Otro día más en el coliseo
Baile, baraja y botella; sugerencias clásicas que si no son maquiavélicas del todo, son suficientemente cínicas para compartir cierto denominador común con aquel príncipe de antaño. Ese afán por mantener las masas dóciles es un fuego que se consume a fuerza de puras distracciones, del bombardeo constante de una multiplicidad de discursos fragmentados en torno al culto de las personalidades, las marcas y los últimos modelos, una verdadera conflagración de ilusiones y fantasías.
La inapelable saturación audiovisual del aparato corporativo pop de los Estados Unidos sobre los medios y el ambiente, el medioambiente mental –el colectivo subcutáneo– componen un paisaje sumido en una extrema toxicidad semántica del sistema semiótico de nuestra cotidianidad. Dentro de esta realidad es imposible confiar en los deseos, porque nunca se puede estar seguro si fue un deseo genuino o uno fabricado por los medios masivos de comunicación.
Cuando llega un año de elecciones la situación empeora aún más. El aparato electoral se mezcla con los medios de comunicación, que a su vez ya está inmiscuido en la industria de entretenimiento, y lo que se forma es una ‘súper tormenta’ de falacias y espejos, de anuncios y cortinas de humo. Tal vez por esta razón para mí la diferencia entre Obama y Romney siempre me pareció superficial, algo así como tener que escoger entre Coca-Cola y Pepsi, mientras que en la isla todo se reduce a Uvita o Piña (sí, porque el Coco-Rico ya casi ni llega a formar quórum).
Si en la isla utilizan el engaño del estatus para matizar cualquier discusión que pretenda atender los problemas que enfrenta la sociedad hoy día, acá en el norte aunque hay un poco más de diversidad, la excusa es el tamaño del gobierno; mientras que los conservadores quieren minimizar tanto el tamaño como las funciones del gobierno, los demócratas prefieren una organización mucho más robusta con una multiplicidad de programas y servicios. La reducción de la problemática a estos términos es un poco injusta, ya que ignora de entrada los matices religiosos y moralistas de las elecciones, pero sirve para ilustrar la completa enajenación que existe entre el electorado y los oficiales electos.
Un año y medio tras la aparición del movimiento “Occupy Wall Street” las protestas se intensifican a través del globo –las espeluznantes imágenes de España, Grecia, Chile y demás ciudades que circularon este verano pasado son un claro recordatorio– pero aquí en los Yunayted Esteyts con la excepción de alguno que otro comentario sobre la estructura de impuestos, las elecciones han obviado los problemas que afectan a todos para concentrarse en las diferencias partidistas que parecen más una problemática cosmética que otra cosa.
Problemas fundamentales como lo es el calentamiento global estuvieron en efecto ausentes del discurso. Con esa dulce ironía que la naturaleza es capaz de generar, la tormenta Sandy tuvo un sorprendente impacto mayor sobre el susodicho voto indeciso que una plétora de asuntos igual de alarmantes. El timing lo es todo. Aunque el empleo de millonadas en apoyo a las campañas tampoco molesta. Al final del día la desgracia de los neoyorquinos se convirtió en otra ficha más del juego –y ni hablar de Cuba ni Haití; son muchas las noticias ignoradas por los medios.
Cuando ganó Obama los liberales respiraron una bocanada de alivio que repercutió por toda la nación, aunque en lo personal, no sé si comparto tanto alivio salvo el que pueda brindar el hecho de que haya un presidente moreno nacido en Hawaii a uno blanco y millonario de los mormones de Utah. Sin embargo, el escalamiento bélico en manos de Obama y la inquietante mano dura empleada por la banca internacional, junto al espectro del complejo militar-industrial, siguen al garete como el legendario caballo sin jockey.
A la hora de la verdad, solamente tengo una razón por la cual celebrar el resultado de las elecciones. A todas luces los electores del estado de Colorado decidieron que basta ya de idioteces y parecen haber legalizado la Mariguana. Esto por ahora quiere decir que se está cocinando una confrontación entre el gobierno federal y el estado de Colorado. Más que Obama y más que cualquier otro asunto discutido en estas elecciones –incluyendo nuestro patético estatus colonial– este detalle de la legalización del canabis en el corazón del imperio promete tener mayor impacto sobre la sociedad que cualquier otra cosa.
Esta confrontación tiene, a la larga, la capacidad de transformar el statu quo de una manera fundamental. No es un secreto que la Guerra contra las Drogas que ha llevado el gobierno de los EE.UU. desde la época de Nixon, intensificándose con Reagan y culminando en el paroxismo bajo la presidencia de los Bush, padre e hijo, pues esta guerra contiene todos los elementos de control ejercidos por los más poderosos sobre los más necesitados, o sea los pobres y los inmigrantes.
Nos convendría a todos prestar mucha atención a lo que ocurra con el reto que le ha planteado el estado de Colorado al gobierno federal. Ahora es que veremos de verdad dónde yace el cambio ese del que ha estado hablando Obama desde el 2008. Ojalá estén tomando notas en la isla para aprovechar este reto al máximo. Es de las pocas oportunidades reales que vamos a tener los puertorriqueños para acercarnos al sueño de ser nuestro propio país y dejemos de ser un pedazo de bienes raíces.
Sigamos el ejemplo de Colorado y retemos al gobierno federal juntos. Para obtener el efecto completo, siempre tiene que haber un primer dominó que caiga y empuje a los demás.