Sin perdón y sin permiso

Una de las expresiones de esa emergencia lo son los Centros de Apoyo Mutuo (CAM), espacios de gestión popular de necesidades con la perspectiva de construir comunidades nuevas. Tras el “apoyo mutuo” se esconde una posición antisistema, pues en Puerto Rico el asistencialismo colonial lleno de caridad ha sido una de las bases ideológicas con las que se amarra a la población y se sostiene el Estado.
Con el “mejor pedir perdón que permiso”, en Las Carolinas, Caguas, un grupo de residentes de todas las edades tomaron la cerrada en mayo Escuela Elemental María Montañez Gómez y la convirtieron en el Centro de Apoyo Mutuo de Las Carolinas. También en Caguas, los miembros del primer CAM de la isla, arreglan a buen ritmo las facilidades de lo que fue hace 30 años las Oficinas del Seguro Social. En Las Marías, otro grupo diverso de residentes del Barrio Bucarabones toman su escuela cerrada hace 15 años y la convierten poco a poco en un CAM. Y en otras comunidades o proyectos se discute qué espacio rescatar, qué escuela abrir para arreglar o cómo gestionar de la manera más independiente.
Algo tiene de poesía, por cierto, eso de que muchos espacios rescatados hoy para ensayar el desarrollo de un nuevo poder popular hayan sido alguna vez espacios que pertenecían al Estado Libre Asociado de Puerto Rico o al Estado Federal de Estados Unidos. Parece señalar mejor que otra cosa la bancarrota real y moral de éstos frente a unas poblaciones marginadas por el abandono organizado y consistente de estos gobiernos bajo el manto económico del neoliberalismo, eso de privatízalo todo, conviértelo todo en mercancía, vende, acumula, gana solo para ti.
La autogestión radical que renace con impulso tras el huracán María en realidad no pide perdón ni permiso, sobre todo porque anda haciéndose a plena luz del día, en comunicación abierta con la población y sostenida estrechamente por nuestra diáspora, nuestro exilio. ¡La nación viva!
Es algo que habíamos vivido en el proyecto Comedores Sociales de Puerto Rico, pues en estos cuatro años de difícil gestión, la UPR nos ha pedido licencias, papeles, permisos y nosotros nunca hemos podido presentar nada de eso. No porque no queramos, para ser honesto, pero es que no hemos podido porque operamos con pocos recursos y como todo el mundo sabe, “aquí puede el que más tiene.”
Sin pedir perdón ni permiso, los comedores sociales siguen consolidándose poco a poco en la UPR por la combinación de un modelo de aportaciones que hace sentido para las personas—materiales, trabajo o dinero—y porque soluciona una necesidad básica para todas las que llegan a las mesas de comida. Ahora este modelo está teniendo otra expresión en la isla con el surgimiento de Comedores Comunitarios.
En alguna ocasión, en UPR Cayey, Patentes Municipales y Hacienda intentaron multarnos. Tiempo después, en esa misma UPR, un corillo de guardias universitarios intentó sin éxito detener una repartición de alimentos. En otras pocas, en UPR Río Piedras, usando la amenaza, las Cartas Circulares, algunas Decanas y personal administrativo, intentaron disuadir la gestión alimentaria por la vía burocrática. En todas estas experiencias fuimos fortaleciendo un argumento central a lo que hacemos: la solidaridad entre las personas no puede ser regulada por el Estado.
Por eso debemos insistir en una nueva manera de entender y hacer política en Puerto Rico. Una política que sin pedir perdón ni permiso a nadie, escuche con paciencia las necesidades de la población y ayude con creatividad a organizarla de modo tal que puedan convertirse, por qué no, en gestiones anti-sistema, pues sabemos de sobra ya que el sistema en el que vivimos es totalmente anti-personas.
Una política que sin perdón ni permiso rete a ciertos sectores de la clase media progresista a hacerse a un lado y que dejen de intentar representar a los de abajo, hablar por ellos. Esa clase media ha sacado ventaja toda la vida de su posición de clase, de sus privilegios, para hacerle creer a las y los pobres que sin ellos y ellas no podremos derrotar nunca a nuestros opresores. Su esfuerzo es siempre interactuar con el gobierno, tirarle a los políticos, mostrarse como una opción más viable que los otros. En todo caso el rol de los pobres es darle las gracias. ¡Mierda es!
Una política que sin perdón ni permiso rete también a la izquierda tradicional de la que vengo, pues hacer política anti-sistema no consiste siempre en el piquete y la marcha o la democracia de los círculos y las manos. El debate de nuestro tiempo es de algún modo muy clásico, pues tiene que ver con cuál será nuestra estrategia principal de cambio para la próxima década para lo cual estamos obligados y obligadas a reinventarnos y desarrollar un método de trabajo, que hasta el momento en esta experimentación que llamamos CDPEC se resumiría así: escuchar primero que todo, trabajar con las necesidades de las personas, actuar con firmeza y sacrificio, y claro, no pedir perdón ni permiso.
* Tomado de la página del Centro para el Desarrollo Político, Cultural y Educativo y reproducido aquí con la autorización del autor.