Revelador Primero de Mayo
Desde fines del siglo 20 el capital trata de erradicar conquistas de las clases trabajadoras y de los países subordinados. La guerra mundial que siguió a la Gran Depresión debilitó el orden capitalista y abrió nuevos espacios a las clases populares. En Estados Unidos —epicentro del sistema global de dinero— el gobierno de Roosevelt favoreció las fuerzas del trabajo y restó poder a la banca. Se fundó la Organización de Naciones Unidas en 1945 para adelantar la descolonización y la paz.
A partir de los años 50 hubo tendencias de relativa independencia nacional y económica en lo que se dio por llamar, inadecuadamente, el «tercer mundo»: planes de desarrollo industrial y agrícola, sustitución de importaciones y rol dirigente del estado. Por otro lado hubo asombrosos sucesos históricos, como la revolución en China que encabezaron los comunistas, la India independiente, el desarrollo tecnológico en naciones asiáticas, la Revolución Cubana. Durante la década de 1960 avanzaron los reclamos populares y nacionales.
Después el capital contraatacó. Aplicó una sangrienta y larga represión: guerras contra el pueblo, golpes de estado, terror y torturas en Chile, Guatemala, Argentina, México, Colombia, Brasil, Uruguay, Haití, El Salvador, Nicaragua y muchos otros países. El triunfo del capital en estas luchas de clases se hizo claro a fines del siglo, con la globalización y el neoliberalismo. El capital privado y monopólico acumula poder a costa de la sociedad. La gente pobre y los países pobres se hacen más pobres.
El fin del «gobierno social» coincidió con un aumento monumental del militarismo norteamericano y con la finanzalización de la economía (el capital-dinero se impone sobre el capital productivo y aumenta su poder político; desintegra velozmente espacios sociales); y con el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1923-1991) y sus estados socialistas aliados de Europa oriental instalados después de 1945.
Aún con sus numerosas deficiencias —que desprestigiaron el ideal—, aquellos estados socialistas estalinistas ayudaron a frenar la agresividad militarista, colonialista, racista y financista del capital. Su terminación fue un triunfo capitalista global. Auguró que los movimientos de orientación socialista que puedan tomar el gobierno (si sobreviven las represiones y conspiraciones) deben integrarse más de lo previsto a relaciones de mercado y de dependencia del capital, para que sus economías puedan crecer, y buscar las formas de avanzar en este complejo y difícil embrollo.
Los medios que dominan la información y las comunicaciones difundieron, de variadas maneras, que el socialismo estaba excluido del futuro y se remitía sólo al pasado; que la liberación del ser humano sería individualizada y posible mediante el mercado y el estado capitalista; que las tecnologías avanzadas equivalían al progreso social; que habían terminado las luchas de clases y perdían pertinencia las naciones; que las contradicciones en la cultura se reducían a identidades reconocidas por el derecho; y que debían aceptarse como improblemáticas y normales la guerra constante, el hambre, la desestabilización de regiones enteras, el saqueo de recursos por potencias y monopolios, la escasez de agua o alimento, el empleo parcial y temporero, y la violencia y desorden cotidianos en lo económico, político, psicológico, familiar y ambiental.
Pero este año el Primero de Mayo fue celebrado masivamente en Estados Unidos, especialmente por trabajadores inmigrates, en manifestaciones multitudinarias. Es significativo, pues el Primero de Mayo allí era tradicionalmente marginado, asociado con comunistas y anarquistas, y celebrado por grupos relativamente pequeños y unos pocos sindicatos.
En 1894 Estados Unidos hizo el primer lunes de septiembre Día del Trabajo oficial y federal. La idea provino de Caballeros del Trabajo, una organización proletaria activa en la lucha para reducir la jornada laboral a ocho horas —demanda principal de los trabajadores del mundo industrializado a fines del siglo 19—, pero hostil a las fuertes corrientes comunistas y anarquistas que influenciaban al movimiento obrero. Luego la retomó la American Federation of Labor, aliada del gobierno de Washington.
