Occupy Wall Street: Primer cumpleaños
El sábado 15 y el domingo 16 de septiembre comenzaron en Nueva York las celebraciones del primer aniversario del movimiento Occupy Wall Street. El sábado la cita fue en Washington Square. El tema: la educación. Hubo mesas de información, y grupos de discusión y estudio sobre el problema de la deuda, la crisis bancaria, cuestiones de género, y claro, el círculo de los tambores al que me uní.
El domingo la reunión celebratoria pasó a Foley Square, en el sur de Manhattan, con múltiples conciertos. Y el lunes 17, llamado el Día de la Resistencia, volvió la alegría y la creatividad que ha marcado el movimiento de protesta que se inició hace justo un año. También llegó la represión brutal, pues según la BBC hubo más de 200 arrestos, entre ellos un concejal demócrata dominicano, un obispo episcopal, un reverendo protestante, una médica, estudiantes universitarios, menores de edad y hasta fotógrafos y miembros de la prensa.
Fui temprano a la celebración. Después de dejar la bicicleta amarrada con candado doble, caminé hacia la plaza mientras escribía esta bitácora.
7:20 am. La plaza de Zuccotti está cerrada. Sembraron crisantemos amarillos y anaranjados para que se luzcan bajo la nítida luz del otoño. Adentro: guardias de seguridad. Afuera, jóvenes con mochilas de apoyo médico. Mujeres manifestantes en sillas de ruedas. Gente vestida como si fuera a trabajar en un banco. Otros, como se suele vestir en Nueva York: de negro. Una muchacha que lleva hojas de información me explica que en unos 10 minutos se comienza a caminar hacia Wall Street. Escribo apoyada en una de las barreras de metal que cierran el parque.
Cuando se juntan más de ocho personas en la acera, la policía les informa que no se pueden congregar: deben cruzar la calle Broadway. Un sargento, quien se niega a dar su nombre, echa a otro grupo de sólo cinco. No me dicen nada: parece que escribir en una libretita aún no es ilegal.
Se me acerca un músico del círculo de tambores. Se llama Kishan. “Hoy no hay tambores”, le digo. Me responde que él lleva el suyo. Es un tamborcillo ritual de los nativos americanos y perteneció a una amiga suya que falleció. Lo lleva colgado en la cintura y viene de Jemez, Nuevo México, la única aldea de los indígenas Pueblo donde aún se habla la lengua towa. Nos despedimos y cuando voy a comprar un jugo, veo la primera plana del Diario La Prensa: “Sentir Latino” en grandes letras. Y en otras más pequeñas, “Hispanos aportan su grano de arena para mantener vivo el movimiento de los indignados”. Vaya, pienso en Pedro Pietri.7:35 a.m. Comenzamos a caminar hacia el sur por Broadway. Encuentro a Walter Montalvo, un amigo con quien suelo tocar los viernes en el Haitian Drumming Club de Hunter College, y nos unimos a una orquesta que elige para la ocasión temas festivos de Mardi Gras. Saxofones, trombones, trompetas, tubas, tambores, clarinetes… Se llama la Rude Mechanical Orchestra y viene de Brooklyn. En el grupo también hay gente que baila. Uno de ellos es el puertorriqueño Pablo Varona Borges, quien invita a Walter –que lleva su tambor al cuello– a que se una a la orquesta. Pablo tiene una bandera inmensa, roja y –cuando encuentra espacio– baila con ella.
8:00 a.m. Entramos por la calle Pine y quedamos atrapados por las barreras de la policía. A mi derecha van sacando arrestados a los indignados que han practicado la desobediencia civil sentándose en el suelo. Mujeres y hombres. Jóvenes y mayores. Al menos van caminando y no se les ve sangre. Irónicamente nos hallamos frente al “Capital Grill”.
8:20 a.m. Huele muy mal. Hay excremento de caballo en el suelo. La situación se pone tan tensa que los músicos deciden volver a Broadway e ir hacia el sur para intentar llegar a Wall Street. Las barreras metálicas se multiplican, a veces hay hasta cinco consecutivas.
