Neoliberalismo punitivo, melancolía financiera y colonialismo
En esta presentación deseo usar dos conceptos que varios autores (entre ellos William Davies y Liam Stantey) han elaborado para analizar la crisis de la deuda y las políticas de austeridad en otros países. Me refiero a los conceptos de neoliberalismo punitivo (como tercera etapa del neoliberalismo caracterizada por medidas de austeridad justificadas con una lógica del castigo) y melancolía financiera (como condición subjetiva vinculada al sobre-endeudamiento que ayuda a legitimar políticas de austeridad).
Una ideología global…
El desempleo es un aspecto normal e inescapable del capitalismo. Durante sus crisis recurrentes esos niveles de desempleo aumentan considerablemente. En las economías subdesarrolladas y coloniales, esos niveles de desempleo son más altos, no ya recurrente sino crónicamente. Puerto Rico es un ejemplo perfecto. Por otro lado, hay que mencionar que en muchos países, gracias a movimientos de reforma social (aunque no siempre de acuerdo a sus propuestas), se crearon programas que amortiguan, en algún grado, los niveles de carencia y pobreza provocados por el desempleo.
Sin embargo, todos conocemos la popularidad de la noción de que el desempleo es resultado de que «la gente no quiere trabajar». Y si la gente es vaga, los programas de compensación a los desempleados o los pobres, los «cupones», lo que hacen es premiar la vagancia. El problema, entonces, de acuerdo a esta lógica, no es el capitalismo o el capitalismo colonial, el problema es la vagancia, el problema son los programas que fomentan la vagancia. El problema es la jaibería y el mantengo. El problema son los pobres, los cuponeros, los caseríos. No hay que subestimar el alcance de esta ideología que exonera al capitalismo y culpa a otros de sus consecuencias. Esta visión invertida de la realidad, tan conveniente a la reproducción del sistema social existente, ha penetrado en todos los sectores de la sociedad.
Algo similar ocurre con la deuda, el sobre-endeudamiento y la crisis fiscal. En su época actual el capitalismo no puede vivir sin niveles altísimos de endeudamiento. Por ejemplo: el capital pretende pagar menos impuestos y congelar o reducir los salarios reales, pero pretende vender una cantidad creciente de mercancías a las personas y al gobierno. El puente entre una cosa y otra se construye con niveles crecientes de endeudamiento tanto de las personas como de los gobiernos. A la vez, se promueven políticas de desreglamentación financiera, que desataron la especulación con títulos de deuda. El desenlace fue la crisis de 2008. En ese momento los gobiernos, empezando por el de Estados Unidos, rescataron a los más grandes bancos, casas aseguradoras y empresas industriales. Para hacerlo se endeudaron como nunca antes. Es la fuente de la crisis fiscal a escala global: no el gasto excesivo, como se dice contantemente, sino la reducción de impuestos al gran capital, no la irresponsabilidad fiscal sino el costoso rescate del capital de las consecuencias de su irresponsabilidad especulativa.
Sin embargo, el sobre-endeudamiento individual no se atribuye al sistema económico vigente, sino a la irresponsabilidad de la persona. El problema no es el sistema, sino la persona que ha intentado «vivir por encima de sus medios». De igual forma, la crisis fiscal se atribuye al gasto excesivo, a programas sociales, salarios, subsidios demasiado generosos. En todo caso, el capital queda exonerado: la culpa de la crisis es la irresponsabilidad de individuos y gobiernos. De nuevo, esta visión invertida de la realidad se ha convertido en el «sentido común» dominante de las discusiones sobre la deuda.
Todo esto tiene consecuencias prácticas, pues se moviliza para justificar ciertas políticas. Si el «mantengo» y la irresponsabilidad son las causas del desempleo y de la crisis fiscal, la solución entonces tiene que ser reducción de apoyos a los pobres y del gasto público, es decir, medidas de austeridad. No hay duda, se nos dice, que estas medidas serán dolorosas. Pero son inevitables. No solo son inevitables: son merecidas. La austeridad, se nos dice, es la consecuencia merecida de nuestra pasada irresponsabilidad e imprudencia. Desde esa perspectiva, protestar contra la austeridad o contra el pago de la deuda es particularmente perverso: es una protesta que pretende perpetuar la irresponsabilidad. Es el deseo de querer vivir sin consecuencias. Más aún: ahora individuos y gobiernos deben hacer lo necesario para recuperar la «confianza» de los «mercados». Es decir, el capital, causante de la crisis, se convierte en la autoridad ante la cual todos deben rendir cuentas.
