Tenochtitlan: nuevas sobre los sacrificios humanos
Los españoles vienen
Los fenómenos astrales han sido motivo de admiración, miedo y augurios desde que el humano existe. El cometa de 1506 (hubo otro en 1489, más un eclipse total en 1496) que fue visto en la China, en Japón y luego en España, donde se pensó que presagiaban la muerte de Felipe el Hermoso, tienen que haber trastornado a los mexicas. Para entonces, noticias desde lo que es hoy Panamá, y del Caribe cercano, sin duda los debe haber puesto en vilo sobre los “hombres montados en venados”. En los próximos cinco años, esos hombres, que vinieron en barcos de un tamaño que jamás habían visto o se pudieron imaginar los residentes de este lado del Atlántico, ocuparon Puerto Rico, Jamaica y Cuba.
Al emperador de los mexicas en esa época, Moctezuma II (todos lo conocemos como Moctezuma), lo describe el Códice Ramírez Conway (citado por Hugh Thomas en “La conquista de México”) como “…astuto, sagaz y prudente, sabio, experto, áspero en el hablar, muy determinado”. Sin duda, características que lo convencerían de que un encuentro con estos hombres venidos de lejos, era inevitable y peligroso. Es muy probable que se enterara de la quema del cacique Hatuey en Cuba en 1510, y que lo malinterpretara como un sacrificio similar a los que se llevaban a cabo en sus pirámides. Más tarde, en 1518, Moctezuma sabría de la catastrófica expedición de Hernández de Córdoba, narrada al punto por Maurice Collis en su estupendo libro “Cortés and Montezuma” (1954) y, luego por el acercamiento de las cuatro embarcaciones: dos naos, una carabela y un bergantín, de Juan de Grijalva, en su travesía a las costas de Veracruz, Yucatán, y las tierras mayas, desde donde las vislumbrarían sus residentes. No tardaría mucho en que Cortés, secretario del gobernador de Cuba, después de su triunfo en Tabasco y de haber creado el mito del “hombre-caballo”, una especie de centauro en la imaginación de los tabasqueños, anclara sus naves en Villa Rica de Veracruz y emprendiera su camino a Tenochtitlan.
Ya antes, una embarcación rumbo a Santo Domingo, había chocado con un banco de arena en un isla cercana a Jamaica, y los sobrevivientes navegaron en una barca hacia el oeste. Cayeron en manos de los maya quienes sacrificaron a uno de sus principales navegantes junto a otros cuatro, y se comieron sus cuerpos en una fiesta. De modo que Cortés y sus acompañantes sabían de las tendencias de los habitantes indígenas de aquellas tierras, por eso llevaban armas y soldados, en lo que equivalía a un pequeño ejército
Los sacrificios humanos en Tenochtitlan
Sabían también los españoles que fueron con Cortés que los totonacas de Veracruz, en cuyas tierras habrían de desembarcar para emprender su peregrinaje a México, eran cultos y buenos bailarines. Pero que, con frecuencia, se hacían cortes en la lengua o en las orejas como acto de penitencia, y usaban la sangre para salpicarla en los templos y, en su comida, antes de comerla. Según el Códice Florentino, conocían que los sacrificios humanos solo se practicaban con los prisioneros de guerra. ¿Qué si eran ellos los que caían presos?
Según Bernal Díaz del Castillo en Xocotla, donde los sacrificios abundaban, llegó a “contar 100,000 calaveras”. En Tenochtitlan era peor, y los cuentos que escucharon de los sacrificios allí le congelaban el alma a cualquiera: el sacerdote, en lo alto de la pirámide del Templo Mayor cortaban entre las costillas de la víctima y le removían el corazón, que aún palpitaba. Se suponía que esa oferta alimentaría a los dioses y aseguraría la continuidad de su existencia y la del mundo. Sorprendido por el ángulo de 45° de las pirámides, Cortés pronto se enteró de que eso permitía que los cuerpos de los muertos no tuvieran impedimentos en su caída. Abajo, se les separaban sus extremidades, algunas de las cuales se las comían.
