Soy boricua, ¿tú lo sabes?
I
Una vez acabada la cartelera de boxeo del sábado, la discusión principal en Puerto Rico no era en torno a la actuación de “Money” Mayweather (magistral); ni la actuación de los jueces de la pelea (uno mediocre y otra criminal); el costo del PPV (carísimo); ni la gran cantidad de puertorriqueños que la vieron gracias a los [santa]“links” de twitter (difícil de contabilizar); ni el desempeño de Canelo (pobre); ni sobre la victoria que causó sorpresa en los apostadores, de Danny “Swift” García sobre el pegador argentino, Lucas Matthysse, para retener sus campeonatos (pelea de la noche). No, el tema que consumía a muchos en Borinquen era, la [no] puertorriqueñidad de Danny “Swift” García.La conversación sobre la puertorriqueñidad de Danny no versaba sobre si había nacido o se había criado en Puerto Rico (no nació en Puerto Rico, es nacido y criado en Filadelfia); o si sus papás son de Puerto Rico (sí, madre de Bayamón, PR, y el padre y entrenador de Naguabo, PR). La conversación se centró en determinar y evaluar si era o no puertorriqueño por el hecho de no haber cargado al ring una bandera de Puerto Rico y no haber mencionado a Puerto Rico en su entrevista post-victoria, mientras que sí mencionó a su ciudad de Filadelfia (ciudad muy recordada por los seguidores del boxeo en Puerto Rico, por ser la ciudad natal de Bernard Hopkins, quien subió a tarima a celebrar con Danny García). Por supuesto, esa discusión nos lleva a un conocido callejón sin salida, que si bien ocurre en otros países, en Puerto Rico adquiere más color y confusión que en otros, dada nuestra situación política y la diferencia entre nuestra ciudadanía deportiva y nuestra ciudadanía legal. Y naturalmente, como suele pasar, las discusiones más acaloradas sobre este tema no se dan en las aulas de las escuelas de derecho, en la legislatura o en los tribunales del país; así como tampoco se dan como parte de elevadas discusiones sobre derechos civiles o derecho internacional. Desafortunadamente estas discusiones solo se dan cuando se trata de atletas o artistas, y regularmente desembocan en gritos, chismes, insultos, golpes y enemistades.
II
Para resolver o “ganar” el debate anterior, algunos establecen reglas estrictas, predicadas en lugar de nacimiento, lugar y tiempo de residencia, crianza y aprendizaje del deporte o arte que practican, y/o combinación de todas o algunas de las anteriores, que para todos los efectos prácticos terminan excluyendo a gran parte de los que se hacen llamar boricuas. Estas reglas estrictas, que algunos las idean de buena fe y resultan ser sencillas y uniformes en su utilización, son defendidas por su alegada rigurosidad y ausencia de subjetividad. No obstante, tienen la falla que también se prestan para que muchos, con el escudo de la objetividad y supuesta imparcialidad, sigilosamente escondan prejuicios, racismo, xenofobia, elitismo o desprecio a logros de quienes lo hacen celebrando su puertorriqueñidad. A fin de cuentas, cuando tú adoptas una regla porque el resultado te permite excluir a quienes quieres excluir, no eres objetivo ni imparcial. Estas reglas también le abren las puertas a quienes las adoptan por el mero disfrute de llevar la contraria, pues es lo que disfrutan hacer; a estos simplemente les llamamos haters.
Al otro lado de la moneda, tenemos aquellos que también optan por establecer reglas, pero en su búsqueda de ser justos e imparciales, las hacen tan flexibles y abiertas a tantas excepciones, que en la práctica terminan con más excepciones que reglas, y la norma se convierte en la excepción, o la excepción en la norma.
