Sobre los finales
Es conocido lo que escribió Tocqueville en sus Recuerdos de la Revolución de 1848: “en una rebelión, como en una novela, lo más difícil es inventar el final”. Empecemos por ahí. El “final” es un tema poético, filosófico y político. ¿Anuncian los “finales” la posibilidad de nuevos comienzos, de otra vida, de otra sociedad? Pienso que es una pregunta crucial, y ofrece una vía de entrada para los debates sobre nuestro presente y nuestro futuro. ¿Qué permanece de un pasado que se considera definitivamente clausurado? Deseo sobre todo recordar la capacidad que tienen los artistas, escritores, cineastas y filósofos para abrir espacios críticos y para reinventar utopías que nos incitan a oponernos a diversas formas de dominación.
Siempre me apasionó la relación entre el comienzo de un poema o de un relato y el “final”. El “final” es una categoría que se refiere a la trama, al argumento. En la tragedia puede ser ese “momento de la verdad” que está más o menos cifrado desde el principio pero que, cuando llega, nos hace temblar. En un plano muy personal, me queda el recuerdo de fragmentos de conversaciones sobre “finales” de relatos con los escritores José Luis González, autor de cuentos magistrales, con Luis Rafael Sánchez y los finales de sus relatos y obras dramáticas, y después con el escritor argentino Ricardo Piglia sobre la potencia utópica de una historia que no tenga fin.
Rememorando, pienso también en otros finales a lo largo de los años, en la danza, en la pantomima, o en la música: un lento aprendizaje al observar el trabajo del cierre en unas seguidillas o en unas alegrías con Alma Concepción; o los finales lentamente ensayados de los mimodramas en el trabajo de un colectivo de artistas bajo la dirección de Gilda Navarra en el Taller de Histriones. Y, más recientemente, el sentido del “final” en la improvisación coreográfica en torno los ritmos de bomba de Alicia Díaz con Héctor Coco Barez. ¿Qué quiere decir terminar una pieza? A veces “terminar” es hacer invisible los pasos previos, pues en el proceso pueden ocurrir cambios inesperados que dan otro final.
Para estas reflexiones he tenido muy presente también el extraordinario libro del poeta Noel Luna, La escuela pagana, en el que el trabajo poético es una obstinada investigación, un proceso de repetición y retraducción, sin abandonar nunca el trabajo sobre la forma. Ese libro cierra así:
Para el mortal, las cosas mortales;
al que perece, lo perecedero.
Todo nos deja, nos abandona,
o lo dejamos, lo abandonamos.
Noel Luna, “Prohibido aferrarse”, La escuela pagana
Es un tema con variaciones. Hay situaciones en que al final, en la engañosa calma que anuncia la catástrofe, sólo es posible un grito. El pensamiento de los poetas ha servido para sobrevivir en el ojo del huracán. Ayuda haber leído los versos de Palés Matos: este calmazo atroz que me rodea. (“La búsqueda asesina”). Palés es también el poeta que radicaliza el silencio: en el silencio tan cercano al grito, el silencio que acecha al lenguaje en situaciones límite. Me referiré a otro grito más adelante.
En estos días he vuelto a leer a los poetas Julia de Burgos, Luis Palés Matos, Pedro Pietri, y a Noel Luna, escritores que se entrelazan por la forma que cobran sus finales. He vuelto también a los textos de Ramón Emeterio Betances, quien fue tentado por el suicidio, un final que luego transformó en Grito. Por otra parte, he releído a Giorgio Agamben, quien ha escrito un bello ensayo sobre “El final del poema” y sobre la artesanía del verso. Él habla de Dante, pero me hizo pensar de inmediato en los pies forzados de las décimas, en las que hay una fascinación con la maestría y eficacia del verso final, dejándose ir por las sílabas y el sentido, y por la rima que vuelve y se ve (o “se oye”) venir. Me reconozco en ese arte de la trova, pues la décima cantada en Gurabo y Río Piedras, sin nombre de autor, fue mi iniciación en la poesía.
