No ser lesbiana y poder probarlo… reflexión sobre la vida de Maya Angelou
Te mirarás al espejo. Notarás un atisbo que te delata. Señal que puede ser la mirada, el gesto de la boca, la falta de pantallas o el uso de aretes poco femeninos; o el recorte. Te recortas como niño, o bastará que no se parezca tu estilo al de una chica tradicional, sin pollina, sin el flip de la coleta, con poco o mucho gel, nada de trenzas. Quizás la ropa; la camisa con los botones invertidos, tomada prestada de papá o los hermanos o primos. El pantalón bombacho, sin ajustar, caído en las caderas acompañado de una correa de nene; y las tenis, el calzado deportivo que permite bambolearte con paso distintivo, nada parecido al andar de pasarela de algunas modelos de revista o TV.
Decidirás ese día que has llegado a tu límite, que hay que hacer algo. Un “statement” le llaman algunos, porque se te ha pasado la mano. Te cansarás en ese instante, pasados ya tus dieciséis años, de que los compañeros de escuela y barriada se burlen. Podrán más sus comentarios hirientes y ofensivos, que tu aspaviento genuino de saberte diferente y de querer que alguien respete eso. Ese día cedes, por el cansancio. Ese día te hartas.
Y detienes la burla dolorosa con una frase: “Yo no soy lesbiana y puedo probarlo”. Lo dices y te lo crees, te tragas las lágrimas, el orgullo. Sacas del bolsillo un lápiz de labio de tu madre y frente a ellos te pintas la boca, te pones colorete, desabrochas el cinturón y te lo quitas. Uno de los muchachotes, acostumbrado ya a hacerte esto, se saca el pene para mostrártelo de nuevo; y de nuevo se frota el pedazo de carne frente a tus ojos. Y te dice: “Dale”. Y tú le das.
Lo pruebas. Pruebas que no eres aquello. Pasas el examen con honores, rodeada de testigos que quizás o no, se avienten a querer comprobarlo también.
Y así es como quedarás embarazada, evidencia más que fidedigna y forzada de que la maternidad te hace mujer y no lesbiana. Te llamarás Margueritte, criarás a tu hijo con la ayuda de tu madre y harás de tripas corazones para poder asistir a la escuela. Las pasarán grises. Padecerán hambre, frío, depresiones. El niño crecerá enfermizo y se necesitará dinero a como dé lugar para restablecerlo. A veces, ese “a como dé lugar” se convertirá en empleo doméstico, en transacción ilícita, en intercambio sexual con otros, con otras, con pocos o muchos. En el ínterin, irás creciendo, inventando un seudónimo, escribiendo versos, garabateando canciones, tarareando tonadas, pintarrajeando un libro en el que intentarás contarlo todo… hasta que en un momento dado de 1969, publicarás la autobiografía I know why the caged bird sings.
Ganarás una nominación del National Book Award en 1970 y en 1995 habrás roto el record en ventas por segundo año consecutivo del The New York Times nonfiction bestseller list. En 1993, durante la inauguración del presidente Bill Clinton, llegarás a mi vida. Te conoceré a través de las cámaras televisivas y los rotativos en papel que darán cuenta, sorprendidos, de los logros inspiradores de esta mujer negra, como yo, que una vez, como yo, quiso también probarle al mundo que no era lesbiana.
Ya para ese entonces, te llamarás Maya.