Sobrevivencia, pobreza y ‘mantengo’
(Comentario leído en la presentación del libro en la librería La Tertulia, Río Piedras, el 23 de marzo de 2011)
El libro de la Dra Linda Colón Reyes, Sobrevivencia, pobreza y ‘mantengo’; la política asistencialista estadounidense en Puerto Rico: el PAN y el TANF (Ediciones Callejón, San Juan, 2011), es en sí mismo muestra de un fenómeno que en Puerto Rico se manifiesta de forma más aguda que en otros sitios, a saber, que los intelectuales, muchas veces los académicos, como parte de su ejercicio de crítica y reflexión del orden social, realizan tareas que debería hacer el gobierno y no hace. Linda Colón Reyes ha llevado a cabo una investigación y organización de hechos sociales que el gobierno, ni el local ni el federal, apenas ha efectuado. El hecho mismo del libro, pues, pone de manifiesto la aparente pasividad del gobierno, que difícilmente ha realizado la investigación y organización de datos sobre el fenómeno peculiar de las masivas asistencias nutricionales norteamericanas en Puerto Rico.
El libro de la profesora Colón Reyes forma parte de una visible actividad de investigación y reflexión sobre Puerto Rico por parte de científicos y analistas de la sociedad y de la naturaleza, vis a vis un estado que cada vez menos le confiere importancia a la reflexión sobre el tejido social puertorriqueño y a desarrollar el país. En escuelas y universidades el estudio de la historia y de la sociedad puertorriqueñas viene disminuyendo desde hace años. La actividad investigativa en torno a la experiencia social y el espacio natural de Puerto Rico, por tanto, viene conformando un polo cultural en cierto modo paralelo al gobierno.
El libro de la Dra Colón Reyes es una descripción de una dimensión de la sociedad civil puertorriqueña. En un sentido la frase ‘sociedad civil’ significa la vida social que no forma parte del gobierno ni de los partidos políticos y se remite al mundo privado, a los mores y moralidades, a la familia y a la economía privada. Pero la frase sociedad civil generalmente se ha asociado con clases altas y medias. No suelen significar los que reciben ayudas alimentarias la sociedad civil que reclaman los grupos que a veces dicen representarla, sino que los pobres más bien conforman una parte de la sociedad civil marginada del debate cívico.
El estudio de Linda Colón Reyes, por otro lado, es también hasta cierto punto, un estudio sobre la clase obrera puertorriqueña.
En 2008, dice el libro, el 32 por ciento de la población de Puerto Rico recibía fondos del Programa de Asistencia Nutricional (PAN). En 2007 el 45 por ciento de la población estaba bajo el nivel de pobreza oficial del gobierno. Para esas fechas la tasa oficial de desempleo en la Isla era de 10 por ciento. Reciben asistencias del PAN gentes con grados de escuela elemental, escuela intermedia y universitarios. En 2007 la tasa de participación laboral del grupo capacitado para trabajar, o sea las personas entre 16 y 65 años, era de solamente 46 por ciento. Más de la mitad de los que estaban trabajando en 2007 trabajaban menos de cuarenta horas semanales. Entre los que recibían la ayuda del PAN, el promedio salarial mensual era de 270 dólares con 59 centavos, para un promedio de 52 horas de trabajo al mes y un promedio salarial de 5 dólares con 15 centavos por hora. La mayoría del grupo que trabajaba lo hacía a tiempo parcial, en un promedio de 13 horas de trabajo a la semana.
Parece que todas estas cifras han aumentado, desde 2007, en favor del crecimiento de la pobreza, el subempleo y el desempleo. Las asistencias federales norteamericanas en Puerto Rico y en especial los cupones de alimentos suelen provocar diversos modos de preocupación, alarma y debate. Una idea común es que el problema de los cupones es que hacen que la gente deje de trabajar, trabaje menos y disminuya su moral de trabajo. Es cierto que los cupones de alimentos fomentan estas cosas, pero también es cierto que lo más que promueve el repudio al trabajo y a la moral de trabajo es el trabajo mismo, pues el trabajo, desde hace milenios y en particular bajo el modo de producción capitalista y más aún desde fines de siglo 20 y en Puerto Rico, resulta generalmente humillante, alienante, idiotizante, aburrido, opresivo y muy mal pago.