Un libro que leí con entusiasmo hace años fue The Sense of an Ending, de Frank Kermode. Me sigue intrigando esa idea flotante, no de un desenlace claro, sino del “sense”, que puede ser un efecto buscado, una ilusión. El tema es inagotable: el Fin, la vuelta de tuerca, quemar las naves, la coda, los epílogos, el Edén perdido, el Juicio Final, el Apocalipsis, la obra póstuma, el mito del ave fénix, la vida entrelazada con la muerte, el suicidio individual y colectivo. Incluso se ha proclamado el Fin de la Historia. En un luminoso ensayo, Derrida escribe sobre el “tono” apocalíptico en la filosofía contemporánea. Žižek se plantea lo que significa vivir “en el final de los tiempos”.
El tema prosigue de otros modos. Al final, Don Quijote muere, pero ¿recupera de veras la razón? Dostoievski en Crimen y castigo, sintió la necesidad de añadir un epílogo en el que condensa la trama de la novela que acabamos de leer. María Zambrano leía el último Diario de José Martí, de 1895, descifrándolo como el testimonio de un sujeto que iba a cumplir su destino, camino al sacrificio por Cuba. Para el poeta T. S. Eliot, la fundación es siempre retroactiva y circular: Lo que llamamos el principio es a menudo el fin/ y llegar al final es llegar al comienzo, escribe en sus famosos Four Quartets. El escritor puertorriqueño César Andreu Iglesias recordaba el apocalipsis de la Segunda Guerra Mundial, y se preguntaba: “¿Cómo es el día que precede a un cataclismo? ¿Habrá signos en el cielo, en el aire, en la tierra, en el mar?” Hacia el final de su propia vida, José Trías Monge, un intelectual orgánico del Partido Popular Democrático, miembro de la Asamblea Constituyente del Estado Libre Asociado y Juez Presidente del Tribunal Supremo, escribió un importante libro-testamento, Puerto Rico, the Oldest Colony: el final como testimonio, y muy cerca del arrepentimiento.
Distinto es lo que plantea el escritor vietnamita Viet Thanh Nguyen en su libro Nothing Ever Dies, que he estado leyendo con gran admiración en estos meses. No es sólo la experiencia de lo que no muere nunca, sino de lo que se afianza con el tiempo. Nguyen trata de la memoria y del olvido de la Guerra y de la verdad amarga de los muertos vietnamitas en la literatura, en las ceremonias, y en los monumentos. Por otro lado, es sabido que para los espiritistas seguidores de Allan Kardec, la muerte no marca el fin. El alma puede reencarnar varias veces en el mismo mundo, o en otro.
II
Pero, antes de seguir, detengámonos en la palabra que nos convoca: las “Humanidades”. Esa palabra genera un sinnúmero de preguntas, algunas profundamente relacionadas con los “finales”. ¿Qué sentido tienen las “Humanidades”, en plural? ¿Nos ayudan a entender y a transformar el mundo que nos ha tocado vivir? ¿Producen conocimiento, o siguen siendo el arte y la literatura atractivos como ornamento, la “distinción” de un pequeño sector de la que hablaba Pierre Bourdieu? ¿Qué relación existe entre las Humanidades y los derechos humanos? ¿Entre lo humano y lo inhumano? ¿Qué significan las Humanidades en medio del nuevo descenso al corazón de las tinieblas que vemos en Iraq, Afganistán y Siria, y para millones de desplazados que viven hoy en campos de refugiados?
Paralelamente, ¿qué lugar ocupan las Humanidades hoy en los Estados Unidos, donde rige la desigualdad y una violencia racista, homo y transfóbica, dirigida también contra los inmigrantes atrapados en campos de detención? Por otra parte, ¿qué aportan las Humanidades para pensar los “finales” de la Revolución Cubana y del embargo de los Estados Unidos? ¿O para actuar en un Puerto Rico que atraviesa no sólo una sombría situación económica sino también una crisis de legitimidad que confirma el derrumbe definitivo del Estado Libre Asociado? Las instituciones educativas, la democratización misma de la lectura, los archivos y los museos, y la formación de nuevas generaciones están todas amenazadas por oscuras manipulaciones políticas y financieras. ¿Cómo pensar la educación pública y la educación universitaria cuando se les está pidiendo a los ciudadanos puertorriqueños que acepten la subordinación al imperio de una Junta de Control Fiscal? Ahora, con tantos procesos democráticos socavados por el neoliberalismo, me parece urgente retomar esas preguntas.
