Tela pa’ cortar en el espacio común
No soporto al artista cuya principal motivación sea la provocación. Creo que los grandes provocadores lo son sin proponérselo.
–Pedro Almodóvar
Hace aproximadamente dos años invité a la artista Michelle Gratacós-Arill a presentar una propuesta para la Trienal Poli/Gráfica de San Juan. Esa edición tuvo como línea temática las dinámicas de colaboración que partieron de los talleres de gráfica y que han continuado hasta el día de hoy en diversas formas en el arte contemporáneo. Por su interés en el diseño y la arquitectura, la artista presentó una ambiciosa propuesta que apenas comenzó con aquella inicial exposición. La idea fue desde entonces el rescate y la restauración de sillones de hierro y vinilo inspirados en la arquitectura así como en los ideales sociales que abraza la comunidad de El Falansterio.
A lo largo de la historia, los artistas han explorado integrarse en comunidades ajenas a su realidad inmediata con la finalidad de convocar y no (necesariamente o exclusivamente) de provocar. En ocasiones esta inmersión se lleva a cabo con un fin didáctico o bien como un acercamiento a la investigación social y cultural. Pero inherente a gran parte de estas iniciativas hay una motivación de carácter político. Es decir, la convicción personal del artista de evocar una idea de cambio a través del arte; y esta posibilidad sólo puede surgir desde adentro de la comunidad hacia afuera y no al revés.
Este interés etnográfico implica que el artista se sumerja en mundos desconocidos para intentar entender su realidad y luego llevar a cabo un trabajo colaborativo con los residentes. De parte de la comunidad el artista percibe un poco de esa otra realidad que alimenta su sed de aprender y le ofrece una experiencia diversa. Esta inmersión le provee además a su proyecto cierto acercamiento a “lo real”, lejos de la idea del artista trabajando en solitario. En estas dinámicas hay un proceso de conocimiento y reconocimiento mutuo que, aunque no queda exento de escepticismo, la mayoría de las veces los resultados son ricos e inesperados en ambas direcciones.
El proyecto Espacio común de Michelle Gratacós Arill es un vivo ejemplo de la comunión entre arte, educación y vida comunitaria. Sin embargo, a diferencia de una gran mayoría de los artistas que se adentran en comunidades, Michelle es miembro activo la comunidad donde opera su proyecto pues allí también vive. El Falansterio de Puerta de Tierra, antigua ubicación de talleres de aguja en San Juan, es su espacio en común con los demás residentes. Ese espacio es uno que admira por su historia, su filosofía fundadora y por su diseño arquitectónico.
Una breve contextualización de mirada
Este texto es tan sólo una mirada a un proyecto que promete dar mucha “tela pa’cortar”. Es decir, tendremos mucho más que escribir sobre él en un futuro cercano. Así pues ofrezco un primer acercamiento a unas pocas instancias cumbres en Puerto Rico donde el afán por romper esquemas sobre las posibilidades de cómo, dónde y para quién se hace arte, irrumpen en la iniciativa de Gratacós y en su afán por entablar relación con su propia comunidad.
Los proyectos artísticos de inserción social no son una novedad y sin duda, hay una tendencia de parte de artistas a adentrarse en barrios marginados. Típicamente, estas comunidades son de escasos recursos económicos muchas veces marcados por la falta de acceso a la educación y en tiempos más recientes estigmatizados por el tráfico de drogas entre otras problemáticas. Los artistas en Puerto Rico han sido afín a integrarse en las realidades que les son paralelas ya sea directa o indirectamente.
La figura de Francisco Oller y Cestero (1833-1917) es díficil de pasar por alto. A fines del siglo XIX tomó el pulso del país y vio en la educación y el arte la fuente principal para mejorar la calidad de vida. Oller fue un pintor de calibre mundial quien a su vez, retrató en su pintura las costumbres en los arrabales y campos de Puerto Rico. Oller no fue un mero observador. Asumió con responabilidad la creación de una escuela dedicada a la enseñanza del arte como agente catalizador. Promovió la creación de un museo en los predios de la recién inaugurada Universidad y es sin duda un pilar a quien todos los contemporáneos regresamos una y otra vez.
Así también, es imposible ignorar el programa de la DIVEDCO que comienza a fines de la década de 1940 y continuó en la década de 1950. La División de Educación de la Comunidad fue un programa impulsado por el gobierno central y un modelo a seguir para futuras generaciones no sólo por su eficacia en comunicación y educación sino por el taller que le proveyó a muchos artistas y cineastas. Es de todos conocido que fue durante ese período que el cartel serigráfico se conformó como el medio de comunicación por excelencia. El cartel se convirtió además en fuente de exploración estética que colocó a Puerto Rico a la vanguardia de las experimentaciones en la gráfica, particularmente la serigrafía. Y en el cine, la propia comunidad sirvió de actores y actrices ante el lente de directores como Jack Delano o Amílcar Tirado, para escenificar la realidad de sus barrios.
En este momento de desarrollismo, los artistas jugaron un papel de gran importancia para alimentar la conciencia colectiva. Esta línea ha continuado en Puerto Rico aunque variando de acuerdo al momento histórico y político. Recordamos en este contexto tambien a la diáspora puertorriqueña, particularmente en Nueva York, con la fundación de El Museo del Barrio por parte del artista Raphael Montañez Ortiz en 1969 durante las luchas por los derechos civiles en dicho país y su interés en crear una institución dedicada al intercambio de ideas estéticas y culturales.
