Sergio Ramírez: sandinismo y escritura
Estamos en una de las casetas que dan a la piscina de uno de los hoteles más conocidos de la ciudad de Barranquilla, lugar donde se ha realizado el taller. Dicen que la zona es neutral, que ni la guerrilla ni los paramilitares colombianos intervienen en el lugar, que es la ciudad donde vienen ambos bandos a vacacional. Por la pasividad que reina en los perímetros parece que así es. Se sale por las noches sin peligro y le gente camina por las calles como si nada sucediera en las ciudades fronterizas. No he escuchado a nadie hablar de política, de narcotráfico, de muertes ni de secuestros.
Entramos a la entrevista. ¿Cómo se da en usted el proceso de convertirse en escritor de prosa? “Bueno, para mí el proceso de hacerme escritor fue un fenómeno muy temprano. En mi niñez y adolescencia, no creo que yo haya sido un lector devorador de libros. Yo, de hecho, creo que nunca leí “La isla del tesoro”, de Stevenson ni a Emilio Salgari, más bien mi pasión fue por las historietas cómicas. Pertenezco a una generación que vivió el “boom” de ellas, el cine y la radio; los pasquines, la radionovela y las películas. Diría que esos fueron los grandes atractivos que me llevaron a la necesidad de contar. Creo que el escritor se define por esa necesidad ineluctable de contar, de comunicarle a otros lo que siente, que es singular, y me parece que esa es la pasión que me dominó primero”, recuerda el primer ganador del Premio Internacional Alfaguara de Novena, 1998, con “Margarita, está linda la mar”.
Nicaragua tiene una de las tradiciones poéticas más sólidas en América Latina, Darío, Coronel Urtecho, Belli, Rivas, Cuadra, Cardenal y otros. ¿Se instaló usted en esa tradición? ¿Le interesó la poesía o sabía que el camino no era ésta? “Es interesante, yo quizás fui un lector más de poesía que de prosa. A los quince o dieciséis años, gracias a la existencia de la generación de vanguardia que se formó en Nicaragua, los nombres de los grandes poetas norteamericanos me eran familiares. Mientras en Centroamérica se escribía un tipo de poesía, todavía muy ligada al Modernismo y un poco anquilosada en los cánones del Modernismo, atrasada diría yo, en Nicaragua la poesía estaba al día, es decir había una escuela de modernidad en la poesía. Se habían hecho traducciones de poetas norteamericanos tales como T.S. Elliot, Ezra Pound y Emily Dickinson, entre otros. Eran nombres familiares y entonces la modernidad de la literatura comienza en mí con la poesía y la lectura misma de los poetas nicaragüenses como Coronel Urtecho, Ernesto Cardenal y Carlos Martínez Rivas, que eran poetas muy modernos. De manera que, obviamente, mi primer intento quizás fue el de escribir poesía, pero yo sabía que ese no era mi campo”, dice Ramírez quien ya a los veintiún años, 1963, estaba publicando su primer libro de cuentos. El escritor nació en Masatepe, Nicaragua, en 1942.
La simultaneidad de lo político: ¿Cómo se da en usted la incursión en la política activa? “Al mismo tiempo que entro en la literatura. Yo llegué de León a los 17 años, recién había pasado el triunfo de la revolución cubana y llegué a la universidad en mayo. Había una gran agitación en ese contexto. Todos los días había manifestaciones de estudiantes y yo empecé a participar de la manera más natural, a pesar de que venía de un ambiente familiar que estaba muy ligado al partido del gobierno. El 23 de julio de 1959 se produjo una masacre de estudiantes en una manifestación en la que yo participaba. La guardia nacional disparó contra nosotros, hubo más de sesenta heridos y cuatro muertos. Yo soy sobreviviente de esa masacre. Eso me marcó políticamente, al mismo tiempo empecé a publicar en la revista “Ventana”, que era uno de los movimientos literarios que creamos en la universidad, muy paralelo al movimiento político, yo no los podía separar”.
