The Past
Admiré mucho el filme previo de Asgar Frahadi, “A Separation”, una película de una fuerza dramática conmovedora porque las tensiones entre los personajes y las rencillas que apartaban al matrimonio central resultaban de esos malentendidos triviales que surgen de lo cotidiano. Esa minucia de la que está hecha la vida fue el logro mayor de la cinta. Me pareció que Frahadi era un maestro de los detalles que amargan las vueltas y giros que la vida impone en el camino del ser promedio.
En esta Frahadi vuelve a algunos de los mismos temas con, para mí, resultados mixtos. Ahmad (Ali Mosaffa) regresa de Teherán a Francia para completar su divorcio de Marie (Bérénice Bejo). Marie se quiere casar con Samir (Tahar Rahmin), un árabe dueño de una tintorería que tiene un hijo, y una mujer en coma en el hospital. Ahmad entra a la casa que compartió con Marie para encontrarse con la hija menor de la mujer y con el chico del hombre que lo ha suplantado en su cama. Poco antes, nos hemos enterado de que la hija mayor Lucie (Pauline Burlet) se ha marchado de la escuela a donde la va a recoger su madre porque no tolera compartir con Samir. Ya ha estado fuera de la casa por la noche más tarde de lo que se supone y Marie se preocupa de que algo le vaya a suceder. También es evidente que Fouad (Elyes Aguis) el hijo de Samir está en una etapa de acondicionamiento a un nuevo ambiente y se comporta como un malcriado desafiando a su futura madrastra y entorpeciendo la tranquilidad del hogar.
A pesar de que Ahmad pidió que le hicieran una reservación en un hotel, la insistencia de Marie de que se quede en la casa es un acto de impertinencia, y desata una serie de preguntas y revela una serie de enigmas que nos llevan por los laberintos de los sentimientos que afligen a todos los personajes y que, al mismo tiempo que los une, los va diferenciando y distanciando.
Las quejas de Marie sobre Ahmad nos hacen ver que el hombre es irresponsable y poco confiable en cumplir con su palabra. Marie, en cambio, es voluble y caprichosa. Los hombres se pelean con ella en parte por su curiosa indiferencia y dejadez. Simultáneamente, es evidente que se ocupa de su hogar: lo está pintando y remodelando con su nuevo amante, y quiere a sus hijos.
Ahmad tiene una capacidad de adaptación notable. Rápidamente vuelve a restablecer su amistad con las dos hijas de Marie, limpia la pintura que derramó el niño Fouad y lo convence de que se porte mejor, destapa el fregadero, cocina para todos y participa, durante el poco tiempo que está en lo que ahora es casa ajena, de las rutinas diarias. Aunque al principio piensa que ha de ser desagradable, no se lleva mal con Samir. Este, sin embargo, decide irse con su hijo a su propio apartamento en los altos de su tintorería. Tanto Samir como Ahmad se preocupan por la desaparición de Lucie y laboran juntos para resolverla.
Los intercambios entre Lucie, Ahmad, Marie y Samir nos van halando hacia una serie de conjeturas y enigmas sobre la situación de coma de Céline, la mujer de Samir, que se complica con la participación inesperada de Naïma (Sabrina Ouazani), la empleada de Samir en la tintorería.
Se van descubriendo una serie de malentendidos y medias verdades que complican las relaciones entre todos los protagonistas. Para entonces, por lo menos yo, perdí la paciencia con los adultos, principalmente con Marie y Samir y pensé que a Farhadi se le han agotado los sucesos triviales que pueden convertirse en fuerzas poderosas y hacer que nos importen los personajes y qué ha de sucederles más tarde en su vida. Demasiadas coincidencias ocurren para tratar de darle peso a la trama. De hecho la película se convierte en un melodrama de los que se veían en los años 40 y 50 del siglo pasado, pero en francés y persa, y tan complicado como la escritura de ese último idioma y la pronunciación del primero.
Por suerte, camino al desenlace ambiguo uno puede disfrutar de buenas actuaciones, como la de la hermosa Bejo, y la del roba escenas Elyes Aguis quien, a los ocho o nueve años, es un actor de emociones matizadas, de inflexiones de voz que asombran, y de escenificar pataletas como cualquier niño malcriado. Gracias a ellos la película vale la pena.