Pero hay un hecho que llama la atención: las políticas de austeridad promovidas de este modo no han tenido el efecto prometido. En país tras país han tenido un efecto depresivo, sobre todo en países sobre-endeudados con economías paralizadas. La austeridad que se vende como dolorosa pero realista, no tiene nada de realista, si con realista se refiere a curar una economía enferma. Por eso, justificar estas políticas a pesar de su fracaso requiere convertir el debate económico en un drama moral: quizás no funcionen, pero las merecemos. Así William Davies describe una tercera etapa del neoliberalismo: el «neoliberalismo punitivo» que se caracteriza por la justificación de la austeridad como castigo, castigo merecido por la irresponsabilidad y la imprudencia, independientemente de otras consideraciones.
Más aún: si la crisis de la deuda es consecuencia de la irresponsabilidad de la gente y de los políticos (sea porque complacen a los electores irresponsables o porque intentan ganar su apoyo con ofrecimientos que no pueden pagar o por ambas razones), entonces es lógico pensar que los electores y sus representantes son parte del problema: es necesario una autoridad libre de la presión de los electores, que imponga la disciplina necesaria. El neoliberalismo exige recortar la democracia, colocando las decisiones económicas más importantes en organismos no electos: es el caso de los poderes concedidos a los directores de bancos centrales, por ejemplo, o de organismos supra-nacionales (desde las instituciones de Unión Europea hasta la Organización Mundial de Comercio). Esto se hace a nombre de «despolitizar» las decisiones o de crear instituciones «no partidistas» o «tecnocráticas» o de poner las decisiones en manos de “expertos».
…que aterriza en Puerto Rico
Evidentemente, lo descrito en la sección anterior corresponde a la situación de Puerto Rico. Ya mencioné la difundida explicación del desempleo como resultado de la vagancia y los efectos desmoralizadores del mantengo. Lo mismo ocurre con el tema de la deuda. Se insiste que la deuda privada es resultado de la irresponsabilidad de individuos y que la deuda pública es consecuencia de la irresponsabilidad fiscal, del gasto excesivo y del «gigantismo gubernamental». Individual y colectivamente, hemos querido «vivir por encima de nuestros medios», sin atenernos a las consecuencias. Pero llegó la hora de las consecuencias. El ajuste será doloroso, pero merecido.
En Puerto Rico, esto tiene un twist adicional: se aísla a Puerto Rico de la crisis global. Es como si Puerto Rico fuese el único país que sufre una crisis fiscal y de sobre-endeudamiento. Entonces, la raíz está en lo que sería la demostrada incapacidad de los puertorriqueños de gobernarse adecuada y responsablemente, individual y colectivamente. La crisis corresponde a una patología boricua y esto justifica que un agente externo, como la Junta de Control Fiscal, ponga orden en la casa que no hemos sabido administrar: en nuestro caso, la justificación de la austeridad como resultado de la irresponsabilidad personal o pública se convierte en justificación no solo de estructuras antidemocráticas, sino también de la subordinación colonial. Esto, al igual que en otros países, se justifica a nombre de combatir la corrupción, la polítiquería y otros males.
Esta es la lógica que, implícita o explícitamente, podemos leer en decenas de editoriales, columnas e intervenciones radiales y televisivas. Sería fácil dar ejemplos de editoriales de El Nuevo Día, artículos de economistas como Elías Gutiérrez y Gustavo Vélez, y columnistas como Mayra Montero. (Examinamos esos textos en la versión más extensa de este escrito.)
Varios autores, entre ellos William Davies y Liam Stanley, también han estudiado el fenómeno que llaman «melancolía financiera» que describe a la persona que internaliza la culpa por su situación de sobre-endeudamiento, que se siente responsable a pesar de los datos que contradicen tal apreciación y que siente que merece castigo por sus fallas pasadas: la deuda es un exceso por el cual se debe pagar. Demás está decir que esta mentalidad es la que mejor corresponde a una actitud de resignación, de aceptación, de pasividad e inmovilidad ante las políticas de austeridad típicas del neoliberalismo punitivo. Y esa mentalidad es la que incesantemente se difunde por editoriales, artículos, columnas y análisis de «expertos» de todo tipo. La mayoría de seguro piensa sinceramente que están haciendo un análisis novel a partir de su observación del caso de Puerto Rico, aunque en realidad no hacen otra cosa que reproducir los lugares comunes y ajados del neoliberalismo global.
Pero sabemos que la política de austeridad tiene un efecto contraproducente. Por ejemplo, el economista Sergio Marxuach explicó recientemente cómo las medidas de austeridad propuestas por la Junta provocarían una caída del PNB de entre 11.5% y 18.2% y las propuestas por el gobierno de entre 6.5% hasta 10.1%, lo cual según advierte, sería «de todas maneras devastador en una economía tan débil como la de Puerto Rico».