¿Cuántos fueron verdaderamente sacrificados en los altares mexicas? ¿Qué propósito tenían? Catalogados como una barbarie por los conquistadores, el sacrificio y la alza del corazón latiente, eran solo el comienzo del ritual que se practicó en la capital azteca entre el siglo XIV y el XVI. Antes de los cuerpos ser lanzados pirámide abajo, se les decapitaba usando cuchillos de obsidiana que, por lo que ahora sabemos, eran tan afilados como un bisturí. El conocimiento anatómico de los sacerdotes era preciso, y procedían a quitarles la piel y los músculos a la cabeza hasta convertirla en un calavera. Algunas eran convertidas en máscaras.
La magnitud de estos rituales ha sido descrita recientemente en la revista Science (23 de julio de 2018, pp. 1288-1291). Cómo se usaban los cráneos estaba ya descrito en manuscritos aztecas recogidos en los antiguos códices de la época. Con grandes agujeros en las áreas temporales, las calaveras se colocaban lado a lado traspasadas por estacas e iban formando una estantería macabra llamada tsompantli. Erigida frente al Templo Mayor, tenía a cada extremo unas columnas de cráneos. Informes como los de Bernal Díaz y otros de los que llegaron a la gran ciudad, indicaban que había cientos de miles de cráneos en estas estructuras, pero por mucho tiempo se pensó, como también ha señalado Hugh Thomas en su libro, que eran exageraciones. Supuestamente era una retórica alarmista para afirmar la barbarie de los mexicas y justificar las batallas contra ellos. Esos infirmes, se decía, tenían como propósito ulterior un mensaje cristiano —de la necesidad de evangelizar a los aztecas— al emperador del sacro imperio romano Carlos V (Carlos I de España), a nombre de quien procedió Cortés con la conquista.
Con los siglos, el tsompantli fue olvidado y cuestionado: ¿habría existido o eran patrañas publicitarias dirigidas a la Europa lejana? Algunos arqueólogos negaban que los mexicas sacrificaran 80,000 presos de guerra en la inauguración de la gran pirámide de Tenochtitlan. El relato de Lizzie Wade en Science sobre los descubrimientos hechos por los arqueólogos del Museo Nacional de Antropología e Historia establece que sí existieron, que sí hubo matanzas cuantiosas, y que los conquistadores que hablaron de ello no exageraron. Excavaciones comenzadas en el 2015 encontraron detrás de la catedral de México DF, parte del tsompantli y de una de las columnas de cráneos. Aunque muchos se han pulverizado, aún quedan suficientes para estudiar su ADN y someterlos a estudios de radioisótopos que puedan permitir saber con más exactitud la procedencia de las víctimas. Los ya estudiados provienen de varias partes de Mesoamérica. Se sospecha que la otra torre yace debajo del patio trasero de la catedral, pero esa posición desafiará cualquier intento de estudio.
Ya se sabe que la mayoría de las calaveras estudiadas son de hombres, pero hay mujeres (20%), y un 5% corresponden a niños. Casi todos los que perecieron parecían gozar de buena salud, lo que sugiere que eran (los hombres) guerreros capturados en escaramuzas y batallas.
Sacrificios humanos en otros lugares
La práctica de ofertas a los dioses tiene antecedentes, aunque no a la escala que testificaron los conquistadores y que han corroborado los arqueólogos mexicanos. En las tumbas reales de Ur, en la antigua Mesopotamia, el arqueólogo británico Leonard Wolley encontró en los años 20 y 30 del pasado siglo, 63 esqueletos humanos y bueyes enyuntados a sus carretas en la entrada de la tumba de un rey sumerio de hace unos 4500 años. Pensó que se habían suicidado para acompañar al rey en su travesía al más allá. Sin embargo, en 2011 (Science, 18 de mayo de 2012) unos paleontólogos de la Universidad de Pensilvania descubrieron, usando tomografía computarizada (CT Scan), que todos los esqueletos tenían fracturas craneales inducidas por un instrumento puntiagudo. Sugirieron que primero los mataron, los embalsamaron con mercurio, los vistieron y luego fueron puestos en el orden estricto en que se encontraron en la tumba. Habían sido sacrificados por motivos “religiosos”. Hay evidencia escrita por Herodoto y Plinio el viejo, de que los escitas y los etruscos también llevaban a cabo sacrificios humanos. Prácticas similares se conducían en Roma y, como sabemos, en Mesoamérica.
