Superstición lingüística y el significado de la vida
-Hay que haber nacido para las matemáticas.
-Cierto, si no se ha nacido no se puede hacer matemáticas.
Una manera confiable de conseguir que las personas crean una falsedad es la repetición frecuente, porque la familiaridad no se distingue fácilmente de la verdad.
-Daniel Kahneman
Cuando consideramos el significado de cierta palabra como si fuera independiente del significado dado por el ser humano caemos en la superstición lingüística que en ocasiones lleva a pseudomisterios y errores que en ocasiones conducen a horrores. Tengamos claro que primero viene el Homo sapiens, y luego la palabra. La cuestión es si un concepto puede ser considerado como algo más que el conjunto de las cosas que aparecen bajo ese concepto, y si la palabra adquiere una realidad injustificada.
Preguntamos: ¿Qué es la mente, la conciencia?, como si estas palabras denotaran algo cuya existencia concreta fuera independiente de su significado y definición humana. Descubrimos un misterio cuando no lo hay. Hablamos del tiempo como si fuera algo que tuviera una existencia independiente de nuestra definición y forma de medir, como si el tiempo fuera algo desligado y previo al universo, pero no hay justificación para esta idea, y generamos un misterio con la pregunta: ¿Qué es el tiempo? Ford Prefect dice: «Time is an illusion, lunchtime doubly so».
La gran importancia que le damos a fechas especiales del calendario se relaciona a lo anterior, especialmente los centenarios y los milenios. Muchos hemos escrito algo sobre el “nuevo milenio”, pero es superstición lingüística. Nuestro planeta le ha dado unas cuatro mil millones de vueltas al Sol, y haber completado mil o dos mil a partir de un cero arbitrario es insignificante.
Si no nos cuidamos terminamos pensando en qué habría antes del tiempo, sin pensar que “antes” es una relación temporal. Pero en realidad el pseudomisterio surge porque queremos darle al “tiempo” un significado más allá del significado que todos conocemos. No nos causa un problema filosófico decir: “hace tiempo que no te veo” o “nos vemos a las cinco y media”. Similares incongruencias ocurren cuando pensamos en la mente como algo que existe fuera del cerebro, lo cual fácilmente conduce a todas las elucubraciones que surgen de pensar que entonces la mente puede sobrevivir a la muerte del organismo.
Hay palabras que adquieren una connotación mucho más abarcadora que su significado original, palabras que pasan a ser sinónimas de toda una forma de pensar. Un buen ejemplo es la palabra “natural”. Lleva a lo que es una falacia ubicua. Es muy común en la mal llamada medicina alternativa y en la alimentación. Se origina por la ambigüedad de la palabra “natural” y al mismo tiempo recurre a una generalización no fundamentada. Se confunde natural (y orgánico) con bueno. Pero los terremotos son naturales, el curaré es un veneno natural y el virus de Ébola también es natural, y nadie argumentará que son buenos, del mismo modo que muchos antibióticos y otros fármacos son artificiales y nadie argumenta que son malos (si se utilizan adecuadamente).
El tabaco es un producto natural, y aunque por muchos años la industria del tabaco argumentaba que no causaba daño, al final no les quedó más remedio que aceptar los hechos. La cajita de las papas fritas de Wendy´s dice: “Natural-cut Fries with Sea Salt”. Las papitas con un corte artificial y con sal que no es del mar seguramente no son tan buenas.
Esta falacia se cuela también en algunas discusiones morales o legales. Así algunos argumentan que la homosexualidad no se debe aceptar ya que no es natural. Los que desean refutar este argumento muchas veces tratan de demostrar que sí es natural, con lo cual admiten que si no fuera natural se debería rechazar. En la misma línea se argumenta que los cuestionables resultados de algunos estudios que indican que hay diferencias en el cociente intelectual (IQ) entre distintas razas son motivados por racistas (es un argumento ad hominem). Pero eso no lo hace cierto o falso (sin entrar a considerar qué es lo que mide el IQ). Lo que es necesario argumentar es que independientemente de posibles diferencias (que de todos modos serían en los promedios), todo el mundo merece trato igual.
Relacionado a esto encontramos la falacia de “químiofobia”, y podemos leer en algún empaque la frase: “no contiene químicos”, lo cual es una falsedad ya que todas las cosas, ya sean naturales o artificiales (proviene del latín arte factus, “hecho con arte”) contienen químicos. Agua es el químico H2O, ya sea que la obtenga de la lluvia, de un pozo, o combinando hidrógeno y oxígeno (combustión de hidrógeno), y una vez obtenida es imposible distinguirla. Lo mismo ocurre con muchos otros productos, como por ejemplo la aspirina, cuyo ingrediente activo es el ácido acetilsalicílico (C9H8O4). La forma natural se extrae de la corteza del sauce blanco (Salix alba), ambos “químicos” (natural o artificial) son idénticos, por más que algunos insistan que la aspirina “natural” es mejor que la manufacturada. La vitamina C que se obtiene de un limón es idéntica a la que se prepara en un laboratorio y, sin embargo, muchas personas piensan que la “natural” es mejor.
