Para volar y prenderse: el libro de las semillas

El libro comienza con la detallada descripción de un vivero o centro de gestación de arbolitos y arbustos. El vivero parece una sala de partos con kindergarten adjunto. Los viveros que el manual describe están situados en hábitats diversos, representativos de nuestra pequeña y compleja geografía: el litoral norte, en la hacienda La Esperanza, en Manatí y en Cabezas de San Juan, en Fajardo; en la zona del jardín botánico de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras; en la región montañosa del Cañón de San Cristóbal, en Barranquitas, y en el sur, en la Hacienda Buena Vista, en Ponce.
Los autores de la publicación son Eugenio Santiago Valentín y Rafael Rivera Martínez. A lo largo de dos décadas el agrónomo y el catedrático se han dedicado a la búsqueda de semillas de especies nativas y endémicas y a la gestación de las mismas en condiciones idóneas.

Semillas de la nuez de las Antillas.
En el manual que acaba de publicar Para la Naturaleza, se describen puntualmente, en orden cronológico, las mejores prácticas para la producción de cada una de las 42 especies incluidas: temporada de recolección de frutos y semillas; método de recolección; procesado previo a la siembra; siembra y germinación; trasplante, endurecimiento o fortalecimiento, nombre del vivero correspondiente, fuente de las semillas y notas para curiosos, tales como si el fruto es comestible y cuán suculento; el ritmo de crecimiento de la especie; y si esta es endémica protegida. Se explican en forma breve, aunque detallada, los medios de cultivo adecuados en cada etapa y sus instrumentos. Se describen incluso los tamaños de los tiestos recomendables y la frecuencia, hora precisa y duración de los riegos desde la germinación hasta el trasplante a exteriores. El proceso natural se controla en condiciones óptimas, precisadas por medio de la experimentación y la observación. El manual, que tan claramente recoge los procesos de esas especies y las mejores prácticas reproductoras, es engañosamente sencillo, porque no constan en él las pacientes labores experimentales previas, de prueba y error.
En todos los casos se registran procesos documentados en los viveros de Para la Naturaleza en lo que va de este siglo. Así se explica que: “La información que aquí se presenta se fundamenta en el conocimiento de los empleados de los viveros Para la naturaleza, en particular los del agrónomo Rafael Rivera Martínez, quien por más de dos décadas ha acumulado una vasta experiencia en la propagación de muchas especies de nuestra flora”.
Se trata, como indica el título, de especies nativas y más, porque, de las 42 incluidas, varias se consideran endémicas. El manual se describe como una “memoria histórica del conocimiento empírico desarrollado en los viveros”… instalaciones que “fortalecen el capital social del país”. Es a un tiempo informe de labor realizada y medio para la difusión popular de conocimientos y novedades metodológicas pues, y cito: “una contribución importante e innovadora del presente trabajo son los datos sobre el manejo de semillas y la propagación de varias especies que hasta el momento no se habían documentado en ninguna de las obras previas sobre semillas tropicales”.

Fruto alado y semilla del palo de violeta.
Esa frase nos revela algo admirable. Los viveros, puntos de intersección entre el laboratorio cerrado y el espacio social, han propiciado lo que parecería imposible en un clima global de especulación monetaria, modificación genética y privatización de semillas: han sido escenarios de descubrimientos. Por primera vez se han documentado algunos de los procesos de recolección y germinación de semillas de ciertas especies. Es como si, no obstante el estado del país y sus instituciones, fuera posible cumplir, sin embargo, con parte de lo que nos corresponde a las puertorriqueñas y puertorriqueños como humanos custodios y productores de conocimientos.
Se diría que los viveros cuyas labores se recogen en el manual tienen el mérito considerable de ser, a un tiempo, lugares de experimentación y lugares accesibles, como no suelen ser los laboratorios. Con la publicación de este manual, el fruto de la investigación científica se ha puesto abiertamente al servicio de la ciudadanía. El proyecto que se divulga es, entonces, tanto un generador de prácticas y conocimientos como un modelo de civismo; un espacio didáctico y de propagación; un ejemplo de labores que reconocen la figura importante del ciudadano científico. En nuestros tiempos duros, la producción y transmisión de conocimientos es determinante. Vale la pena meditar sobre este modelo de intersección entre ciencia y sociedad. La gestión del agrónomo Rivera Martínez puede vincularse con figuras de científicos que tuvieron vocación de educadores. Importa mencionar que sus dos autores, tanto Rafael como Eugenio, se formaron, en buena medida, en la universidad pública de Puerto Rico.
- Ortegón con frutos.
- Hojas y frutos del moralón.
Conocí a Eugenio Santiago Valentín para el tiempo en que supe del vivero de Para la Naturaleza en el Jardín Botánico de Río Piedras, vecino del vivero del propio jardín. De uno o el otro proceden los árboles y arbustos que sembramos en casa: el flamboyán, el anón, la malagueta, los robles nativos.
Entonces yo trabajaba en la Editorial de la Universidad de Puerto Rico y siempre que me encontraba con Eugenio en los alrededores del herbario imaginábamos libros posibles sobre las labores del herbario, sobre el jardín botánico, sobre exploradores, y plantas. Tiempo después incluso me atreví a consultarle sobre datos relacionados con una novela de botánicos que me hubiera gustado escribir. Quizás por esa inclinación mía a leer y construir historias, me fascinan sus estudios biográficos sobre los personajes que recolectaron plantas y clasificaron la flora de la isla en el siglo XIX. En primer lugar, una figura que, gracias en buena medida a Eugenio, también se recupera en su isla natal: Domingo Bello y Espinosa, natural de San Cristóbal de la Laguna, en la isla de Tenerife, ciudad de la que fue alcalde antes de emigrar a Puerto Rico en 1848 y también a su regreso, treinta años después. En este archipiélago ejerció como abogado, y entabló amistad con el cónsul alemán Krug, cuando ambos residían en Mayagüez. Aquella fue una época de despegue de la actividad literaria en Puerto Rico, y también de actividad comercial y en cierto sentido, de actividad científica, justamente la etapa posterior al incendio que destruyó la primera ciudad de Mayagüez en 1841. Informa la historiadora Ramonita Vega Lugo que en las décadas siguientes fueron la reconstrucción planificada de calles y edificios, la actividad mercantil propia de una aduana de primera clase, huracanes, epidemias de cólera morbo y, añado, la labor médica y abolicionista de Betances.

