Sobre semillas y maracas
La Santísima Rosa investigativa del CPI
Siempre he apostado entusiastamente por lo que en inglés llaman “muckracking”, o el periodismo investigativo que saca a la luz pública los trapos sucios y corrupción que los ricos y poderosos intentan mantener en secreto. El periodista “muckracker” puede ser parte de un medio masivo, pero usualmente trabaja desde abajo de manera casi independiente y rechaza los procedimientos del periodismo hegemónico. En el Puerto Rico actual, no son demasiados los esfuerzos por crear una prensa investigativa que adelante la tarea de informar al público, pero existen excepciones. Una reciente serie de artículos publicados por el Centro de Periodismo Investigativo le presta atención a la gestión de la casa productora Pimienta Film Co. y a su director, Luillo Ruiz, un conocido productor afiliado al PNP, y procura llevar a cabo un acto de “muckracking”. Me propongo aquí revisar la manera en que los artículos del CPI están construidos y el tipo de argumento del que se sirven.De todas las maneras posibles auspicio el proyecto de querer hundir a miembros del PNP: se trata del partido más corrupto y pernicioso de la isla y de seguro es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja a que un funcionario PNP entre al Reino de los Cielos. Ahora, uno esperaría que tal denuncia se construyera racional y razonablemente y que no se replicaran las máculas que uno le achaca al corrupto partido. Un texto irracional, poco razonable y corrupto (gramatical y argumentativamente) aporta poco a la noble finalidad de cazar penepés.
En “Nepotismo en la Corporación de Cine”, su apresurado empeño de producir un texto “muckracker”, Dalila Rodríguez Saavedra recopiló una serie de acusaciones anónimas basadas en conversaciones escuchadas y que básicamente nunca pudieron verificarse porque no se pudo dar con la documentación. Una variación triste de “periodismo investigativo”, construida a base de oraciones para colmo mal escritas, desencamina el intento de convencer al público lector de la necesidad de que haya periodismo investigativo responsable.
Rodríguez Saavedra explica que unas “fuentes allegadas” a la Corporación de Cine identificaron irregularidades en el desempeño de Pimienta que el gobierno no investigó; la expresión “fuente allegada” recurrirá ampliamente en el texto. Leemos que:
“Una de las veces que se pudo haber investigado a la Corporación de Cine, la resolución fue a parar a una comisión que presidía la ex representante Iris Myriam Ruiz cuyo hijo, Luis Ruiz Ruiz, es uno de los productores locales que más se ha beneficiado de fondos públicos”.
Me pregunto: ¿No es el rol del periodista investigativo precisamente hacer estas investigaciones? La autora aquí se queja de que la madre del acusado no hizo el trabajo que le tocaba hacer a ella. Este argumento realmente no lleva a ningún lugar. Luego cita a otra “fuente allegada”, quien sostiene que alguien se propuso investigar por segunda vez, pero que tampoco investigó. Alguien quería redactar una resolución que pudo haber echado luz a toda esta situación kafkiana, pero esta tampoco prosperó; en esta segunda ocasión, no fue la madre del acusado quien “la dejó caer”, sino las malditas rencillas intrapenepés. Hay varias acusaciones anónimas y, a falta de una investigación gubernamental, habrá que creer por fe en las acusaciones anónimas de las “fuentes allegadas”. ¿Por qué depender de una inexistente investigación gubernamental para echar luz en un caso de corrupción? ¿No se supone que el periodista se dedique a investigar este tipo de cosas y luego publique sus descubrimientos? ¿Se puede hacer “muckracking” así?
Vamos, es válido cuestionarse el rol de una madre en los procesos investigativos de la acusación de su hijo. Es válido y coherente elaborar sospechas y conjeturas. Pero en un texto investigativo que se da a la tarea de acusar de corrupción y nepotismo (palabras mayores), el grueso del texto debería consistir en pruebas. Las sospechas vienen bien, pero como “cherries” encima del mantecado. El texto del CPI es un vaso de “cherries”, no un vaso de mantecado.
Rodríguez Saavedra procede a reseñar el caso Luis Riefkhol, exdirector de la Corporación de Cine. En esta ocasión, otra “fuente allegada” comentó que “se escuchó a Riefkohl decir en varias actividades sociales que los señalamientos hechos en su contra o sobre las operaciones de la CCPR, que dirigió de marzo de 2005 a febrero de 2009, a él no le preocupaban ‘porque él iba a enviar a Hiram Vázquez Botet, (conocido como el ‘contable de los cineastas’) para que hablara con la senadora Norma Burgos y detuvieran la investigación en su contra’”.
