Our Brand is Crisis
Esta comedia sobre la campaña política boliviana de 2002 (ficcionalizada, por supuesto), tiene sus momentos jocosos. La mayoría los provee ese dínamo que es Sandra Bullock en su papel de Jane Bodine, una consejera política mejor conocida como Calamity Jane por su efecto negativo sobre los candidatos cuyas campañas dirige.
El filme es bastante cínico y, tratándose de elecciones en un país que poco le importa a los explotadores, incluyendo a los norteamericanos, su enfoque es más bien sobre las patrañas de un grupo de estos últimos, capitaneado por Jane, que va a Bolivia a enaltecer la figura de un político cuyas inclinaciones son de derecha, pero que quiere cubrirlas con una campaña que lo haga “humano”, esa frase que usan los políticos cuando se refieren a sí mismos como si el resto de la humanidad fuera reptil.
Al principio las carcajadas provienen de ver a Jane sufriendo de enfermedad de la altura, lo que Bullock logra trasmitir con gran efecto a pesar que muchas de las tomas son en plano medio largo (por ejemplo, cuando vomita, algo que arrancó carcajadas de la audiencia). Hemos descubierto que Jane está semiretirada y más adelante sabremos por qué. Una vez que se da cuenta que la desventaja que lleva su candidato es enorme y que se debe en parte a que tiene una imagen de rico blanquito despreocupado del pueblo, se da a la tarea de “humanizarlo”. Ese, sin embargo, no es su problema principal.
Llevando la campaña del lado opuesto está su némesis Pat Candy (Billy Bob Thornton) quien es una especie de Maquiavelo (es evidente a través de su raspacoco la referencia al muy real James Carville, quien estuvo involucrado en la campaña real) que sigue las leyes del buen vestir aún en La Paz. Es evidente que él y Jane se conocen y han tenido bretes pero no sabemos exactamente qué ha pasado entre los dos. Lo que sí es significativo es que las escenas entre ellos son lo mejor de la película.
Las similitudes a las campañas políticas en Puerto Rico son tan obvias que hubiera sido mejor que estrenaran la cinta el año entrante, unos meses antes de las elecciones. De hecho, tal vez la debieran proyectar entonces como un servicio público para ver si es posible que el ciudadano entienda cómo se construye la imagen de un político, sea bueno, malo o indiferente, sin que haya sustancia para sostener los reclamos que le hacen al pueblo los que quieren gobernar. Las partes de La Paz (capital de Bolivia) que muestran en el filme son como algunos pueblos nuestros en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, o de este siglo luego del “progreso” traído por el desarrollo de urbanizaciones a tutiplén con la complicidad entre gobierno, la “industria” y los bancos, que han arruinado la isla. Eso haría la película pertinente para el puertorriqueño.
Lo más interesante de la cinta, sin embargo, es su subtésis. Escondido en el intento de levedad está la intervención de extranjeros norteamericanos en un país que no se parece en absolutamente nada a los Estados Unidos y que, no importa cuánto tiempo antes de las elecciones pasen en él, jamás entenderán. La presencia de estos consejeros influye la campaña y causa resultados sin que medie un análisis de qué es lo mejor para el país y que son los bolivianos (es este caso) los que deben de hacer sus campañas llevándole al pueblo sus proyectos en relación a sus necesidades. Después de todo los eslóganes políticos varían dependiendo dónde y cómo se dicen. Por ejemplo, decir ¡Viva Bolivia! no tiene ambigüedades. En cambio, el significado de ¡Viva Puerto Rico!, depende de quién lo diga.
El guión de la película, que está basado en el documental de la verdadera campaña presidencial boliviana de 2002, trata de mostrar lo absurdo de la participación de estrategas políticos norteamericanos en ella y lo logra a medias. En parte el problema se debe a que el político Pedro Castillo que aconseja Jane, tiene una contraparte real que vive en los Estados Unidos. Ese, Gonzalo Sánchez de Lozada, gobernó Bolivia primero durante los años de la presidencia de Bill Clinton y, brevemente, durante la presidencia del segundo Bush. Pienso que eso ha obligado al guionista a cuidarse de cómo representa el personaje, aunque sea ficticio. Por eso ha levantado una barrera entre el personaje y los espectadores que evita que lo podamos conocer mejor. Es cierto que vamos descifrando varias debilidades del hombre, pero están flotadas de tal forma que no vemos que el barco hace agua. Media además, la peculiar, por no decir extraña, actuación de Joaquín de Almeida (a quien la serie de TV, “24” hizo famoso) como el candidato Pedro Castillo. Puede que el actor portugués-norteamericano no tenga la soltura en español para darse a conocer desde el principio, pero llegó un instante que pensé que el candidato era mudo.
El filme es agradable. Como ya he dicho, Bullock y Thornton cargan la película en sus hombros. Están ayudados por un elenco secundario atractivo y convincente. El personaje que después de ellos dos más me gustó de la película fue nuestra Casa de España que funciona en la cinta como el hotel en que se alojan Jane y Pat en La Paz. Su belleza a cada vuelta de la cámara es evidente. El contraste que ofrece con las visiones que vemos de un pueblo que estuvo oprimido por mucho tiempo es una especie de mensaje subliminal (obviamente una coincidencia) de que debemos pensar muy bien lo que en realidad representa una campaña política.
El descubrimiento mayor que hice durante la película fue que, en una sala que estaba a medio llenar con gente de un rango amplio de edades, mi acompañante y yo fuimos los únicos que, en un instante jocoso, supimos quién era Joseph Goebbels. Vivir y oír para creer.