Ser los protagonistas de nuestra historia
Mucho se alardea de las 29 películas y series extranjeras que se filmaron en Puerto Rico durante el 2013 y del dinero que “inyectaron” en nuestra economía, y de los empleos que crearon. Algo verdaderamente fenomenal, sin embargo nada se dice del dinero que se llevaron, de los edificios públicos por los que no pagaron, ni que el año pasado solo se filmó una película puertorriqueña. Hacer alarde de los logros ajenos como si fueran propios, es un síntoma de nuestra falta de autoestima, falta de dignidad y débil cultura. Es importante que entendamos como país, estado o territorio, que una industria de cine no es solo darle servicios de producción a las películas de afuera y que sus beneficios no son solo económicos. Porque el día que otro país, territorio o estado, se venda más barato que nosotros, no habrá trabajo para nadie y esto ya lo hemos vivido antes. Solo aumentando la producción de cine local, garantizamos el empresarismo y el empleo a largo plazo.
La industria de cine es mucho más compleja que brindar servicios de producción. Consiste en la creación y venta de películas. Para esto hay que crear guiones (muchos), desarrollar, producir, realizar y montar películas (muchas), y difundir, distribuir, promover y exhibir la obra terminada a escala nacional e internacional. El negocio del cine consiste en producir obras de arte audiovisuales, comerciales, de autor o documentales, de las que se poseen los derechos intelectuales y por lo tanto, las ganancias y regalías sobre su venta. Los empleos más valiosos en el cine, no son los que nos ofrecen las producciones que vienen a filmarse en Puerto Rico, sino los de los dueños creativos y autorales de las películas como el Productor, la directora, el guionista, las actrices, el editor y las jefas creativas de los departamentos. Hoy, esta es la gente más desempleada en nuestra industria.
La falta de orgullo propio, nos hace menospreciar que del 2011 al 2013 se estrenaron un promedio de 7 películas puertorriqueñas al año en salas de cine comercial, y que de estas Broche de oro estuvo 9 meses en cartelera y Under My Nails, fue vendida a HBO. Que en el 2012 el corto Mi santa mirada estuvo compitiendo en Cannes por la Palma de Oro y que el documental Las carpetas ganó el premio Coral en el Festival de Cine de la Habana, entre otros. Estos son grandes logros, indicativos de que nuestro cine está en crecimiento, de que Puerto Rico se está haciendo un espacio local e internacionalmente. En este punto es solo cuestión de tiempo, de continuidad, estrategia y apoyo para cosechar frutos con creces. Mas, sin embargo, se propone derogar la única Ley de Cine (121), que se compromete de manera tímida con el desarrollo del cine puertorriqueño y además se propone pasar $3 millones del fondo cinematográfico, ya asignados a proyectos, al “Fondo de Responsabilidad Legal” a través de la Ley 1090. La ley 121 es la que le da vida a la Corporación de Cine, que es una agencia autónoma con menos de 10 empleados y un superávit de $7 millones de dólares -que están asignados a diferentes producciones- y que goza de una relativa autonomía fiscal y política para hacer tratados y relaciones con otros países que redundan en mayores posibilidades de financiación para nuestras películas. Derogarla es abandonar el crecimiento de nuestro cine, el empresarismo y los empleos de alto rango que vienen con él. La Ley 1068 que propone fusionar la Corporación de Cine como un programa del Departamento de Desarrollo Económico y Comercio, es un retroceso en el tiempo, pues elimina el compromiso del Estado en fortalecer y potenciar el cine creado por los residentes y contribuyentes de Puerto Rico.