Quedamos en que el exdirector de la Corporación presuntamente dijo en una fiesta que iba a mandar a su contador para que atendiera un asunto de contabilidad. Eso. Y alguien lo escuchó y se lo dijo al CPI. Y ese es un argumento para dejar clara su corrupción. ¿Detener una investigación de qué manera: aclarando puntos delicados o recurriendo a trucos sucios? Nunca se explicita en qué medida enviar a un contador a aclarar números de contabilidad vale por un delito, pero el contexto lo deja ver de esta forma. Esto no es jugar limpio. ¿A qué sentido de la palabra “detener” se refería Riefkhol cuando dijo lo que dijo si lo dijo, según lo escuchó la “fuente allegada” que le dijo esto a la reportera? Además, prosigue Rodríguez Saavedra, otras “fuentes allegadas” aseguraron que Luillo “visitó varias oficinas en el Senado […] sin cita previa”. El que alguien diga que uno no sacó cita equivale, para un periodista investigativo, a un argumento poderoso para denunciar el nepotismo que se vive en la isla.
Luego hubo otra investigación gubernamental que tampoco se hizo, acusa la autora. Una lástima, se sobreentiende, porque de seguro le hubiese dado la razón a las “fuentes allegadas”, ya que está visto que Rodríguez Saavedra no tenía intención de investigar por sí misma.
Hace un mes más o menos, el programa The Daily Show (esa insufrible portada con la que el Partido Demócrata estadounidense se presenta a sí mismo como el último bastión de la democracia occidental, a base de chistes por lo general flojos) reseñó al programa La Comay. Con su usual ceguera y ñoñería, The Daily Show presentó a la muñeca racista y chauvinista como si fuera una audaz periodista investigativa que atacaba a los corruptos en nombre del pueblo. No solo las personas inmiscuidas en el exitoso boicot a la Comay se sintieron ofendidas; cualquier persona al tanto de las constantes acusaciones de Santarrosa (quien imputó con razón y sin ella, pero siempre con odio) de seguro se extrañaron de semejante chapucería. El periodismo investigativo no debe ser chisme, ya que el chisme no se toma la molestia de ser periodismo investigativo.
Quizás el CPI tiene en su poder evidencia irrebatible sobre las fechorías de Pimienta y el exdirector de la Corporación de Cine y al presente le ofrece a sus lectores un striptease informativo con algún tipo de objetivo que se me escapa. Pero hasta el momento se ha limitado a insinuar cosas que “podrían” ser ciertas de una forma desorganizada e indigesta y, para colmo (me disculpo por insistir en ello), en oraciones mal escritas y sin revisar, como si apremiase la distribución de los textos antes de la reunión de APCA (la Asociación de Productores Cinematográficos y Audiovisuales), dos días después de la fecha de publicación.
Leemos en otro artículo de la serie que “el CPI encontró evidencia de probables conflictos de intereses al menos durante el año fiscal 2011-2012”. ¿Por qué probables? ¿Qué es la evidencia de algo probable? ¿Se sostiene esto en una corte? Una evidencia probable. ¿Cómo suena eso de: “Su señoría, esta huella digital es probable evidencia de la culpabilidad del acusado”? Un hecho puede ser más o menos probable por la evidencia, pero no a la inversa. Un acusado es inocente hasta que se prueba lo contrario, no a la inversa.
Está bien eso de irse a cazar penepés, pero no así.
La acusación de Luis Riefkhol (del PPD, pero “socio” de Luillo, según insiste Rodríguez Saavedra) es otro ejercicio de insustancialidad. Hay dos informes del Contralor en donde se señalan los siguientes puntos: gastos de viajes y agasajos no justificados, incongruencias en la fecha de juramentación y fallas a una enmienda de un reglamento. Bien, por ahí vamos: un informe, planteamientos concretos. De repente el artículo empieza a parecer periodismo investigativo. Pero resulta que el mismo texto de Rodríguez Saavedra explica (y en parte, disculpa, no me queda claro por qué) los tres puntos: Riefkhol utilizó el dinero de viajes y agasajos para traer inversionistas a la isla (los negocios a veces se forman así), y terminó restituyendo el dinero en cuestión para evitar problemas. Lo de la fecha de juramentación aparece y desaparece como acusación. Alguien tenía que firmar un papel en una fecha, pero no lo firmó en esa fecha, y finalmente lo firmó en otra fecha. ¿Cuáles son las consecuencias de esto? ¿Esto es un crimen o un desliz burocrático? ¿Por qué no se me explica claramente la medida en que esto es nepotismo? Riefkhol además pidió una dispensa en tres ocasiones para poder contratar a alguien; siguió los procesos leguleyos y a la tercera consiguió una aprobación: cómo esto puede perfilarse como un acto de trampa queda por dilucidarse.
