¿Siguen siendo importantes las invitaciones presidenciales a equipos deportivos?
Para estos encuentros abundan las cámaras y se procura divulgar solo aquellas imágenes en las cuales políticos, atletas y personal del equipo luzcan con sonrisas impecables. Ninguna fotografía o video puede sugerir la más mínima actitud de descontento entre los presentes. Más que un encuentro de relaciones públicas, estas visitas de equipos y atletas a gobernantes son actos políticos. No obstante, todo lenguaje, gesto y pronunciamiento politizado se trata de evitar durante estos actos oficiales.
La percepción generalizada entre las partes involucradas y el público deportivo apunta comúnmente a evaluar el evento como una ceremonia de tradición enmarcada fuera de lineamientos políticos. Esta supuesta visión apolítica que usualmente se le atribuye a este tipo de encuentros ha sido la perspectiva que en el pasado y en la actualidad ha instado a atletas y administradores de clubes deportivos a sentirse en la obligación de aceptar la invitación ejecutiva y asistir a las casas oficiales de quienes gobiernan su país. Desde esta visión, ningún deportista o entrenador será identificado como seguidor o entusiasta de su presidente o principal ejecutivo público solo por haber visitado su mansión oficial. Más bien, se refuerza la noción de que al atleta se le debe tratar y proyectar como un sujeto apolítico cuyo rol debe ser unir a una sociedad fuera de divisiones ideológicas y partidistas. Y qué mejor manera de hacerlo que aceptando la invitación de quien se supone sea el principal representante público de las ciudadanas y ciudadanos del país que alberga el circuito deportivo para el cual el equipo participa.
En el contexto de los Estados Unidos, los cuestionamientos a la insistencia de querer despolitizar estos eventos protocolares han aumentado desde que Donald Trump asumió la presidencia en el 2017. Las actitudes arrogantes y las declaraciones públicas guiadas por ideologías de odio desde las tribunas presidenciales han creado mayor conciencia social entre quienes reconocen que esta nación de Norteamérica continúa polarizándose en términos ideológicos y en lo que respecta a las desigualdades de clase. Igualmente, la creciente visibilidad pública a la violencia racial ha propiciado el repudio de atletas hacia las instituciones de poder responsables por el linchamiento y asesinato selectivo de personas negras en distintas ciudades estadounidenses. Estos episodios de tensión y violencia han aportado a una creciente ola de oposición política en la cual deportistas de las principales ligas de este país han asumido un protagonismo mediático en el ejercicio de denunciar las expresiones y acciones de su gobierno.
En el 2018, dos equipos campeones de ligas profesionales estadounidenses no acudieron a la Casa Blanca para el tradicional tributo presidencial que por décadas se les ha hecho a aquellos clubes que culminan la temporada con el principal trofeo de sus respectivos circuitos deportivos. Por un lado, al equipo Eagles de Filadelfia de la National Football League se le quitó la invitación presidencial ante la negativa de algunos jugadores de retirar su solidaridad con aquellos colegas atletas que protestan la violencia racial durante la interpretación del himno nacional de los Estados Unidos previo a cada partido. De otra parte, los campeones de la National Basketball Association (NBA), Golden State Warriors, tuvieron un incidente similar a los Eagles, luego de que su jugador estrella, Stephen Curry, criticara públicamente a Trump. En el caso de este equipo de baloncesto, sus jugadores optaron por aprovechar su llegada a Washington D.C. para visitar museos de historia alusivos a las aportaciones de personas negras en los Estados Unidos, a la vez que compartían con jóvenes residentes de la capital nacional. Así, los Warriors acordaron hacer otro tipo de trabajo político y comunitario que no implicó aceptar la tradicional invitación de relaciones públicas realizada por el primer ejecutivo estadounidense. Tras haber repetido el título de la NBA al finalizar la temporada 2018, el equipo de Golden State nuevamente optó por realizar una movida política alternativa en el 2019, al visitar al expresidente Barack Obama en lugar de encontrarse con el incumbente en la Casa Blanca.
Estos casos de rechazo a las invitaciones que líderes de Estado realizan a equipos y atletas no solo demuestra el descontento hacia las políticas de líderes gubernamentales; plantean además un reto a la imagen del atleta apolítico de quien se espera que asista a estos eventos oficiales con el propósito de proyectarse como sujeto conciliador, indistintamente del grado de explotación, violencia y represión que se ejerce desde las esferas de poder. Las denuncias políticas realizadas en foros públicos por deportistas comienzan a desmoronar el carácter venerable que históricamente se la ha atribuido a los festines presidenciales con atletas y equipos. Cada vez se suman más voces en el ámbito deportivo que no desean prestarse para un ejercicio de mercadeo político convocado por líderes que son cuestionados por su gestión. Ante esta nueva realidad debemos preguntarnos cuán relevante es esta práctica en la actualidad. Si la ayuda gubernamental al deporte cada vez es menor y las políticas de austeridad continúan precarizando a más personas, ¿por qué continuar acatando un espectáculo que usa el deporte como instrumento para limpiar imágenes de figuras políticas desprestigiadas?