Otro grupo, al que no niego haber pertenecido, y quizás aún pertenezco, opta por un enfoque más individualista de caso a caso. Optando así por una visión de “I know it, when I see it”, (emulando la posición del Juez Potter Stewart, del Tribunal Supremo de los EE.UU., al expresarse en torno a lo que constituía pornografía “hard core”, véase, Jacobellis v. Ohio, 378 U.S. 184 (1964)), cuando pretende poder reconocer quién es apto para ser aceptado como puertorriqueño y quién no, utilizando un análisis caso a caso con una gama de criterios y un enfoque de “dada la totalidad de las circunstancias…”. Este enfoque, al cual en ocasiones escogemos llamar “resolver en equidad”, inevitablemente parte de dos presunciones, conscientes o inconscientes: (a) que tenemos un mejor entendimiento del tema que los demás, que nos permite ser buenos juzgadores; y, (b) que a los demás les importa o les debe importar lo que nosotros opinamos y pensamos. Quizás ya ven por qué traté de distanciarme de este grupo al principio del párrafo; pero el mero hecho de que esté escribiendo esta entrada posiblemente me coloca en este grupo.
III
Volviendo a Danny “Swift” García, aquí está lo que dice la opinión generalizada y las razones por las que el “Swift” no es boricua:
1. “Chacho, ese no es bori, viste cómo subió sin bandera de Puerto Rico al ring y no mencionó a Puerto Rico cuando ganó” – Como mencioné anteriormente, este argumento es el que ha dominado la discusión. De hecho, hasta René Pérez de Calle 13, hizo referencia a ello por Twitter y Facebook, pero lo cierto es que este último ya había dicho que le iba bien duro al argentino desde antes de que saliera al ring. (Suponemos que lo hizo por su afinidad con Argentina y el hecho de que ya había visto pelear a Mr. Danny “this is how we do” García from Philly, y sabía que nunca hace mucho despliegue de raíces borincanas.) Esto, de su faz, tiene lógica, pues uno piensa que el que esté orgulloso de ser puertorriqueño, lo debe gritar a los cuatro vientos. Y no les niego, a mí me encantaba ver a Tito gritar “Cupey Alto” y “Puerto Rico” y todavía me emociono con la imagen de Carlos Arroyo enseñándole al mundo de dónde era su equipo y para quién jugaba, cuando sorprendieron al mundo del deporte.
Pero, ¡ojo! Si reducimos lo que es ser puertorriqueño a si se puso una bandera en su pantalón o si dijo “Poro Rico” cuando acabó, ¿no pecamos nosotros de devaluar lo que significa ser puertorriqueño? ¿no lucimos un ‘poco’ pequeños y acomplejados? Y habría que cuestionarse, si hacer eso te hace puertorriqueño, entonces Mark Anthony debe serlo, pues no acaba un concierto sin abrazar la bandera puertorriqueña en algún momento e inmortalizar su versión de la canción “Preciosa”, cuya letra es muy superior a la de nuestro himno, y que al hacerlo cumple con lo que otros temen: enseñársela a generaciones que no la conocían, a la vez que la hizo memorable aun para generaciones que la conocían bien. Pero no, siento decepcionarlos, parece que ese tampoco es boricua, porque al igual que Swift García:
2. “Ese no nació aquí, no es puertorriqueño” – Esta es la regla que, aunque hay gente que aún la utiliza, cada vez queda más en el olvido al haber, según pasa el tiempo, más gente llamándose boricuas viviendo fuera de PR, que viviendo en PR. También tiene el problema que nos saca del barco a mucha gloria muy celebrada del deporte, y buen ejemplo de ello lo vemos en nuestra querendona selección nacional de baloncesto. ¿Qué seríamos sin Rubén Rodríguez, Angelo Cruz, Georgie Torres, Jimmy Carter, Raymond Gausse, etc., y más recientemente, Danny Santiago, Renaldo Balkman, John Holland y Nathan Peavy? ¿O, qué hubiese sido del año 2012 en el deporte, sin Jaime Espinal? Y por supuesto, eso también nos quita a las Coca-Colas recientes de nuestra cultura popular, Sonia Sotomayor y good ol’ Joseph Acaba. Y por supuesto, a hijos adoptivos, como Tony Croatto. Y ni hablemos de quienes requieren que el boricua sea hijo de puertorriqueños, pues ahí se cuela Danny García, pero perdemos a Tito (Doña Irma Doris García, madre de Félix “Tito” Trinidad, es de raíces dominicanas), y el que trate eso más vale que ande con padrino, porque el duelo va y con pistolas. En fin, es una regla fácil de definir, pero igual, muy injusta. Y es que si las circunstancias por décadas han llevado a muchos a irse a otros lares, sería muy difícil ahora querer excluirlos y decirles que ya no hay espacio para ellos o querer forzarles y definirles lo que son o lo que dejaron de ser. Y es que, recordando lo que una vez me dijo un buen amigo, ya #todossomosladiáspora. Y eso nos lleva a:
