Susan Sontag: ¿por qué oigo su voz?
En el número del 4 de octubre de 1979 de la revista Rolling Stone apareció una larga entrevista a Susan Sontag (1933-2004) hecha por Jonathan Cott, uno de los editores de dicha publicación y quien había sido discípulo suyo en Columbia University cuando Sontag comenzaba su carrera y tenía que depender de trabajos de enseñanza a tiempo parcial para sobrevivir económicamente. Aunque la entrevista publicada era larga, lo que apareció entonces fue solo parte de la extensa conversación que Cott había tenido con Sontag meses antes en París y más tarde en Nueva York. Obviamente ella había disfrutado del diálogo y, por ello, no había sido tacaña con su tan preciado tiempo. Casi diez años después de la muerte de Sontag, Cott publica la entrevista completa en forma de libro (Jonathan Cott, Susan Sontag: The Complete Rolling Stone Interview, New Haven, Yale University Press, 2013). Para los admiradores de su obra, esta publicación es un precioso regalo, pues nos ofrece la posibilidad de ¨oír¨ a Sontag, de sentirla casi a nuestro lado meditando en voz alta, hablando detalladamente sobre temas que son centrales en su producción.
Fue la publicación de dos importantes libros suyos, On Photography (1977) e Illness as Metaphor (1978), lo que motivó originalmente la entrevista para Rolling Stone. Sontag acababa de pasar por una dura lucha contra el cáncer y esta experiencia la llevó a meditar sobre el sentido que tiene la enfermedad en la cultura en general y en un creador o una creadora en particular. Por otro lado, su interés por la fotografía, medio artístico todavía problemático, la llevó, por ello mismo, a escribir una larga meditación sobre el tema. Unos años más tarde, Roland Barthes (1915-1980), probablemente su más admirado crítico y con quien Sontag mantuvo un diálogo intelectual de importancia, tanto para ella como para él, publicó su propia meditación sobre el tema: La chambre claire: note sur la photographie (1980). Aquí Barthes explica detalladamente un importante concepto en su pensamiento, el ¨punctum¨. Los paralelismos entre el libro de Barthes y el de Sontag son muchos y de interés y, por ello, se hace necesaria una lectura comparada de estos dos textos. Recordemos también que al final de su vida Sontag mantuvo una relación amorosa con la fotógrafa Annie Leibovitz (1949), quien produjo una problemática serie de fotos de la última lucha de Sontag contra el cáncer y de su agonía. Apunto todos estos datos, de índole intelectual como personal, porque me sirven para probar un punto importante: el pensamiento crítico y la creación artística de Sontag están claramente emparentados entre sí y con su vida. En el fondo, ésta es el tema central de toda su obra.
Es por ello que tan pronto supe de la aparición de este libro con las entrevistas completas de Rolling Stone lo compré y lo leí. Sabía de la entrevista original, pero no la había leído. Aquí, pues, tenía la oportunidad de leer u ¨oír¨ por completo ese importante diálogo que me iba a servir para entender mejor el pensamiento de una escritora que ha sido fundamental en mi propio desarrollo intelectual. Y la lectura del libro de Cott, más allá de ayudarme a entender los dos libros de Sontag que sirven de base al diálogo y su obra en general, me llevó a preguntarme por qué me importa y me atrae tanto esta intelectual estadounidense. En otras palabras, la lectura de este diálogo (Hay veces que las preguntas son más largas que las respuestas: por eso lo llamo diálogo.) me hizo pensar sobre mi admiración por y mi deuda con Sontag.
¨Notes con camp¨ (1964), ensayo que recoge en su libro, Against Interpretation (1966), fue el primer texto de Sontag que leí. Lo leí en la década de 1970, pero no sé cómo llegué al mismo; debió haber sido a través de una referencia pasajera que oí de algún compañero de escuela graduada en las sobremesas del comedor de la residencia de estudiantes donde vivía entonces, sobremesas en las que aprendí más que en casi todos los cursos a los que asistí durante ese periodo de mi vida. Lo que sí sé con absoluta certeza es que la lectura de ¨Notes on camp¨ cambió mi pensamiento y mi vida. En este texto, donde Sontag se aventura a definir –negándose a así hacerlo– una sensibilidad -más que una categoría estética- que era en el momento clave secreta o santo y seña de ciertos grupos, particularmente de los gais, encontré un magnífico ejemplo de curiosidad intelectual y honestidad crítica. Así fue porque en este texto Sontag se atreve a mirar toda la producción cultural, descartando al hacerlo las falsas fronteras entre alta y baja cultura. Por ello, en ¨Notes on camp¨ conviven plácida y fructíferamente, por ejemplo, La Lupe y Oscar Wilde, una lámpara de Tiffany y una ópera de Bellini, El lago de los cisnes y King Kong. Sontag me hacía ver que el rigor intelectual no solo se puede y se debe aplicar a lo serio, a lo alto, a lo culto, a lo privilegiado, sino a toda manifestación cultural, por más insignificante o frívola que parezca. (Ya denominar algo como frívolo implica una posición ideológica de superioridad ante lo así clasificado.) Curiosamente Sontag nunca abandona su actitud seria, culta, erudita, aunque de vez en cuando juguetea con el humor. (Ese, el humor, lo tuve que ir a buscar en otros lugares, probablemente en mí mismo.) Pero la lección aprendida en ¨Notes on camp¨ con el tiempo, según yo mismo fui afincándome en mi propio trabajo, me daría un asidero intelectual único e importante para entender la cultura y entender también cómo acercarme críticamente a ella.
