Taken 2, toma al espectador
Liam Neeson es un hombre apuesto que nunca ha demostrado ser un galán de la pantalla. Es algo así como Mitt Romney: no hiere los ojos, pero no genera entusiasmo nada más que en aquellos que solo ven el carapacho. Aunque es un actor competente (Schindler’s List, Batman Begins, Husband and Wives), al andamiaje de seis pies con cuatro pulgadas de Neeson le falta algo: ni siquiera logró generar chispas eróticas con Jessica Lange en Rob Roy, y ya eso es mucho decir. Además, está un poco entrado en años (tiene 60) para estar peleando con hombres más jóvenes y ganarles. En esta película, que tiene un pie en la idiotez y otro en lo imposible, Neeson (Bryan Mills) vuelve a defender a su hija Kim (Maggie Grace), que fue secuestrada en la cinta inicial, y a su ex mujer Leonore (Famke Janssen) que es secuestrada en esta.
En un momento del filme él también cae prisionero de una banda encabezada por el padre de uno de los secuestradores que mató en Taken 1 por haberle hecho mal a su hija. La manera en que va adiestrando a su hija para que defina dónde es que está prisionero es interesante y graciosa, pero el resto de la película desafía la fe que hay que tener en que los héroes han de sobrevivir no importa qué. Por ejemplo, se ha memorizado las vueltas de la camioneta en que lo llevan encapuchado los malos, y se acuerda de los sonidos de las calles por las que va pasando, datos que le da a su hija usando un teléfono escondido de la CIA que no pierde señal en los recovecos más absurdos de Estambul, y que es más pequeño que la palma de la mano. Por suerte, la hija es la que corre por los techos huyendo de los maleantes albaneses (la lista de malos que el cine puede usar sin ser políticamente incorrecto se va achicando). Desafortunadamente, la madre, la estupenda Famke Janssen que personificó con regocijo y descaro contagioso a Xenia Onatopp, en el filme de James Bond, GoldenEye, siempre está en poder de los malos. La Jassen, que mide seis pies y solo tiene 47 años, hubiera sido sensacional repartiendo salsa tal y como lo hizo en GoldenEye, pero de seguro que los productores y el director consideraron que le hubiera robado el show a Neeson, que parece estar todavía pensando en Oskar Schindler, papel que interpretó hace casi 30 años.
La cinta es tan predecible que muchos hombres en el cine miraban las pantallas de sus teléfonos celulares en escenas en que los consabidos choques de autos en las callejas llenas de vendedores ambulantes, tal vez exiliados del Gran Bazar, hacen destrozos más allá de lo que parece posible, aún cuando los vehículos involucrados son Mercedes. Según avanza la película los cuerpos se van acumulando sin que le pase mucho a nuestro héroe y sin que nada bien malo le suceda a las mujeres de su familia.
Lo mejor de la película es un engaño: Mills le dice a su contrincante principal Murad (Rade Serbedzija) que se deje de venganzas (le mató el hijo al albanés, que tiene dos más), porque él ya está cansado de todo el asunto. Uno respira profundo porque le parece ver el fin de la serie. Pero luego del cliché “aquí-tienes-el-revolver- pero-yo-tengo-la-última-bala”, algo que el más lerdo espectador debe de haber visto venir, lo mata. Oh, dios del cine idiota que hace dinero, ¿vienen dos más a vengarse? ¿Vendrán juntos o separados? Si no las filman pronto, Bryan Mills no podrá ir a algún lugar exótico para pelear con los descendientes de Murad.
Yo sugiero que si vuelve a irse de vacaciones en el futuro, que no se le ocurra llevar la familia.