No hay –quizás nunca hubo, como nos recordaba Edward Said– una única idea sobre el concepto de las Humanidades o de sus prácticas. Yo recuerdo perfectamente la escisión que viví como estudiante en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras hace más de cincuenta años. Por un lado, había una disputa no muy disimulada entre las flamantes “Ciencias Sociales”, que eran los nuevos y necesarios saberes de la modernización –con otro concepto de la “cultura”– y las viejas “Humanidades”, que parecían arcaizantes. Además, se cultivaban en espacios medio en ruinas en los salones y oficinas del edificio Pedreira, y en aquel Museo con sus momias.
Vivíamos simultáneamente otra escisión, con consecuencias más duraderas. Descubrí a Góngora y a Sartre gracias a maestros inolvidables, algunos de ellos independentistas que vivían como en un exilio interno. Hablábamos intensamente sobre el ordenamiento de los acontecimientos y el significado del “final” en la tragedia según Aristóteles. Recuerdo muy bien la lectura de los “finales” estremecedores de los relatos de Kafka. Y no olvido el encuentro con Albert Camus y el debate ético en torno al asesinato político en su obra Los justos en el Teatro de la Universidad de Río Piedras en 1958. Luis Rafael Sánchez era uno de los actores principales. Pero en aquella Universidad la censura de algunos temas y autores era severa. El Consejo de Estudiantes estaba prohibido, al igual que la posibilidad de escuchar a un escritor o a una figura política socialista o abiertamente independentista. Estábamos amordazados. Pero sí podíamos ir al Teatro Universitario a escuchar los ensayos del gran chelista Pablo Casals, representante de la cultura republicana española. Y nos llevaron a la bella y moderna Biblioteca a contemplar el mural de Prometeo y su fuego liberador, del gran pintor mexicano Rufino Tamayo. Mientras tanto –muchos no lo sabíamos—cada día crecía un frondoso archivo de informes confidenciales de la otra “inteligencia”.
En aquellos años se pretendía borrar la memoria de una larga lucha política en la isla y en las diásporas, de lo cual no se hablaba. A la vez, se nos exigía lealtad a los representantes de las fuerzas armadas norteamericanas, que no estaban en la Universidad por amor al arte. Vestí el uniforme del ROTC que era obligatorio, y, como todos, marché en sus desfiles. Eran teatralizaciones de la dominación. La convivencia y la connivencia de la Universidad con la jerarquía militar eran muy claras. Creo que justamente en aquellas clases militares, que no eran sobre Shakespeare, empecé a cuestionarme muchas cosas. Puerto Rico era una pieza clave de la llamada Guerra Fría.
Siempre me he preguntado de dónde venía la precoz lucidez de Luis Rafael Sánchez y otros nuevos escritores de entonces, y la contundencia crítica de Antonio Martorell y de los artistas del Taller Alacrán, que les permitía señalar, en clave trágica o jocosa, el abismo que existía entre el discurso público que celebraba la “vitrina de la democracia” y la forma perversa en que se vendía y se militarizaba al país. Cada vez me interesa más repensar aquellos años de la década del cincuenta, del impacto de la Guerra de Corea, con los comunistas e independentistas puertorriqueños encarcelados, o resistiendo a pesar del ostracismo, y todos sometidos a constante vigilancia. Me refiero a los años justo antes de la Revolución Cubana y del trauma de la guerra de Vietnam. Pienso que estaba gestándose ya lo que sería el revés de la trama: el reverso enloquecido en el que caen las máscaras. Es lo que ocurrió después con la carcajada crispada de La guaracha del Macho Camacho de Sánchez y el Puerto Rican Obituary, la intensa meditación de Pedro Pietri sobre la desposesión y la invisibilización de la comunidad puertorriqueña. A partir de esos textos se podía leer todo en clave de finales. Podría sostenerse que en los años setenta se estaba pensando y escribiendo, desde la literatura, una nueva forma de entender la historia.
