Nebraska
La belleza formal de esta hermosa película le roba el aliento al espectador. Durante largos trechos el cinematógrafo Phedon Papamichael nos muestra la vastedad de esa “América” que los norteamericanos llaman el “hinterland” o espacios relativamente despoblados (en este caso Montana, Dakota del Sur y Nebraska). La pulcritud del paisaje nos sobrecoge, no solo por su extensión, sino por su composición y estructura. Los campos parecen peinados por un peine celestial, los rollos de heno saltan a la mirada como si fueran flores mutadas, las montañas son tan lejanas que parecen promontorios grises que uno podría hacer desaparecer de un pisotón, la maquinaria de recoger el trigo y la cebada, o que irriga las cosechas, semeja insectos gigantes que esperan la próxima hoja que les sirva de alimento. Los cielos también son bellos a pesar de intimidar con la truculencia de sus nubes y la frialdad con la que devuelven nuestra mirada. Son cielos de Ansel Adams desde la perspectiva de la visión amorosa y elemental de los personajes que los miran.
Contra ese paisaje que percibimos también como inhóspito (uno siente el aire frío que barre las planicies) se da un “road movie” conmovedor y triste que al mismo tiempo está barnizado de humor sutil y, aún siendo agudo, simple. Un hombre afectado por su larga historia de alcoholismo, por principios de demencia y empecinamiento, recibe un anuncio engañoso diciendo que se ha ganado un millón de dólares. Con la “carta de notificación” en el bolsillo Woody Grant (Bruce Dern) decide caminar desde Billings, Montana hasta Lincoln, Nebraska (750 millas) a colectar su dinero.
Es una búsqueda quijotesca a la que se opone toda su familia que incluye a su mujer Kate (June Squibb) y sus hijos David (Will Forte) y Ross (Bob Odenkirk quien, como en “Braking Bad”, es estupendo). Todos saben y reconocen que no se ganó nada. Woody, sin embargo, tiene la ilusión desmedida del Quijote y sufre de una bondad que raya en la tontera, algo que, según se va desarrollando el filme, vemos que es parcialmente responsable de su presente situación económica. Una de las razones por las que Woody quiere tener dinero es para comprarse un nuevo camión: el suyo ha estado averiado desde que perdió su licencia de conducir diez años antes. Al fin y al cabo, con David como su Sancho Panza, Woody parte a buscar su premio. Van en un Rocinante muy moderno y ciertamente extraño, una guagüita Kia. (Vale el precio de entrada ver los rostros de dos personajes cuando David les dice que no es un carro japonés, sino coreano. Es evidente que no saben de qué habla y eso nos dice todo sobre la gente del pueblo.)
Woody va en busca de un futuro, pero se topa con las realidades de su pasado. En el pueblo que nació aún viven sus hermanos y sobrinos y los amigos de su infancia y adolescencia, y una antigua novia. Con ellos va reviviendo algunas cosas que había sepultado en su memoria y otras que ha sepultado tanto que ya no recuerda. Al mismo tiempo hay una realidad inescapable para todos los que viven en el pueblo de Hawthorne (ficticio) y es que el pasado es lo único que los motiva y los une. Antes de llegar a su meta Woody ha llegado en su búsqueda a un lugar intermedio que se ha detenido en un tiempo pretérito del que no parece haber escape. Al mismo tiempo, ese ambiente pueblerino respira progreso súbito al nutrirse de la breve fantasía de que uno de sus ex ciudadanos se haya convertido en millonario. Su proximidad al afortunado nuevo millonario les concede por carambola el “gran sueño americano”: ser rico.
El director Alexander Payne y su cinematógrafo Papamichael, nos pasean por el contrapunto social de las vastas vistas despobladas: el pueblo norteamericano donde nada ocurre y el tiempo sobra. Los vecindarios de la clase trabajadora tienen una pureza externa que oculta algunas máculas: la pintura se está descascarando, los muebles parecen estar incómodos en los espacios que habitan, hombres manganzones que lo único que hacen es comer, beber cerveza y ver televisión, conviven aún con sus padres. Es un retrato que contrasta intensamente con el lujo y el exceso que conocemos en las películas que exaltan la vida de los más ricos en los Estados Unidos. De hecho, el aburrimiento de los personajes de esta película es el mismo que en las clases más altas con la diferencia que la cerveza y el alcohol reemplazan la cocaína.