8:25 a.m. Mientras nos vamos acercando al emblemático toro, la escultura de bronce de 3,200 kilos que simboliza el optimismo, la agresividad y la prosperidad financiera, cambia la música. Eligen “We will, we will rock you”, de Queen. Los bailes se acompasan al ritmo de rock. De momento no se ve ni una furgoneta de prensa, lo que me hace recordar –como en un “flashback”– la situación que dominaba el domingo 17 de septiembre del 2011. Seguimos hacia el sur hasta que encontramos otro bloqueo. El grupo de teatro Bread & Puppet monta entonces una corta representación callejera.8:35 a.m. Giramos en redondo y volvemos hacia el norte. Siempre por la acera. El líder de la Mechanical Orchestra, que toca un trombón verde, intenta cruzar la calle. No se puede. Nos metemos por la calle Stone, donde nunca había estado. Seguimos por aceras que se hacen más y más estrechas: anuncios de pizza, de sushi, de sándwiches. Si pisamos la calle nos arrestan. En el cruce con la calle Broad, al fin se ve a lo lejos el edificio de la Bolsa de Valores con su inmensa bandera estadounidense. Tampoco se puede pasar.
8:40 a.m. Pierdo a Walter. Volvemos sobre nuestros pasos, pasamos de nuevo junto al toro y un cordón policial rápidamente se forma frente a la escultura. ¿Qué están protegiendo?, alguien les grita.
8:50 a.m. Crece el caos. Junto a nosotros pasan los empleados de la zona financiera que van al trabajo con el café en la mano. Tienen diez minutos para llegar y apenas hay espacio en la acera. La calle, claro, la ancha calle Broadway está tomada por la policía. Son hombres y mujeres que caminan rápidamente. Sus familias y quizás muchos de ellos, provienen de la India, del Asia, de México, de Centro y Suramérica, del norte de Europa y de África.
8:55. a.m. Frente al Bank of America de nuevo nos atascamos. Walter me explica que hay que tener cuidado con los policías que llevan camisas blancas. Son los capitanes. Nos informan por megáfonos que debemos movernos o nos arrestan. Pero no hay para donde coger.
9:00 a.m. Pasa hacia el sur un grupo vestido como para un cumpleaños. Siguen la ruta de los empleados, pero llevan regalos envueltos con cintas y papeles de colores, lanzan confeti y gritan: “Happy Birthday”. Seguimos en la misma acera hacia el norte, pero no podemos movernos. Un joven comenta “We will be guilty of something. We do not know yet. They will find it out”, es decir, nos hallarán culpables de algo que no sabemos qué es; pero ellos lo encontrarán.9:05 a.m. Se mete frente a mí una cuña de policías y arrestan a dos muchachos en la intersección de Broadway y Exchange Place. Quizás fue al que hizo el comentario. Los guardias agarran violentamente a alguien que estaba, como todos nosotros, atrapado. Cuando la otra persona intenta escapar, se le tiran encima como hienas. Cunde el pánico. Apenas nos podemos mover ni ver lo que sucede. El grupo comienza a gritar: “Shame”, “Shame”, “Shame”. Al rato, los músicos nos hacen cantar simples sílabas que unidas suenan como un canto polifónico.
9:15 a.m. Pasado el susto y la rabia, nos recomponemos y seguimos hacia el norte. Ahora tocan la emblemática “When the Saints go marching in”. Nos acercamos a un pequeño espacio público que se halla frente a la plaza de Zuccotti. Se comienza a corear “We are unstoppable, another world is possible”: somos imparables, otro mundo sí es posible. Miro las caras de los policías que van de azul. En sus miradas se leen muchas emociones.9:30 a.m. Me despido de Walter. Una luz nítida, impresionante, baña la plaza. Cojo la bici y vengo a mi casa a transcribir estas notas y a prepararme para ir a trabajar. Cuando me dispongo a tomar un café, me llega un mensaje de Pablo Varona Borges por el móvil: “me arrestaron”.
Eran las 10:32. Cuando logré hablar con Pablo trentaiseis horas más tarde, me explicó que un policía le ordenó frente a Trinity Church que bajara la bandera. El lo hizo, pero en ese mismo instante un capitán con camisa blanca lo señaló y varios guardias lo agarraron, lo tiraron contra un carro, lo esposaron y lo metieron en una furgoneta. También le confiscaron la bandera. Entonces se lo pasaron a un policía peruano llamado José. A Pablo y a un joven español, Rodrigo, quien estaba de visita en Nueva York y bailaba al son de la música de la Mechanical Orchestra.
El peruano fue más solidario. Les aflojó las esposas que estaban muy apretadas. Y una vez en el cuartel general de la policía, les dio consejos, en español, y agilizó el proceso. Era una especie de guía en ese submundo burocrático, donde los indignados aprovecharon para dormir, hacer “mic checks” y asambleas, en las que discutieron qué habían hecho bien y qué se podía mejorar.
Pablo estuvo detenido más de diez horas. Cuando al fin salió, lo esperaban frente a 1 Police Plaza los músicos de la Rude Mechanical Orchestra, sus compañeros del Bread & Puppet y sus amigos puertorriqueños que lo llevaron a cenar, porque también era su cumpleaños.