Susan Sontag: sus contradicciones nuestras
A unos diez años de su muerte, la posición canónica de Susan Sontag (1933-2004) en el contexto de la cultura estadounidense parece estar asegurada, aunque siempre hay que recordar que este es terreno inestable, movedizo, inseguro y que los gigantes de hoy pueden ser casi invisibles mañana. Las posibilidades de que Sontag deje de ser considerada como figura magistral y rectora en el contexto de su literatura nacional pueden ser más que posible dado que, más allá de un puñado de cuentos y una novela, entre las pocas que escribió, su obra más canónica –dato que ella misma no quería aceptar– son sus ensayos y estos, como toda su obra, están marcados por las polémicas de su momento y, sobre todo, por su gusto extranjerizante y por corrientes de pensamiento europeas, algo que nunca ha caído bien en el ámbito cultural estadounidense, ámbito en el fondo regido por corrientes o tendencia de tonos nacionalistas.
Aun en vida, a Sontag frecuentemente se le acusaba de solo mirar a Europa, de sentir demasiada devoción por el Viejo Mundo, especialmente por Francia. Sartre y Beauvoir y, sobre todo, Barthes y Cioran eran algunos de sus principales modelos y hasta ídolos intelectuales. Su obra de ficción más elogiada, The Volcano Lover (1992), una excelente novela histórica, tiene escenarios y personajes europeos. Por otro lado, muchos de sus ensayos tienen como objetivo principal presentar autores y temas extranjeros a los lectores estadounidenses. Por ese interés por la cultura europea que se hace claro en estas obras y por su intento de abrirles los ojos a los lectores de su país a ideas y escritores de otras latitudes, Sontag me hace pensar en su gran compatriota, Henry James. Y, a su vez, esa conexión con James y ese intento de abrirnos puertas a mundos más allá de nuestras limitadas parcelas ideológicas y estéticas, me hace pensar también en Nilita Vientós Gastón, aunque hay inmensas diferencias entre estas dos mujeres que han marcado mi vida y mis perspectivas intelectuales.
El reconocimiento del impacto de Sontag en mí como intelectual me lleva a estar atento a cualquier edición póstuma de textos suyos o a cualquier nuevo estudio que aparezca sobre su persona y su obra. Por ello mismo recibí con gran alegría la traducción de una biografía suya que apareció originalmente en Alemania. Me refiero al libro de Daniel Schreiber, Susan Sontag, a Biography (Evanston, Northwestern University Press, 2014) que en su versión original llevaba un título mucho más atractivo que el insulso que le han dado a la traducción al inglés: Susan Sontag, Geist und Glamour (2007). No solo es este un título más llamativo sino muy atinado porque uno de las rasgos distintivos y atractivos de Sontag, como escritora, como pensadora y como persona, era su arriesgada combinación de lo intelectual con lo estético, del pensamiento con lo vital, hasta con lo aparentemente banal y mundano. Recordemos que Sontag llegó a hacer uno de los notorios comerciales de “Absolut Vodka”: en el 2000 circuló en revistas y periódicos su foto muy retocada en un anuncio que ingeniosamente se titulaba “Absolute Evidence”. Su intelectualismo no estaba divorciado, pues, de lo popular, hasta de lo comercial. Por ello mismo es tan acertada la combinación de espíritu y glamour del título del libro en alemán.
La publicación de una biografía a los tres años de la muerte de Sontag evidencia su estatus canónico y el interés por su obra y su persona. Eso sí, hay que señalar que el libro apareció originalmente en Alemania, donde en general su obra fue recibida muy positivamente y que en vida de la autora, en 2000, se publicó una primera biografía suya. Pero ese texto, que muchos han descartado como una obra cuyo tono es demasiado ligero y banal (Carl Rollyson y Lisa Paddock, Susan Sontag: The Making of an Icon) no recibió la bendición oficial de la autora y no ha tenido gran repercusión en el mundo intelectual estadounidense, aunque no deja de ser de interés para sus seguidores. (Además acaba de salir en Londres otra biografía de Sontag con el escueto título de Susan Sontag escrita por Jerome Boyd Maunsell, pero aún no he tenido tiempo de leerla.) Esta nueva biografía de Schreiber, en cambio, es mucho más seria que la ya publicada, aunque no deja de prestar atención a la vida sentimental de Sontag, dato que no es superfluo, pues ayuda a entender a la escritora y su obra. La nueva biografía tampoco ha tenido el respaldo y apoyo de algunas de las personas más allegadas a Sontag, como por ejemplo, Annie Leibovitz, la destacada fotógrafa estadounidense con quien Sontag compartió sus últimos años.
