¿Qué autonomía? Parte III
El artista sabe lo que hace, pero para que merezca la pena
debe saltar esa barrera y hacer lo que no sabe.
-Eduardo Galeano
El 1ro de agosto de 1999 me convertí en catedrática auxiliar de la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez. Conocía el Colegio y su orgullo verde gracias a mi hermana, quien perteneció a la primera clase graduada de ingeniería en computadoras. Había viajado al oeste y a ese recinto en particular apenas dos o tres veces antes de ser contratada para ser profesora. Me resultaba un sitio particularmente lejano. En los ochenta, llegar a Mayagüez desde Bayamón me parecía una carrera de obstáculos y, en cierto modo, un viaje a otro tiempo.
Yo era de la iupi. Pero en los umbrales del siglo XXI, llegué a la universidad de la tecnología, a la universidad que no se iba a huelga, como la mía –asunto que el RUM vivía con cierta altivez, al menos en aquel entonces. Llegué a una universidad que experimentaba con bastante resentimiento la centralidad del recinto riopedrense rebelde del que yo era egresada. Descubrí, bastante pronto, que la distancia de Bayamón a Mayagüez era la misma que a la inversa. También supe rápidamente que en Puerto Rico, como en su oeste, conviven múltiples tiempos y lógicas.
Asimismo, entendí que el problema no era la mayor práctica política del Recinto de Río Piedras, sino su carácter protagónico, su ser la UPR por antonomasia, su llevarse la imagen y la fama de todo el sistema universitario. Lo que generaba mayor suspicacia y reserva era (y es) que Río Piedras o la iupi –porque Mayagüez era (es) el Colegio– era (es) la metonimia de la UPR. Eso, además de impreciso en pleno siglo XXI, deja muy mal paradas a las demás unidades del sistema.
El Colegio era otra cosa, y sospecho que siempre lo ha sido. He ahí parte de la explicación del encono descrito. Pero hay más. Se trata de un problema de equidad. Se trata de un asunto de distribución del poder y de la toma de decisiones. Se trata de un ajuste de cuentas con la historia reciente de la universidad. Se trata de poner en práctica la autonomía que pregonamos.
Para el Colegio (porque, según algunxs, es problemático llamarlo UPR en Mayagüez), la UPR adolece de autonomía interna y externa. Ambas son problemáticas, pero la que se dirime en el día a día es la primera. Uno de los alegatos más recurrentes es que ni la iupi ni Ciencias Médicas tienen el reclamo autonómico interno que tiene el Colegio porque para todos los efectos prácticos no lo necesitan. La iupi y Ciencias Médicas, quizá por estar en la ciudad capital y por su cercanía geográfica con la Administración Central, gozan de una autonomía interna dada. Además, muchas veces y, sobre todo en el caso del Recinto de Río Piedras, opera como si fuera La universidad y punto.
Por otro lado, y bajo la misma lógica, el Colegio rechaza la supremacía de poder y toma de decisiones de Administración Central. Alega que esa es la principal enemiga de la autonomía interna. Las dos esferas de las que reclama mayor autonomía son la fiscal y la académica. Para el Colegio, el presupuesto debería distribuirse equitativamente en función de la matrícula y, además, el modo en que se utiliza debe responder al plan estratégico local. Al mismo tiempo, los procesos críticos de índole académica –creación de cursos y de programas, principalmente– deben descansar en las necesidades identificadas internamente. Los mismos, por otra parte, no deben dilatarse por falta de agilidad en la gestión centralizada.
Visto así, los reclamos tienen todo el sentido del mundo y pueden parecer sensatos para las once unidades del sistema. Incluso lo tienen para mí, que soy egresada de la iupi. Sin embargo, no ocurre así. Administración Central presenta y defiende el presupuesto institucional frente al gobierno de Puerto Rico, y lo distribuye según criterios insondables, en especial, para los universitarios. La creación de cursos y de programas constituye una verdadera odisea por virtud de una certificación vigente de Administración Central. Los procesos de revisión de programas y de cursos son otra letanía.
¿Cuál es el beneficio, entonces, de que exista una administración central que, en lugar de facilitar, obstaculiza? Esta es una pregunta que no solo se hacen los colegiales, sin duda. Esta pregunta debemos hacérnosla todxs, particularmente de cara a una nueva ley universitaria.
Yo contesto: si es como he descrito hasta aquí, no tiene ningún beneficio. La Administración Central se comprendería si logra demostrar que su gestión añade valor administrativo a las unidades del sistema. La Administración Central se acreditaría si consigue potenciar los recursos institucionales, si capacita y modela en las mejores prácticas administrativas, si facilita la re-creación constante de la universidad. La Administración Central se honraría si enriquece la cultura autonómica a todos los niveles y se convierte en aliada a toda prueba ante cualquier organismo fiduciario y evaluador, incluyendo el pueblo de Puerto Rico.
Si no logra descargar dichas encomiendas no sirve para mucho. Si no logra ser modelo de gestión universitaria, fracasa y no se justifica.
En la ausencia posible de la Administración Central, las once unidades del sistema deben ponderar y responder las siguientes preguntas urgentes:
- ¿cómo garantizarán la diversidad en la unidad?
- ¿cómo asegurarán la más plena autonomía para unidades grandes y pequeñas?
- ¿cómo concertarán, allegarán recursos y harán el más responsable uso de los mismos?
- ¿cómo conseguirán no multiplicar estructuras ni esfuerzos?
- ¿cómo realizarán un proyecto universitario de vanguardia en renovación constante?
- ¿cómo dirimirán sus diferencias y cómo articularán sus acuerdos?
- ¿cómo rendirán cuentas a Puerto Rico?
La autonomía plena trae consigo la más rigurosa responsabilidad, la más exigente dedicación y el más esmerado sentido ético. Vamos a ser todos Universidad de Puerto Rico sin que ello implique eclipsar nuestra diferencias. Por el contrario, que la diversidad sea nuestro perfil en el ejercicio de la libertad. La universidad sabe lo que hace o debe saberlo, “pero para que merezca la pena debe saltar esa barrera y hacer lo que no sabe”, nos susurra Galeano. Muchxs estaríamos de acuerdo.