¿Pensaban que la literatura tenía una función concienciadora, la veían como un instrumento en función de la política? Hay un corto silencio…, Sergio tira su mirada hacia la piscina -vacía en ese momento-, y luego la trae hacia el techo de madera de la caseta, reencuentra el agua en su vaso por primera vez y dice: “La verdad es que la creación de Ventana fue social. Desde el primer momento nosotros proclamamos la elección de nuestra literatura. Ventana era un grupo de compromiso, un grupo de poetas, narradores y estudiantes de la Universidad, pero al mismo tiempo nacía un grupo en Managua de jóvenes, de la edad nuestra, que se llamaba la Generación Traicionada”.
¿Por qué traicionada? Dice que porque era un grupo muy ligado, imitador de la Generation Beat, que eran muy admiradores de Jack Kerouak y Allen Ginsberg. “Era un contraste, una polémica y una discusión. Mientras ellos se adherían a estas ideas del hastío por la sociedad de consumo, la selva de cemento, la soledad del hombre -que para nosotros eso era exógeno-, nosotros defendíamos una literatura que se hiciera cargo de los problemas reales que vivía el país, que eran la marginación, la pobreza, la represión, la opresión. Esto se dio en el contexto de esta discusión, pero, sin embargo, la revista pobre, muy pobre, que tenía veinte páginas, y se hacía con las uñas salía cada mes. Ventana era una revista pluralista porque nosotros abríamos las páginas al debate y publicábamos las opiniones, incluso las contribuciones literarias de los adversarios”, recuerda éste con voz baja al final de la respuesta.
¿En qué generación lo ubica a usted la historia literaria nicaragüense? “En la generación de los sesenta, de la cual participó el grupo Ventana y el de la Generación Traicionada, pero la verdad es que es una generación en la que pocos escritores sobreviven individualmente. Algunos de los escritores de esta generación murieron muy jóvenes y no pudieron desarrollarse. De la Generación Traicionada también muy pocos sobrevivieron como escritores. Lo que queda es lo que se discutió en el momento y que fue muy importante. Esto no quería decir que yo tuviera ninguna animadversión por la propuesta de los inspiradores de los movimientos de la Generación Traicionada, yo era un admirador de la poesía de Ginsberg. Por ejemplo, en Ventana nosotros publicamos; la primera vez que se tradujo al español, “El aullido” de Allen Ginsberg y lo publicamos en un número especial. A mí realmente me fascinó, yo entendía la motivación que tenía ese poema”, dice Ramírez quien en 1964 se gradúo de abogado de la Universidad de León.
Cuando usted llega al Sandinismo ya es un escritor de nombre, formado, ¿pensó alguna vez dejar la literatura definitivamente y dedicarse a la política? “Bueno, lo que pasa es que eso depende de cómo son las etapas de mi vida. Yo en 64 me fui a vivir a Costa Rica con un cargo académico en la Confederación de la Universidad de Centroamérica. Comencé muy rápidamente a hacer una carrera ascendente, de manera que en el 68, cuando yo tenía 28 años, me eligieron Secretario General, era un organismo que agrupaba a todas las universidades de Centroamérica. Yo tenía la espina clavada de que no quería ser burócrata ni funcionario internacional, no quería ser figura universitaria; lo que quería ser era un escritor, tampoco quería ser político”, dice Ramírez, autor del prólogo de los Cuentos completos de Juan Bosch y quien tampoco quería ser político –como Bosch- sino sólo escritor.
“Ahora, el proyecto de votar a Somoza por las armas lo veía muy lejano porque, además, veía al Frente Sandinista de entonces como un organismo muy sectario en el cual yo no tenía cabida, porque el Frente Sandinista sólo exigía la clandestinidad y la disposición a morir, en martirio. No me atraía. Lo que me atraía era hacer una carrera de escritor. En el 73 renuncié a mi cargo de Secretario General y me fui a Alemania con una beca de escritor residente por dos años. Cuando volví a Nicaragua resolví regresar a Costa Rica porque no encontré trabajo en Nicaragua y en Costa Rica ya me encontré un Frente Sandinista diferente, era más político y quería realmente derrocar a Somoza y no eternizarse en una lucha sin sentido en la montaña, y ese fue al Frente Sandinista al que yo ingresé en el 1975”, reconstruye Ramírez.
