THE ARTIST, recupera la magia esplendorosa del cine
Desde su aparición a finales del siglo XIX, el cine ha hechizado a millones de personas a través del mundo entero. Muchos historiadores alegan que durante la época del cine silente, la fuerza de este hechizo se debía, en gran medida, tanto a la novedad del medio como a la manera en que el mismo podía trascender las barreras lingüísticas para captar la atención de públicos diversos que no compartían el mismo idioma pero podían entender (o aprender a entender) las imágenes visuales y las convenciones de los textos cinematográficos a los que se exponían. Una de las películas más comentadas de este año, The Artist, dirigida por Michel Hazanavicius, recrea de manera lúdica y fantástica el tipo de película que circulaba durante los años antes de que el sonido sincronizado se convirtiese en parte esencial de la experiencia cinematográfica. La trama gira en torno a George Valentin (Jean Dujardin), un talentoso actor (así como una de las estrellas más famosas y lucrativas del cine silente hollywoodense) que se niega a hacer la transición al cine sonoro. Su terquedad se yuxtapone a la voluntad de Peppy Miller (Bérénice Bejo), la joven estrella que acepta con beneplácito el cambio tecnológico que transformó radicalmente la industria del cine durante la década de los 1930s.
El filme constituye un caso interesante de lo que podríamos identificar como tendencias culturales posmodernas las cuales, sin embargo, no se llevan a los extremos. Por ejemplo, la utilización de elementos estilísticos del cine silente —como rodar el filme en la proporción óptica típica de la época, 1:33— pero la construcción narrativa, sobre todo en relación a la edición y la duración temporal de las escenas, corresponde a tradiciones cinematográficas del cine sonoro. Estas combinaciones crean un eclecticismo que adquiere otros niveles de significación por medio de las relaciones intertextuales que The Artist crea con otros filmes. Estas relaciones se dan por medio de citas tanto directas como indirectas: el uso de la partitura original “Scene D’Amour” [http://www.youtube.com/watch?v=xeehV2bFZ7c&feature=related] que Bernard Herrmann escribió para Vertigo (y que se escucha durante una escena crucial hacia el final de la película); la inclusión de la famosa línea “I just want to be alone” [http://www.youtube.com/watch?v=tojjWQvlPN8] que Greta Garbo dice en Grand Hotel (aunque aquí aparece en un intertítulo) y la construcción de escenas entre el matrimonio de George Valentin y su esposa, Doris (Penelope Ann Miller), que evocan momentos similares en Citizen Kane de Orson Wells.
Hay que notar que The Artist no se convierte simplemente en un ejercicio estilístico insulso lleno de pastiche o imitaciones vacuas. La película presenta ideologías hollywoodenses muy familiares—y a mi parecer, normativas—como la posibilidad de alcanzar la fama tanto por medio del trabajo arduo como por la suerte de encontrarse en el lugar correcto en el momento adecuado. Además de ensalzar el “sueño Americano”, el filme emplea una trama secundaria romántica que sigue el impulso narrativo del cine hollywoodense clásico (1930s – 1950s), donde la constitución de la pareja heterosexual sirve tanto como una teleología social así como un símbolo de éxito individual. Me pregunto si el hecho de que The Artist le rinde homenaje a Hollywood —tanto del ayer como el de hoy en día, aunque sea de manera indirecta—hace que este filme no pueda ser más crítico de la industria que representa en su ficción.
Me parece interesante que Hazanavicius originalmente quisiese hacer un filme sobre el personaje icónico francés Fantômas [http://www.youtube.com/watch?v=gTWccq8xn_w]. Este personaje criminal ficticio fue creado en 1911 por los escritores Marcel Allain y Pierre Souvestre, y sus historias han sido adaptadas a otros medios en muchas ocasiones. Fantômas aparece en el cine por primera vez en 1913 cuando el renombrado cineasta Louis Feuillade dirige una película sobre este personaje. Sin embargo, cuando el productor de la película, Michael Langmann, le sugirió que se enfocara en un proyecto original, Hazanavicius optó por hacer The Artist.
Durante el proceso de encontrar apoyo económico para el filme, el director le proponía a los inversionistas interesados, “Si hacemos bien nuestro trabajo, podremos realizar una película de prestigio. Podemos entrar en algunos festivales con ella. Aunque no hagamos un montón de dinero en Francia, seremos capaces de venderla en todo el mundo, porque no tiene restricción de idioma y se trata de Hollywood, y todo el mundo sabe acerca de Hollywood.” La idea de Hollywood como lingua franca del imaginario cinematográfico mundial se hace más evidente cuando Hazanavicius propone en una entrevista que no quería dirigir un proyecto que no fuese aprehendido como un filme extranjero. Es irónico y revelador pensar que para un director proveniente de una tradición cinematográfica tan nacionalista como la francesa, el sinónimo de una película no extranjera lo sea un filme hollywoodense. Ciertamente, muchos directores franceses han sentido mucha fascinación por Hollywood. Los críticos que se convirtieron en cineastas durante los 1950s y 1960s—Jean-Luc Godard, Éric Rohmer y François Truffaut, para mencionar tres ejemplos, y fundaron la nueva ola del cine francés (La Nouvelle Vague), sentían gran admiración pero también mucho desdén por los productos de los estudios cinematográficos de Hollywood. Sin embargo, no podemos olvidar el monopolio directo e indirecto que los estudios de Hollywood han ejercido durante tantas décadas sobre muchos cines nacionales así como la forma en que sus productos han sido parte de los proyectos colonialistas estadounidenses. Por lo tanto, la idea de Hazanavicius “Hollywood = no extranjero” se convierte en un síntoma problemático sobre el sitial que la industria de cine estadounidense ha logrado adjudicarse en nuestro contexto global.
Como he reiterado en columnas pasadas, la experiencia fenomenológica producida por un filme no debe reducirse a la trama, los temas que se tocan o los estilos que se utilizan. Aun cuando The Artist sea ideológicamente conflictiva en algunos niveles, esta película ha logrado cautivar a un sinnúmero de personas desde que debutó en el Festival de Cannes este año y donde Dujardin ganó el premio de mejor actor. Cuando mostramos esta película en el club de cine que modero aquí en Milwaukee, nuestros miembros aplaudieron vivazmente al final de la misma (y esto nunca había sucedido en los seis años que este club lleva reuniéndose en esta ciudad). The Artist posee muchos elementos atractivos: la fotografía es sumamente hermosa; las partituras musicales son conmovedoras; el uso estratégico del sonido sincronizado en dos partes claves de la película establece simultáneamente sensaciones de familiaridad y de enajenación; la puesta en escena y la ambientación basada en la moda y la arquitectura de los 1920s y 1930s demuestran gran meticulosidad; las actuaciones son encantadoramente convincentes. Hay que resaltar el trabajo espectacularmente magistral que Jean Dujardin realiza en el filme. Dujardin logra invocar figuras del cine silente (Rodolfo Valentino) y sonoro (Gene Kelly) sin caer en la imitación o el artificio pueril. Dujardin logra generar una energía seductora que se hace evidente particularmente por medio de su camaradería con compinche canino. Espero que esta película llegue a las pantallas puertorriqueñas muy pronto. Estoy seguro que la misma será tan bien recibida en la Isla como lo ha sido en otras partes del mundo.