Puerto Rico en ‘otras’ mil palabras: respuesta a Edgardo Rodríguez Juliá
A continuación el historiador Francisco Moscoso dialoga en forma crítica con el artículo «Puerto Rico en mil palabras«, de Edgardo Rodríguez Juliá, publicado en El Nuevo Día el 8 de septiembre de 2018.
A don José Julián Acosta, quien le dijo a Betances en 1867 que había que esperar, y desde esa óptica política se ha mantenido a Puerto Rico… esperando…
¿Dónde asentar la nación? ¿En el discurso de don Román Baldorioty de Castro de 1870 en “las Cortes” (el Congreso, para que la gente entienda), en que trató de asegurarle a los inquietos diputados del imperio español (enemigos de los derechos y libertades civiles) que el caso de Puerto Rico “es muy diferente” al del resto de América que hizo revoluciones para liberarse de los amos imperiales de España, Portugal e Inglaterra?
¿En ese mismo discurso donde el prócer (reprimido y merecedor de tantos otros elogios, incluso de “selfies” ante su busto en la placita central de la atropellada Torre de la Universidad de Puerto Rico – torre simbólicamente de tanto valor y significado académico y social) – , expuso que “Puerto Rico tiene hambre y sed de justicia? ¿En ese discurso político donde trató de persuadir a aquellos congresistas de que si no se atendían los reclamos siquiera de reforma colonial, nuestro devenir histórico estaba entre el suicidio o la degradación? ¿En ese fragmento del discurso que a los niños y niñas de Puerto Rico le hacían memorizar para recitar y aplaudir en las clases de la escuela elemental (del período acumulado de colonialismo desde 1898 al 1960), como si fuera la última soda filosófica de la colonia? Y qué tanto otro podremos esbozar desde la alternancia ideológica anexionista y autonomista en la administración de la colonia desde 1969 al presente.
Puerto Rico no se ha suicidado ni creo que lo hará, pero en las mil palabras que se nos han propuesto (y estoy de acuerdo) Puerto Rico ha estado en la degradación. Creo que, en el fondo, de ahí la inquietud y angustia de las «mil palabras». Las entiendo y también me atormentan, pero no las comparto. Hay otras miles de palabras que han sido ocultadas o tergiversadas, pero que han tratado y se harán sentir presentes. Puerto Rico, igual y dialécticamente (en sus contraposiciones e interacciones) ha estado luchando por ser –propio y suyo– desde su génesis criolla en el siglo 16. Las dominaciones imperiales y las subordinaciones colonizadas no han sido, ni son para nosotros y otros pueblos aun en circunstancias similares nada de fáciles.
El colonialismo está entronizado en el cuerpo e ideas que la gente tiene en la mente; no son instancias existenciales inseparables. El cerebro no anda por ahí operando independiente del resto del cuerpo material; es su manifestación consciente, en el grado que sea. Los conquistadores e imperios dominadores tienen y han tenido toda la velocidad de la historia a su favor; los pueblos conquistados y colonizados, desafortunada y muy injustamente han tenido todas las desigualdades, desventajas y contratiempos en contra. Pero, contra viento y marea, tarde o temprano, todas las naciones se han liberado. Que la independencia ha significado otros escenarios de desigualad y opresión, la historia también lo registra. Pero son nuevas contradicciones y agobios de la cuestión social, por resolver. Puerto Rico continúa atrapado en resolver tanto la cuestión política como la social.
Desde el siglo 16 al 18, frente al cuadro del Caribe imperial y sus atropellos e imposiciones, los paisanos combatientes (con la ayuda de la aliada disentería) –¿y a la Rusia asediada por el imperialismo francés y el “Grand Armée” de Napoleón en 1812 no le dio la mano un cruento invierno?– se libraron del asedio británico en 1598. Los 17 barcos invasores holandeses del comandante Balduino Enrico, salieron del Morro con todas las cubiertas despedazadas a cañonazos. Y en Aguada, cuando bajaron a buscar agua y alimentos, los vecinos le dieron otra salsa. Lo de “nos coge el holandés” es uno de los cucos de la ideología del colonialismo. La llamada “visión fatalista de la historia” no es la de Puerto Rico, es la del reformismo colonial.
El “situado mexicano”, de 1585 al 1809, es la demostración de la España atrasada en la transición del feudalismo al capitalismo en comparación con Inglaterra, Flandes (Bélgica), Holanda, y partes de Francia y Alemania. Sus insuficiencias mercantiles y políticas torpes de las monarquías arcaicas fueron contrarrestadas por el contrabando económico y alternativo practicado por la sociedad criolla. Ese fue parte del desespero retratado por su mariscal O’Reilly en 1765.
El “jaragual” de la metáfora de las mil palabras, el de eso de “vámonos pal monte” (a huir y escaparnos), sigue lo esbozado por la ideología reformista colonial, expuesta en los escritos de Pedreira (Insularismo) y Morales Carrión (Ojeada histórica), por ejemplo. El pincel del maestro pintor José Campeche (que también tomó las armas en las murallas), de forma sutil, también señaló en un cuadro hacia el campo de El Morro a las milicias puertorriqueñas que derrotaron a las 6,000 tropas invasoras del almirante Abercromby; la historiografía reformista y administración política dominante le ha negado el monumento al Pepe Díaz y milicianos criollos de la Batalla del área del caño de Martín Peña.
En 1838, es cierto que el gobernador Miguel López Baños dio inicio al camino institucional entre el capital y el trabajo asalariado en un complejo contexto socio-económico de economía de haciendas agro-comerciales. Pero en ese mismo año, paisanos puertorriqueños bajo el liderato de Andrés Salvador Vizcarrondo intentaron una rebelión para liberar a Puerto Rico,
El Grito de Lares, en su fase de levantamiento armado, se extendió desde la movilización de emergencia, toma de Lares y batalla del Pepino del 20 al 24 de septiembre de 1868; pero su organización y extensión va mucho más allá de lo que la historia oficial nos ha transmitido. Y no fue después de las peticiones de los comisionados liberales ante la Junta de Información de Madrid de 1866-67 que se lograron algunos cambios políticos y sociales (con ello España se burló con más impuestos), sino tras el Grito de Lares que vino la restauración de elecciones a Diputados a Cortes, la ley Moret de libertad de esclavitud a las madres esclavas embarazadas, la liberalización parcial de libertad de prensa, y la abolición de la esclavitud y del régimen de la libreta de jornaleros.
Ciertamente, Cuba tuvo una Guerra de los Diez Años por su independencia de 1868 a 1878; más la Guerra Chiquita de 1879 a 1880 en que se destacó el joven puertorriqueño, general Juan Rius Rivera. Al mismo tiempo, según se documenta en las fuentes del Archivo General Militar de Madrid, Puerto Rico tuvo la Alteración al Orden Público de los Diez Años; de ello tesis doctorales realizadas y haciéndose, han dado cuenta y pondrán en cuestionamiento el relato con que nos han embobado a todos.
De momento, vamos a detenernos aquí, pues ciertamente, son muchas más miles de palabras que hay que dar a conocer desde 1898 al cuadro tétrico e históricamente equivocado del presente pretendido en el artículo reciente de un distinguido escritor. Ofrecemos este otro punto de vista, abierto a la crítica histórica bien y equilibradamente documentada, y con la más sincera intención fraternal.