La resistencia: actuar y vincular
La lucha contra el neoliberalismo punitivo y su ideología empieza por rechazar sus mitos: el desempleo no es producto de la vagancia, es un aspecto del capitalismo y, más aún, del capitalismo dependiente y colonial; la deuda y el sobre-endeudamiento no son resultado de la irresponsabilidad personal o del gasto público excesivo, son parte de los engranajes del capitalismo, sobre todo en sus etapas más recientes; la gente y los gobiernos le deben al capital porque el capital le debe a la sociedad. En Puerto Rico eso se manifiesta, entre otras maneras, en una paradoja: una economía estancada con un gobierno quebrado que aun así genera cuantiosas ganancias al capital externo. La crisis de la deuda no es una patología puertorriqueña, es un fenómeno global; la austeridad no es inevitable, es la política que el capital impone a los pueblos para hacerlos pagar por su crisis; si logra o no imponerse, no está determinado de antemano, depende del resultado de esa imposición y de la resistencia a esa imposición.
Constantemente se nos predica que, dado que las políticas neoliberales y de austeridad se implantan en otros países, no queda otra opción que aceptarlas. Pero eso es lo que dicen en todas partes: como esas políticas se imponen en otros países, entonces hay que aceptarlas en todos los países. Para romper esa cadena del neoliberalismo global, necesitamos dos cosas. Primero: nadie, en ningún país, puede sentarse a esperar que otros resistan, que otros luchen, que otros den el ejemplo. Si todos se sientan a esperar que el otro haga algo, nadie hará nada. Hay que actuar. Segundo: debemos entender que nadie podrá triunfar por su cuenta, que, si bien no podemos esperar por nadie, una vez iniciada la lucha, tenemos que vincularla estrechamente con la resistencia en otros países.
Para orientar esa resistencia hemos planteado un programa que, en términos generales, incluye:
- Auditar la deuda, anular la parte ilegal, inconstitucional o ilegítima y renegociar la parte restante con el objetivo de proteger pensiones, servicios esenciales y retener recursos necesarios para la recuperación económica.
- Un plan de reconstrucción económica centrado en la reinversión que debe incluir una revisión de la política de exención contributiva para recuperar una porción mayor de las ganancias que hoy se fugan.
- Impulsar una reforma gubernamental democrática con participación laboral y ciudadana.
- Iniciar un proceso de descolonización por iniciativa propia a través de la convocatoria de una asamblea constitucional de status.
- Exigir una aportación federal significativa para la reconstrucción económica y acción del Congreso para atender el problema de la descolonización.
Algunos dirán que estamos en la época de Trump, lo cual convertiría todo esto en una quimera. Respondo que la época de Trump es también la época de la resistencia a Trump. Es con esa resistencia que debemos conectarnos, es de ella que podemos recibir una amplia solidaridad, siempre y cuando nos organicemos, nos movilicemos y le presentemos nuestro programa.
No hay duda de que luchar contra la política de austeridad desde Puerto Rico es difícil. Por eso es fácil desalentarla. Y desgraciadamente no faltan los que se prestan para esta tarea, entre ellos más de un autor que alguna vez se consideró de izquierda. Si Puerto Rico estuviese solo, estaría derrotado de antemano. Pero Puerto Rico no está solo, porque Puerto Rico no es el único que sufre las consecuencias de la globalización neoliberal y de su crisis. El pueblo trabajador y pobre en Estados Unidos sufre en la actualidad las consecuencias de varias décadas de políticas contributivas, sociales y económicas favorables a los más ricos. Necesitan exactamente lo mismo que nosotros: un amplio plan de reconstrucción económica, dirigido a la creación de empleo y a satisfacer las necesidades de la población, proyecto que debe conllevar una ampliación del sector público y que tendrá que financiarse a través de una radical redistribución de la riqueza.
Nuestro programa de reconstrucción no debe ser nuestro solamente: debemos promover que sea adoptado como parte del programa y las exigencias de las fuerzas afines en Estados Unidos. Demás está decir que ese programa también debe incluir la descolonización de Puerto Rico. Pero no podemos solicitar que se adopte si no lo elaboramos y si no construimos un movimiento para impulsarlo.
Este texto es un avance de un trabajo más extenso en preparación. Se presentó en el panel «Vestigios coloniales, deuda pública y políticas de austeridad”, celebrado en el Recinto Universitario de Mayagüez el 30 de marzo de 2017.