Ramón Emeterio Betances: proscrito en el siglo 19
Para los puertorriqueños y la gente común era un emblema romántico de rebeldía y apasionamiento. Su presencia pública concreta en Puerto Rico fue breve. Aparte de la infancia y la juventud, vivió en el país entre los años 1855 y 1867. Mayagüez era una ciudad comercial mediana, distante de los centros del poder político colonial. Pero aquellos 12 años fueron suficientes para transformar al médico en un mito cívico nacional.
El Cirujano de Sanidad de la Ciudad, primero Interino y luego en Propiedad, estableció un estilo del Servicio Público que impresionó a la gente de su tiempo. El ejemplo más conocido fue su labor durante la epidemia de Cólera Morbo en 1855. En aquel contexto, el discurso médico convino con el del higienista moderno preocupado por la situación laboral de los esclavos.
Betances se reconocía moreno o prietuzco y cuando aspiró a un puesto público en Mayagüez, tuvo que demostrar su pureza racial con un expediente de blancura. Entre el Betances médico, el abolicionista, el separatista y el nacionalista, había una conexión íntima. El Betances literato penetraba aquellas esferas cuando se expresaba como un volteriano radical en Los viajes de Escaldado, o cuando escribía como un romántico radical la leyenda Los dos indios. El Betances de las traducciones del latín o del francés, parece más bien un europeo nacido en Las Antillas.
También hay algo de héroe trágico y melancólico en el episodio que culminó en la redacción de Virgen de Borinquen, el amor por la sobrina, la leyenda de su locura y en su condición de bandolero social, ideólogo anticlerical, perseguido político y desterrado. Por eso tras los arrestos de los rebeldes de Grito de Lares, se aclamaba a Betances en las calles de Mayagüez en una manifestación pública. La gente pensaba que apelando a su imagen se protestaba por la libertad de los presos políticos.
Su fisonomía ante el Estado se hizo tenebrosa después de 1868. El espionaje gubernamental y el choteo esporádico lo reportaban caminando por Cabo Rojo, entrando clandestinamente por Arroyo o en reuniones secretas en San Juan. En realidad se encontraba en Saint Thomas, Jacmel, Puerto Príncipe o Nueva York. Todavía después de radicarse en París en 1872, el estado lo agitaba como un espantajo como parte de la propaganda de miedo típica de las colonias. Esa imagen contrasta vivamente con la que se recoge de lectura del Epistolario íntimo o de su correspondencia privada con Lola Rodríguez o cualquiera de la jovencitas y jovencitos que le rodeaban en París cuando ya era una leyenda viva y un anciano venerable.
En 1898 las autoridades estadounidenses reconocieron la potencia de Betances y su peculiar dualidad. El médico había sido el adversario más notable de España. Pero también era el abolicionista y el demócrata que recordaba lo mejor de los ideales republicanos de la era de la Guerra Civil y la lucha por la Federación. En Mayagüez el gobierno militar lo celebró usando su nombre para designar una calle urbana.
Betances y los estudios betancinos
A pesar de todo, Betances fue una rareza en la bibliografía puertorriqueña. El culto a la figura se sostenía sobre su desconocimiento. La transformación Betances en una fuerza nacionalista viva es clara hacia el año 1920. Era el momento de la primera posguerra, una época llena de esperanzas de libertad y paz sobre la base de la Sociedad de Naciones (1919) que condujo al Espíritu de Locarno (1925).
Ese año se enterraron los restos de Betances en el país y se reinventó su mito. Su identificación con la bandera inventada en Chimney Corner Hall en 1895 fue inmediata. Según ciertas memorias inéditas y la prensa de la época, el entierro produjo un reavivamiento nacionalista sin igual que llegó a preocupar a las autoridades coloniales. En 1921 el Gobernador Emmett Montgomery Riley y el jefe de la Policía Secreta el señor McGlure, desataron una campaña contra el nacionalismo y contra aquel “dirty rag” o “trapo sucio” como denominaban a la bandera puertorriqueña.
Todavía hacia el 1950 las fuentes para estudiar a Betances eran pocas. Las principales eran el Betances de Luis Bonafoux, publicado en 1901, y el Epistolario de Manuel Guzmán Rodríguez, aparecido en 1943 en medio de la discusión de segundo Proyecto Tydings y la consolidación del Congreso Pro-Independencia en el seno del PPD.
Más raro era el uso de la Historia de la insurrección de Lares del periodista conservador José Pérez Moris que databa de 1872 y que fue la base de la leyenda negra de Betances. La creación de la “Mesa de Lares” y la Conmemoración del Centenario de la Insurrección en 1968, significó el surgimiento de los estudios betancinos. Los investigadores más cuidadosos Ada Suárez Díaz y Andrés Ramos Mattei en el país.
El uruguayo Carlos M. Rama y, más tarde, el cubano Emilio Godínez Sosa, completaron la revitalización del tema. Las condiciones de las décadas del 1970 y el 1980 fueron peculiares. Betances se convirtió en un icono de la Nueva Lucha de Independencia y en uno de los pilares en el proceso de internacionalización de esa causa con el apoyo de la Revolución Cubana. El Betances que inventaron los socialistas de la generación de 1970, la de la recesión, fue un producto distinto y único.
Volver sobre Betances ahora significa darle continuidad a una labor que comenzó en 1901. La Obra Completa de Betances es un proyecto que todos los estudiosos soñaron. La esperanza de que pronto se cumpla es una oportunidad que no se debe echar a perder.
El texto fue originalmente publicado en Puerto Rico: su transformación en el siglo, de Mario Cancel Sepúlveda.