Pero cuando ya entra de lleno a la política, significó posponer la carrera de escritor o lo hacía alternamente? “No, yo en Alemania tuve una vida de escritor muy intensa, escribí mi Introducción al pensamiento vivo de Sandino, entre otros libros, pero una vez me metí en la vorágine de la revolución me pasé diez años sin escribir una línea, o sea del 75 al 85. Entonces en el 1985 hice la reflexión de que al ser electo vicepresidente -por un periodo de seis años-, pues si yo continuaba sin escribir, terminaba mi vida como escritor. Me dije que alguien que a lo largo de 16 años deja de escribir se terminó como escritor y, además, yo había sacrificado ya lo que para un escritor pueden ser los años más productivos, es decir entre los 34 y los 44 años que se los dejé a la revolución”, retoma Ramírez sin resentimiento y sin reclamos, sino todo lo contrario, según sus palabras.
Y en esos diez años, ¿qué experiencias se acumulan que posteriormente sirven para escribirse? “Se acumulan muchísimas. Es una fuente que está manando muchas cosas, y que me servirán en un futuro. Yo lo que mejor adquirí entonces fue la experiencia del poder, es decir, el poder como tal, no visto desde una ideología, desde un sistema, sino el poder por el poder. Y eso para mí es uno de los elementos eternos de la literatura: poder, amor, muerte, locura. Yo lo conocí desde adentro. Pero en el 85 me hice también esta reflexión: tengo que volver a empezar a escribir, no tengo otra alternativa, sino dejo de ser escritor. Me decidí a hacer una disciplina: me levantaba a las cinco de la mañana a escribir, hasta las ocho o nueve, cuando empezaban a sonar los teléfonos y todo lo relacionado con el cargo público que era muy delicado, estábamos en guerra, además”, recuerda Ramírez, al hacer referencia a los asedios de que era objeto Nicaragua por la llamada “contra” de entonces.
Pero el relato del ex vicepresidente nicaragüense sobre su disciplina para retornar a la literatura no se detiene: “Primero escribí un libro que se llama “Estás en Nicaragua”, 1985, que era mi homenaje a Julio Cortázar, él había pasado mucho tiempo en Nicaragua con nosotros y éramos muy amigos y luego empecé a escribir “Castigo divino”. Fue por la fuerza de la disciplina que volví a convertirme en escritor. Cuando en 1990 perdemos las elecciones yo me sentí muy liberado y me dije: bueno yo no tengo ningún cargo en este partido, yo no era de la dirigencia, yo era nada más que un funcionario. Pero tampoco me resultó porque el Frente Sandinista me pidió que me quedara, porque tanto Daniel Ortega y yo pasábamos a ser automáticamente diputados por efecto de la constitución. Entonces me quedé más tiempo en la política, pero ya combinando la política con mi oficio de escritor”. Publica varios libros hasta que en 1996 sale definitivamente de forma abrupta del Sandinismo y funda un partido que no tuvo mucho éxito, desembocando en la publicación de “Margarita está linda la mar”.
Sé que la pregunta se la han hecho más de una vez, incluso todo está en su libro “Adiós muchachos, memoria de la revolución sandinista”, pero, ¿por qué deja el sandinismo? “Ya no estaba de acuerdo con el rumbo que el sandinismo tenía después de la derrota electoral, yo quería que el Frente fuera un partido abierto, capaz de ganarse a la clase media que es la que decide las elecciones. Era más bien un partido sectario, encerrado en sí mismo, repitiendo sus viejos impulsos, llevando una imagen de violencia en las calles. Entonces yo terminé saliendo de las filas de ese partido en medio de conflictos muy graves”, expresa Ramírez, hoy al margen del ruedo político de su país y sólo dedicado al oficio de la escritura.