En cambio, la Segunda Internacional, fundada en 1889, que agrupaba partidos socialistas y organizaciones obreras, y de orientación marxista, estableció en 1904 el Primero de Mayo como Día Internacional de los Trabajadores. La celebración tuvo arraigo progresivo en todos los países, incluyendo los coloniales, como día de protesta anticapitalista.
El Primero de Mayo empezó a celebrarse a raíz de los sucesos de la plaza Haymarket en Chicago el 4 de mayo de 1886, cuando, durante protestas obreras exigiendo la jornada de ocho horas, alguien lanzó una bomba a la policía. La violencia que se desató dejó varios policías y trabajadores muertos y gran cantidad de heridos. El gobierno acusó a siete trabajadores anarquistas, que sentenció a muerte. A cuatro de ellos le aplicó la pena capital en la horca; dos recibieron clemencia; uno se suicidó en la prisión. Emblematizados como mártires del movimiento obrero, han simbolizado la naturaleza violenta de la civilización moderna, contra la que el Primero de Mayo protesta alrededor del mundo.
El gobierno norteamericano ha tratado de borrar de su historia el episodio (así como el gobierno francés ha tratado de que se olvide la Comuna de París de 1871), pero en 1992 la ciudad reconoció el área de Haymarket —gracias a gestiones de grupos diversos— como sitio histórico de Chicago, y en 2004 se designó la escultura de los mártires en el lugar de su entierro como sitial histórico nacional.
El Primero de Mayo cobró todavía más presencia internacional tras la Revolución de Octubre en Rusia, en 1917. Al instalar un estado de soviets (asambleas populares), la revolución bolchevique vino a significar que es posible un gobierno de las clases trabajadoras. Aunque posteriormente burocratizado, el estado soviético difundió la teoría comunista por el planeta durante décadas, mediante publicaciones en los diferentes idiomas. En su momento la Unión Soviética fue punto de referencia de otras posibilidades de desarrollo económico para países latinoamericanos y los que iniciaron su descolonización en Asia, África y otras regiones. En la guerra de 1939-1945 la URSS perdió 23 millones de seres humanos, y su ejército llevó a la derrota a los alemanes nazis y tomó Berlín.
Desde fines del siglo 20 los medios de comunicación han asignado protagonismo al fundamentalismo musulmán, el cual, a pesar de su virulencia, es incapaz de ser alternativa al sistema capitalista (aunque el islam, como el cristianismo, incluye corrientes de «teología de la liberación»). Sectores musulmanes prominentes buscan volver a formas de vida premodernas e incluso medievales, a la vez que repudian el aspecto colonialista y eurocéntrico del capitalismo, del que muchos pueblos asiáticos, africanos y árabes han sido víctimas y del que, en buena medida, resulta su actual pobreza. Washington mantiene guerra e inestabilidad permanentes en regiones petroleras que incluyen poblaciones musulmanas.
Que haya habido un Primero de Mayo masivo en Estados Unidos sugiere que el neoliberalismo descarnado de Trump está contribuyendo a nuevos espacios alternativos en el multiétnico país norteamericano.
Que en Puerto Rico la tumbacocos del Primero de Mayo hiciera sonar el himno «La Internacional» fue significativo, dado el declive en décadas recientes de la exposición de tal símbolo, y por la inmensidad y pluralidad de la marcha, una de las más grandes de los últimos tiempos. La canción fue compuesta en 1864 al organizarse en Europa la primera Asociación Internacional de Trabajadores, uno de cuyos líderes fue Karl Marx.
Circunstancias de este Primero de Mayo fueron la Junta de Control Fiscal, la huelga estudiantil de la Universidad de Puerto Rico, la polarización entre el estado y las clases populares, y las nuevas discusiones sobre la cuestión colonial. Pueden apreciarse una pérdida de legitimidad y autoridad del gobierno colonial y un reclamo, si bien confuso y más «social» que «político», de que la Isla tenga un gobierno con mayor democracia social y poder nacional.