El sentido común ideológico predominante condena a quienes no trabajan a causa del enaltecimiento ético del trabajo que se encuentra en la cultura bíblica y judeocristiana, la cual forma parte básica de la cultura moderna. Por otro lado, el sentido común asigna valor moral a la persona en la medida en que la persona trabaja y produce valor. Ya que el valor de lo que se produce se debe al trabajo que se ha puesto en hacer la cosa, se valoriza más la persona que trabaja que la que no trabaja y no produce nada. La primera tendría, por así decir, más dignidad y solvencia intelectual y moral que la segunda, y más importancia para la comunidad. Es generalizada la idea de que el trabajo es fuente de valor, aunque es especialmente en algunos autores fundacionales de la cultura burguesa, como John Locke, Adam Smith, Benjamín Franklin y otros, donde la explicación de la relación entre trabajo y valor se traslada a una connotación moral que enaltece a quien trabaja y menosprecia a quien no trabaja.
Puede hacerse hasta cierto punto una analogía entre la desvalorización de quien no trabaja y la desvalorización que hace la cultura dominante tradicional de las personas que se inclinan a las relaciones sexuales con personas de su mismo sexo. Es posible que el prejuicio atávico contra los homosexuales se iniciara con el comienzo de la producción y la división del trabajo, o sea con los asentamientos de aldeas agrícolas, en un ambiente de incertidumbre e inseguridad a causa de frecuentes limitaciones materiales que amenazarían la sobrevivencia del colectivo, o sea, que las tecnologías no lograban imponerse adecuadamente sobre el mundo natural y no se generaba el excedente suficiente para asegurar el futuro de la comunidad. Por tanto se atribuiría solvencia moral a que un hombre y una mujer formaran familia para procrear hijos, ya que esta procreación sería parte de la reproducción material de la comunidad. Es posible, pues, que de esta forma se extendieran el resentimiento contra la sexualidad dirigida simplemente al placer y la inclinación a ver como inmoral que alguien gozara de un presunto ‘exceso’ de placer sin contribuir a la comunidad con nuevos miembros y brazos para el trabajo. La burla que todavía se ve, quizá más en áreas agrícolas atrasadas, no sólo de la homosexualidad sino también, por ejemplo, de ancianos que no han tenido hijos o de mujeres que viven solas, podría relacionarse con aquellos resentimientos en aquel pasado remoto. Siglos y milenios después, y a pesar de que la sobrevivencia de la comunidad humana estaba lejos de ser amenazada ya que se generaban excedentes sostenidamente y aparecían incluso ciudades, la condena del sexo por placer y de la homosexualidad posiblemente se hizo ideología, en función del poder disciplinario de los grupos dominantes. Con la expansión del judaísmo, el cristianismo y el islam, el repudio de la libertad sexual, esto es, de la falta de regimentación socioeconómica de la vida sexual, se endureció definitivamente, aunque desde hacía milenios hubiera escaso motivo para temer por la sobrevivencia de la comunidad humana. Después, en la era moderna, la represión contra la libertad sexual y el patriarcado se articularon a la cultura burguesa.
Tal vez algo parecido ocurre en el presente con los que cogen cupones. No trabajan para coger los cupones, dice a menudo la gente en Puerto Rico. No contribuyen a la sociedad y viven de los que trabajan, se añade. Muchas veces la queja contra los que cogen cupones de parte del trabajador calificado, llamado a veces profesional o de clase media, expresa inconscientemente la frustración por la hegemonía capitalista sobre el trabajo en general, pero esta frustración se lanza contra otros más pobres, en vez de lanzarse contra el poder del capital.
Hay que precisar varias cosas. Primero, según indica el libro de Colón Reyes, en Puerto Rico parte de los que cogen cupones en efecto trabajan. En 2007 trabajaba el 10 por ciento de quienes estaban adscritos al PAN y formaban parte del grupo apto para trabajar. Incluso el PAN provee para que quienes trabajan sigan recibiendo la ayuda, con el fin de incentivar el trabajo.
Segundo, especialmente en el capitalismo hay que cuestionar la idea de que el trabajo se realiza para contribuir a la sociedad. En realidad el trabajo se realiza en función de engrosar el capital. De aquí que el derecho al trabajo de enormes masas de gente en el mundo se viola a diario, pues el capital no necesita que trabajen para hacer las grandes ganancias que actualmente hace.
