¿Quién ajusticiará al gobierno?
No soy la primera que dice y que piensa que los gobiernos no deberían existir salvo para garantizar el bien común. Esa función es lo único que les permite asumir su lugar con legitimidad. Pero, ¿qué pasa cuando el bien común queda fuera de la fórmula de gobierno y como sociedad chocamos con una estructura política que se reinventa de manera descarada como una herramienta para aniquilar nuestra capacidad de actuar y resistir? ¿A quién se apela para que se haga justicia? ¿Quién tiene legitimidad para acusar?
No me cabe en la cabeza la idea de que los votos que se emiten cada cuatro años en las elecciones equivalen a entregar la gestión del país a legisladores y gobernantes cuya inteligencia, moral y capacidad de amor al prójimo está claramente en entredicho. Entregar la gestión del país a tal grupo de personas, es lo mismo que entregar nuestras conciencias, nuestro presente y nuestro futuro. Nadie quiere entregarse así. ¿Quién podría- en nuestras circunstancias- sentir algo de felicidad sabiendo que con su silencio o su neutralidad se convierte en parte de una maquinaria de aniquilación? Sólo desde una postura de tremenda indiferencia hasta para consigo misma es posible sobrevivir este momento sin una rasgadura a nuestro cuerpo moral.
El gobierno actual es de temerse pero no debe ser el temor el que defina nuestro curso de acción.
Si hacemos un mapa de tiempo, acción y expresión pública del gobierno actual, nos encontramos con la palabra opresión en el centro de él. Justicia, educación, salud, recursos naturales, empleo y libertad de expresión: Todas son áreas directamente relacionadas con el ejercicio pleno de nuestros derechos humanos y todas están ya bajo el control del gobierno ilegítimo que nos ataca o del sector privado que le domina.
La Legislatura es liderada por dos hombres que nunca han disimulado su desprecio a las diversidades y que utilizan a las mujeres legisladoras sólo para sus propios fines. La nueva ola de legisladores de mayoría llegaron al poder como una horda de piratas, cuchillo en boca, a repartirse comisiones, acelerar procesos, dar sillas y contratos a corruptos de la política y del mundo religioso y a recomendar la aprobación de una larga lista de proyectos de ley que atacan y neutralizan las posibles acciones que como pueblo queramos ejercer en nuestra defensa. No hay que mencionar todo lo que hacen para saber que hay un régimen dictatorial en proceso de construcción ante la mirada atónita e impotente de algunas y la indiferencia de otras.
En la rama Ejecutiva un mes y medio bastó para que un gobernador que se mantiene en el libreto del plan de país acomodara y lograra los nombramientos de jefes de agencias (el uso de masculino es intencional, hay CERO perspectiva de género) comprometidos claramente con una agenda que da la espalda al país. ¿Se preguntan quién está mandando en las agencias? Miren quiénes son y cómo se nombran los ayudantes especiales de los secretarios. Pregúntense quién hala los hilos en cada agencia y verán que hay guerras dentro de las guerras y que los muertos no serán del lado del gobierno, sino del nuestro.
¿No y que poco importaba votar en las elecciones porque la Junta de Control Fiscal gobernaría? Poco le importa a la Junta lo que se diga de equidad de géneros, de derechos LGBT o de nuestros niños y niñas de educación especial. Poco le importan a la Junta tantos otros asuntos que con una mejor legislatura o gobernador hubiéramos podido atender para enfrentar con un poco más de dignidad y calidad de vida los años por venir. Pero a lo hecho pecho porque poco, muy poco, nos debería importar ahora a nosotras quienes o cómo votaron. Cuando un gobierno pierde su legitimidad los patrones electorales se anotan en la bitácora de eventos que nutren los aprendizajes pero no debemos usarlos para alimentar las recriminaciones o las excusas para dejar sufrir al resto del país que habitamos.
¿Dónde está la voluntad del pueblo? No estuvo en los votos del 8 de noviembre porque ningún pueblo quiere desigualdad, pobreza y violencia. Tal vez esté en algún chinchorro a la orilla de una carretera rural agarrada de un six pack de cervezas, tal vez en una barra trending en la Loíza en la que se habla de la mixología más que de la sociología, o tal vez hasta en alguna organización de esas que se sientan a socializar con quienes nos oprimen en alguna gala de esas que luego salen en Imagen. Quién sabe si la voluntad del pueblo anda orando al diablo pensando que es un dios. No sé dónde está la voluntad del pueblo al día de hoy. Pero sé que no necesariamente es la voluntad de las mayorías la que ha movido la humanidad a favor de la equidad. ¿Esperaremos a que nuestras ideas resulten simpáticas a las mayorías para actuar frente al gobierno? ¿Trabajaremos en barrios y pueblos para educar con la rapidez que necesitamos? ¿O tal vez ya estamos en el punto de definir una agenda independiente del gobierno y de comenzar a ejecutarla? Acción y desobediencia pero con una voluntad definida sin pretensión de autoproclamarse como la voluntad del pueblo.
Sin una voluntad definida somos sirvientes del sistema que nos abusa. Hay gente que hasta ha olvidado que el gobierno nos debe servir y no a la inversa. Hay gente que aplaude a los políticos que como camaleones se amparan en verdades alternativas y así, se creen cuentos imposibles como ese de que la Reforma Laboral creará empleos o que eliminar Comunidades Especiales protegerá mejor a la gente que las habita.
Sin una voluntad y conciencia claras, nos pueden vender el discrimen y la desigualdad usando nuestras propias palabras, como lo hacen las legisladoras que se autoproclaman defensoras de otras mujeres pero andan agarradas de manos con religiosos fundamentalistas que le susurran instrucciones al oído e invaden sesiones legislativas con oraciones que ofenden la institución, si es que algo queda de ella, y al país.
Mientras la voluntad se va de paseo y las quejas se mezclan con excusas, mucha otra gente reclama su derecho a vivir en balance, a sólo estresarse de 8 a 5 en el trabajo y luego regresar a sus vidas aburguesadas en aras del autocuido. En tiempos extraordinarios, nuestras vidas no pueden ser ordinarias. Hoy nuestras vidas nos pertenecen a medias y, ¿saben qué? A veces hay que elegir a quiénes se las entregamos: ¿al gobierno que nos traiciona o a las causas que nos dignifican como seres humanos? No actuar es elegir un bando por inercia.
¿Suena esta columna como una recriminación? Pues lo lamento por quienes así la sientan. Ya a estas alturas sé que no hay forma de decir las cosas para que le caigan bien a todo el mundo. En las izquierdas, centros y derechas las escalas de grises son tan infinitas y divisorias que lo que único que marca la diferencia entre unas y otras es la capacidad de poner las diferencias a un lado y moverse en bloque tras lo que se quiere. No son las izquierdas las que hacen eso, por cierto. Demasiados rencores disfrazados de ideales. Demasiado idealismo que se niega a ver el resto del país y se refugia en peceras de Facebook donde todos piensan igual.
Al final, todo se reduce a mirar el país, hacer el mapa, elegir bando, hacer agenda, sacar fuerza y voluntad desde donde cada cual pueda y asumirnos como lo que somos: personas con la legitimidad suficiente como para denunciar, desobedecer, proponer, construir y también para ajusticiar al gobierno. ¿Quién ajusticiará al gobierno? Nosotrxs.