Publican biografía de Bobby Capó
Prefacio
Nunca imaginé que escribiría la biografía de Bobby Capó. Conocía al artista desde pequeño cuando su figura llegaba a mi casa cada semana, al igual que a la de miles de puertorriqueños, a través de la televisión, el nuevo medio que se unía a otros adelantos, sinónimos del progreso de la era muñocista. No sabía, sin embargo, que suyas eran los números musicales “Mentirosa conmigo”, “Triángulo” y “Llorando me dormí”, tres de sus composiciones de inicios de la década del 60 que repercuten en mi memoria de pre-adolescente, ni de otras que escuché y tarareé en años siguientes. De hecho, no fue hasta mis años universitarios que tuve conciencia de que el intérprete era también compositor, el primer cantautor puertorriqueño de renombre.
Confieso que en esa época sus declaraciones asimilistas lo convirtieron en persona non-grata para mí, con lo que perdí la oportunidad de ver en escena a un verdadero entertainer, un artista completo que deleitaba al público, no sólo con sus canciones, sino también con sus dotes de bailarín, sus chistes y comentarios. Cuando me encontré preparado para un nuevo proyecto biográfico en torno a nuestros artistas, surgió su nombre. Había mucha leyenda y mito en torno a él, desde sus orígenes, peleas, amoríos, hasta su adhesión al anexionismo, impregnado de una puertorriqueñidad irrebatible, que lo convertían en un candidato idóneo. Había, sin duda, mucha historia que contar, y no me equivoqué.
Adentrarme en su vida fue descubrir a un personaje seductor, a un rebelde siempre en la defensiva, lleno de matices y contradicciones. Irma Nydia Vázquez y sus hijas Irmita y Jacqueline fueron mis lazarillos. Me reuní con ellas en numerosas ocasiones. En todo momento fueron conversaciones francas, amenas, espontáneas, en las que hablaron sin tapujos del hombre, del esposo, del padre, del artista, que sacaron a relucir sus mútiples dimensiones. En ningún momento hubo esqueletos escondidos porque las tres coincidían conmigo en que la historia de Bobby tenía que contarse con exactitud.
Con ellas conocí la vida íntima de Bobby Capó: su carácter, sus costumbres, su genio creativo y, por supuesto, sus deslices. Descubrí, contrario a lo que propagó la izquierda puertorriqueña, que nunca fue un asimilista, sino un boricua hasta la médula, con un pasado nacionalista menguado por el tiempo, la bonanza económica del Estado Libre Asociado y el miedo, como él mismo lo reconoció: “somos un pueblo de tendencias independentistas, pero con miedo”.
Era obvio que nunca fue un santo varón y, como la mayoría de los mortales, tuvo sus buenos y malos momentos, aciertos y desaciertos, logros y fracasos, muchas opiniones, muchos vaivenes y un enorme deseo de superación. Se enfadaba con facilidad, peleaba a la menor provocación, pero nunca desairó a sus seguidores, consciente de que el público es el que encumbra a un artista. Tuvo, sobre todo, una enorme cantidad de amores y amoríos que fueron su fuente de inspiración para sus numerosas composiciones.
Desde que salió de Puerto Rico en 1940, Bobby fue nuestro abanderado y nuestro primer entertainer. Décadas antes de Ricky Martin, Chayanne o Daddy Yankee, Bobby fue nuestro embajador artístico en el extranjero, el artista puertorriqueño más conocido y admirado en América Latina, por encima de Daniel Santos que no llegó al Cono Sur ni hizo una carrera exitosa en México como la que tuvo Bobby. Por encima de sus éxitos artísticos, en las dos ramas que se destacó, como compositor y como intérprete, su historia es la de un sobreviviente desde su nacimiento.
Sobrevivió al maltrato y la carencia de afecto de sus padres, su estigma de hijo ilegítimo y mulato, el rechazo social en su pueblo, las adversidades que enfrenta todo artista incipiente. Ya artista consumado, tuvo que tolerar que su país lo relegara como compositor, colocándolo a la zaga de su maestro Rafael Hernández y de Pedro Flores, aunque su música le dio la vuelta al mundo y algunas de sus composiciones se tradujeron a múltiples lenguas. Esa hazaña, unida a su incursión en todos los ritmos latinos de su época y la creación del bolero rítmico, son prueba suficiente de que su genio creativo estaba a la par, y tal vez superaba, al de Hernández y Flores.
Sobrevivió también el ocaso que enfrentaron muchos artistas de su generación y logró cantar durante más de cincuenta años, siempre como primera figura. En un momento de su carrera, hizo un alto y se reinventó comenzando una labor burocrática que le permitió ganarse el sustento sin abandonar la música. En esta segunda etapa de su vida, que se extendió por casi dos décadas, se convirtió en un personaje influyente en la comunidad hispana en Nueva York, que respaldó a varios políticos puertorriqueños a escalar posiciones de poder, sin importar a cual partido pertenecían, y sin descuidar la ayuda que ofreció a paisanos menos afortunados.
Intenso como pocos, Bobby Capó tuvo a lo largo de su existencia dos grandes pasiones: componer y Puerto Rico. Compone desde niño, para él y para otros, sin acaparar su música; por el contrario, era dadivoso con sus creaciones. Parte de su genialidad como compositor fue escribir canciones para la voz y el estilo de un colega, aunque se tratara de un rival artístico. Antes y durante su exilio siempre proclamó a los cuatro vientos su puertorriqueñidad; no es casualidad que en República Dominicana lo llamaran “la sensación de Borinquén”. A su paso por Cuba, México, Argentina, Colombia, Venezuela, Panamá, Perú, Haití, y casi todo el continente, fue un digno representante de su patria. Aun en su etapa anexionista dejó claro que Puerto Rico era primero y llegó a plasmar en un poema “Puerto Rico es lo que es”.
Lamento no haberlo conocido ni haberlo visto cantar en persona y, sobre todo, no haber escuchado de su boca su historia fascinante. Por suerte, escuché buena parte de la misma de sus propios labios a través de entrevistas de radio y televisión y grabadas. Su voz también está presente en los múltiples reportajes impresos, tanto en Puerto como fuera del país, que recogen sus anécdotas y opiniones. De suma importancia resultaron las columnas que escribió a partir de 1973 en el periódico newyorkino El Tiempo que ofrecen un cuadro cabal de su pensamiento en torno a distintos temas, así como otros rasgos de su personalidad. Todo este material, junto a los testimonios orales de aquellos que lo conocieron y compartieron sus recuerdos conmigo me permitieron armar su biografía. Sirvan estas páginas para rescatar su historia y legado; especialmente para que los puertorriqueños de hoy y las generaciones futuras no olvidemos al “jilguero borincano”.
* La vida de Félix Manuel Rodríguez Capó, mejor conocido por Bobby Capó, se presentará el sábado 10 de febrero a las 6:00 p.m. en la librería Casa Norberto localizada en el tercer nivel de Plaza Las Américas. La doctora Nancy Abreu Baéz realizará la presentación del libro y la actividad contará con la participación artística de Jacqueline Capó. El autor autorizó la reproducción aquí del prefacio.