En momentos en los que se debiera estar creando una nueva ley de cine, y un Instituto Autónomo del Cine y el Audiovisual Nacional, fundamentados en un plan estratégico con objetivos claros, metas a corto y largo plazo, con acciones concretas que servirán para fortalecer y potenciar nuestro cine, retrocedemos en el tiempo y le entregamos al Secretario de Desarrollo Económico la potestad de decidir qué películas recibirán apoyo del fondo cinematográfico. Nada en contra de este servidor público, pero hay que entender que el cine es un negocio complejo, y muy específico. Una película tarda un promedio de 5 años en desarrollarse y levantar su financiación (esto es así hasta en Hollywood), luego se produce y se edita en más o menos un año, su ciclo de recuperación y ganancia es a partir de la exhibición y la distribución, y las ganancias empiezan a verse a partir de los 5 años en adelante. Muchas películas no paran de exhibirse y pasan a formar parte del patrimonio histórico y el acervo cultural del pueblo al que pertenecen. El valor primordial de una película no es solo económico, como en todas las artes, la literatura y demás manifestaciones culturales, su principal valor está en los intangibles, en lo que aporta a la sociedad en general, el dinero que genera es un valor añadido. Si se planifica bien su desarrollo, será una fuente de empresarismo, empleos de alto rango y riquezas sociales y económicas. Para cosechar estos frutos hay que:
- Separar la Administración del Fondo Cinematográfico de la Administración de los Créditos Contributivos;
- Definir en términos de personal creativo y técnico lo que es una película puertorriqueña o nacional, ya sea en coproducción mayoritaria o minoritaria, y que el fondo sea solo para películas nacionales;
- Aumentar y sostener la producción de películas nacionales a más de 25 películas al año;
- Aumentar el público de las películas puertorriqueñas y crear un circuito de salas de exhibición alternativas en los municipios;
- Aumentar y fomentar la presencia del cine puertorriqueño a escala internacional.
Sin embargo si esta administración decide unilateralmente convertir a la Corporación de Cine en un programa del Departamento de Desarrollo Económico, sin ninguna autonomía, cuyo propósito principal es “el fomento de producciones a la altura del buen cine universal” estaremos una vez más asumiendo una posición pasiva ante el futuro, al sacrificar nuestro verdadero progreso. Esta ambigüedad de propósitos de la nueva ley 1068 propone que el fondo cinematográfico –que sale de los impuestos que pagamos todos- esté disponible para cualquiera, pues no define lo que es cine puertorriqueño y más allá de “una especial atención a las películas concebidas por puertorriqueños” no establece ningún compromiso vinculante ni estratégico con fortalecer y potenciar nuestra narrativa. Nada en contra de las películas “universales”, pero esta definición tan ambigua del cine a incentivarse no garantiza que se contraten guionistas, directores, y actores protagónicos puertorriqueños o que se produzcan nuestros documentales. Ni siquiera que se cuenten historias que transcurren aquí. Pareciera, administración tras administración, que los puertorriqueños solo somos un rebaño dócil de consumidores y fuerza laboral barata, especializada o educada que el Estado pone a disposición de las grandes corporaciones para multiplicar su capital. Me pregunto quién asesoró al Gobernador con estas leyes, pues parecerían los mismos asesores neoliberales de la pasada Administración. Tan es así que al solicitar turno para deponer en las vistas legislativas y proponer enmiendas y propuestas, se nos comunicó que solo escucharían a las agencias, que debíamos enviar los comentarios por escrito. Una vez más se silencia nuestra voz. Me queda esta columna para hacerme escuchar.
Recuerdo la primera película hollywoodense que vi, en la que salía un puertorriqueño. Fue en la película Ghost, de 1990, este asesinaba al protagonista durante un robo en las primeras escenas. La película me gustó, pero la idea de que el primer puertorriqueño que me representaba en la pantalla grande era un asesino me encolerizó para siempre, quizás por eso tengo la vocación de hacer cine. No quiero que el retrato que hacen los otros de nosotros sea lo que nos define ante el resto del mundo. No que no sea cierto que algunos de nosotros son asesinos y pillos, sin embargo a los 14 años con ningún otro referente de un/a puertorriqueño/a en el cine “universal”, me parecía y me parece un estereotipo prejuiciado. La mayoría de los puertorriqueños que yo conozco no son pillos ni asesinos, tampoco corruptos, al contrario son muy trabajadores.
