Tesauro de la cotidiana violación
En el capítulo 6 del Informe mundial de la violencia y la salud, OMS, se define la violencia sexual:
La violencia sexual se define como todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independientemente de la relación de esta con la víctima, en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo. La coacción puede abarcar una amplia gama de grados de uso de la fuerza. Además de la fuerza física, puede entrañar la intimidación psíquica, la extorsión u otras amenazas, como la de daño físico, la de despedir a la víctima del trabajo o de impedirle obtener el trabajo que busca. También puede ocurrir cuando la persona agredida no está en condiciones de dar su consentimiento, por ejemplo, porque está ebria, bajo los efectos de un estupefaciente o dormida o es mentalmente incapaz de comprender la situación. La violencia sexual incluye la violación, definida como la penetración forzada físicamente o empleando otros medios de coacción, por más leves que sean, de la vulva o el ano, usando un pene, otras partes corporales o un objeto. El intento de realizar algunas de las acciones mencionadas se conoce como intento de violación. La violación de una persona llevada a cabo por dos o más agresores se denomina violación múltiple. La violencia sexual puede incluir otras formas de agresión que afecten a un órgano sexual, con inclusión del contacto forzado entre la boca y el pene, la vulva o el ano”.
En un estudio de la ONU, “Save the Children, se identifica un obstáculo en la denuncia del abuso sexual: [“Los gobiernos son cautos en lo que respecta a interferir en la vida privada de los ciudadanos y, a veces, prefieren mantener las costumbres tradicionales y hacer caso omiso de los derechos de la niñez abusada”]. Dicotomía pertinente al tema que nos ocupa: vida pública-vida privada. Lo que dice el estudio se puede aplicar a las mujeres. Su palabra y experiencia es destituida, obstruida, ridiculizada, disminuida. He presenciado cuán doloroso es el proceso previo a una mujer admitir a sí misma y a otros, que vivió una violación. Porque cuando hay o hubo —vínculos afectivos (investidura libidinal) con el agresor todo resulta ambiguo, ambivalente. Algunas nunca lo pueden hacer. Hemos retrocedido 40 años atrás al momento de la creación del Centro de Ayuda a Víctimas de la Violación. Escuché en la radio a un locutor leer una frase que nombra a la mujer que denuncia al alcalde con un adjetivo típico de los años 50: la ex-concubina del alcalde. La primera dama, para minimizar la acusación, había dicho recive durante la campaña electoral que tener una amante —es algo cultural. Retomo en polisemia, otro sentido de la frase para decir que es cultural porque la cultura patriarcal condona y aplaude los actos de infidelidad de los varones pero condena y censura los mismos actos si proceden de las mujeres. En cuanto a la mujer abusada, se necesita una valentía arrolladora para reconocer haber sido violada. Lo primero que recibe una mujer después de la declaración pública, es una re-victimización mortífera de parte de todas nuestras instituciones de dominación machista, aún aquellas que son dirigidas por mujeres. Pero principalmente de la institución más influyente que predomina, el discurso mediático. Los principales medios de comunicación están ubicados en Guaynabo. Muchos troles del periódico principal dijeron que la mujer es —una puta que quiere dinero. Ronda suelta, intercalada la palabra “adulterio”, vocablo propio de discursos fundamentalistas, para culpabilizar especialmente a las mujeres.
El tema presentado en los párrafos anteriores es parte de un asunto que amerita discutirse en un currículo con perspectiva de género. Pero ya no será posible formalmente por su reciente derogación. Prontamente, del ocaso —de la perspectiva de género, llegamos al acoso —sexual. El acontecimiento del alcalde, ¿hará entender a las funcionarias el grave error de eliminar la perspectiva de género de la política pública educativa? Tal vez pronto llamee la perspectiva de género, en la informalidad comunitaria venidera, como una herramienta conceptual o dispositivo pedagógico, emergente para algunos, aunque en teoría feminista, en la isla, lleva más de 40 años. Una herramienta para repensar las estructuras o sistemas, los imaginarios sociales que producen las relaciones entre los sexos y las reglas o códigos de convivencia del patriarcado. Por ejemplo, recuerdo con claridad el día siguiente a la boda de la gobernadora Sila Calderón. Leí en los cristales de muchos automóviles, la frase: —Moncho dale duro. La inscripción metaforiza un mandato sobreentendido entre varones: la dominación patriarcal de las mujeres.