Podemos decir que el trabajo en las plantaciones de caña o en las fábricas de los años 60 contribuyó a la sociedad, si admitimos que ese trabajo engrosó capitales transnacionales y como consecuencia se incrementó el comercio y la sociedad progresó, por así decir, incluida la sociedad del país en que estaban enclavadas esas plantaciones y fábricas.
Tercero, decir que quienes cogen cupones viven a costa de quienes trabajan, de nuevo, resulta muy simple porque en general la economía de Puerto Rico vive de la alta productividad del proletariado norteamericano y puertorriqueño. Lo que posibilita los cupones y demás fondos federales, y la economía en su conjunto, es una producción grande de valor excedente, parte de la cual el estado norteamericano racionaliza y administra.
Una vez en Inglaterra leí en el periódico algún artículo de opinión que decía que Estados Unidos es lo más cercano a una sociedad comunista, por los muchos fondos que su gobierno reparte a la población que no trabaja y a los trabajadores de salarios muy bajos.
Según la teoría de Marx, la abundancia en la sociedad sin clases surgiría de la socialización del conocimiento, la tecnología y los medios de producción en general. Liberada del control privado, la productividad se elevaría como nunca lo habría hecho en las sociedades clasistas. Una riqueza social nunca antes experimentada haría posible que cada cual trabajase según su capacidad y recibiese de la sociedad según sus necesidades. Al aumentar y desarrollarse las tecnologías se reduciría el trabajo humano. La gente tendría más tiempo libre, según Marx, a la vez que cada individuo tendría lo necesario para desarrollarse. Desde luego, las asistencias federales estadounidenses tienen muy poco que ver con el comunismo, aunque sugieren el enorme potencial de productividad de la innovación tecnológica que el capitalismo auspicia de forma parcial, caótica e impulsiva.
Los cupones en realidad constituyen un leve aumento salarial que delata la explotación progresiva de la fuerza de trabajo en Puerto Rico y Estados Unidos. No son resultado de un desarrollo formidable de la sociedad y de los individuos…
Los cupones en realidad constituyen un leve aumento salarial que delata la explotación progresiva de la fuerza de trabajo en Puerto Rico y Estados Unidos. No son resultado de un desarrollo formidable de la sociedad y de los individuos, en que la economía sea planificada y la gente trabaje menos o no trabaje porque a causa de la potenciación de las tecnologías ya no es necesario que lo hagan, como sería en la teorizada sociedad sin clases o comunista, sino porque en el presente la productividad autoexpande al capital y la riqueza se aleja de quienes la producen y de la humanidad en su conjunto.
En el capitalismo, y especialmente en ese paraíso del liberalismo y el neoliberalismo que es Estados Unidos, la sociedad ignora los recursos con que ella misma cuenta, pues son privados. Más aún, el capital se concentra en pocas manos a costa del desarrollo nacional de muchos países y de una relación racional y previsora entre naturaleza y sociedad.
Los cupones son un aumento salarial. Pero esta fracción salarial se neutraliza por el alto costo de vida que subsidian los cupones mismos y otras ayudas federales. Los cupones asimismo subsidian a la empresa privada y profundizan la dependencia y la sumisión de los sujetos respecto a las autoridades. De manera análoga, la UPR y las universidades privadas viven crecientemente de becas y fondos federales, al extremo de que para los administradores cada vez más la razón de ser de la institución educativa es recibir las ayudas federales.
No sólo los que cogen cupones viven de los que trabajan. La actividad económica puertorriqueña en general se nutre de valores producidos por la alta productividad de las tecnologías y del proletariado norteamericano y puertorriqueño. Esta riqueza crea la posibilidad de los fondos federales y de muchísimo más, incluyendo la expansión de los mercados y la intensa actividad militarista.
Puede suponerse que el desliz de repudiar a los que cogen cupones se debe a que a menudo se confunde la moral de trabajo de las clases explotadoras, expresada por ejemplo en los discursos de los padres fundadores de la filosofía política y económica liberal burguesa, con otra moral posible, a menudo difusa y poco clara, que repudie el trabajo a la vez que busque liberarlo, o sea rechace la hegemonía capitalista sobre el trabajo en función de la libertad de los trabajadores y de los sujetos en general.
