Totalitarismo del capital
Ah, Europa es elegancia, moda, refinamiento, diseño, clase… Sobre todo clase. Como en la norteamericana y otras zonas de poder del mundo actual, en Europa las clases ricas se vuelven a imponer sobre las trabajadoras.
Hace unas décadas la Universidad de Puerto Rico, como otras a través del mundo, inició la tradición de organizar viajes a Grecia y otros países europeos para que los estudiantes aprecien lo que suele entenderse como la cuna de la civilización occidental. Esta visión occidentalista se expandió a fines del siglo 20 con una nueva mundialización de ideologías dominantes, actividad educativa y tecnologías de comunicación.
Aprovechando su prestigio cultural y la estabilidad histórica de sus instituciones, Europa occidental adornó con imágenes y frases de sus pensadores antiguos y renacentistas la nueva organización que creó tras la caída del bloque soviético. La Unión Europea simuló una esperanza nueva para la humanidad, revestida de optimismo e ideales presuntamente occidentales de hermandad, justicia y progreso social, y amenizaba sus ceremonias —al menos durante un periodo— con la humanista Oda a la Alegría de la novena sinfonía de Beethoven. Su renovado aire la hizo algo así como el shopping mall del mundo, que visitan para disfrutar las clases medias y los jóvenes más activos en el mercado académico y cultural.
Pero la Unión Europea es un bloque capitalista que, encabezado por sus estados más poderosos, busca mantener su status dominante en el mercado mundial. Se promueve como significante de ‘cultura’ —como si hubiese más cultura en unos sitios que en otros— y como identidad que se constituye separadamente o en oposición sobre todo a África, Asia y América Latina, sobre las cuales la prensa global informa generalmente sólo tragedias y crisis perpetuas.
El reciente debate de Grecia —el país concreto moderno, no su mito literario— ilustra sin embargo la dictadura del capital y especialmente de su aparato bancario (el cual asume formas distintas: grupos de bonistas, entidades prestamistas, etc). Se trata de un país pobre cuya pobreza aumenta a causa del endeudamiento. Es norma generalizada en el sistema capitalista. Para pagar las deudas los gobiernos se ven obligados a crear impuestos al consumo; eliminar puestos de trabajo; aumentar precios —o reducir la calidad y cantidad— de sistemas esenciales como educación, transporte y salud; sacar dinero de fondos de retiro; e incluso comprar mercancías que determinen sus socios poderosos. Pagar los préstamos que hacen para que su economía supuestamente crezca les impide invertir recursos en su propio desarrollo social, lo cual sigue estancando su economía.
Con un gobierno presidido por una coalición de partidos izquierdistas, Grecia reclamó términos menos onerosos para cumplir con las exigencias de la célebre troika (jefatura de la Unión Europea, Banco de la Comunidad Europea y Fondo Monetario Internacional). Pero la troika respondió con más dureza que antes. Siendo lo económico inseparable de lo político, los dirigentes de la Unión Europea sabían que entre el pueblo griego difícilmente había madurado una opción alternativa; no se había organizado como pensamiento colectivo ni como poder. Fueron entonces más agresivos aún contra Grecia. Advirtieron que el aparato crediticio debe ser respetado y obedecido, y sólo entonces mostrará su discutible generosidad. Sabían que sectores amplios del pueblo griego quieren seguir con el euro y en la Unión Europea, aún cuando ello implique dependencia del capital financiero, o sea más préstamos y empobrecimiento. Demagógicamente alegaron que negarse a aceptar sus términos equivalía a abandonar la zona del euro y la Unión, como si fuese la muerte (aunque una estrategia diferente de desarrollo quizá hubiese conllevado salirse de la zona del euro, no necesariamente de la Unión Europea). No habían formado los griegos, en fin, una estrategia alterna, la que requiere medidas técnicas del gobierno así como un salto en la organización y conciencia política populares.
De modo que, o Grecia rompía con el euro o el izquierdismo vocal del gobierno griego se desinflaba, y esto último fue lo que ocurrió. Se deja ver que la Unión Europea es un gran banco, puede decirse —los bancos son dioses, sus dictámenes son inapelables—, además de una red político-económica encabezada por Alemania y otros países cuyo desarrollo industrial y técnico, y su trasfondo imperialista, les ha colocado en ventaja en el mercado mundial. El temor a afirmar la soberanía nacional frente a las presiones de la troika —emparentada a su vez con el aparato militar transnacional en que Estados Unidos juega un rol principal— debilitó a Syriza y le impidió formular un plan alternativo.
Según diversos estudios, pertenecer a la Unión Europea, y a la zona euro, no ha representado un crecimiento significativo de la economía griega ni de otros países europeos. Más bien representa sumisión de los países económicamente débiles a los más fuertes. Pero ha ganado terreno la ideología del supuesto ‘proyecto europeo’, con su aureola occidentalista y su memoria fabricada de seguridad y protección —ante otros que presuntamente invaden: africanos, musulmanes, caribeños, etc.—, al menos en relación a la ausencia de un proyecto alternativo.
El drama de Grecia ilustró la relación que viven decenas de países. El aparato financiero transnacional enfrentó un discurso desafiante que denunciaba los términos opresivos del crédito pero que terminó ciñéndose a lo que criticaba, humillado por las reglas de juego del capital. Se vio que el negocio europeo —como el de Estados Unidos en el hemisferio americano— en realidad reproduce y aumenta un empobrecimiento modernizado, aunque también ‘salvaje’, pues desmantela instituciones modernas que el capitalismo había impulsado como escuela, familia, trabajo de tiempo completo y permanente, retiro, seguridad social, salud, etc.
