Narración, pensamiento e imágenes
No se trata de una simple palabrería de esas que se sacan de la manga los intelectuales humanistas cuando no tienen nada que hacer. Pienso que hasta mis neurocirujanos estarían de acuerdo conmigo en esto. Les he contado en una de mis “Crónicas” cómo tres días antes de someterme a una craneotomía despierta, un doctor radiografió un mapa tridimensional de mi cerebro. El neurocirujano pudo utilizar la imagen de resonancia magnética en la cirugía con conocimiento de las zonas del cerebro que se activaban mientras yo intentaba comprender narraciones y hacer cálculos numéricos. Este mapa ayudaba a determinar qué partes del tumor podrían comprometer mi capacidad lingüística y matemática al momento de la remoción quirúrgica. Usando este mapa tridimensional, el neurocirujano tocaba la zona problemática con un pequeño electrodo mientras yo intentaba relacionar imágenes y ejercicios de matemáticas a palabras y números.
Curiosamente, mientras realizaban el mapa tridimensional de mi cerebro para determinar qué partes empleo al procesar palabras, no me ordenaron hablar sino pensar en imágenes mientras escuchaba siete narraciones distintas. Como el propósito de los siete cuentos era estimular mi cerebro, eran todas situaciones amenazantes que provocaban miedo. Sin embargo, al comienzo no sabía que se trataba de cuentos de horror. De modo que mientras escuchaba e iba coligiendo qué sucedía en la línea argumental y progresaba el hilo narrativo de cada historia, iba cambiando rápidamente mi producción de imágenes. Les doy un ejemplo: una de las historias comenzaba con la placentera descripción de un lago adonde acababa de llegar un grupo de amigos para iniciar un viaje en bote. La primera imagen que me vino a la mente fue “A orillas del Oise en Auvers” de Van Gogh; pero al escuchar los cambios de tono y de atmósfera pasé a imaginar “Céline et Julie vont en bateau” y, luego, la escena final de “Aguirre, la cólera de Dios”, seguida de un recuerdo en que, tratando de remar en bote en la “Bear Mountain” (Nueva York), terminé dando vueltas en círculos. Al final de la historia me vi a mí misma a los ocho años ahogándome en El Verde. Ahí estaba, luchando por sobrevivir como los personajes del cuento que estaba escuchando. Estaba atrapada en el fondo del río. Podía verlos a todos en la superficie: a mi hermano menor moviendo sus brazos profusamente y al novio de mi tía saltando al agua para rescatarme. Aunque las siete narraciones eran sumamente cortas, cada vez sentía como si estuviera cambiando de un canal a otro en la pantalla de mi cerebro, al intentar conectar el hilo dramático variable del cuento con la red de imágenes archivadas en los recovecos de mi memoria.
Mucho se ha comentado sobre cómo el Sgt. James Crowley arresta al profesor afroamericano de Harvard, Henry Louis Gates, mientras este intentaba forzar la puerta para entrar a su propia casa al regresar de un viaje sin llaves y habiendo colocado en el balcón su equipaje. En lo que casi todos podemos estar de acuerdo es que aquí se han contado dos versiones distintas de “la historia”. Pienso, sin embargo, que es muy probable que cada uno de los personajes involucrados reactivara en distintos momentos sus propias imágenes del archivo de la memoria. ¿Compartimos todos las mismas imágenes o el hilo narrativo de cada cual retrotrae cada vez imágenes diferenciales que no caben en el plano de la suma y resta? No puedo dejar de negar que se me hace más creíble la versión del Prof. Gates, porque me pude ver allí, ahogada, con no muchas otras imágenes que pudiera rescatar de los archivos de la memoria. Quizá mis propias historias e imágenes como profesora “latina” en Estados Unidos se parezcan bastante a las suyas.
Sin embargo, desde que me cartografiaron el cerebro en tres dimensiones para extirpar el tumor, mi pensamiento se desplaza constantemente y necesita crear conexiones nuevas cada vez que intento “rescatar” las memorias perdidas. Hasta se me ha metido en la cabeza últimamente la loca idea de que nosotros, artífices y educadores del lenguaje y la cultura, podamos hacer algo diferente respecto de la forma en que vivimos, percibimos y evaluamos las experiencias. Herzog, Van Gogh, Rivette, mi fallido viaje en Bear Mountain y mi roce cercano con la muerte en El Verde fueron las imágenes que ayudaron a determinar exactamente dónde estaban localizadas las zonas peligrosas y qué porción del tumor podía extirparse sin inhabilitar mi capacidad de hablar, imaginar y comprender palabras e imágenes. ¿Cómo producir palabras e imágenes poderosas, impactantes, que estimulen el pensamiento, nuevas formas de conectar las experiencias e imágenes más allá del yo y el nosotros? ¿Puede desplazarse el pensamiento para emitir juicios que tomen en cuenta la singularidad de narraciones e imágenes diferentes o al menos aceptar que son irreductibles a un solo plano? ¿Qué sucedería si el desplazamiento constante de historias e imágenes nos permitiera por un momento dejar de juzgar, suspender el juicio?
La foto de Biden, Gates, Crowley y Obama tomando cervezas de marcas distintas alrededor de una mesa redonda en el patio de la Casa Blanca ha sido ciertamente motivo de crítica y burla. Sin embargo, al reagrupar la diferencia en una mesa sin espacios para comensales, esta foto imagina una historia distinta, una imagen alternativa que podría reactivarse si en algún momento necesitáramos cartografiar nuestro cerebro en más de dos dimensiones en blanco y negro, y nuestra imaginación pudiera desplazarse según fuera cambiando nuestra historia. Para algunos, es una imagen sin duda amenazante. ¿Cómo extirpar el miedo sin acallar la multiplicidad de imágenes y voces que disienten? ¿A qué realidad accedemos y cómo pensamos a través de narraciones e imágenes? ¿En qué espacio y tiempo habitaríamos si pudiéramos pensar, hablar e imaginar con otro estímulo más allá del miedo?
*Extraído del libro Crónicas para matar el cáncer, de Carmen Rabell (Cap. XXX, San Juan: La secta de los perros, 2012).