Como es sabido, históricamente las Humanidades han coexistido con inquisiciones, con la esclavitud, con imperios modernos, y con crueles totalitarismos de derechas o izquierdas. No obstante, los saberes humanísticos nos han ayudado a comprender, y a veces a transformar, el mundo que habitamos. Puerto Rico ha demostrado que la crítica logra abrirse camino, desafiando censuras y miedos profundamente internalizados, y nos ayuda a liberarnos del control que el poder ejerce sobre el lenguaje. De hecho, los años de complicidad con el macartismo abrieron un período de renovación cultural profunda, con la aparición de críticos y artistas heterogéneos tan ejemplares como Rafael Tufiño, René Marqués, Nilita Vientós Gastón, José Luis González, y Lorenzo Homar, que operaban con una noción de la cultura como un lugar para el pensamiento crítico. Podría decirse de muchos artistas, músicos y escritores lo que ha dicho de forma sucinta Alan Badiou: “La filosofía existe porque hay crisis, guerras, revoluciones y catástrofes. La filosofía existe siempre en condiciones más o menos dramáticas. Trata, precisamente, de pensar el drama, el horror, al mismo tiempo que la paz y la alegría”.
III
Hoy en Puerto Rico la “Ley Promesa” es una parodia de la utopía, y nos indigna a muchos. Me hace pensar en el final definitivo de la democracia, y en el silencio tan cercano al grito. Por eso quisiera volver a la pregunta inicial: ¿Anuncian los “finales” la posibilidad de nuevos comienzos, de otra vida, de otra sociedad?
Aquí deseo proponer ejemplos de “finales” que ocupan un sitio central en las tradiciones poéticas y políticas puertorriqueñas. Pienso que podrían servir para abrir una larga conversación. Son ejemplos que abarcan un extenso arco temporal:
La tentación del suicidio en Betances, y el Grito.
En 1859 el médico Ramón Emeterio Betances, entonces de 32 años, se embarcó en el puerto de Le Havre en un velero con destino a la isla de Saint Thomas, y de ahí a Puerto Rico. Durante los cuarenta días que duró la travesía, acompañó el cadáver de su amada, una joven puertorriqueña, que era su sobrina, y con quien pensaba contraer matrimonio. Ella, María del Carmen Henry y Betances, había muerto de fiebre tifoidea, poco antes de que se pudiera celebrar la boda. En una carta escrita antes de embarcar, Betances escribió: “En fin, todo ha terminado para mí. Llevo muchos libros; leeré”. (p. 40) Eran los únicos pasajeros: uno se moría por el trauma de la pérdida; la otra, muerta. De no conseguir la autorización para desembarcar en Puerto Rico, Betances declara que se proponía “atarme al féretro de plomo y pedir al mar para nosotros dos lo que la tierra me habrá negado para ella”. (p. 33) Las cartas son la crónica de una feroz desesperación. Betances añadió: “Estoy condenado por esa muerte, tan injusta como irrevocable, a terminar mi vida en la desesperación del remordimiento y en los extravíos de la melancolía”. (p. 51)
Betances había tocado fondo. No cedió, sin embargo, a la voluntad de oscuridad y silencio. Nos impulsó no al suicidio sino a la resistencia. De la melancolía y la amargura del Final trágico en el Amor, Betances pasó al proyecto épico de resistencia política. Se dedicó a preparar el Grito de Lares y a apoyar la lucha por la independencia en Cuba y en Puerto Rico. Así lo retrató el artista Antonio Martorell, plasmando la imagen visual de los ecos de su Grito en uno de sus carteles conmemorativos.
Los finales en algunos poemas de Julia de Burgos. El alto precio de la transgresión.