¿Contribuyó el sandinismo a la conformación de un pensamiento democrático nicaragüense? “Bueno, sí claro, el Frente Sandinista, yo digo en “Adiós muchachos”, se propuso crear la justicia social en la igualdad económica. No lo logró en Nicaragua, pero logró establecer la democracia, a pesar de que no era nuestra propuesta principal. Si la democracia existe hoy en Nicaragua es gracias a que hubo una revolución y hubo mucha sangre. Esa sería su mayor aportación a pesar del Frente Sandinista”.
¿Qué impacto tuvo en el sandinismo los cambios que se dan en Europa de Este a partir del 89? “La guerra en Nicaragua se dio en un escenario, en uno de los tantos escenarios de la Guerra Fría, pero es algo que nosotros nunca terminamos de aceptar. Nosotros obviamente aceptábamos de manera consciente el apoyo militar y material que nos daba la Unión Soviética, pero ni a nosotros ni a la Unión Soviética le interesaba que nosotros fuéramos parte del Bloque Soviético y, por lo tanto, nosotros tampoco nos veíamos así. Nos veíamos más bien en conflicto con los Estados Unidos y pensábamos que una vez resuelto el conflicto con los Estados Unidos íbamos a llegar a un acomodo con ellos y que podíamos seguir siendo amigos de la Unión Soviética. Sin embargo, esto comenzó a contradecirse muy rápidamente por la realidad, porque apenas llegó Gorbachov al poder en la Unión Soviética, nos dio las señales claras de que Nicaragua no podía seguir dependiendo, en términos materiales, de la Unión Soviética, que las cargas eran muchas, tenían muchos problemas económicos y que nosotros debíamos buscar un arreglo con los Estados Unidos, y que mientras no solucionáramos el problema de la guerra, la Unión Soviética ya le era muy difícil hacerse cargo de nosotros en términos de adopción”.
“Pero bueno, cuando cayó el Muro de Berlín en el 89 tampoco eso nos preocupó mucho, lo veíamos como un fenómeno lejano y no estábamos conscientes de las implicaciones profundas que eso iba a tener en el mundo. Más bien nos preocupó la invasión a Panamá que se dio en el 89, porque eso sí golpeó mucho la campaña electoral en la que nosotros estábamos. La gente se atemorizó al ver cómo los tanques norteamericanos rodeaban la embajada Nicaragua en Panamá y cómo nosotros sacamos los tanques soviéticos a rodear la embajada de Estados Unidos en Nicaragua. Esto creó grandes temores en el electorado y contribuyeron mucho a la derrota electoral, por lo tanto, ese era un fenómeno más cercano que la caída del Muro de Berlín”.
Retomando el campo de la literatura y periodismo, usted dijo el primer día del taller, que, si naciera de nuevo, si reencarnara -y que cree en la reencarnación-, que le gustaría ser periodista. ¿Ve el ejercicio del periodismo como un ejercicio literario? “Lo que quise decir es que cuando yo era joven me gustaba estar en las redacciones, en las guardias nocturnas de los periódicos, entrar a ver la vida desde la perspectiva del periodista joven que se estrena en una mesa de redacción y se estrena como reportero, pero bueno ese no fue mi destino. Yo admiro mucho ese entrenamiento que Gabriel García Márquez tuvo, por ejemplo, de ser periodista de línea, periodista de máquina de escribir, reportero, periodista de combate”, dice Ramírez al tiempo que añade que le decepcionó mucho saber, hace poco, que el paso de Mario Vargas Llosa por el periodismo fue efímero, que no duró más de treinta días, es decir, que su carrera de periodista de nota roja es dudosa.