La voracidad financiera desmantela sistemas de reproducción de los trabajadores, si bien en muchos sitios el capital ha logrado colocar bajo su ala a los grupos asalariados más productivos. Aliándose con éstos neutraliza las rebeldías de los grupos más pobres y desafiantes. Pues en el pueblo trabajador pueden distinguirse entre otros dos sectores: los más calificados y vinculados más dinámicamente a la ciencia, la tecnología y el pensamiento —a menudo inclinados a las ideologías de progreso estadounidenses y europeas—, y los más empobrecidos, marginados y sumidos en la miseria y la desmoralización. El primero suele ser decisivo en la conformación de un orden social.
Una nación que se zafó del sistema crediticio fue Cuba, pues grandes masas de su pueblo lograron un desarrollo de la conciencia nacional y antimperialista que les permitió enfrentar décadas de privaciones y sacrificios. Ayudaron a Cuba su alianza de tres décadas con la desaparecida Unión Soviética y también, irónicamente, el bloqueo que le impuso Estados Unidos en 1961.
El conocimiento que han tenido los dirigentes cubanos de la naturaleza del sistema mundial, de la banca, la deuda y las trampas del sistema crediticio, se funda, como en intelectuales de muchos otros países, en el marxismo, la única teoría elaborada que analiza objetivamente el sistema capitalista y propone los medios para enfrentarlo y derrotarlo. En los tiempos próximos se verá en Cuba cuán madura es la concepción de un desarrollo social alterno al capitalismo, en el gobierno y en las mayorías populares, y en qué medida el gobierno socialista puede impartir dirección al proceso de mercado que sin duda crecerá en la antilla.
Puerto Rico representa el extremo opuesto. He aquí un país tan endeudado, y a la vez postrado, que ni siquiera ha podido continuar la simulación de desarrollo económico que comenzó en los años 40, fundada a su vez en atraer capital estadounidense que ha dejado de venir. Aquí son pocas la conciencia colectiva y la organización dirigidas a algún desarrollo social alternativo. El país mismo se hace informe y débil, ya que desde 1898 Estados Unidos concedió derechos a los individuos en Puerto Rico para su desarrollo personal —en el sistema norteamericano de mercado y ley— pero ha ignorado el desarrollo colectivo de la comunidad de la Isla. Washington se niega a considerar el tema de Puerto Rico como país. Públicamente apenas le concede importancia. Ha construido una invisibilidad de Puerto Rico. Los individuos puertorriqueños pueden emigrar a Estados Unidos y buscar su salvación personal en la lucha por educación, trabajo y sobrevivencia, mientras Puerto Rico como colectivo se deprime y debilita sus potencialidades. Desde luego, toda realidad es cambiante y la creatividad humana podría alterar el curso de las cosas en el futuro.
Marx escribió que la banca es ‘el papa’ o líder supremo del capital. Los préstamos se hacen imprescindibles para todo capitalista y para que las naciones se construyan y se lancen a la feroz competencia del mercado mundial mediante inversiones de capital.
Las luchas anticoloniales que libraron pueblos de Asia, África, América Latina y el Caribe no desembocaron en una transformación revolucionaria del mundo. A la larga prevaleció el sistema capitalista de siempre, gobernado por la competencia del mercado y por el control financiero aunque los países sean formalmente ‘soberanos’. Pero aquellas luchas cambiaron la correlación de fuerzas. Surgen acuerdos entre países —por ejemplo Suráfrica, India, Brasil, la enorme China— interesados en hacer frente a los bloques financieros más poderosos y en el desarrollo social. El ALBA o acuerdo de cooperación y ayuda mutua de América Latina y el Caribe reviste una importancia de primer orden. La prensa dominante apenas da cuenta de estos procesos alternativos, y sugiere sin cesar que cualquier desafío al poder bancario y a los países más poderosos llevará al caos y será un salto al vacío, y que no hay alternativa al totalitarismo global del capital.
A fin de cuentas, sin embargo, el valor y la riqueza (la que no es dada por la naturaleza) son fruto del trabajo. La gente trabaja, el valor que produce se lo apropia principalmente la clase dominante, y los bancos usan la forma dinero de ese valor para reproducir las operaciones industriales, comerciales y financieras a lo largo de la sociedad —o sea del mundo— según sea rentable a los capitales más poderosos. Por otro lado la gente que trabaja, o busca trabajo, tiene en el trabajo mismo —el cual incluye el intelecto, el conocimiento, la tecnología, la creatividad— la posibilidad de crear rutas diferentes de desarrollo social. Mas su creatividad debe generar también otra política. Debe producir medios de producción política anticapitalista. Sin éstos las mayorías seguirán optando por respaldar activa o pasivamente el sistema presente, en que viven a diario su vida real.
Una estrategia social alternativa podrá surgir de una conciencia nueva y una organización propia de las clases populares y de la capacidad de éstas de elaborar en otras direcciones el pensamiento, la ciencia y la tecnología. No basta producir un lamento por el despotismo bancario, o un alivio momentáneo en los pagarés. Es necesario comprender que el capital se ha hecho incompatible con la sociedad; ésta no tiene más remedio que controlarlo y eventualmente dejarlo atrás, creándose ella de nuevo de otra forma.