3. “Mira, es que ni aunque hubiese nacido en PR, ese no se desarrolló aquí” – Esta es igual de problemática para los fanáticos del deporte como yo, pues nos excluye a muchos que no queremos excluir. ¿Qué sería del BSN y del equipo nacional de mi niñez sin Angelo Cruz? ¿Qué sería del equipo nacional de finales de los años 80 y 90 sin Jerome Mincy? Este último lo ganamos gracias al “accidente” histórico de nacer en la antigua Base Ramey de Aguadilla, PR. También perdemos al controversial Héctor “Macho” Camacho (qepd) y, sí, al patriota, Elías “Larry” Ayuso. Y si lo llevamos al arte, perdemos a muchos más, incluyendo a un flaquito de Ponce que se fue a NY de adolescente, donde desarrolló gran parte de la música que lo inmortalizó, Héctor Juan Pérez Martínez, aka Héctor Lavoe (qepd). Y con él, se nos va media Fania. Por supuesto, no podemos hablar de esta regla sin mencionar a los que dicen:
4. “Es puertorriqueño si compite o compitió por Puerto Rico” – Esta regla aplica principalmente al deporte (aunque con excepciones en otras competencias como Miss Universo) y es bastante buena para los que seguimos los deportes olímpicos, pues nos permite incluir a Jaime Espinal, Balkman, Angelo Cruz, etc. Por supuesto, esta no es una regla perfecta, y en ocasiones se nos complica, como cuando hablamos de Gigi Fernández, pues ella fue abanderada de Puerto Rico en los Panamericanos de 1983, pero medallista olímpica compitiendo por una bandera distinta en las Olimpiadas de 1992 y 1996. También puede interpretarse que aplica en las artes, y así reclamar a hijos adoptivos como Pablo Casals y Tony Croatto, y muchos otros, que representaron y llevaron a PR con su arte, y si bien no en competencia, se dieron a su arte en cuerpo y alma, con el tipo de intensidad y pasión que logran inspirar a un pueblo.
IV
Si esperan que les diga cuál regla seguir, lamento decepcionarlos. Y ciertamente, este escrito no tiene la intención de hacerlo, pues carece de la profundidad para discutir lo que a muchos les ha tomado una vida de investigación y otros han dedicado volúmenes o inclusive lo han discutido en cuatro pisos.”1 Yo simplemente me cansé de las reglas trilladas que mucha gente repite sobre un tema que pretenden dominar, sin sentarse primero a pensar, estudiar y analizar con detenimiento.
Para mí, sin intención de sonar a un popular cántico argentino, ser puertorriqueño y ser boricua es un sentimiento, no una regla, es una alegría, es una contentura que se lleva adentro y se celebra y se disfruta, pero por la que también hay que trabajar y luchar a diario. Yo lo celebro y lo disfruto, y no soy quién para privar ni restarle mérito a todo el que aspire a esa alegría y disfrute y a todo el que quiera trabajar y luchar por serlo y porque sus hijos lo sean. No importa que resida en San Juan, Cabo Rojo, Vieques o Alaska (y hasta Ponce), o que hable español, inglés o lleve acento dominicano. Porque boricua puede ser el que vive en la las montañas de Orocovis, como también el que no habla bien español, pero celebra en la fiesta de “el Barrio” de Nueva York todo lo que es serlo, o al menos todo lo que recuerda que aprendió de sus padres y todo a lo que aspira para su familia y para el país del que tuvo que partir, aunque en las tarimas de sus fiestas boricuas suene más la bachata y el hip hop, que la salsa, la plena y la bomba. Después de todo ¿quién soy yo para juzgar? Yo solo sé que. . .“Soy boricua, tú lo sabes. . .”2
Esta es una versión revisada y actualizada de este texto, publicado originalmente en el blog deportivo desdelasgradaspr, el 18 de septiembre de 2013.
- Véase, José Luis González, “El País de Cuatro Pisos y Otros Ensayos”, Ediciones Huracán, 1989. [↩]
- Canción “Soy Boricua” de Bobby Valentín. [↩]