Según conocemos más a Woody y a su familia nos damos cuenta que la llaneza de carácter no evita la avaricia. El que más y el que menos sucumbe a la noción de hacerse rico sin esfuerzo. El guionista Bob Nelson va explorando ese tema con el sigilo de un gato que sabe dónde se esconden los ratones. Lo hace de tal forma que, a pesar de que lo presentimos venir, nos llega como menos lo esperamos. La originalidad del guión es tal que aún las más antiguas emociones nos toman por sorpresa sin recurrir a elementos sentimentales ni a engaños emocionales.
Soy un gran admirador de Payne y pienso que su filmografía, que contiene títulos como “Election”, “About Schmidt”, “Sideways” y “The Descendants”, es una las mejores de los nuevos directores por su consistencia estética y valor artístico. Payne también ha sido premiado por sus guiones y es evidente que tiene gran intuición para lo bien escrito y cómo transformarlo en magia cinemática. Hay una serie de situaciones familiares que parecen reencarnaciones más modernas y expandidas del “American Gothic” de Grant Wood. De hecho, no me parece fortuito que el personaje principal se llame Woody Grant. Una secuencia en particular, que tiene que ver con un atraco, parodia a los noir de los 40; otra de un robo, nos retorna a los años de Max Sennett traído a la velocidad de movimiento normal; ambas son deliciosas. Otra de sutil belleza nos despide de la Dulcinea de nuestro don Quijote. Ella, que ha estado pensando en él y lo lleva en la memoria de un forma idealizada, lo ve pasar en su nuevo camión. Payne fija la cámara en su rostro y la mujer nos deja ver sin ningún equívoco que ahí va el caballero andante de sus sueños. Es otro de los muchos momentos mágicos de esta película. Con ella, Payne añade un gran filme a su lista de impresionantes logros cinemáticos.
Hay que felicitar también al director de reparto por conseguir los artistas que elevan esta película a un parnaso de la actuación. Todos en el elenco contribuyen a que la cinta sea muy satisfaciente. Will Forte, previamente de “Saturday Night Live” y la televisión está perfecto como David, el hijo que decide servirle de Sancho a su padre y que va desarrollando por él un amor que antes dudaba tener. David no es muy inteligente, pero comprende las limitaciones de su padre y decide que, sin alimentar su fantasía, lo ha de llevar hasta el lugar donde espera el “premio”, para que vuelva a la realidad. Lo hace con gran ternura. Su actuación es cónsona con la de un hijo que descubre que su padre no es tan mal hombre como lo creía.
No menos espectacular es la interpretación de June Squibb como Kate. Graciosa, imperiosa y pragmática, decisiva e inteligente, quiere a su marido a pesar de los malos ratos que le ha dado. Squibb dice sus líneas con la espontaneidad del actor que se ha adentrado en la piel de su personaje y se ha convertido en la persona que representa. Es una interpretación conmovedora y graciosa que se recordará por mucho tiempo.
No puedo dejar de mencionar a Angela McEwan, la actriz que representa a Peg Nagy, a quien Kate le quitó a Woody, y quien es la estrella de ese breve momento de la Dulcinea que mencioné unos párrafos atrás.
En el centro del filme está este Quijano moderno que es Woody interpretado con una majestuosidad que merecería un Lear. Bruce Dern, quien ha tenido una carrera extensa pero casi siempre como villano, y que ha aparecido en muchas películas muy malas, crea un personaje cuya locura nos da a conocer los demonios que residen en él y en las personas más llanas e incoloras que viven a su alrededor. Hay una sinceridad desgarradora en su interpretación de lo que es el último gran momento de una vida anónima e insignificante, pero que lo significa todo para los que están cerca de ese mundo especial de la gente que se clasifica como “común” pero que tienen una vida que para ellos es el centro del universo. Junto a Matthew McCounaughey, Robert Redford, Christian Bale y Leonardo de Caprio, la suya es una de las grandes actuaciones cinemáticas del 2013. Este filme es obligatorio para los amantes del buen cine y el arte de la representación.