The Last Hammer Blow
Un adolescente camina con quien resulta ser su madre por el bosque y cuando llegan a una charca ambos se tiran a ella con todo y ropas. Cuando la mujer emerge de su zambullida no tiene pelo y su peluca flota poco más allá de donde está. Víctor (Romain Paul) y su madre Nadia (Clotilde Hesme) viven en un parque de remolques de baja categoría donde también vive una pareja española con sus dos hijos. Víctor le enseña inglés a Miguel (Víctor Sánchez), quien tiene 5 o 6 años, y le tiene el ojo echado a su hermana Luna (Mirela Villapuig). Miguel es un picoreto que en un momento le dice a Víctor que su mamá se va a morir. Es cierto que la mujer padece de cáncer y está enclenque. La falta de dinero es uno de los problemas de madre e hijo, pero el filme no es sobre eso sino más bien de los silencios de Víctor y las decisiones que tiene que tomar respecto a su educación, la posibilidad de ser aceptado a una “clínica” especial de soccer, y su deseo de conocer a su padre.
El padre Samuel Rovinski (Grégory Gadebois) acaba de llegar al pueblo porque es un afamado director que ha de dirigir la orquesta local, pero no está muy receptivo a la idea de reconocer a Víctor como su hijo. Su preocupación mayor en el momento es compenetrarse con la música de la sexta sinfonía de Mähler y decidir si ha de terminar con dos o tres “golpes de martillo”: es una decisión que dejó el compositor en las manos del director. De ahí el título de la película que también es metafórico a cuál ha de ser la decisión de Víctor en relación a su vida.
No hay nada que ocurre en el filme (excepto ese paralelismo musical que acabo de describir) que no hayamos visto en anteriores buildungsroman. Lo que sí es que la historia está contada con una sencillez absorbente y una ausencia de sentimentalismo barato que impresiona. Las relaciones entre madre e hijo, hijo y padre, hijo y el mundo que le rodea, están libres de emociones triviales que abaratarían la película convirtiéndola en un valle de lágrimas. Ayuda que el personaje de Víctor está definido por sus silencios y su rebeldía contenida.
Alix Delaporte, la directora y guionista (esto último compartido con Alain Le Henry), se dedica a sutilezas, a gestos o a la falta de ellos en circunstancias cuando esas idiosincrasias hacen la diferencia entre lo obvio y lo que induce a pensar. En un momento dado el padre le toca un brazo a su hijo para protegerlo del tráfico y eso establece que ha habido un adelanto en su relación con el muchacho. Luna, la adolescente que representa un atractivo para Víctor, le da un recorte que lo acerca a la calvicie de su madre y vemos que, aunque muchas veces lo suprime, el amor del muchacho por su progenitora es inmenso.
Igualmente nos fijamos en la relación del taciturno y parco Víctor con su coach de soccer y con sus vecinos españoles quienes, a pesar de su laconismo, le celebran su cumpleaños y, hasta cierto punto, velan por su madre y por él.
Los actores son todos muy buenos pero el filme le pertenece por completo al joven actor Paul. No solo está en cámara casi la total duración del filme sino que sus cambios de emoción se registran con alteraciones en su capacidad física. Este adolescente, quien a veces recuerda a un River Phoenix a la misma edad, tiene ese don que le pertenece a actores escogidos de animar a apreciarlo aunque nos parezca antipático y pesado. En este filme minimalista en sus emociones y pincelado por el silencio su presencia es la llave a que la obra funcione. El joven puede haber comenzado una carrera artística importante. Ojalá no se la dañen y que llegue a ser el próximo Jean-Pierre Léaud. No me pareció accidental que Doinel recibiera 400 golpes y Víctor esté en espera de uno: por lo menos no ha estado en la correccional. Pero los paralelismos sin imitación es otro de los logros de este filme pensante.