El texto de Rodríguez Saavedra le presta y luego le resta importancia a una falla burocrática. Acusa “objetivamente”, disculpa “objetivamente”, poniendo en boca del acusado uno que otro comentario a su favor: el lector, sin embargo, se queda con la impresión de que se ha estado hablando de un corrupto.
Recuerdo aquella película en la que James Stewart hace de abogado y presenta una acusación fuera de lugar ante la corte; al estar fuera de lugar, el juez pide que se borre la acusación del registro y que el jurado haga caso omiso y la olvide. Más tarde, el cliente de Stewart le pregunta que cómo es posible eso de que el jurado olvide la acusación fuera de lugar por el mero hecho de que el juez lo ordene: el astuto abogado contesta que obviamente el jurado no puede olvidarla. Está ahí; ya se dijo. Un viejo truco de abogados: un jueguito. Recuerdo también los infames “cargos federales” que se le formularon a Acevedo Vilá: aunque resultó absuelto de los mismos, estos cumplieron la función de desviar la atención del público en vísperas de una elección. ¿Mi admirado CPI ha bajado a imitar las tácticas del PNP? ¿Se trata de esto o que las oraciones están tan mal escritas que las he malentendido?
Me pregunto qué sería de los crímenes de alta envergadura si los procederes de Rodríguez Saavedra fueran la orden del día en los procesos investigativos de la isla. ¿Cómo podemos desenmascarar las tramas que yacen bajo los contratos infectos con que el erario pasa a manos de nuestra oligarquía si nuestro argumento es que “alguien una vez escuchó en una fiesta que alguien dijo”? Realmente, el CPI debería reevaluar sus políticas editoriales y apostar por la rigurosidad.
En otro artículo de la serie, “Pimienta en el Departamento de Trabajo”, Rodríguez Saavedra comienza apuntando que hay favoritismo “obvio” hacia Luillo Ruiz a la vez que existe un rechazo a Jacobo Morales por razones ideológicas. Luillo es PNP y Morales, no. Los proyectos de Pimienta reciben muchos incentivos y los de Morales, pocos. “Parece favoritismo y parece obvio”, lee el texto.
A un cineasta joven quizás le parezca “obvio” el favoritismo cuando se financia (a la escala que sea) a Jacobo Morales y se le ignora a él, sin embargo. El tema ideológico quizás debería verse como una consideración secundaria; el de la rentabilidad quizás lleve la mejor parte al momento de dilucidar en qué proyecto se invierte. Hacer cine es caro y el gobierno se ha propuesto desarrollar el aspecto de rentabilidad de las inversiones de cine. Yo difiero de esta visión del quehacer fílmico, preferiría que se invirtiese en películas locales, honestas y bonitas, pero partiendo de la premisa de que el gobierno se ha propuesto generar la industria con fines crematísticos (más que desarrollar la cultura) jamás afirmaría que rechazar un proyecto poco rentable equivale a persecución política. El cineasta joven es menos rentable que Jacobo Morales; Jacobo Morales es menos rentable que Johnny Depp.
Este segundo artículo intenta un mejor ensayo de “muckracking”, y presenta algo más parecido a “evidencia”, pero lamentablemente recae en las fallas que he señalado. A mitad de texto, leemos: “No obstante, hasta el momento, por obstáculos burocráticos, el CPI ha podido contrastar con el DT uno solo de los expedientes de la compañía”. Uno desearía tener frente a sus ojos un texto que venza precisamente los obstáculos burocráticos, no que se refiera a ellos como una suerte de disculpa. Esto es como un técnico de refrigeración que alega que no pudo reparar una nevera porque estaba dañada: para eso mismo se le paga, ¿no?