Si es cierto que la llegada de los cupones de alimentos a Puerto Rico a mediados de los años 70 provocó una reducción severa del independentismo y el socialismo, por otro lado parece cierto que el prejuicio contra quienes cogen los cupones ha impedido después un surgimiento de la izquierda en Puerto Rico, si ideologías de moralismo productivista y de nacionalismo estrecho satanizaron los cupones norteamericanos, en vez de verlos como parte de una normalidad real. Pues las asistencias nutricionales están en relación inseparable con las profundas limitaciones del desarrollo histórico-social de la Isla, el desempleo estructural, los bajos salarios, los empleos de tiempo parcial y la relativa anexión económica de Puerto Rico a Estados Unidos.
Si la reducción de la persona al salario reproduce la enajenación entre la gente y la esclaviza, a pesar de, y gracias al salario social que representan las ayudas del estado norteamericano, en Puerto Rico esto probablemente ha conllevado una debilidad del sentimiento nacional en función del sálvese quien pueda individualista.
El título del libro de la profesora Colón Reyes incluye la palabra ‘sobrevivencia’, sugiriendo que eso es lo que se hace aquí, sobrevivir, en lugar de un desarrollo social de los puertorriqueños. Quizá sea cierto que los cupones y demás fondos federales alejan fatalmente a Puerto Rico de la autodeterminación nacional, y acaso algunos de quienes sienten así se inclinen a culpar de eso a los que cogen cupones. Pero tal vez cada vez más el socialismo sea la fuerza que pueda impulsar la formación nacional. Un movimiento político que persigue la socialización de la riqueza y de los medios para producirla y aspira a liberar la fuerza de trabajo es quizá la única fuerza, en el mundo presente, capaz de potenciar la solidaridad social en sentido progresista. Quizá sea así más todavía si en Puerto Rico surgiese un socialismo que tuviese como una de sus bases precisamente a los que cogen cupones, quienes forman parte de la mayoría del país, junto a todos los que nos beneficiamos de los fondos federales de un modo u otro.
Las dádivas federales son una fracción muy pequeña de lo que la dictadura colonial y capitalista de Estados Unidos en Puerto Rico nos ha quitado en salario formal, espacio marítimo, tierras, calidad de vida, salud, derechos nacionales y vidas humanas.
Me permitiré extenderme más, y es que la problemática de los cupones no se reduce al colonialismo norteamericano. La formación socioeconómica de Puerto Rico siempre fue muy débil a causa del rol principalmente militar que España asignó a la Isla durante cuatro siglos. Una burguesía de hacendados empezó a formarse en el siglo 19, sobre todo en sus últimas décadas, y estas haciendas en muchos extremos parecían feudos medievales más que empresas capitalistas.
Así las cosas, nunca se formó una clase social que pudiera crear una nación-Estado sustituyendo al poder colonial, como ocurrió en tantos otros sitios de América. No ha habido en Puerto Rico una clase dirigente que unifique tras de sí a los demás grupos sociales para encabezar una estrategia nacional y formar un estado y una economía nacionales. Ni siquiera para administrar la colonia de manera coherente, pues vemos cómo el tribalismo determina la pequeña política criolla. Se ha propuesto muchas veces que las clases trabajadoras se hagan el grupo dirigente de la sociedad puertorriqueña, más aún por su alto grado de escolaridad y sus vínculos con la tecnología, el pensamiento y el conocimiento avanzados, en comparación con otros países. Está por verse si podrán generar esa capacidad.
Suponer que los trabajadores y los pobres se han estropeado o contaminado porque cogen cupones y otros fondos federales equivaldría a aislarlos, en el razonamiento, de su inescapable entorno de pobreza y miseria, el mismo que ha dominado la historia de Puerto Rico y del Caribe durante cinco siglos. Además ignoraría la estrecha relación de las clases populares puertorriqueñas con la economía y la sociedad estadounidenses.
El libro de Linda Colón Reyes es una contribución a la crítica del Puerto Rico realmente existente. Manifiesta, como dije antes, el potencial de la cultura académica, la investigación científica y la socialización del conocimiento, versus un gobierno que ni siquiera investiga ni organiza los datos del propio país, pues tiene escaso interés en desarrollar a Puerto Rico.