Pobreza y discurso de valores
Cuando se intenta escribir sobre “la pobreza” o sobre “el pobre”, el reto aparenta ser cómo evitar caer en los clichés y en la carga emocional que tienen esas palabras.
Regularmente “pobreza” se vincula con carencia, con “no tener”. El propio diccionario regente del idioma español dice sobre “pobre”: necesitado, que no tiene lo necesario para vivir.
De esta forma, “pobreza” se revela como una condición y no como una etiqueta impuesta por otros. No obstante, al invertir la premisa y mirar la llamada pobreza como una etiqueta, y no como una condición de no tener, se revela otra visión sobre la misma.Si es una etiqueta: ¿quién la impone? ¿para qué la impone? Las etiquetas regularmente son impuestas desde las perspectivas y la visión de mundo de los poderosos en cada sociedad. Lo que le parece o le conviene a esos poderosos será etiquetado de forma positiva, mientras que lo que se vea como diferente o perjudicial a ellos o sus intereses se define como negativo. Es decir que las etiquetas parecen ser símbolos que distinguen a unos de los otros. Por tanto, de igual forma, pueden ser herramientas para establecer quiénes pertenecen y quiénes no.
Se pudiera entender entonces que en nuestra sociedad, “pobreza” puede verse como una etiqueta que define a quienes no pertenecen, a quienes no encarnan los valores de los poderosos.
Para efectos de este escrito, pobre es aquel que “no pertenece”, es decir, que es “excluido”. Si se mira críticamente la sociedad puertorriqueña, al igual que la estadounidense, el poder se va revelando como la encarnación del varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano. Los que no concuerden con esa descripción son “excluidos” y por tanto definidos como pobres. De igual forma, mientras menos de esos cinco adjetivos lo definan a un individuo, más propenso a la exclusión y a la pobreza estará esa persona.En resumen, desde la perspectiva aquí delineada, pobreza parece tener más que ver más con exclusión o pertenencia, que con tenencia o carencia de recursos.Hay personas que tienen mucho dinero y jamás superan la etiqueta de pobres, como por ejemplo los tiradores de drogas. Sin embargo, las personas que fueron perdiendo sus capitales, mantienen su abolengo e inclusión a pesar de no tener las mismas riquezas.
Ese etiquetamiento del pobre como excluido por parte del poder -varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano- es a su vez una construcción o definición que en la sociología se conoce como “el otro”.
Cuando ese “otro” hace las cosas de forma diferente, genera soluciones diferentes a los problemas y situaciones de la vida o simplemente no se somete humildemente al poder y exige los mismos derechos de inclusión que gozan los varones, blancos, propietarios, heterosexuales y cristianos, puede ser visto con sospecha y hasta con temor por parte del poder excluyente.
Es entonces cuando ese “otro” se convierte por virtud del etiquetamiento en un “desviado” o “criminal”, cuando tiene que ser controlado de alguna manera.
Si el poder en la sociedad es uno de visión conservadora, la manera de controlar a eso “desviado” o “criminal” es mediante los aparatos represivos del Estado, es decir la Policía o el ejército, el Tribunal y la cárcel. De esta manera es que se justifica que las comunidades sean objeto de intervenciones policiacas, vigilancia constante, fiscalización e intromisión en todos los aspectos de su vida social y privada.
Pero, si ese poder, se autodefine como liberal, el control se busca mediante el aparato ideológico estatal. Son entonces, la escuela, la iglesia, la familia, los medios de comunicación los que se encargan de enseñar cómo es que la clase dominante, es decir el varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano, quiere que usted actúe o funcione.
Esta situación o arreglo de confrontación social, se complica en la época que vivimos y que algunos llaman modernidad tardía o posmodernidad.
Este periodo actual se caracteriza, por la forma en que las múltiples identidades reafirman sus diferencias del poder y por la militancia con la que exigen sus espacios. También se define por el creciente miedo que siente el varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano ante esa reafirmación y exigencia de espacio de los que se suponen no pertenezcan ni exijan.
A esa visión social excluyente y conflictiva, se le tienen que sumar los excluyentes procesos que dominan el panorama económico mundial en la actualidad.
La visión neoliberal que durante este periodo domina el mundo económico, tiene como efecto la exclusión económica de grandes sectores sociales. Cada vez son más los que no pueden sostenerse dignamente con los ingresos que logran generar, mientras que cada vez son mayores las ganancias de esos pocos que controlan el aparato económico.
Mientras eso pasa y aumenta el número de excluidos económicos, la sociedad mantiene y reproduce un discurso que pretende que todos crean que tienen iguales necesidades de consumo y que consumiendo pueden alcanzar la inclusión.
Es decir, los medios de comunicación venden la ilusión de que aun cuando usted no sea varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano, usted puede ser incluido si consume los símbolos de éxito que corresponden a estos últimos.
Por supuesto, para algunos, la única forma viable de generar el dinero necesario para consumir y sentirse incluido puede ser el criminalizarse. De esa manera, la etiqueta de criminal con la que el poder cataloga a los pobres se convierte en una profecía que se autocumple.
Algunos excluidos se criminalizan para sentirse incluidos reproduciendo los valores de explotación y acaparamiento que el sistema reserva para los ricos o poderosos.
La ambición por el lucro, la maximización de las ganancias, el acaparamiento de las riquezas, son vistas como virtudes si usted es banquero: varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano. Pero son criminalizadas si usted es un joven en un caserío o residencial público que se las busca en la calle.
En su escrito para el periódico Claridad titulado “Maripily y los Nuevos Hacendados”, el Dr. Daniel Nina deja ver cómo la sociedad menosprecia y problematiza a la joven Maripily Rivera simplemente porque ella siendo mujer y negra se empodera y explota para ella su belleza y sexualidad en vez de ponerlas al servicio del varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano.
De esta manera sucumbe el discurso que construye la criminalidad como un problema de “valores”.
Son los propios valores del capitalismo salvaje implementados en la Isla por el varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano, los que generan una sociedad excluyente que permite los excesos a ese poder, mientras que criminaliza y penaliza al “otro” que no entiende cuál es su lugar y quien desde su exclusión se atreve a asumir como propios esos valores.
Es desde esos valores que el varón, blanco, propietario, heterosexual y cristiano etiqueta como criminal a todo aquel que siendo diferente no se somete y acepta su inferioridad.
*Texto publicado por Prensa Comunitaria, aliado de 80 Grados.