Entonces dice que su relación con el periodismo es otra: “Yo he dirigido publicaciones, fui presidente por diez años de un periódico que al final tuvo que cerrarse porque no había espacio -en el periodismo que se hace en Nicaragua-, para un periódico que publicaba entrevistas de cinco páginas. Eso era para una minoría y la publicidad no lo pagaba. Aguantamos diez años y al final tuvimos que cerrarlo. A lo largo de mi vida dirigí distintas publicaciones en Costa Rica; esa ha sido mi vinculación con el periodismo. O sea, que el sueño de entrar a una redacción como un reportero es absurdo”, repite Ramírez, miembro del Consejo directivo de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamérica y autor de una columna sindicada que se publica en El País, de España y otros países.
Se habla de una crisis del periodismo reflexivo y de aliento literario, como que se privilegia a un periodismo más liviano, más digerido. Antes un escrito de Rubén Darío podía ser portada, hoy día ni pensarlo. ¿A qué cree que se debe ese giro o ese abandono? “Lo que sucede es que muchos periódicos, absurdamente, quieren competir con la televisión y eso me parece un error. Eso comenzó en los Estados Unidos con el USA Today. Creo que el periodismo escrito tiene un enorme potencial y que precisamente ese desafío obliga al periodismo escrito a ser más analítico y a ser más de fondo. Ya casi nadie compra el periódico por la mañana para enterarse de algo nuevo, cada vez eso es menos, porque ya lo vio -como te decía-, en la radio o en la televisión, entonces nadie va a buscar la nueva noticia, sino el enfoque”.
¿Por medio de la literatura se puede ganar algún tipo de conocimiento? “Yo creo que sí, los libros seguirán siendo muy instructivos, en una novela se puede aprender mucho sobre historia o de diferentes cosas, yo creo que sí, todavía. Claro, depende lo que tú leas, porque, así como hay periodismo lite, hay literatura lite” teoriza Ramírez, condecorado con la Orden de Caballero de las Artes y las Letras, por el gobierno francés en 1993.
¿Cómo planifica un cuento o una novela? Por lo que he escuchado y he visto me da la impresión de que es muy sistemático, muy puntilloso, que no deja escapar detalles. ¿Es así? “Yo he seguido un consejo de Tom Wolf que dice que cuando uno está inventando uno no debe detenerse a ver el fondo del lenguaje. Yo cuando estoy inventando escribo, escribo y escribo y no es hasta la segunda revisión cuando ya me detengo en la palabra y a medida que voy revisando el trabajo de escritura me voy volviendo más maniático, hasta las versiones finales que me pongo a soplar las comas, tal vez la coma que quité hoy, la vuelvo a poner mañana”. ¿Ahí es que entra lo que usted dice que la escritura de más calidad es aquella que ha eliminado anteriormente lo que sobraba? “Le crea menos dificultades al lector porque cuando el escritor lee fácil es porque el escritor le ha cortado”, dice el autor de varias novelas y libros de cuentos que formar parte de antologías de literatura latinoamericana.
¿Diría usted que, en este tiempo de predominio del neoliberalismo y la globalización, los intelectuales podrían tener una función redentora como se asumía antes, o ya no es posible pensar en eso? “Bueno, lo que pasa es que los escritores se atribuían antes funciones más ecuménicas en cuanto a la política. Yo creo que hoy la cuestión de los intelectuales ha cambiado, pero también porque los intelectuales se han retirado de la arena política. Creo que porque las causas se han puesto en crisis; las causas estaban antes muy bien definidas. Es decir, estaba la izquierda que uno podía tocar, antes de que terminara la Guerra Fría. Se decía estos son los principios, esto es lo que hay que defender. Incluso uno desde la perspectiva de izquierda podía defender la intervención del Estado en la economía, el papel regulador del Estado en el mercado. Uno podía decir, bueno el Estado tiene derecho a defender los precios y los salarios, el Estado no puede abandonar las obras y el servicio público, pero todo eso el neoliberalismo lo puso en crisis, y puso en crisis a la izquierda”.