Muchos de nuestros problemas sociales y económicos radican en la falta de representación de nuestra realidad, diversidad social y cultural en los medios artísticos audiovisuales. Estamos constantemente tratando de parecernos e imitar a gentes más altas, flacas, blancas, rubias y de ojos azules, que hablan un idioma diferente al nuestro y que son bien “cool” porque tienen armas o súper poderes. Esa angustia existencial nos apaga el alma, nos apoca el espíritu. Esa falta de héroes que hablen en puertorriqueño; de pillos que roban porque la cosa está mala y no hay más futuro que el punto de drogas; de hombres y mujeres que aman la playa y nuestra naturaleza, que viven soñando un futuro mejor y que cuando parece llegar se nos muere en las manos; de nuestra maldición de vivir en el carro, y en el tapón de las 8 y las 5; o de no tener carro y ver nuestras posibilidades laborales limitarse; de tener a la mayoría de la familia viviendo afuera; de vivir tras las rejas de nuestra casa, comprando pescado y arroz que viene de Indonesia y Tailandia; de hacerse adolescente tratando de parecerse a ese “otro” que es nuestro “amo” y ni siquiera sabe qué moneda usamos. La tragicomedia de ser puertorriqueños es una cantera infinita de historias, que hoy se ahogan en alcohol, porque al final del camino, no importa cuanto luchemos no hay progreso para nosotros.
Hay que hacer las pases con nuestro cuerpo, nuestro collage cultural, con nuestra miseria llena de objetos desechables, reconocer que nuestro idioma es distinto al de todos los demás países y abrazar el retrato ese, de la “cosa rara” que somos para asumirnos protagonistas de nuestra historia. Hace falta continuidad gubernamental para poder cosechar los frutos de lo que se siembra. Hay que apostar a nuestro cine y a nuestra cultura, así como a nuestros empresarios e inventores. Nuestra baja autoestima es nuestro “talón de Aquiles” ante el triunfo. Nuestra autoestima como pueblo es tan baja que nuestro ego no soporta el triunfo ajeno, y preferimos la critica destructiva, el castigo y la venganza antes que la solidaridad. Por esta razón llega cualquiera a nuestras costas ya sea dominicano, cubano, gringo o argentino y muy pronto tiene un negocio exitoso, donde nosotros fracasamos.
Nos toca a nosotros decirle al mundo quienes somos, mostrar lo compleja y rica que es nuestra cultura, y amarnos. Pasa algo cuando una ve una película de otro lugar y se enfrenta al acento de ese país por primera vez. La primera vez te choca, la segunda, te empieza a parecer lindo, ya luego si los rasgos culturales generales y específicos de ese país nos interesan, una se llega a enamorar de ese acento y del retrato honesto de ese lugar distinto pero igual, universal. Las películas nos acercan, nos humanizan y sirven simultáneamente de retrato y espejo. Las culturas saludables, luchan por su representación y defienden sus artes y su cine más allá de la recuperación económica. Un buen ejemplo es la Alianza Francesa, que está en todas partes del mundo, promoviendo su cine, sus vinos y su idioma. Promoviendo el amor por su cultura, el amor por su gastronomía, su música, su historia y su arquitectura. Esa inversión cultural intangible, promueve algo más valioso que el desarrollo económico de Francia, promueve el amor por Francia y los lazos de colaboración. Aquí nuestros únicos héroes son los boxeadores y las reinas de belleza. Sin embargo, yo conozco cientos de héroes y heroínas de la cotidianidad, la política y la historia que sería hermoso ver sus historias narradas audiovisualmente.
Hay que incentivar y promover un cine nacional de manera planificada, con metas claras a corto y largo plazo, reconociendo que su valor es mucho mayor de lo que la economía y los dólares pueden medir. Hay que empezar a pensarnos protagonistas de nuestras historias, pues hasta que eso no pase, no seremos dueños de nuestra riqueza, y estaremos condenados a esta maldita crisis económica que no es nueva, tiene una antigüedad de 5 siglos. Seguir apostando al capital y los consejos de afuera para resolver nuestros problemas, no dará resultados distintos, pues es lo que hemos hecho durante la mayor parte de nuestra historia. Se requiere valentía, heroísmo y amor propio para enfrentar a los grandes intereses que son el poder detrás del trono y apostar a nosotros, a nuestra riqueza.