Indistintamente de las trabas que no haya podido vencer, está claro que la autora construye un texto a base de sugerencias y guiños, sin explicitar ni las acusaciones ni las fuentes ni la evidencia. El artículo describe varios movimientos de dinero de un año, cita números, leyes, directrices y oficinas: hay que releer los párrafos varias veces para darse cuenta de que no describen nada ilegal. Menciona los “contratos millonarios” como si la frase implicara una acción delictiva: hacer cine implica contratos millonarios. Como lector, me fascinaría saber cómo estos contratos son violaciones a la ley.
¿En qué medida el “esquema” de seducción de inversionistas con el que Luillo trae los famosos 30 millones a la isla viola la ley? Como lector, espero que se me explique. Es la parte jugosa y reveladora del texto “muckracker”. La requiero. Rodríguez Saavedra da números de cuenta y de contratos, pero la evidencia vuelve a ser anodina: un número de una cuenta no significa que la cuenta sea delictiva. Coitus interruptus. Otra “fuente allegada” asegura que hubo una falsa representación. ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? Sobre todo, ¿cómo? El lector quiere y necesita estos detalles; es lo que lo convence de que no está escuchando a una muñeca gritar “cierren ahí”, sino al resultado de una investigación rumiada. Esta maraca no suena porque le hacen falta semillas.
En los instantes en donde cita alguno que otro documento (en este artículo, que en el otro, no) la maraca empieza a sonar. Alguien cobró un cheque que no debía cobrar. Eso. Evidencia. Presumo que habría que contextualizar el cobro del cheque y dar más información (¿por esta vía la acusación se cae?), pero al menos leemos un mínimo intento de aparentar investigación.
Yo no comparto con Luillo Ruiz la visión de cómo debe funcionar el mundo, la isla o la industria fílmica, pero el hecho de que reciba fondos para la producción de cine y creación de empleos no debe guardar relación con nuestras afinidades políticas. Pimienta inyecta dinero a la isla y para eso es que se han creado las partidas de incentivos gubernamentales. Difiero además de quien describa a The Caller, producción de Pimienta, como la pieza de cinearte más sublime que ha conocido la humanidad, pero la verdad es que las últimas películas de Jacobo Morales no han estado tan nítidas tampoco (y a veces me da pánico apostar por el “cineasta joven” de arriba). Nada de esto importa aquí; el tema es que mentarle la madre a un productor y luego acusarlo por un crimen cuya evidencia es algo que alguien escuchó en una fiesta se aleja del ideal de “periodismo investigativo” que provoca mi admiración.
Si Luillo o Riefkhol han cometido el acto de malversación de fondos públicos del que están convencidas Rodríguez Saavedra y sus “fuentes allegadas”, se debería echar luz sobre el caso con evidencia y sentido común para que se rindan cuentas. Para esto alguien tendrá que tomarse la tarea de investigar con seriedad. Mientras tanto, el CPI debería volver al estilo de periodismo responsable que solía distinguirlo y que implica poner el trabajo arduo por encima del “dime y direte” y hacer un esfuerzo por conseguir evidencia.
Debe además comprar una versión actualizada de Microsoft Word y enseñarles a sus “periodistas investigadores” a usar el corrector gramatical.
P.D. Anticipando un contraargumento ad hominem, mi editor me sugiere que declare lo siguiente: he recibido un cheque por la suma de 200 dólares por escribir una reseña de Mi santa mirada, un hermoso cortometraje boricua, presentado en Cannes, que Pimienta ayudó a impulsar. Recibí otro cheque de parte de Pimienta por una cantidad similar por reseñar una película de Van Damme, empresa un tanto menos digna de remembranza. El contraargumento obviaría el hecho de que varios “allegados” a la APCA también han colaborado con Luillo Ruiz y con Riefkhol (un repaso a los CV lo ilustra). Obviaría también el hecho de que yo he colaborado con varios “allegados” a la APCA: realmente, el mundo de la producción de cine de la isla es muy reducido y todos sus actuantes se conocen. Tengo la dicha de haber bebido cerveza con muchos de ellos, a quienes quiero y admiro y cuyos argumentos escucho. Archiamigos y ultraenemigos, entiendo sus vínculos y sus guerras porque “there’s no business like show business”, un campo en donde las luces oscurecen y las pantallas ciegan. Pero el periodismo investigativo no es “show business”; debería sentir el suficiente respeto por sí mismo como para abandonar los personalismos, verificar los datos, trazar un bosquejo coherente de los eventos, conseguir fuentes documentales y citarlas: bah, a fin de cuentas, hacer su trabajo.