Retos al escribir desde la distancia
En una fría noche de 2010 se montó en Clark University (donde trabajo) una obra teatral titulada “Crimen contra la humanidad” sobre “presos políticos puertorriqueños.” Escrita, interpretada y producida por la Red Nacional de Derechos Humanos Boricua, la obra resultó ser ejemplo prístino del culto a los héroes de la independencia. Los actores/escritores representaron explícita y seriamente al pueblo puertorriqueño ¡todito! como inquebrantable en la lucha por la libertad. Esa noche la mezcla de estudiantes, profesores y miembros de la comunidad de Worcester, Massachusetts, aceptamos silenciosa, tímidamente esa ilusoria (si no delirante) imagen de Puerto Rico como una tierra que quiere, anhela, lucha por la libertad. ¿Por qué nadie señaló durante el Q & A que desde hace más de cincuenta años la abrumadora mayoría de la isla no ha votado por la independencia? ¿O que a pesar de la atención que los medios estadounidenses prestaron en la década de 1970 a los Young Lords (¡P’alante siempre p’alante!), los puertorriqueños en Estados Unidos también favorecen lazos de dependencia con los Estados Unidos? ¿Sería por contraste entre el frío afuera y las ardientes ficciones de la independencia?
Nos quedamos mutis; tal vez porque estábamos en shock o porque queríamos ser corteses o quizás el público respondió al je ne sais quoi de héroes y alegorías de la independencia. Algo nos hacía admirar símbolos y relatos inefablemente aspiracionales, sueños de un Puerto Rico imaginado: el dream nation, o sea una tierra verde en que un pueblo unificado lucha por la soberanía. Las culturas, evidentemente, son más cautivantes cuando usan historias y tropos que son fruto de las paradójicas emociones compartidas (como la dependencia/independencia). A pesar de (Glissant diría debido a) su ineficacia política, el independentismo ha creado grandes ficciones en múltiples medios culturales, de Betances a Calle 13. Nosotros, el público en esa noche de 2010, no quisimos reventar la burbuja del “sueño nación” de la obra. Con Dream Nation quise hacer lo que no hice aquella noche. Alzar la voz.
Como profesora de español y literatura comparada en Worcester, Mass., mi reto mayor fue (es) la lejanía del quehacer diario de la isla. Esa es, paradójicamente, una ventaja si se tiene un espíritu crítico, ya que es mejor hablar de cierta temática desde la distancia. Yo he querido explorar la paradoja de la dependencia/independencia desde que tenía 16 años y miraba con envidia (en mi Cabo Rojo) a los cool kids — todos independentistas. O así me parecían. La pregunta que me interesó siempre es por qué los héroes, relatos y alegorías de la independencia fueron (son) polo norte de la cultura puertorriqueña. ¿Cuál es la atracción de una independencia que no se dio ni se dará (aparentemente) como proyecto político? Bien sé que “criticar” a la izquierda es azaroso. Por lo tanto otro reto fue escribir con sensatez, respeto y sin ánimo de ofender a nadie. Pero en mi campo de los estudios literarios, decirle al emperador que su ajuar es dudoso es arriesgarse a que a una le “caigan chinches.”
El último reto es, francamente, escribir en forma accesible. En mi familia todos menos yo sensatamente evitaron tirarse por la pendiente de los estudios culturales. Para que pudieran dialogar conmigo sobre cultura puertorriqueña tenía que escribir para un público amplio, o sea evitar la jerga de crítica literaria — culpable en gran medida de que los estudiantes universitarios pierdan el interés por los estudios literarios. ¿Cómo hacer eso y también entablar diálogo con los colegas puertorriqueñistas? ¿Cómo escribir para los hijos de latinos (como mis hijos) quienes nunca leyeron ni “El josco” ni “La guagua aérea”? Después de décadas metida en el campo de los estudios culturales, escribir en un lenguaje claro, franco y accesible continua siendo un reto. Los lectores decidirán si logré hacerlo.
- Rutgers Univ. Press + las editoriales de NYU, Fordham, Temple y Virginia, 2014 [↩]