Southpaw
Cuando oigo que inauguran una película que tiene que ver con boxeo es inevitable que piense en “Raging Bull” (1980), en mi opinión la mejor que se ha hecho sobre el tema. Muchos piensan igual, y mi opinión es ya más o menos mundana. Hay otras que me han gustado a través de los años por distintas razones pero entre ellas la extraordinaria “The Set-up” (1949), a la que vuelvo para deleitarme en la dirección de Robert Wise y la actuación de Robert Ryan, es un noir excelente de actuaciones de primera clase. Es por eso también que “Bull” es irresistible: la magistral actuación de Robert de Niro y la impecable dirección de Martin Scorsese nos dan una satisfacción enorme porque estamos viendo arte sobre un tema que se pensaría prosaico.
“Southpaw” tiene de trasfondo el mundo del boxeo pero, como es el caso con otros filmes, varios temas van apareciendo en la pantalla que se centran en los problemas que a través de la larga historia del deporte han asediado a boxeadores buenos y malos, exitosos o desastrosos. Los buscones, los gastos exagerados, la vida acelerada y la incapacidad de muchos de no ver la brutalidad del deporte y lo finita que resulta la vida en el tope son temas casi de rigor. Esta no es una excepción.
Billy “The Great” Hope (Jake Gyllenhaal) es un talentoso y exitoso boxeador que vive una vida de lujo que le permiten su pegada y las bolsas que cobra por sus triunfos. Tiene una casa despampanante, una compañera hermosa y sabia (Rachel McAdams) que no solo lo adora sino que es su mejor consejera, y una hija precoz y adorable. Ambas mujeres son la luz de sus pupilas y lo mantienen concentrado en su trabajo. También están conscientes de que el trauma que recibe aún en sus mejores contiendas lo están acabando. Entonces, cuando menos se lo espera, un tiro pone fin a la vida de su mujer (cuento esto porque todos los que han visto los avances de la película lo saben). Los resultados son devastadores y exponen las personales debilidades de Billy y la tensión que ha existido entre él y su ‘manager’ (Curtis “50 Cents” Jackson), quien lo abandona.
Buscando rehabilitarse para poder lograr recuperar la custodia de su hija, Billy va al gimnasio de Titus “Tick” Willis (Forest Whitaker), un boxeador retirado que ahora trata de ayudar a los chicos del vecindario pobre donde viven. Desde ahí el nos va mostrando la relación entre los dos hombres y los procesos que Billy tiene que usar para reevaluar su vida y ponerla nuevamente en los carriles de la cordura.
El atractivo de esta película predecible pero envolvente son sus actuaciones. Gyllenhaal, quien para el filme ha desarrollado un cuerpo de boxeador (es campeón de peso pesado ligero; no más de 175 libras), desarrolla un personaje que va desde un extremo a otro: de la más tierna relación con su mujer y su hija, a la ira descontrolada y viciosa. Su campeón es un compendio de los temores que se desarrollan en algunos por su situación cuando niños (vivió en un orfanato toda su vida) y ese espectro toma primer plano cuando lo separan de su hija y piensa qué ha de ser de la niña. Es una actuación sutil y simultáneamente violenta de un actor que con cada cinta se convierte en uno de los mejores del cine. La interpretación muestra a un hombre que vive en un mundo donde el machismo impera que, sin embargo, tiene una capacidad inagotable para la ternura. Derrota a todos sus enemigos y ahora tiene que derrumbar al peor de todos: él mismo. Gyllenhaal sale de la pantalla para mostrarnos a un hombre descontrolado que busca cómo relacionarse con la humanidad que lo rodea.
Siguiéndole los pasos a Gyllenhaal está Forest Whitaker cuyo personaje se ha condensado a vivir una vida que transcurre entre el segundo piso de su gimnasio y la barra del vecindario, y que trata de ayudar a los jóvenes sabiendo que sus promesas de una vida mejor no están bajo su control. Es una actuación punteada por humor cuando uno menos se lo espera y complementa la de Gyllenhaal a perfección.
El problema del filme es su previsibilidad. Uno puede ver con bastante antelación lo que viene en el guión de Kurt Sutter. Peor aún es que, de haber sido menos diestros los actores, muchas de las conversaciones serían banales. Me suscribo a la noción de Scorsese que la trama la mayoría de las veces importa poco y es cómo el director logra que cada escena sea algo que se quisiera volver a ver lo que define la calidad de un filme. Aunque hay algunas escenas que imparten esa querencia, son muy pocas y hay demasiados clichés en el cuento para que esos aciertos pictóricos compensen por las deficiencias. Antoine Fuqua, quien dirigió la estupenda “Training Day” (2001), que le ganó un Oscar a Denzel Washington, permite que nos distanciemos de los problemas de Billy y nos da una lección en cómo entrenar para una pelea. El guionista también nos aleja de las tribulaciones de su héroe para desarrollar una serie de escenas sentimentales que hemos visto antes con personajes demasiado familiares. También es demasiado obvio que el boxeador que Billy odia sea colombiano y se llame Escobar. (¡Por el dios de lo simple!) El ‘manager’ afroamericano de Billy es corrupto y él lo sabe, pero no nos enteramos si le robó o no. (La gran película de la corrupción en el boxeo es “The Harder They Fall” (1956), y si no la han visto traten de verla). Más de eso habría sido interesante, pero el guionista lo menciona un par de veces y le pasa por encima. Peor es que parece que hemos visto todo esto antes. A pesar de todo el filme se puede ver y es divertido. Mientras Gyllenhaal y Whitaker están en pantalla, particularmente cuando interactúan, no hay nada que perder del pago de la taquilla.