Los textos de la poeta representan un antes y un después en la poesía enfrentada a la dominación masculina, y a la dominación colonial. Su viaje, sintetizado en el título y en el poema “Yo misma fui mi ruta”, nos invita a atravesar una experiencia transformadora en la relación con nosotros mismos y con los demás. Viajando hacia atrás en el tiempo, Burgos se presenta, a la vez, como ella misma y otra, “un juego al escondite con mi ser”. Pero se rebela, y se desvía, desobedeciendo las prohibiciones. Pronto en el texto aparece el final, en el que el fracaso, sin embargo, debe ser visto como una victoria, con una voz intensa en su desafío:
Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes;
cuando ya los heraldos me anunciaban
en el regio desfile de los troncos viejos,
se me torció el deseo de seguir a los hombres,
y el homenaje se quedó esperándome.
“Yo misma fui mi ruta”, Julia de Burgos
Esa pasión, que implica con frecuencia duelo y dolor, se convierte en la obra de Julia de Burgos, y en sus múltiples actuaciones en la diáspora, en una política. ¿A qué precio? En los finales de sus poemas va tejiendo una intrincada red de relaciones entre rebeldías apartadas en el tiempo y en el espacio, llevando a una extrema tensión las condiciones de posibilidad y de imposibilidad. En uno de sus últimos poemas, en inglés, firme aunque borrada, describe como en voz baja un Final entre camaradas del silencio:
It has to be from here,
forgotten but unshaken,
among comrades of silence
deep into Welfare Island
my farewell to the world.
“Farewell in Welfare Island”, Julia de Burgos
El final en un poema de Luis Palés Matos: Amor contra la Muerte.
En medio de los grandes conflictos del Puerto Rico de los años cincuenta, Palés contemplaba su propia, irremediable partida. Oía voces y descubría señas. Antes de ser eclipsado por la Muerte, escribió su despedida poética. Nos ofrece una conversación con la Muerte, la enemiga tenaz que acecha desde un más allá, pero que es conjurada frente al paisaje terrenal y presente del cuerpo deseado de la Amada. Ese diálogo se da en una imagen escenográfica:
Me llaman desde allá…
larga voz de hoja seca,
mano fugaz de nube
que en el aire de otoño se dispersa.
Por arriba el llamado
tira de mí con tenue hilo de estrella,
abajo, el agua en tránsito,
con sollozo de espuma entre la niebla.
Ha tiempo oigo las voces
y descubro las señas.
……
me llaman desde allá
pero el amor dormido aquí en la hierba
es bello todavía
y un júbilo de sol baña la tierra.
¡Déjeme tu implacable poderío
una hora, un minuto más con ella!
“El llamado”, Luís Palés Matos
El final en la poesía de Pedro Pietri. Los muertos no cesan de hablar.
En la diáspora puertorriqueña, Pedro Pietri dialoga con los muertos y con los vivos. Ofrece una elegía paradojal, devolviéndole la vida a los muertos: Puerto Rican Obituary. El poeta los convoca, asumiendo la desigualdad social y la discriminación, un mundo donde nada escapa a la violencia de la determinación económica que simultáneamente los incluye y los excluye:
They worked
ten days a week
and were only paid for five
They worked
They worked
They worked
and they died
They died broke
They died owing
They died never knowing
what the front entrance
of the first national city bank looks like
“Puerto Rican Obituary”, Pedro Pietri
Los seres humanos y su pasado aparecen como una mercancía olvidable, consumidos en la sociedad de consumo. Esa crítica se narra, en otro poema, a través del suicidio de una cucaracha “in a low income housing project”, una metáfora precisa y a la vez ambivalente de los desechos de la ciudad capitalista, pero también de la sobrevivencia.