La marcha de decenas de miles de personas hizo aparecer las viejas denominaciones de «independentistas», «estadolibristas» y «estadistas» como pequeñas frases del pasado. Algo nuevo y grande desea nacer, mientras discursos oficiales tienden a criminalizar los jóvenes, estudiantes y pobres. La sociedad puertorriqueña busca cómo enfrentar al gran vándalo, el capital financiero.
Entre la multitud que marchó se veía variedad de creatividades individuales e identificaciones organizativas: camisetas, letreros, hojas sueltas, gráficas, banderines, pancartas, pinturas del cuerpo. Lo invisible aparecía. Signos insignificantes en la cultura dominante cobraban vida en un código alternativo. Circularon volantes de grupos cuya actividad se supone muy limitada y reducida, como el Partido Comunista de Puerto Rico y el Ejército Popular Boricua-Macheteros. A juzgar por los volantes, sin embargo, aspiran a crecer.
Fue visible la presencia de la UTIER y de sindicatos de maestros y trabajadores de agencias y corporaciones del gobierno, la UPR y el sector privado. La cantidad de trabajadores organizados sindicalmente en Puerto Rico ha descendido severamente en décadas recientes. Pero a pesar de los grandes obstáculos, persisten los esfuerzos sindicales de organización. La marcha dejó ver además esfuerzos que promueven la organización política y las teorías socialistas entre la clase obrera. El estado pone trabas al sindicalismo, pero no puede impedir el desarrollo intelectual de los trabajadores y trabajadoras ni los efectos prácticos del mismo.
Políticos del PNP acusan a Carmen Yulín de incitar a la violencia el Primero de Mayo, un alegato extraño que sugiere temor a que el soberanismo esté creciendo. El destrozo de cristales en la zona bancaria también ha provocado sospechas de que el gobierno y otros tenían planes secretos de desprestigiar la protesta, y de que agentes encubiertos promovieron los destrozos.
No debería, sin embargo, atribuirse la violencia simplemente a la policía. Es claro que hay innumerables jóvenes dispuestos a desatar su ira por la pobreza a que se les empuja y por la ostensible injusticia social que representa un plan fiscal que agravaría la crisis del país y destruiría en gran medida la universidad principal, mientras capitales billonarios aumentan sus ganancias. Los métodos y objetos de la violencia ese día —pedradas, rotura de vidrieras, escritura en muros, fuego a la bandera estadounidense— son pequeños en relación a la violencia económica e institucional.
Muchos jóvenes parecían concentrar su emoción en el repudio a la policía, lo cual sugiere búsqueda de un blanco concreto de ataque, dado el carácter «abstracto» del poder financiero. La Policía de Puerto Rico —creada en 1899— equivale más o menos al ejército en otros países. Es una de las fuerzas de represión del estado, pero no es el estado.
Para enfrentar al estado habría que integrar masas sociales a través del país, articulándolas al movimiento con diferentes planos de colaboración, y cuya movilización fuese política, o sea que acumulase fuerza numérica, intelectual y moral y fuera un reto efectivo, proponiéndose como alternativa para el gobierno. Requeriría uno o más medios informativos que abarcaran al país. Además de aspirar a tomar el poder, hay que crearlo.
La policía restringió su violencia, siguiendo una política reciente. Vienen implementándose nuevos usos y controles de la policía, pues en todos lados el gobierno sabe —como si hubiese un solo gobierno global— que la gente protestará airada por su renovado empobrecimiento. El gobierno regula la represión para evitar imágenes gráficas de sangre que recuerden épocas anteriores, cuando la lucha social implicaba el objetivo revolucionario de acabar con el capitalismo. La restricción policiaca, desde luego, podría revocarse.
El vasto aparato carcelario y la vigilancia generalizada normalizan el miedo, pero los jóvenes han empezado a desafiarlo. Una mayor organización popular fundada en la política, más que en el impulso «anárquico», podría multiplicar el volumen y la efectividad de la fuerza e indignación que desate el movimiento social.