“For Susan Sontag, the nineties were primarily the years with Annie Leibovitz.” (p. 211): así comienza Schreiber el penúltimo capítulo de su libro. Y Leibovitz cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias por las artes en 2013 declaró de inmediato y con total sinceridad que estaba segura que no lo hubiera recibido si diez años antes Sontag no hubiese sido galardonada con ese mismo premio en el campo de las letras. Pero, a pesar de que Schreiber no tuvo abiertas todas las puertas para escribir su biografía, no cabe duda de que estamos ante un libro confiable, hecho a partir de una sólida investigación y con el cual habrá que contar cuando se vuelva a escribir otra biografía de esta autora –no me cabe duda de que vendrán otras– por esa misma seriedad y por su interés de ver las relaciones entre la vida y la obra de Sontag. Es obvio que estamos muy cercanos temporalmente a la autora y que con el tiempo descubriremos más datos reveladores sobre ella –especialmente cuando se abran sus archivos que se guardan en la Universidad de California en Los Ángeles– que servirán para escribir esas otras posibles biografías. Pero la de Schreiber no es descartable.
Como apuntaba, el interés del autor de Susan Sontag, a Biography es establecer una relación entre la vida y la obra de Sontag. Por ello, los detalles sobre la intimidad de la autora que Schreiber apunta, alguno de los cuales podrían parecer mero cotilleo, siempre aparecen con la intención de entender mejor su obra. La vida de Sontag siempre estuvo marcada por la trasgresión a muchos niveles, por ello no sorprende ese interés en lo privado, en lo íntimo. Y por ello no sorprende tampoco que una erudita colección de estudios sobre toda su obra compilados por Barbara Ching y Jennifer A. Wagner-Lawlor lleve el provocador título de The Scandal of Susan Sontag. El título de esta colección de textos académicos parece chocar con sus muy serias y eruditas intenciones, pero lo que hace es correctamente apuntar al carácter controvertible que siempre marcó a Sontag.
La biografía de Schreiber, en cambio, no es un comentario de los textos y las películas de Sontag, como la colección antes mencionada. Sí, Sontag también incursionó en el cine y también en el teatro, como escritora y como directora. Su producción de Esperando a Godot en Sarajevo, mientras la ciudad estaba sitiada, fue un acontecimiento de repercusión internacional y llevó a los líderes cívicos de esa ciudad a nombrar una plaza en su memoria. En general, Schreiber comenta la obra de Sontag muy de pasada y en muchos casos, para hacerlo, se apoya principalmente en las reseñas que en el momento se escribieron sobre esta. Aunque el autor valora profundamente su producción en todos los géneros y medios, su actitud ante Sontag no es de veneración. Por ello está dispuesto a apuntar sus contradicciones y, sobre todo, a presentarla como una persona muy difícil y hasta problemática. En muchos pasajes de la biografía hallamos evidencia recogida por Schreiber sobre el egoísmo deformante de Sontag, egoísmo que la llevó a la crueldad con otros, a la ceguera sobre su propia obra –hasta pensaba que era merecedora del Premio Nobel– e incidentes tan absurdos que hoy nos parecen risibles. Pero Schreiber siempre mantiene una posición elegantemente diplomática y salomónicamente justa respecto a Sontag.
Su sexualidad, omnívora y vigorosa, nunca fue un secreto, pero siempre, un problema con el que Sontag nunca trató de manera apropiada, especialmente si consideramos que vivió en un momento de grandes cambio sociales y de profunda liberación sexual, y que vivió en Nueva York, epicentro de esas transformaciones. Tras su temprano matrimonio con uno de sus profesores universitarios, Philip Rieff, Sontag tuvo relaciones amorosas tanto con hombres como con mujeres: con el actor Warren Beatty, con el poeta ruso Joseph Brodsky, quien le pidió que se casaran, con la coreógrafa Lucinda Childs y con la dramaturga cubanoamericana María Irene Fornés, entre otros y especialmente muchas otras. Todas esas relaciones la marcaron y, en algunos casos, la llevaron a interesarse por nuevos campos estéticos o políticos. La relación con Childs, por ejemplo, la llevó a interesarse más en la danza y su relación con Brodsky la llevó a cambios de ideas políticas. Aunque Sontag se movía en el mundo intelectual neoyorquino donde “it was almost an aristocratic badge of honor to be gay, lesbian, or bisexual” (p. 97) y aunque muchos amigos íntimos le pedían que hiciera declaraciones públicas sobre su identidad sexual, Sontag rehusó declararse abiertamente lesbiana o bisexual.