Otras palabras, como pasado y futuro, se prestan, por distintas razones a la superstición lingüística. Pensamos en el pasado y el futuro como cosas existentes y no nos damos cuenta de que el pasado ya no existe (solo queda su boceto en la memoria personal o artificial) y que el futuro aún no existe, consecuencia de la “flecha del tiempo” y las condiciones iniciales de nuestro universo. Pero se habla de “viajar el pasado”, como quien viaja a otro continente (una falsa analogía), y de “ver el futuro” como si se tratara de una fotografía o una mirada por un telescopio (aunque en un sentido técnico relacionado a la finitud de la velocidad de la luz el telescopio ve el pasado). Nos referimos a la conciencia como si fuera algo independiente de la mente, por más que la lógica y la neurociencia nos indiquen lo contrario.
También hay palabras que no se refieren a algo concreto y sin embargo, el uso cotidiano les confiere a lo que supuestamente se refieren, una cierta realidad que es injustificada. Cuanto más se utiliza la palabra y cuanto más antigua la idea, más parece ser real. Así se habla de la “psicoquinesia”, es decir, el supuesto poder que tienen algunas personas de afectar objetos con el mero pensamiento, y se habla de “fantasmas” y de “precognición”. No existe prueba alguna ni mecanismo plausible para indicar que estas y muchas otras ideas representen algo real, pero se utiliza el término como si esto no importara. Creamos dioses (a nuestra imagen y semejanza) por los cuales estamos dispuestos a matar o morir. También le concedimos realidad a las “brujas” y torturamos y matamos a decenas de miles. En estos casos se trata de superstición a secas.
Nos preguntamos por el “significado” o el “sentido” de nuestras vidas, sin reparar en el significado de la palabra “significado”. Veamos cómo nos encontramos ante un caso importante de superstición lingüística. Podemos indagar acerca del significado o sentido de una palabra o frase, lo cual daremos explicando lo que quiere decir, y también podemos indagar sobre el sentido o propósito de algún objeto (ya sea natural o artificial) y lo daremos en términos de una función (si es que la tiene), o en términos del sentido que le dio el que lo diseñó (en el caso de un objeto artificial). El sentido de una llave es su función de abrir una cerradura, habiendo sido este el sentido del diseñador. El sentido de una obra de creación es el sentido que le dio el creador. Podríamos también decir que el sentido de las manos es el de manipular objetos. Pero hay cosas para las cuales no parece que sea posible hablar de algún sentido, por ejemplo, estaremos de acuerdo en que Saturno no tiene un sentido (a menos que usted ande en la astrología y el sentido de Saturno sea su rol en las predicciones astrológicas), y tampoco tiene significado pensar en el sentido de alguna estrella, a menos que comience con la historia de que allí se generan los elementos que en última instancia son necesarios para la vida etc., etc, y que por eso somos “Hijos de las Estrellas” por lo cual podría decir, si quiere, que el sentido o propósito de las estrellas es la vida. Podría decirlo pero en realidad el significado sería metafórico.
Sentido implica “sentido para” o el propósito en la mente del creador del artefacto ante consideración. El propósito de una silla es el de ofrecer un sitio para poner el culo y el propósito de una canción o una obra de arte es el de afectarnos anímicamente de alguna forma. El sentido de algo, entonces, se acopla a una cosa ulterior que también debe tener sentido, ya que no tendría coherencia acoplarse a algo que no tiene sentido.
Llegamos así a lo que Günther Anders llama la “iteración del sentido”, en la cual el sentido de algo se refiere al sentido de lo próximo (temporal) que a su vez se refiere al sentido de lo próximo y así hasta el infinito. Generalmente las personas no formulan esta iteración que además es imposible concluir (es infinita) y se conforman con el sentido próximo y pragmático.
Pero no es obvio que, más allá de ejemplos similares a los anteriores, se pueda dar un sentido a todo, ya sea la vida, el universo, hechos de la historia o eventos aleatorios. Cabe señalar que a pocos preocupa el sentido o significado de la vida tout court, solamente la vida del ser humano, ya que dentro del marco metafísico cristiano, el sentido de toda la otra vida es el de servirnos, y así, aún hoy actuamos. («Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer.» Génesis 1:30). Dentro del marco bíblico el sentido de la vida es el sentido que le dio el Dios creador al crearla, y si los creyentes no lo pueden formular más que de una forma circular, se puede ocultar esta falta de claridad dentro del “misterio”. Pero dentro del marco de la biología moderna, el sentido de la vida de un mosquito (si la tuviera) debiera ser de igual importancia. (Algunos dicen que el mosquito existe como prueba de la existencia del diablo).
Pero dentro de la noción de “sentido para”, la vida no puede tener sentido, y fuera de esa noción es meramente una cuestión vacía, producto de la superstición lingüística. La vida es, pero no tiene significado, de lo cual también se concluye que ningún tipo de vida es superior a otro. Si mañana desapareciéramos de la faz de la Tierra (algo no poco probable) importará poco, ya que aparte de nosotros a nadie le importa. Relacionado a esto encontramos el principio de mediocridad, que dice que no somos especiales (Darwin), que no ocupamos un sitio especial en el centro del sistema solar (Copérnico), ni en la galaxia, ni en el universo. Es saludable no perder esto de vista. Quizá esto no le guste (a mí tampoco) y como queremos creer lo que nos gusta, creeremos que la vida humana es especial, que debe tener un significado, y además que algo nuestro sobrevive a la muerte, pero si lo piensa… La cultura nos construye el significado que deseamos para aliviar la tragedia humana, un antídoto para horror metafísico causado por nuestra ineludible finitud e insignificancia.