Frutos del guayacán.
El descubrimiento de los documentos del naturalista Bello podría dar pie a un libro testimonial, a una novela o a una biografía novelada. Si alguna época ilustra la visión del descubrimiento científico como botín del arrojo aventurero, esa época transcurrió entre los siglos 18 y 19, cuando el Caribe fue escenario de expediciones de otras figuras documentadas por Santiago Valentín, como Paul Sintenis, recolector por encomienda de Ignatz Urban, del Jardín Botánico de Berlín. Y además, André Pierre Ledru y Augusto Plée, francés de las islas. Augusto Plée, tan cosmopolita, merece estudios y relatos.
Aunque tal vez prevalece en el maestro Eugenio la curiosidad del naturalista, pues los documentos históricos le han servido para adentrarse más en cuestiones botánicas, tales como fijar la presencia cronológica de ciertas especies en la isla, además de otros datos cruciales: dónde y cuándo se registró por última vez la presencia de algunas amenazadas o aparentemente extintas. Son esas las claves para el regreso del coleccionista al lugar de un avistamiento registrado hace más de un siglo, como escribe en su artículo sobre Amos Arthur Heller, el explorador que visitó Puerto Rico en los primeros años del siglo veinte. Eugenio, a su vez, documenta y narra: es el científico desdoblado en recolector de historias y de especies, entre el olvido y el hallazgo, en esos resquicios salvados de la dureza y la ignorancia destructivas, donde tal vez se encuentren tanto memorias como semillas de plantas que se daban por desaparecidas.

Frutos del palo de nigua un arbol endémico de Puerto Rico.
Me parece que el trabajo paciente del recolector de historias y semillas dialoga con el metabolismo de los árboles. No obstante la lentitud de sus ritmos, no hay seres naturales más visibles en las mitologías humanas. Árboles humanizados; moradas de muertos o refugios de vivos; lugares de origen. Personajes literarios que deciden pasar sus vidas en los árboles. Exterminadores que solo saben del valor monetario de los árboles. Hay una moral social de los árboles, que pueden considerarse invasores o nativos, quizás el único espacio del imaginario nuestro donde los invasores son brutalmente rechazados. Se perciben rasgos de la morfología de los arboles en algunas tradiciones místicas, en imágenes del paraíso, en diagramas matemáticos y organizativos, en mapas.
Esos árboles “les sacan punta a las hojas para adelantarse al rumbo venidero de sus frutos y aprenden con la lluvia a no mojarse los pies, aun cuando el agua les suba a la cintura”. El poeta Clemente Soto Vélez conocía evidentemente las lentas formas de comunicación entre árboles, y la potencia de sus semillas esperanzadas.
En sentido poético hay licencia para hablar de la intuición de las semillas. Las semillas recalcitrantes que se resisten al frío exótico, o las semillas ampliadas, contundentes, de la escultora Nora Álvarez Berríos. En sentido poético, es decir, creador, hay una vasta producción vinculada con la capacidad que tienen las semillas para volar y prenderse.
Las semillas son depósitos genéticos de una energía extraordinaria. Este libro de Rivera y Santiago me llevó a la lectura de una cita de George Bernard Shaw, de su libro The Vegetarian Diet: “Piensen en la energía feroz que contiene una pequeña semilla. La entierras, germina y de la explosión brota un roble gigantesco. Un animal se entierra y solo genera descomposición.”

Frutos del palo de jazmín un arbol endémico de Puerto Rico.
La conservación de las especies llamadas nativas y endémicas, de su material genético, de su particular adhesión a esta tierra, no se puede delegar. Nos corresponde a nosotres, habitantes de este tramo del orbe planetario, propiciar la reproducción y libre circulación de esas semillas, que no nos pertenecen tanto como nosotras les pertenecemos a ellas.
A veces un país pequeño y asediado tiene la suerte de contar con científicos de sensibilidad afinada a la particular frecuencia de su atmósfera. Contamos con Eugenio, con Rafael, con las trabajadoras y trabajadores de los viveros Para la Naturaleza. Y en última instancia con nuestras lealtades y deseos, como en aquella anécdota cuya fuente no recuerdo, la de las esclavas fugitivas que huían del amo con las semillas de sus árboles y hortalizas escondidas en el pelo.
Nada menos debe esperarse de los pueblos pequeños, de los pequeños proyectos replicantes.
*Nota: Palabras leídas en la presentación del libro, en la sede de Para la Naturaleza, el 12 de diciembre de 2019.