Algo parecido, pero no de la monumentalidad de Tenochtitlan, se encontró en Egipto en la tumba del rey Aha en Abydos en 2900 a. C. y en el segundo milenio a. C. en China, según indica Ann Gibbons en el artículo de 2012 citado arriba. En Egipto y en Ur, la práctica comienza a declinar entre 2600 y 2450 a. C., al parecer por motivos económicos (¡se enterraban tesoros!) o políticos (los reyes ya establecidos no tenían que intimidar a los súbditos). Mas en Anyang, capital de la antigua dinastía Shang, en excavaciones entre los años 30 y 50 del siglo pasado, se encontraron casi 15,000 hombres de “edad militar” de cerca de 1200 a. C. Un curioso hallazgo, dadas las prácticas mexicas, es que, como los de Tenochtitlan, las víctimas habían sido decapitadas. Además, a muchos se les había cortado los brazos y las piernas.
No tan lejos de Mesoamérica, los moche del norte de Perú también practicaban rituales asesinos con los prisioneros de guerra. Los wari de ese país, también guardaban las calaveras de sus prisioneros de guerra como trofeos después de un ritual. Las similitudes entre los restos de casi cien hombres en una plaza de Moche en la pirámide de Huaca de la Luna (500 EC) han sido señaladas por John Verano, antropólogo de la Universidad de Tulane: estos fueron decapitados y sus cuerpos disecados hasta dejarlos en el hueso. En Moche, el sacrificio de niños, que fueron degollados y sus pechos abiertos para sacarles el corazón, hace considerar que tal vez fueron precursores de la práctica en Tenochtitlan. No que necesariamente los aztecas se “copiaran”, pero tal vez era una práctica común de antepasados de siglos o milenios anteriores, antes de que estas culturas se establecieran. Esto tal vez explicaría porqué se han encontrado las calaveras de niños en los más recientes hallazgos en el tsompantli y en la columna de cráneos en ciudad México, y que el sacrifico de niños y niñas haya sido común en las tierras mexicanas.
Interrelaciones
No puedo entrar en una discusión de las vías de migración que dieron origen a los aztecas, pero la ruta marítima a través del Pacífico o del Atlántico, o la emigración por Beringa pueda proveer evidencia que algunos que llegaron a Sur América supieran de los sacrificios humanos en la China y en Egipto, o que sus antepasados estuvieran involucrados en ellos. Análisis de ADN del niño de Mal‘ta (24,000 años), una aldea cerca de Siberia que está a unos 2000 kilómetros de China, muestra que los indios nativos de Norte y Sur América tienen descendencia de chinos, japoneses y siberianos, pero también de europeos (Science, 25 octubre de 2013). La solución del asunto le compete a arqueólogos y antropólogos.
Lo que sí quiero mencionar es que, a diferencia de los sacrificios humanos cometidos por nazis y el soviet, que en realidad fueron genocidios, los que menciono tenían visos religiosos. Se podría decir que, en parte, eran políticos ya que los prisioneros de guerra formaban el bulto de los sacrificados. Pero, también se sacrificaban los miembros de la sociedad, por razones religiosas. Eran rituales que rendían pleitesía a los dioses. Una pregunta emerge: ¿quién era el monstruo religioso? Moctezuma que mataba a nombre de Quetzalcóatl o Cortés que mató a nombre de Carlos V, quien de muchas formas respondía al Papa, representante del dios cristiano en la tierra? ¿O era todo “político”? Claro, alguien, con o sin cinismo, podría argumentar que, bajo ciertas circunstancias, religioso —político hoy día— e ideológico es lo mismo.