Rendir cuentas, pasarle la cuenta
“Que paguen los culpables”
“Es hora de cobrar todo lo que NOS DEBEN.”
– Jornada Se Acabaron Las Promesas
“Nos deben a NOSOTRAS.”
– Colectiva Feminista en Construcción
En 1825, Francia y Gran Bretaña exigieron reparaciones para los expropietarios de esclavos a cambio del reconocimiento oficial del Estado nación de Haití. Con una flotilla de buques de guerra franceses rodeando a la joven República, Jean-Pierre Boyer firmó la Real Ordenanza de Carlos X.[2] El reconocimiento diplomático francés de Haití se otorgó a cambio de una reducción arancelaria del 50% sobre las importaciones francesas y una indemnización de 150,000,000 de francos a ser pagados en cinco cuotas anuales. Las reparaciones compensarían por la “propiedad perdida” —tierra y esclavos. La cantidad excedió las “pérdidas” por 50,000,000 de francos. Haití tomó prestados los 30,000,000 de francos debidos en diciembre de 1825 de la misma Francia, aumentando la “deuda de independencia”.
La deuda de independencia operó como un aparato de captura económica y control político por parte de Francia y sus aliados. La única revolución de esclavos exitosa en la historia fue neutralizada a través de la deuda. La población de Haití hoy vive en la pobreza, sujeta a los intereses del capital gestionados por Estados e instituciones internacionales como el FMI. En 2003, Jean-Bertrand Aristide declaró que Francia, no Haití, es el deudor.[3] En su visita a Puerto Rico en diciembre del 2018, Camille Chalmers enfatizó que la lucha por la restitución de 24 mil millones de dólares, la cantidad que se estima se pagó a través de más de un siglo, continúa en Haití.[4]
Cómo nos orientamos, en dónde nos ubicamos cuando hablamos de la deuda, recalca Shariana Ferrer Núñez, es de suma importancia.[5] El caso de Haití es emblemático de la operación de la deuda como aparato de captura y depredación, pero también como forma de colonialidad. El concepto de colonialidad nombra las sobrevidas del proyecto de modernidad capitalista colonial en contextos ‘post-coloniales’. Intenta esclarecer jerarquías de raza/género/clase instaladas por dicho proyecto que continúan, re-articuladas, en condiciones históricas y materiales distintas.[6] En Puerto Rico, toca trazar cómo se nutren mutuamente el colonialismo y la colonialidad. Cómo se manifiesta esa relación varía dadas las operaciones del capital. “La colonia”, Ariadna Godreau-Aubert escribe, “es lo que transcurre en ‘repetidos actos de captura’”.[7] “[L]a vida-endeudada”, añade, “es la continuación de la vida-colonial”.[8]
La deuda captura tiempo y espacio, cuerpo y vínculo social. Genera un “no-lugar”, como diría Godreau-Aubert.[9] La deuda, añado, captura valor a través de la postergación, el aplazamiento, del diferir. Captura y depreda a través de la desviación, se aprovecha de una brecha temporal. Ejerce control a través de la generación de asimetrías: el acreedor, el deudor. Vincula a un futuro determinado. Es decir, tiene la capacidad de despojarnos del futuro mismo. Puede despojarnos del cuerpo mismo “aunque lo llevemos puesto”, escribe Godreau-Aubert.[10]
Más aún, Haití es emblemático de la reversibilidad de la deuda. La deuda no es reversible porque pueda devolvernos a un estado anterior. Es reversible en el sentido de que es posible invertir las posiciones que genera y el poder que ejerce, haciéndola operar al revés. El diferir, la desviación que la deuda produce para ejercer su poder, entonces, puede abrir un tiempo-espacio para la rendición de cuentas, generando la posibilidad de pasarle la cuenta a los culpables.
Maurizio Lazzarato escribe sobre la deuda como aparato de captura y modo de subjetivación, vinculando así la deuda y la culpa. La austeridad funciona como un mandato a pagar estableciendo poblaciones no solo como responsables, sino como culpables. Esa producción del endeudadx a través de la culpabilidad, añado, es mecanismo por el cual se re-articulan e intensifican jerarquías de raza/género/clase. He ahí la continuación de la vida-colonial, la operación de la colonialidad. La deuda captura, pero lo hace incrementando culpas, no con el pago como fin. Genera precariedades, identificándolas como oportunidades económicas. Pero por ende se deja rastrear, revelando más que operaciones financieras. Las deudas monetarias son índices de deudas históricas, quiero sugerir. En el caso de Puerto Rico, son índices de deudas coloniales.
Las deudas son reversibles, no solo cancelables. Mínimamente, una auditoría integral establece qué parte de la deuda es ilegal, ilegítima, odiosa, gestionando así su cancelación. Dicha intervención interrumpe la operación de la deuda. Interrumpe los efectos necropolíticos de la deuda: los impactos de la austeridad sobre poblaciones ya precarizadas dada su posición en una jerarquía racial/de género articulada por el capital. Una auditoría integral señalaría los agentes del capital por su nombre y apellido —bancos, bufetes, políticos—. Sus decisiones nutren a algunos mientras despojan a otrxs del mismo cuerpo. Más aún, una auditoría integral esclarecería la economía política que hace posible las intervenciones de los agentes del capital en primer lugar. No obstante, quiero sugerir, la deuda admite mucho más. Permite la toma de la rendición de cuentas, hace posible revertir quién es acreedor y quién es deudor, quién es el que tiene que pagar.
