Un jardín de trinitarias
Es significativo que este cuento, que podría pasar en cualquier parte, suceda en Santa Rita y que su protagonista fuera profesor, porque el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico ha sido, históricamente, la casa cerrada dentro de la que se quiso proteger la casta de blanquitos, gestores del autonomismo y propulsores históricos de cierta vena del independentismo que imaginó al país desde la raíz hispánica que proponía el arielismo latinoamericano desde principios del Siglo XX. Desde el punto de vista del independentismo que promovieron figuras como Antonio S. Pedreira y René Marqués, de la “casa nacional» (Rodríguez Castro) se expulsaba la negritud y la homosexualidad, porque se las entendía como «indeterminación». Este molesto vaivén que se criminalizó muchos años, era según esta mirada causado por la mezcla de razas, la adquisición de derechos de las mujeres y la sodomización del país por parte de los Estados Unidos. Ello, según esta lógica, prevenía un proyecto nacional fuerte. Recordemos las tres mujeres encerradas en una casa derruida en la calle del Cristo en el Viejo San Juan porque jamás su tierra, su casa, “serán de los bárbaros”. La pregunta que viene al caso es a qué bárbaros se refiere, porque el cuento de Marqués titulado “Purificación en la calle del Cristo” implica directamente a los Estados Unidos, que desplazan la bandera roja y gualda del Morro, pero otra razón para que las mujeres se encerraran con sus recuerdos fue que, estando tres hermanas enamoradas del mismo alférez español, una le contara a la que iba a casarse que tenía un hijo con una “yerbatera”. La mezcla racial es otro elemento que se rechaza, además de que el encerramiento suicida no le da más capacidad de gestión a las mujeres que no sea el matrimonio.
La historia escrita originalmente por Negrón y puesta en escena a partir de su colaboración con el dramaturgo cubano Norge Espinosa (por primera vez en ¿cuántos años? luego de un bloqueo que no ha sido nuestro) y nuestro Gil René Rodríguez, quien ya se había hecho cargo el año pasado de la traducción al lenguaje teatral y el montaje, de los otros cuentos que aparecen en la colección titulada Mundo cruel, tiene como figura central esta trinitaria que ahora es símbolo de amor y pinta el escenario de color rojo púrpura. Implica una familia distinta, que se escoge libremente y que también vive puertas adentro por la enfermedad y el secreto (la clase social y la fecha son importantes para entender las opciones de estos personajes). Esta familia se atreve a amar de otra manera, dentro de los límites que ese encierro les posibilita. El típico armario de secretos familiares en este caso, no esconde la homosexualidad de Willie y Nestito, que se trata con naturalidad, sino del secreto amante de la hermana, a quien ve en el garaje y que trae a escena el tema de la raza. No quiero contar más de lo necesario en este análisis que se propone también como entusiasta recomendación para que vayan a verla. Así, dejo este asunto de los secretos por las ramas. Lo cierto es que Sharon es el único personaje que transita las calles y por ello sirve de contacto con el mundo externo a la casa. Trae al interior de los muros películas, comida, medicinas. Pero advierto que hay un giro sorpresivo con este personaje, quien al final resulta no ser la solterona que se quedó en la casa a cuidar enfermos, porque como proponía la lectura que hiciera Josefina Ludmer de las tretas de Sor Juana, acepta el lugar que la sociedad (¿la vida?) le impone (un garaje), pero hace otra cosa con ese lugar y le transforma el sentido.
¿Les dije que se trata de un musical? La obra abraza el kitsch del musical hollywoodense–más allá del cine de arte, tan emblemático para la intelligentsia de esa época–porque provee la posibilidad de revivir el melodrama, que ya Manuel Puig y Pedro Almodóvar–cada cual en su género–demostraron que no es, necesariamente siempre simple y maniqueo. En este caso tampoco lo es. El melodrama que aquí se abraza implica que la alegría y la tristeza conviven para hacer que la vida florezca siempre. Descubrí que lo que enamora de la escritura de Luis Negrón es su honestidad y sencillez al descubrirnos la humanidad que somos todos, más allá de nuestras diferencias circunstanciales (circunstancias que causan violencias todavía, no hay que olvidar). Por eso conmueven tanto su libro de cuentos, su recién publicada crónica titulada Los tres golpes, como esta puesta en escena del cuento que quiso dejar fuera del montaje teatral que hiciera Gil René el año pasado de las historias del libro porque, «para ese cuento tengo en mente algo especial», me confesó una vez como si estuviera cometiendo una travesura. Se trata en esta ocasión de narrar desde la fuerza y la alegría las posibilidades de supervivencia y renacimiento que se dependen del modo en que se decide enfrentar la vida. La obra abre con el sonido del campanario de la Torre del Recinto de Río Piedras, sonido familiar para quienes conocen ese barrio de San Juan. Luego se difumina el sonido a las cotorras que migran justo al atardecer. La escenografía de Checo Cuevas está impecable, con la librería, las losetas puertorriqueñas hechas de cemento pulido en colores, la ventana con rejas, el patio con sus hojas de trinitaria regadas por el suelo. Las luces a cargo de Pamela López logran la magia que la puesta en escena necesita porque el tono de la narración es uno brilloso, con el gloss típico del musical, a pesar de la tragedia (recuerdo nuevamente la voz de Luis: “qué atrevimiento, contar cantando el proceso de muerte de una persona”). Las canciones son hermosas, el elenco es de primera (José Eugenio Hernández es Willie, Isel Rodríguez es Sharon y Liván Albelo es Nestito) y sus caracterizaciones de los personajes son delicadamente humanas. El libreto es eficiente al contar la historia y logra conmover y maravillar, labor difícil porque es una de esas historias para las que lo importante no es “qué sucede” sino “cómo”. Desde que abre la acción adivinamos el fin, así que, lo que se nos está contando es cómo se sobrevive a la tragedia. Gil René dirige con seguridad y oficio logrando que el ritmo no decaiga.
Fui feliz en la tarde del jueves por unas cuantas horas en el teatro Victoria Espinosa. Vayan ustedes también a serlo antes de que termine el sueño y seamos expulsados del paraíso teatral que tantos esfuerzos florecidos ha costado a este equipo de trabajo. Tal vez también ustedes, como los personajes, como yo, se vuelvan primavera de trinitarias después del invierno.