Pietri venía de las vanguardias poéticas, del tiempo revolucionario de los Young Lords, de los desastres de la guerra de Vietnam, y de la Nueva Izquierda. Puerto Rican Obituary es un manifiesto poético. Es asimismo un alegato político contra los esfuerzos por enmudecer las voces puertorriqueñas. El poeta va borrando los límites entre el inglés, el español y el espanglish, produciendo así colisiones semánticas y contemplándose en ese espejo. Las voces moribundas de sus dramatis personae no cesan, tenaces, de hablar, y el poeta las recibe y retransmite. Oímos sus dichos, sus frases y sus tonos. Pietri reúne los fragmentos de un mundo disperso que él reorganiza mediante repeticiones apasionadas.
El final es también el principio de una nueva conciencia crítica, radical:
Mi abuela
has been
in this dept store
called america
for the past twenty-five years
She is eighty-five years old
and does not speak
a word of english
That is intelligence
“Tata”, Pedro Pietri
IV
Hay algo que nunca muere. Pero estos finales nos recuerdan que, frente a la destrucción y la ruina que nos amenazan hoy, es urgente la tarea de proteger no sólo a nuestros vivos, sino también a nuestros muertos. Como nos advierte Walter Benjamin en sus “Tesis de filosofía de la historia”, ni siquiera los muertos están a salvo:
El único historiador capaz de encender en el pasado la chispa de la esperanza es aquel que esté firmemente convencido de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer.
Santurce, Puerto Rico, 28 de octubre de 2016
*Conferencia leída en San Juan el 28 de octubre de 2016 con motivo de la distinción Humanista del Año, otorgada por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades.
Nota del autor: Me siento profundamente honrado por este acto y por la generosidad de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. Quiero expresar mi agradecimiento a la Fundación, a los miembros de la Junta de Directores y a su Director, el Dr. César Rey, al Presidente de la Junta, el Lcdo. Jaime E. Toro Monserrate, y al Rector del Conservatorio, Luis Hernández Mergal. También a las amigas y amigos que están aquí, con quienes comparto tantas esperanzas, donde quiera que estemos. Y muy especialmente a Rafael Rojas, a Nick Quijano, a Vanessa Droz, a Alfonso Fuentes, y a Consuelo Gotay. La lista de Humanistas que han sido reconocidos por la Fundación me intimida, y me desafía. Esta noche es también una ocasión para honrar a críticos, escritores, historiadores y artistas que venero.
REFERENCIAS
Agamben, Giorgio. El final del poema: estudios de poética y literatura. Traducción de Edgardo Dobry. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2010.
Andreu Iglesias, César. “Un día cualquiera”, en Periodismo vital. San Juan, Puerto Rico, Asociación de Periodistas de Puerto Rico, 2005, pp. 5-6.
Badiou, Alain. “Las democracias están en guerra contra los pobres,” entrevista de Héctor Pavón. Buenos Aires, Clarín, 23 de octubre de 2016. http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2004/10/23/u-854775.htm
Belknap, Robert L. Plots. New York, Columbia University Press, 2016.
Betances, Ramón Emeterio. Escritos Íntimos, Prólogo de Arcadio Díaz Quiñones, en Obras completas, II, San Juan, Ediciones Puerto, 2008.
Brooks, Peter y Hilary Jewett, editores. The Humanities and Public Life. New York, Fordham University Press, 2014.
Derrida, Jacques. Sobre un tono apocalíptico adoptado recientemente en filosofía. Traducción de Ana María Palos. México, Siglo Veintiuno Editores, 1994.
Kermode, Frank. The Sense of an Ending: Studies in the Theory of Fiction. Oxford-New York, Oxford University Press, 2000.
Luna, Noel. La escuela pagana. San Juan, Puerto Rico, Folium, 2014.
Nguyen, Viet Tanh. Nothing Ever Dies: Vietnam and the Memory of War. Cambridge-London, Harvard University Press, 2016.
Piglia, Ricardo. Formas breves. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 1999.
Said, Edward W. Humanism and Democratic Criticism. New York, Columbia University Press, 2004.
Trías Monge, José. Puerto Rico: The Trials of the Oldest Colony in the World. New Haven, Yale University Press, 1997.
Žižek, Slavoj. Viviendo en el final de los tiempos. Traducción de José María Amoroto Salido. Madrid, Ediciones Akal, 2012.