Sigue refiriéndose a la izquierda: “Esta no es capaz ahora de defender al Estado como el protagonista de la economía, no puede, y eso la ha castrado porque eso ahora es anatema. A mí me gusta repetir una frase de que dice: Bueno está bien la economía de mercado, pero no la sociedad de mercado, esos son dos cosas muy diferentes. Aquí a lo que se nos quieren llevar es a la sociedad de mercado. Eso de la libre competencia, la libertad de precios, y que la libre competencia resulte más barato, eso a mí me parece muy bien, pero que se mercantilice la sociedad, eso me parece una aberración. Que la educación, la salud la seguridad social se vendan a concesionarios privados; la administración de las pensiones, de la seguridad social, todo eso se vuelve un negocio privado, o que se vendan las plantas de energía eléctrica, que sea una compañía privada la que decida si le conviene o no -a razón de la ganancia-, hasta dónde va a llegar la energía eléctrica, en un área rural, cuando eso es un papel del Estado, me parece que es crear la sociedad de mercado, que en países pobres se vuelve todavía más escandaloso”.
¿Se identifica con los movimientos antiglobalización? “Bueno, yo realmente no sé qué es lo que los movimientos de la globalización verdaderamente plantean. El problema con los movimientos antiglobalización es que sus planteamientos son demasiado abstractos y por eso es que tienen tan pocos seguidores. Antes las cosas eran más concretas… Yo estaba en contra de la guerra de Vietnam, a favor de los movimientos de los derechos civiles de Estados Unido, estaba a favor de que el petróleo era un bien que debía estar en manos del gobierno de Venezuela o México, pero ahora las cosas me parecen más volátiles, más abstractas y la globalización es un término demasiado manga ancha. Bueno, ¿qué cosa es la globalización? Para mí la revolución en las comunicaciones -que es una parte de la globalización-, y me parece que ese es un avance enorme de la civilización. Yo no me voy a poner a levantar pancartas en contra de la Internet, porque ahora nos podemos comunicar mejor que antes y podemos vernos la cara al hacer un chat, o yo puedo mandar un mensaje en cinco segundos o puedo integrar en mi casa todo un sistema de televisión y comunicación. Eso es democrático, no es antidemocrático”, expone Ramírez con ejemplos: “Es una bendición que uno pueda comprar un CD de Pavarotti por ocho dólares y que se vendan millones de CD, cuando antes, ver a Caruzo sólo lo podían hacer los millonarios dentro de las paredes de un teatro”. Se puede decir que eso es mercado, “pero para mí es democratización de la cultura, depende de cómo tu lo veas”, expone el ex vicepresidente de Nicaragua, quien tiene su propia página en la Internet y le da los toques finales a su novela “Sombras nada más”, próxima a publicarse.
No obstante lo expuesto, Ramírez no es inocente y pone en evidencia algunas paradojas del globalismo: Cree que su tendencia homogeneizante y la imposición de reglas por el Fondo Monetario Internacional implica una reducción del gasto público en muchos países y que a lo primero que se apunta a hora de recortar es a la cultura. “La participación del porcentaje de la cultura en los presupuestos nacionales siempre ha sido mínima. En Nicaragua el presupuesto de la cultura no llega ni al millón y medio de dólares para atender museos, sitios arqueológicos y parques nacionales, etc.”.
“Le han dejado la cultura a los bancos y a las instituciones financieras. Un país que no se ocupa de la cultura, de la educación y de la salud; el gobierno se convierte en un gerente de una compañía multinacional que no tiene la sede en ese país. Creo que más bien es al revés: en países pobres y pequeños, para no quedarse fuera del juego de la globalización, su primer deber es invertir en la educación, porque ahora”, dice, el problema no está necesariamente entre los que tienen más o tienen menos solamente, sino entre los que saben más y los que saben menos. “Ese es el desafío, el que no sabe nada está fuera del juego y el que no domina la cadena de la transformación tecnológica está fuera del juego”. (Diálogo, 2002)