Spectre
Antes de llegar a la pantalla el esperado capítulo vigésimo cuarto de la serie de James Bond se han escrito y dicho mil cosas que he evitado leer y escuchar. Hay quienes esperan las partes de estas secuelas para hundirlas en una especie de rechazo anticipatorio de lo que consideran pueril y repetitivo. Hay bastante de esas dos cosas en el nuevo filme de Bond que tienen que ver con recuperar la inversión de casi $300 millones (el extremo de la extravagancia) que costó la película. La acción satisface a los que van a ver las “aventuras” de James Bond y que no entienden los diálogos ni las alusiones a problemas globales que hoy nos asechan. De hecho, solo hay que presenciar cuando los personajes conversan y los diálogos revelan los verdaderos temas; estos parecen servirle a muchos como estímulo a encender sus celulares. Solo ven las partes de las persecuciones y las explosiones.
Con la llegada de Daniel Craig al papel principal comenzó una nueva era para el invencible 007 en la que la indestructibilidad física se vio frente a frente a la hecatombe moral. Vimos un Bond menos machista y más inclinado a dejar ver sus emociones que sus artilugios mecánicos, aunque estos son mejores cada vez. En vez de prevenir los gestos de conquista mundial por rusos o gobiernos totalitarios el nuevo 007 estaba más enfrascado en evitar los intentos de dominio mundial por avaros billonarios, incluyendo el control del agua potable del planeta, y más dispuesto a enamorarse. Antes del Bond de Craig se traían temas similares, pero eran más bien una excusa para las escenas de acción que para concienciar al público sobre asuntos que afectan la vida que nos ha tocado vivir en el Siglo XXI. Algunos incluyen la globalización, la explotación de los países más pequeños por otras naciones y empresarios inescrupulosos, el control del agua potable y los mercados de la bolsa por especuladores deleznables. Hay que añadirle a esos el control de los medicamentos necesarios para combatir enfermedades por grupos de inversionistas avaros. Al “poster boy” de la avaricia con las drogas, Martin Shkreli (el que aumentó 5000 % el precio de un medicamento necesario para la vida de muchos pacientes con SIDA y cáncer) le salió el tiro por la culata (ocurre a menudo en las películas de Bond), y me pareció verlo sentado a la mesa en la reunión de Spectre.
Spectre (que quiere decir “Special Executive for Counter-intelligence, Terrorism, Revenge and Extortion”) ha aparecido antes en esta serie. La última vez fue en “Diamonds Are Forever” (1971) y no había regresado debido a un litigio relacionado a su nombre que no nos ocupará. La cuestión es que esta entidad, dirigida por el archicriminal Ernst Stavro Blofeld (Christopher Waltz, demasiado sumiso), controla el tráfico de medicamentos, la trata de blancas, múltiples negocios legítimos, incluyendo el de los combustibles y el de las comunicaciones. O sea, opera como una mafia global. Solo alguien que ha vivido la última década del siglo XX y lo que va de este en la Luna, no verá las conexiones alegóricas a lo que ocurre en el planeta Tierra. Mafias mexicanas, rusas, billonarios norteamericanos y europeos, y jeques árabes son algunos de los que ya controlan muchas de estas cosas. Entre explosión y persecución ese es uno de los temas de esta entrega de la serie.
La otra tiene que ver con la psique de Bond y su inesperada relación con Blofeld (no digo ni pío). El desarrollo del tema va surgiendo sutilmente y la reacción de Bond es como se espera de su nuevo lado tierno. Con el otro gran Bond (Sean Connery) siempre sabíamos que lo que le gustaba eran los buenos vinos, los Martini y las mujeres; detestaba a los “malos” y todo lo hacía por “Queen and Country”. La única vez que se enamoró (no cuento la exótica y breve relación del primer Bond con la japonesa en “You Only Live Twice”, 1967, porque era un montaje para despistar a Spectre) ya no era él sino George Lazenby (1969) y, como ha sido el caso con aquel Bond, el presente Bond también perdió a su amada Vesper Lynd (en “Casino Royale”, 2006). Es una de las furias que lleva en el alma y se manifiesta con el uso promiscuo de su Beretta 92FS (perdí la cuenta de los muertos). También echa de menos a “M” (Judi Dench), quien murió a manos de Raoul Silva (Javier Bardem) en “Skyfall” (2012). No se le ha quitado la rabia y ese es un motivo que hay que entender de su relación con todos quienes lo rodean. En otras palabras, la venganza es uno de los móviles principales de este Bond. Un motivo bíblico, sin duda.
Sin embargo, hay que volver a la realidad del cine, este tipo en particular, como un negocio. La recuperación de la inversión de esta película ha requerido un nuevo vehículo para Bond que dejará sin aliento a los amantes de automóviles. Un villano secundario que pelea con Bond –impecablemente vestido de etiqueta blanca, como se supone que sea en un viaje en tren por el borde del Sahara− luego de haberse tomado un vodka Martini sucio (con un poco de jugo de las aceitunas, por si no lo saben) con consecuencias ahorcadoras. Una visita para consolar una viuda (la espectacular Monica Bellucci) y protegerla de los matones de Spectre termina en un mano a mano… con ella. Una espectacular pelea en un helicóptero sobre el Zócalo en México mientras se celebra el Día de los Muertos, en una de las escenas más hermosas jamás vistas sobre el tema (de los muertos). El derrumbe del edificio de MI 6, que es otro logro de los efectos especiales, es un recordatorio de que muchas instituciones gubernamentales están bajo ataque neoliberal en un intento de imponer nociones de la extrema derecha.
Los nuevos aspectos de Bond no habrían sido tan notables sin Daniel Craig, quien se acerca a Connery como el mejor actor entre todos los Bond. Pienso que en parte tiene que ver con su seriedad y su porte amenazante. Ninguno de los otros Bond, ni aún Connery, eran tan siniestros como él. Ninguno tan pensante y analítico de lo que ocurre en la mente de los villanos que confronta (no con los que tiene luchas físicas). Se habla que esta es la última participación de Craig como Bond. Creo que parte a tiempo. Veremos quién lo suplanta, cómo llenará sus zapatos y cuán rabioso habrá de ser.