Vivíamos entonces un momento de cambio en la crítica literaria y cultural puertorriqueñas. Tras décadas y décadas de aceptar sin titubeos los principios de la escuela española de la estilísticas y el concepto orteguiano de las generaciones, concepto que nos llevaba a poco productivas disquisiciones casi matemáticas o metafísicas para determinar si fulanita o sutanito era de esta o aquella generación, porque se presuponía, entre otras cosas, que la gente no podía cambiar después de haber nacido, buscábamos nuevos acercamientos teóricos que nos guiaran en la práctica crítica. Así hallamos la semiótica, la sociología de la literatura, el feminismo, el sicoanálisis y múltiples otras herramientas que nos ayudaban a romper con los viejos patrones aprendidos en nuestros años universitarios. Muchas veces ese interés por encontrar nuevas vías o acercamientos críticos se concretizaban en comentarios crípticos. Parecíamos pensar que entre más oscuro era nuestro juicio más profundo sería. Pero, al menos para mí, el ejemplo de Sontag y el de Barthes apuntaban a otras metas. Su claridad intelectual no negaba su profundidad; al contrario, la confirmaban.
Además, la crítica de Sontag siempre tenía un evidente elemento estético. Leer sus comentarios sobre lo que fuera –Genet, Artaud, Weil, Godard: sí, en su gusto corre una fuerte corriente francófila– es siempre un placer porque en el fondo ella no separa la crítica de la creación misma. Recordemos que Sontag escribió cuentos y novelas e hizo cine y dirigió teatro. Por ello, su crítica no se divorcia de su creación. Así, aquellos, como yo, que nos apasiona el fenómeno del coleccionismo -como práctica, como fenómeno sicológico y como evidencia histórica de los cambios en el gusto– nos deleitamos con cada página de su novela The Volcano Lover (1978), donde recreaba la vida de personajes históricos ingleses obsesionados con la pasión amorosa, pasión que se manifiesta también en éstos a través de la adquisición de antigüedades clásicas y pintura del momento. La novela se lee casi como un tratado y los ensayos no dejan de tener elementos estéticos.
El ejemplo de Sontag marcó también a otros intelectuales latinoamericanos quienes, a su vez, se convirtieron en nuevos modelos que yo intentaba seguir. Ese es el caso de Carlos Monsiváis quien obviamente leyó detenidamente a Sontag, como lo atestigua, entre muchas otras piezas, su temprano ensayo titulado ¨El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde (Notas del camp en México)¨ (1966). Monsiváis conoció muy bien mucho de la cultura estadounidense, la llamada alta y la baja también, y la asimiló y la aplicó a su realidad social y cultural. Esas afinidades, entre muchas otras, me llevaron también a leer detenidamente a este crítico mexicano quien también me hacía ver que el rigor intelectual no estaba divorciado de la claridad de pensamiento y del regusto en la buena escritura.
En el contexto estadounidense, donde siempre se ha visto a los intelectuales como seres sospechosos, actitud que llega hasta el antintelectualismo mismo, Sontag siempre fue una figura un tanto extraña y francamente incómoda. Por eso sorprende ver que ya se le integra al canon literario con la publicación de un volumen de sus ensayos, Essays of the 1960s and 70s (2013) en ¨The Library of America¨, colección que reúne los clásicos de las letras estadounidenses. Sorprende también la aparición de sus cuadernos de trabajo (Reborn: Journals and Notebooks, 1947-1963 (2008) y A Consciousness is Harnesse to Flesh: Journals and Notebooks, 1964-1980 (2012)) y libros de memorias sobre la autora escritos por su hijo y por la que fue la compañera de éste (David Rieff, Swimming in a Sea of Death: A Son´s Memoir (2008) y Sigrid Nunez, Sempre Susan: A Memoir of Susan Sontag (2011). Sorprenden todas estas publicaciones porque Sontag no parecía caber cómodamente en los parámetros de su canon literario nacional. Para muchos era demasiado afrancesada y para otros demasiado política. Recordemos sus controvertibles declaraciones sobre los ataques del once de septiembre y su ecuación de fascismo y marxismo. Quizá por ello los premios más importantes que recibió, entre ellos el Príncipe de Asturias de las Letras de 2003, se los otorgaron en otros países. Para mí mismo, hay un momento en su vida y en su obra que me son incómodos, perturbadores, inaceptables. Pero, a pesar de ello, la veo como una intelectual orgánica que, como Emerson en su momento, representa lo mejor de su país, aunque no cupiera y aún no quepa placenteramente en ese contexto cultural.
Pero no me cabe duda que su obra, especialmente sus ensayos críticos, son de importancia en las letras estadounidenses y más allá. Confieso que muchas veces, en momentos de duda sobre lo que hago, vuelvo a leer sus ensayos para confirmarme que puede haber valor en lo que escribo, para asegurarme que la crítica tiene también una función social y un sentido estético, para corroborar que no aro en el ancho mar. Por ello siempre le estoy y le estaré muy agradecido.