Tanto en su seminal ensayo “Notes on Camp” (1964) como en su libro sobre el sida, AIDS and Its Metaphors (1989), escrito a raíz de la epidemia que devastó la comunidad gay, Sontag demostró tener un conocimiento íntimo y profundo del mundo homosexual estadounidense, aunque a veces empleaba en sus textos, quizás por su temor a definir sus preferencias sexuales, un vocabulario que no deja de tener rasgos homofóbicos. Esto ocurrió especialmente en su libro sobre el sida, mientras que su ensayo sobre el camp fue considerado por algunos gays como una traición ya que lo veían como la revelación o la profanación de un secreto o de unas prácticas conocidas solo por iniciados. Schreiber sugiere que el trauma del conflicto legal por mantener la custodia de su hijo tras el divorcio con su marido llevó a Sontag a adoptar esa posición “closetera”. Pero sin hacer declaraciones públicas, su vida fue un libro abierto y ahora, con la publicación de sus diarios, podemos conocer meditaciones íntimas de Sontag donde reconoce y valora positivamente su homosexualidad. Por ejemplo, el 24 de diciembre de 1959, tras escribir en su diario “I have an enemy – Philip” [su marido], apunta de inmediato:
My desire [primero escribió “need” y luego tacha la palabra] to write is connected with my homosexuality. I need the identity as a weapon, to match the weapon that society has against me. (Reborn: Journals and Notebooks, 1947-1963, New York, Farrar Straus Giroux, 2008, p. 221)
En esos mismos diarios, que fueron editados por su hijo, David Rieff, hallamos listados de palabras o claves secretas empleadas por la comunidad gay (p. 41). Todo el contacto íntimo con esa comunidad, con la que en privado se identificaba, evidentemente nutrió y hasta conformó su obra. Aunque Sontag nunca llegó a hacer declaraciones políticas sobre su lesbianismo –una de sus muchas contradicciones– su reconocimiento íntimo de su identidad sexual es indispensable para entender su obra y sus posicionamientos políticos, en el sentido más amplio del término.
Es que Sontag fue, en el fondo, un ser profundamente contradictorio, como establece Schreiber:
What is difficult about Sontag’s intellectual development is her tendency to not explicitly acknowledge that she has changed her mind. Instead, she claimed in the same interview that she had always held such a position, even when that was clearly not the case. Again and again at such turning points, she tried not to identify errors or changes of opinion as such but rather to rewrite her own intellectual history. (p. 119)
Esta tendencia a reescribir su propia historia es la causa principal de su aceptación de posiciones anticomunistas –su ecuación de comunismo y fascismo en una conferencia en 1982 causó un escándalo internacional– y su rechazo de obras suyas tempranas. Por ejemplo, en 1970 Sontag escribió la introducción a un hermoso libro sobre los carteles cubanos de la Revolución donde declaraba su apoyo a los cambios políticos en la Isla a partir de 1959. Más tarde se negó a que se reeditara el libro. Por eso, hoy es un tesoro bibliográfico que se guarda celosamente en algunas bibliotecas en la colección de libros raros porque no son pocos los ejemplares del mismo que han desaparecido de los estantes de algunas instituciones.
¿Por qué admiro tanto a una escritora con tantas contradicciones? A pesar de sus contradicciones, que no dejan de ser también nuestras, son muchas las razones que me llevan a esa admiración; admiración que siempre es profundamente crítica: aclaro. Entre esas razones para admirarla está su capacidad de combinar lo intelectual con lo estético: “I want to be a writer who is also an intellectual”, declaraba Sontag en una entrevista en 1980. Por ello mismo, aunque reconozco el mérito de algunas de sus obras narrativas y veo claramente en ellas sus raíces intelectuales, mi mayor interés en su obra está en su ensayística. Sus ensayos son un hermoso modelo de la posibilidad de conjugar ideas y estilo. Por años, como Sontag nunca terminó su tesis doctoral, se tuvo que ganar la vida en el mundo académico donde sufrió la explotación y las miserias de ser profesora a tiempo parcial. Y aunque en su madurez, cuando ya había producido su obra esencial, pudo haber optado por un puesto académico que le hubiera dado un ingreso constante para vivir decente y cómodamente, siempre vio con sospecha el acercamiento a la literatura y a la cultura en general desde una perspectiva puramente universitaria.
Por ello huyó de ese mundo aunque nunca negó la necesidad del acercamiento a la cultura que el mismo ofrecía. Aunque detestaba dar conferencias y asistir a foros o charlas en universidades, nunca negó sus profundas raíces académicas. Por ello Schreiber habla de “the remarkable lucidity with which Sontag is able to deploy the tools of an academic to analyze new aesthetic developments and then explain them in a comprehensible way” (p. 66). Para mí, esa capacidad de combinar el rigor académico con el placer estético y comunicarlos a los otros es lo que más me llama la atención de esta contradictoria escritora. Por ello ha sido para mí un modelo y un ejemplo a seguir. Ella ha sido ejemplar por su intento de mantener un apetito omnívoro como el suyo por todas las manifestaciones culturales –tanto las de la llamada alta cultura como las de la erróneamente tildada de baja– y, a la par, por sostener siempre una convicción profunda de que lo intelectual y lo estético no están divorciados, y que, al contrario, se complementa y hasta pueden llegar a ser una única y misma manifestación indisoluble de la actividad humana. Quizás me contradiga, pero admiro a Sontag –ya lo he dicho, pero creo necesario repetirlo– por su capacidad de combinar el rigor académico con el placer estético.
¿O será el placer académico y el rigor estético lo que tanto admiro en ella?