La escritora y profesora, Jamaica Kincaid, en su libro “Un pequeño lugar” escribió que en un lugar pequeño “no solamente se convierten en hechos cotidianos los sucesos excepcionales, sino que los hechos cotidianos se convierten en sucesos excepcionales”. Al hablar de la vivencia del tiempo en un lugar pequeño, escribió:
Un acontecimiento que haya ocurrido hace cien años puede estar tan vivo en su memoria como si sucediera en este mismo instante. Por otra parte, un acontecimiento que sucede en este mismo instante podría pasar ante ellos como algo tan borroso como si hubiera sucedido hace cien años. No se ejecuta ninguna acción en el presente con vistas a los efectos que tendrá en el futuro. Cuando llega el futuro, trayendo consigo sus propios acontecimientos, se rastrean sus antecedentes echando la vista atrás, como en trance, al final del cual, los habitantes de ese pequeño lugar abren asombrados la boca y los ojos, como niños, a los que se les muestra el secreto de un número de magia.
Así como en trance, escuchamos los relatos de la violación que circulan borrosos con la ayuda de la prensa corporativa, excepto de las personas que denunciaron los actos. Pero la salida del trance y el rastreo de los antecedentes con los ojos abiertos son gestiones urgentes. ¿Cómo es que el alcalde no está arrestado aún y no ha renunciado?, ¿Cómo el fanatismo partidista de las personas les lleva a elegir personas vinculadas con la violencia sexual?, ¿Por qué las personas que lo saben, guardan silencio? Las preguntas requieren tiempo para pensar, fuera del trance mediático colonial.
Lejos de lo que pensamos, los casos de hostigamiento sexual y de violación son —sucesos excepcionales, convertidos en —hechos cotidianos. Es así más de lo que imaginamos. Además, muchos casos de violación nunca se denuncian porque ocurren dentro del matrimonio. No nos damos cuenta. Uno de las dimensiones del problema es que la prensa corporativa convierte los hechos cotidianos del mundo del espectáculo en sucesos excepcionales. Por ejemplo, la primera plana del Vocero del 9 de marzo (“Tranque con la junta”) es compartida, pues aparece una foto del gobernador y otra de Burbu (“Burbu fortalece su marca”). La simultaneidad de las imágenes es una vía al escape banal. La noticia de la junta fiscal coexiste en importancia con la noticia del mundo del espectáculo. ¿O será que ambas son del mundo del espectáculo? ¿Será por esto que inicialmente algunos opinólogos dijeron respecto a la declaración de la mujer policía, que no iban a entrar en —detalles sórdidos? Pero fue precisamente la escucha de los mencionados detalles sórdidos, la que animó a muchas personas a expresar su indignación.
En la isla de Puerto Rico, una mujer corre el riesgo de ser violada en cualquier momento. La mujeres son objeto de intercambio en diversos espacios patriarcales y son la población más precarizada. Las mujeres funcionarias que inicialmente quedaron en trance ciego y sordo en el caso del alcalde, no constituyeron un amparo para las demás mujeres. Ellas demostraron su óptica patriarcal o su alineación, y alienación, con la dominación machista, además de su fidelidad partidista. Fueron una quinta columna. Una triste huella en la vida de las otras mujeres. Como toda quinta columna, a la larga se derrumba por su falta de flexibilidad. Tal vez más temprano que tarde, porque las acciones de violencia sexual quedan fijadas en la memoria colectiva. Decir, como se suele hacer, que un violador es —loco, —psicópata, —anormal, es un pensamiento simplista que tiene el peligro de no permitirnos pensar críticamente y notar que esas conductas de violencia sexual son parte de la sociedad, son epifenómenos de la cultura, son aplaudidas en la entrelinea de los discursos, en las líricas de los géneros musicales, desde los púlpitos, durante el proceso de culturización: A los varones, el mandato de violación, a las mujeres, el mandato de sometimiento obediente.
