en Santurce. Fue en Filadelfia que vi en un “cine arte”, el filme checoslovaco que la trajo a la atención del mundo: “Ecstasy” (1933). Lamarr tenía 18 años cuando filmó esa, y sale desnuda brevemente porque el director escondió unas cámaras que la captaron au naturel antes de entrar a un lago. Mas la sensación de la obra fue la imitación de un orgasmo por la joven actriz. Es una escena pionera en el cine que muchas actrices han imitado desde entonces. Aunque en el resto de Europa se consideró la película una obra de arte, en Alemania fue prohibida porque Lamarr era judía. También fue prohibida en EE.UU., ya sabemos que son tan puritanos como los franceses y que sus rasgos fascistoides afloran de muchas maneras.
Su belleza deslumbrante causó sensación en Hollywood y en el público que convirtió sus películas en éxitos de taquilla. Sobre el público influía también los cuentos en los “magacines de las estrellas” de la época de que la extranjera se había adaptado a la vida americana sin ningún problema y que su asimilación había sido, no solo cultural, sino lingüística. Sin embargo, ya se vislumbraba qué iba a suceder más adelante. Uno de sus entrevistadores le atribuyó esa adaptación a “la influencia sobre ella del padre, cuando era niña”. En ningún momento menciona su inteligencia.
Es cierto que su padre banquero, quien también estaba fascinado por las invenciones, la había estimulado a que se interesara en cómo funcionan las cosas mecánicas. Desde niña Lamarr podía desarmar y volver a reconstruir objetos de mecanismos ingeniosos que dependían de piezas movibles y complejas.
Aburrida con los papeles que le daban y con la rutina hollywoodiense, la autodidacta Lamarr comenzó durante las noches a tener ideas y pensar en cosas tecnológicas para inventar. (Smithsonian, Noviembre, 2017) A la edad de 27 años, durante la Segunda Guerra Mundial, inventó un sistema de comunicación para que los buques de guerra pudieran controlar con señales de radio la frecuencia de los torpedos y alterar su dirección. Ese sistema fue el precursor de los teléfonos inalámbricos y del GPS. Patentizó el invento, que también es precursor del Wi-Fi y Bluetooth de hoy en día, junto a George Antheil, un pianista interesado en las matemáticas que, como ella, no tenía preparación alguna en ciencia o ingeniería. Sin embargo, él fue la mente mecánica para el concepto de ella. Al presentárselo, la Marina de Guerra y el Consejo Nacional de Inventores le dijeron que lo mejor que hacían la actrices era ¡vender bonos de guerra! Además, que los pianistas debían tocar piano. No fue hasta los años 50 del pasado siglo que un contratista que estaba desarrollando una boya que detectara submarinos modificara y usara el invento de Lamarr para desarrollar el sistema de “saltos de frecuencia” de la que dependen Wi-Fi, Bluetooth y GPS para funcionar.
Por supuesto, muchos dijeron que era imposible que una mujer se hubiera inventado tal cosa y que se había robado la idea de su primer marido, que fabricaba armas para los nazis. Pero la evidencia que se ha descubierto indica cómo analizó y maduró su idea y cómo la discutió con su colaborador según la iba perfeccionado.
5.
Aún en el siglo XXI el discrimen contra la mujer en las ciencias (como lo es en otros campos) es común. Dos de las revistas más importantes de ciencias en el globo, Scientific American (11 enero 2018) y Nature (15 mayo 2018) han discutido el tema desde varios puntos de vista, incluyendo el acoso sexual. La extensión del problema, como demuestra un estudio del Centro del Investigación Pew (referenciado en el artículo de enero 11 que ya mencioné) es prevalente en todas las ciencias. Hemos avanzado mucho en tratar a la mujer como se debe, pero aún hay camino que andar. En los Estados Unidos, una nación que tanto depende de la ciencia, el problema es peor. No solo hay discrimen contra la mujer, sino contra la ciencia, como nos deja saber a cada vuelta su presidente y los que le rodean.