La reversibilidad de la deuda posibilita una interrupción subversiva. Cuando diversxs grupos de activistas en el archipiélago exigen que “paguen los culpables”, que “nos deben a nosotrxs”, y que llegó la “hora de pagar”, se ubican desde la deuda para subvertirla. Es una toma de las normativas de la deuda, pasando de deudas económicas a deudas históricas —es decir, deudas coloniales—. Ellxs retan la percepción del endeudadx como neutralizadxs, sin poder, meramente atadx a deudas económicas/históricas/coloniales. Subvierten no solo quién es acreedor y quién es deudor, sino que además invitan a desmantelar la economía política que nutre la condición colonial y la colonialidad. Invitan a desmantelar las jerarquías de raza/género/clase en sus multiplicidades, intensidades, diferencias. Con ello, van más allá de gestionar la cancelación, reconociendo, claro está, la urgencia de dicha gestión.
Subvertir la deuda requiere la toma de “estructuras de cobro”, como lo pone Godreau-Aubert.[11] Podemos distinguir entre la lógica de cobro del capital/la colonia y lógicas de pago.[12] La lógica de cobro captura el cuerpo, el tiempo, las costas, los vínculos con el otrx, el valor en todos los sentidos. Reproduce el castigo, la producción de un sujeto abyecto, fallido, endeudadx que tiene que pagar a través de la austeridad, de la desposesión, de la expulsión. Domestica la deuda misma dirigiéndola hacia el crédito, como dirían Fred Moten y Stefano Harney, hacia el acceso al mercado financiero.[13] Deudas que se saldan para generar más crédito instalan estructuras de cobro, permiten el inicio de nuevas lógicas de persecución. A diferencia, la lógica de pago nos ubica en una historia material. Nos invita a tornar el diferir, emplazar, desviar de la deuda misma en un tiempo-espacio para la rendición de cuentas económicas, históricas, coloniales.
En cuanto al capital y su lógica de cobro, “nosotras no nos debemos a nadie”.[14] Como hemos escuchado en la calle, “esa deuda no la vamos a pagar”. La lógica de pago es un acto de poder desde el desempoderamiento, como diría Janet Roitman.[15] Explota la desviación que las deudas financieras instalan para capturar, capturando la deuda misma. Lo hacen ubicando las deudas financieras en una historia material/colonial. La explotan para desarticular la colonialidad. El impago de las deudas del capital requiere así a su vez el desmantelamiento de las estructuras que reproducen la colonialidad, no sólo la colonia. Rendir cuentas históricas, coloniales, implica incluso navegar el estar ubicadxs en una jerarquía de raza/género/clase que complica las complicidades en resistencia. La lógica de pago cobra, entonces, pero lo hace con el fin de interrumpir la continuación de la condición colonial. Si se deja intacta una economía política colonial, si se dejan intactas las jerarquías de raza/género/clase, la subversión de la deuda queda neutralizada. He ahí la urgencia de la auditoría, la cancelación, el impago entre otros esfuerzos que retan la legitimidad de la deuda. Estos son tiempos-espacios de confrontación con deudas coloniales.
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[1] C.R.L. James, The Black Jacobins (Vintage Books, 1989), pp. ix-x; Jérôme Duval, “De la colonización francesa a la esclavitud económica de la deuda”, Comité para la abolición de las deudas ilegítimas, 26 de septiembre de 2017: http://www.cadtm.org/Haiti-de-la-colonizacion-francesa.
[2] Ver Anthony Phillips, “Haiti, France and the Independence Debt of 1825”, Institute for Justice and Democracy in Haiti, 2008: https://caribbeansyllabus.wordpress.com/caribbean-syllabus/.
[3] Duval, “De la colonización francesa a la esclavitud económica de la deuda”.
[4] Camille Chalmers, ponenica en el foro “Deudocracia y nuevo colonialismo: Europa, América Latina y el Caribe”, 4 de diciembre de 2018: https://aldia.microjuris.com/2018/12/03/microjuris-transmitira-panel-deudocracia-y-el-nuevo-colonialismo-europa-america-y-el-caribe/.
[5] Ver Shariana Ferrer Núñez, ponencia en Foro: Nosotras contra la deuda, organizado por La Colectiva Feminista en Construcción, 9 de abril de 2019: https://www.facebook.com/Colectiva.Feminista.PR/videos/323512275032312/.
[6] Aquí reescribo el concepto de colonialidad del poder de Aníbal Quijano.
[7] Ariadna Godreau-Aubert, Las propias: apuntes para una pedagogía de las endeudadas (Cabo Rojo: Editorial Educación Emergente, 2018), p. 68. Godreau-Aubert está aquí citando a Ann Stoler.
[8] Ibid., p. 69.
[9] Ibid., p. 15.
[10] Ibid.
[11] Ibid., p. 74.
[12] Godreau-Aubert abundó este tema más aún en el periodo de preguntas en su ponencia “Nosotras que no nos debe nos a nadie” en el Coloquio Nacional de las Mujeres celebrado en la Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez en el 2017.
[13] Ver Fred Moten y Stefano Harney, Los abajocomunes: planear fugitivo y estudio negro, trad. Cristina Rivera Garza, Juan Pablo Anaya, y Marta Malo (Cooperativa Cráter Invertido y La Campechana Mental, 2017).
[14] Godreau-Aubert, “Nosotras que no nos debemos a nadie”, en Las propias.
[15] Janet Roitman, Fiscal Disobedience (Princeton University Press, 2005).