El Falansterio, sus ideas fundadoras y Espacio Común
Previo a estas iniciativas de mediados y fines de siglo XX, durante la Depresión de los años 30, el Puerto Rico Emergency Relief Administration del gobierno federal de Estados Unidos emplea recursos para estimular la economía, crear programas de salud y de construcción entre otros. El Falansterio de Puerta de Tierra fue el primer proyecto de vivienda pública en la isla y su diseño lo realizó el arquitecto Jorge Ramírez de Arellano. Influenciado en gran medida por el estilo Art Déco que imperó en Europa durante los años 20 y que en América se extendió hasta cerca de los años 50, se caracteriza en parte por su geometría, curvas sinuosas, líneas rectas un tanto aerodinámicas reflejando la época de las máquinas de construcción, el hierro y la aviación entre otras cosas.
La denominación de Falansterio proviene de las ideas del socialista utópico francés Charles Fourier quien abogara por una unidad social o falange donde cada persona trabajaría de acuerdo a sus capacidades en beneficio de esta comunidad cooperativa. En cierto modo, el proyecto Espacio común hace eco de estas ideas tomando como punto de partida el cooperativismo, el diseño Art Déco así como la tradición colaborativa del taller de gráfica.
Con este proyecto la artista ha logrado unir a la comunidad para llegar a un cambio sencillo: de pronto, los balcones comunales contarían con sillones típicos hechos en Puerto Rico pero restaurados y tapizados involucrando a los residentes, estudiantes y colaboradores en el proceso. El hierro y el vinilo se armonizan en variedad de colores y creativos patrones que servirán para tapizar las sillas/sillones que decoran los balcones y a su vez funcionarán como espacio común para conversar o simplemente salir a sentir la brisa, mirar al patio interior, tomarse un café mañanero o una cervecita en la tarde.
Al presentar la idea a la comunidad de un taller de restauración de sillones mediante procesos gráficos la respuesta fue positiva. Tuve la grata experiencia de estar presente en el primer taller de impresión de patrones sobre telas para almohadones. Los residentes estaban entusiasmados… allí llevaron almuerzo para pasar la tarde al aire libre y ver el proceso de impresión mediante un «pulpo» serigráfico ubicado a la sombra de un árbol. Los estudiantes de Artes Gráficas estaban igualmente fascinados con la inmediata realidad de ver sus propuestas estéticas llevadas a la tela y de ahí al juicio crítico de la vecina que imaginaba tal o cual patrón de tal o cual color, decorando su sala o su habitación y en juego con sus cortinas. Los residentes preguntaban por el significado de los patrones y la respuesta era: “inspirado en la arquitectura Art déco y en El Falansterio”. Tuve la sensación de que todos los participantes en la experiencia, incluyendo al cartero que entró a repartir las cartas, aprendieron algo nuevo.
Sospecho que Michelle ha sido influenciada por este tipo de iniciativa y por otra cantidad de artistas contemporáneos a ella. Se me hace difícil no conectarla conceptualmente con algunos de sus colegas como Alia Farid quien trabaja sobre el tema de la inserción social con una vena política aludiendo a los efectos del arte en la vida social desde la teoría puesta en práctica. Incluso es natural pensar en artistas de mayor trayectoria como Jesús “Bubu” Negrón particularmente con su proyecto 7 días en Igualdad donde re-enciende la llama y el humo de la antigua fábrica azucarera Igualdad, reavivando recuerdos y esperanzas de una comunidad en el pueblo de Añasco, o bien el proyecto del Coco d’Oro fundado por Edgardo Larregui en el barrio La Perla y el ya icónico proyecto en El Cerro de Naranjito de Chemi Rosado Seijo donde el artista convenció a los residentes de la barriada a pintar todas las casas en alguna tonalidad de verde, armonizando extraordinariamente el paisaje con las casas. Estas y otras iniciativas tanto en Puerto Rico como afuera le han servido de modelo pero en este proyecto hay un algo muy genuino y es el interés en acercarse y mejorar su propia comunidad.
Empanadillas y financiación del proyecto
Actualmente el proyecto Espacio Común busca su propia financiación a través de varias inciativas que igualmente incorporan a la comunidad de El Falansterio en su producción. Quizá la más exquisita es la producción, elaboración, confección y venta de lo que fue designado como Empanadillas Geométricas. Estas son las típicas empanadillas que se venden en la calle. Sin embargo, éstas vienen rellenas de otros suculentos menjunjes confeccionados en las formas geométricas características de los patrones creados para las sillas influenciados por la arquitectura Art Déco. Estas empanadillas, además de sabrosas, son testimonio del afán de la propia comunidad en lograr este proyecto que se ha convertido en una meta para todos.
Este es sin duda el primer sistema económico a corto y largo plazo creado para sustentar la creación de más patrones, la restauración y conservación del mobiliario. Además se generó otra propuesta más con fines de coleccionismo y filantropía denominado como Adopta una Silla. Esto consiste en pagar por una silla y se restauran dos: una para la comunidad y la otra para el que adopta. Así pues, una de las necesidades de mayor urgencia es donarle sillas o sillones de hierro a la comunidad para lograr sus Espacios Comunes en los 75 balcones con los que cuenta el edificio.
Estos proyectos son ejemplos de la capacidad del arte para desatar la sensibilidad actuando de manera sorpresiva en múltiples direcciones. El que actúa con esta pasión y convicción no solo alimenta su fibra más recóndita sino que logra sacudir al que tiene al lado, como dice Almodóvar, sin proponérselo.
**Este texto ha sido reeditado para esta edición de 80 grados. El original fue publicado en el panfleto creado para la Trienal Poli/Gráfica de San Juan (2012).