Desde mi casa contemplo a menudo el desfile de automóviles-discoteca que difunden “líricas furiosas”, insultos a las mujeres que algunos cantantes de rap nombran como —las perras. El significante —perra, tiene un campo semántico que oscila entre el elogio y la reificación insultante. Por la ruta de la reificación, las líricas narran todo lo que le harán a las perras: Violencias sexuales. Por la ruta del elogio, un ejemplo lo podemos escuchar en el coro de una lírica de la cantante Ivy Queen, en “La caballota”: —la perra, la diva, la potra. Con un coro de mujeres que cantan: “chilin, chilin”, la cantante dice que viene con su tumbao y el que se pare al frente se lo lleva enredao. Lo que dice la cantante, suena a apoderamiento de la mujer, pero desafortunadamente son más las líricas en las que, perra, es sinónimo de la mujer como objeto, un ser que se puede dañar, violar. En otras palabras, el machismo del género de la salsa se desplazó a los géneros del rap y el raeguetón, los de mayor venta. El machismo se desplaza igualmente en los noticiarios. Un locutor de la emisora wkaq, leyó la narrativa de una noticia del paro de mujeres el pasado 8 de marzo, en la que se adjetiva a las mismas como “las mujeres revoltosas”. Frase que las mujeres de Ponce trasformaron al decir, sí, este es un paro de “hembras revoltosas”.
Entonces la prevención de la violencia sexual, de la violación en el caso que nos ocupa, no se viabiliza con las gestiones en los contextos jurídicos, en las procuradurías, en los paneles de ética y de otra índole. En gobiernos fundamentalistas reina la impunidad. La prevención se hace posible con la educación en todos los espacios interpersonales y con un proceso de culturización libre de violencia machista. Para que esto pueda ser posible necesitamos, según el consejo de Jamaica Kincaid: [“Una cuidadosa labor en la que tendrían que sopesar, considerar, juzgar, cuestionar los hechos. Exigiría inventar un espacio lleno de silencio dentro del cual pudieran realizarse dichas cosas”] El espacio de silencio tal vez nos ayude a notar los automatismos repetitivos de nuestras acciones cuando se trata del ejercicio de las funciones maternas y paternas. En un periodo neoliberal, en el que estas funciones tienen menos influencia que los espacios mediáticos, la tarea será escabrosa. La misma es vital y para nombrarla me ayuda el lingüista Algirdas Julien Greimas cuando señaló que existe [“un thesaurus común a todos los participantes de una comunidad lingüístico-cultural extensa”] ¿Cómo está conformado nuestro tesauro?
Nuestro tesauro, como comunidad lingüística cultural, se ha transformado con las aportaciones de la teoría feminista. Será necesario volver a recorrer la ruta que siguieron 40 años atrás las compañeras que lucharon para crear el Centro de Ayuda a Víctimas de la Violación. Esta vez con el análisis crítico de los discursos de dominación machista, que se desplazan en el plurilingüismo social: en la heterogeneidad de los géneros discursivos y en la polifonía de las voces sociales. En el ejemplo de las liricas del rap, a pesar de ser sostenidas por jóvenes, cargan el sedimento de la añejada dominación machista. La misma costra que se destila en las voces de los funcionarios. Por ejemplo, el mismo alcalde matizó el asunto de la denuncia, silabeando las palabras: —eso es algo pri-va-do. Mantener las violaciones de mujeres en el ámbito de lo privado es un viejo truco que genera impunidad y que ha sido denunciado por muchas teóricas feministas desde el pasado siglo. Recordemos que después de las sociedades tribales, en los inicios del capitalismo, se crean los espacios interiores, los espacios privados. Las mujeres se confinan en los privados, pierden poder, y los hombres dominan en los públicos, colonizan. Por eso no se tolera que una mujer denuncie con su testimonio en el espacio denominado público. Cuando lo hace, se le aplasta e insulta desde el canon, con los significantes que el tesauro sociolingüístico dispone. Por ejemplo: —eso es algo íntimo, —los trapitos sucios se lavan en la casa, —no te metas en peleas de matrimonio, etcétera.
Una pregunta importante: ¿Cuántas mujeres en las 78 alcaldías habrán vivido experiencias de violencia sexual? Muchas personas saben y lo consideran normal. Un amigo descompone la palabra —normal, en (nor): la norma y (male): del macho. Es posible cambiar esa norma. Es posible que esas mujeres atraviesen su fantasma temible y ocupen el espacio público. Esta espera no es una quimera.