Trenzado histórico y cultural o el velorio que nos vela
Tampoco podemos afirmar que Puerto Rico fue o es, puramente un producto histórico infructuoso conspirado desde un absurdo trenzado de tradiciones inventadas, identidades, adaptaciones y obstinaciones con exclusivísimo norteamericano. La corona española venía polarizando, desde mucho antes, la multiciplidad de condiciones que edificarían gran parte de la identidad nacional que hoy conocemos. En el año de la ocupación norteamericana (1898), la confusión para los norteamericanos, españoles y criollos fue mutua. Dice el historiador Fernando Picó: “Las tropas norteamericanas se hallaron en la paradójica situación de tener que movilizarse en defensa de los hacendados y comerciantes peninsulares y en contra de los criollos que presuntamente habían venido a rescatar del yugo español”.
El año de 1898 fue un año de ilusiones esperanzadoras, pero existió mucha improvisación y desorganización política y civil, y entre los procesos de normalización o pacificación mediante un gobierno militar impuesto, el ánimo de desquite no tardó en apoderarse de muchos puertorriqueños, todavía con el fresco recuerdo ominoso de los “compontes”, tan cercano como el 1887; donde el gobernador Romualdo Palacio ideó una campaña de persecución y tortura para acobardar a los opositores del gobierno español.
El tratado de Paris puso fin a la guerra hispanoamericana, y España cedió la isla a la joven nación norteamericana. El gobierno militar duró unos dos años, pero antes recibió el embate del huracán San Ciriaco, el 8 de agosto de 1899, lo que intimidó indudablemente a los norteamericanos. Sucesos como la Ley Foraker (1900), los cambios demográficos por el éxodo masivo ante las decadencias económicas, las elecciones de 1900, las luchas obreras, la Primera Guerra Mundial, la Ley Jones (1917), la gran depresión de los años 20, el paso de otro devastador huracán: San Felipe en el 1928, el surgimiento de los grupos Nacionalistas y la masacre de Ponce, por mencionar algunos, fueron creando el perfil del puertorriqueño actual, a fuerza de eventos evidentemente dramáticos y traumáticos. La otra mitad del siglo 20 transcurrió, nuevamente, entre asimilaciones y resistencias, políticas, sociales y culturales.
En este sentido, podemos entender y afirmar que Puerto Rico tiene una historia concreta que alberga múltiples contenidos y definiciones de perspectivas fundamentadas. Expresadas éstas como revelaciones interpretativas de realidades sociales innegables. Pero, quizá los niveles de ideologías políticas, y su evolución en el tiempo nos hayan alejado de una posible estabilidad filosófica definitoria. La infinidad de símbolos nacionales, inauguran siempre nuevas permanencias historiográficas, que constituyen una síntesis de la voluntad puertorriqueña a través del tiempo, y nos ofrece ilimitados puntos de vista sobre nuestras identidades, no sin antes transitar por un proceso de romatización y de invención sobre lo que constituye la definición de una cultura puertorriqueña de conveniente categorización antropológica.
Es posible que, en Puerto Rico, los dilemas sociales y sus contradicciones continúen indefinidamente. Pero ninguna de las dificultosas circunstancias históricas, políticas, sociales o culturales por las que ha atravesado la isla, han evidenciado la posibilidad del desfallecimiento de la isla como un país de afirmación caribeña y latinoamericana; tomando en cuenta que la permanencia de la cultura norteamericana se ha convertido en un hecho irrefutable, inmersa en los procesos de una inevitable y apabullante globalización, pero de igual manera aprovechada en múltiples circunstancias socioculturales, sobre todo en los procesos creativos de nuestros y nuestras artistas.
La obra El Velorio de Francisco Oller muestra con palpable maestría conceptual y técnica esa disparidad entre contradicciones, esperanzas y vicios sociales de nuestra cultura. No es de extrañar entonces que, artistas como Antonio Navia, Jorge Rechany, Rafael Trelles y Antonio Martorell, por mencionar a algunos, hayan tomado la obra del maestro Oller para revisarla, analizarla, versionarla y actualizar su trenzado historiográfico en una cultura donde siempre las identidades nacionales se pasean con la más delicada de las incertidumbres sociales. Sin embargo, la identidad de Puerto Rico está muy bien definida, aunque siempre esté entre un velorio y un parto.