Un taller de pensamiento
No es frecuente hoy en día encontrar un grupo de personas comprometidas con el estudio de un legado del pensamiento. Es ése el caso del Taller del Discurso Analítico que desde hace 15 años lleva realizando una serie de coloquios dirigidos a compartir las enseñanzas del psicoanálisis tanto en la teoría como en la práctica clínica. Nada casualmente el Coloquio número 30, a celebrarse los días 4 y 5 de mayo próximo, en el Museo de las Américas, lleva por título Lo que insiste. Con todas las connotaciones que esa expresión pueda tener dentro y fuera del psicoanálisis, digamos aquí que lo que insiste es el deseo de entender nuestra condición humana así como las condiciones de nuestro tiempo, y abrirse paso en medio de lo que Jacques Lacan llamó la pasión de la ignorancia. Para ello no hay que ser, ciertamente, psicoanalista ni exponerse a esa experiencia. Más aún, quien esto afirma fue, y sigue siendo, muy cauteloso con las propuestas del psicoanálisis. Pero de lo que no cabe duda es que el psicoanálisis ha logrado desentrañar no pocas de las complejas paradojas del psiquismo y la manera en que los padecimientos se inscriben en nuestros cuerpos.
Cauteloso, he dicho, pero también sumamente respetuoso con la lectura de Freud y Lacan, que es lo que más me ha interesado de esta disciplina desde mis estudios en la Universidad de París VIII, en su antiguo pero memorable espacio de vivo aprendizaje en las cercanías del bosque de Vincennes y, curiosamente, próximo al castillo donde fue encerrado el Marqués de Sade. Entre todas las cosas extraordinarias que allí sucedieron, desde las postrimerías de Mayo de ’68 hasta su erradicación iniciada con la llamada “normalización de Vincennes”, y que culminó con la mudanza del recinto al norte de París (St. Denis) en 1980, una de las más sobresalientes fue la fundación del Departamento de Psicoanálisis y del Campo Freudiano de París.
Tengo claros recuerdos de aquella insólita experiencia universitaria, muy particularmente de los amigos y amigas puertorriqueñas que la compartimos. Recuerdo de manera entrañable a los ya fenecidos Manuel Abreu Adorno, Eric Pérez Velasco, José Manuel Pérez y María Santiago Lavandero. Y me vienen a la memoria estos versos de Cesare Pavese: Sianno giovani i morti nelle vivace ricordo. («Son jóvenes los muertos en el recuerdo que vive.»)
Ni exámenes, ni calificaciones y con una mínima e indispensable estructura administrativa, en Vincennes se experimentaba una alegre y genuina aventura intelectual. Los nombres hablan por sí solo, y sólo menciono a algunos, ligados al Departamento de Filosofía, donde estudié: François Chatêlet, Gilles Deleuze, Jean-François Lyotard, Alain Badiou, Ruy Fausto…Era la época del Anti-Edipo de Deleuze y Guattari, y de una especie de saturación de la institución psicoanalítica en la sociedad parisina. La gran aportación de Lacan fue, justamente, la renovación conceptual y clínica del psicoanálisis o, como se ha dicho, su reinvención.
Allí comencé a entender que el psicoanálisis no era una oferta terapéutica más, y que tenía muy poco que ver con la psicología tradicional. Pero también me di cuenta del culto que se le rendía al Dr. Lacan, y de cuán patéticas podrían llegar a ser los esfuerzos de sus epígonos por emular su manera tan única y singular de pensar y, sobre todo, de hablar, tramitar y transmitir una profunda experiencia y una exuberante cultura y fortaleza intelectual. También me di cuenta, primero leyendo a Popper y a Bunge, luego a los tristemente célebres “nuevos filósofos” de la época (André Gluskman, Bernard Henry Lévy, Jean Marie Benoît) y más recientemente, a Michel Onfray –para sólo mencionar algunos de una larga lista que habría que remontarla a la época de Freud– que se insiste todavía en destituir, descartar y difamar el psicoanálisis (el empeño de las tres “D”, podríamos decir), y muy particularmente la figura de su fundador, como si con ello se alcanzara un cierto cenit o glamour intelectual. Como si se lograse algún prestigio desprestigiando el psicoanálisis. ¿Por qué será?
No deja de sorprenderme, en el mismo sentido, cómo se habla de las teorías freudianas, se las critica y se las despacha, cuando resulta del todo evidente que no se ha emprendido un estudio minucioso y sereno de las mismas. No deja de desconcertarme la ligereza con que se habla del psicoanálisis. Es también una constante, al menos en la literatura angloamericana, la dificultad de entender, o de siquiera considerar, que el deseo y la vida afectiva en general tienen una dimensión inconsciente atravesada por la sexualidad, y que rebasa la revestida imagen que cada cual se hace de sí. Quizá esto se deba a la hipocresía puritana de esa cultura, tan fascinada, por otra parte, con los aspectos más sórdidos de la pornografía. Léase lo que ha dicho D. H. Lawrence y, más recientemente, Elisabeth Roudinesco al respecto.
El estudio del psicoanálisis obliga a reconocer que la condición humana emerge del entramado de la sexualidad, el lenguaje y el reconocimiento de su mortalidad. Y eso es muy duro de aceptar de manera íntegra y cabal. Por eso se impone la idea de que, en todo caso, Freud está passé y el psicoanálisis es, como poco, el pasatiempo de una pseudociencia y, como mucho, una deriva de la psicología moderna, aunque basada en un seductor y sofisticado discurso, pero completamente irrelevante para la ciencia.
Teniendo en cuenta lo anterior, fue para mi una grata e inesperada sorpresa que se me invitara a participar en el Coloquio del Taller del Discurso Analítico que conmemoraba en diciembre de 1999, los 100 años de la publicación de La interpretación de los sueños, bajo el hermoso título 100 años y todavía soñamos. Me sentí, en principio, renuente a aceptar, y cuando finalmente decidí participar en una mesa junto a mis amigos Irma Rivera Nieves y Carlos Gil, advertí que iba a ser muy severo con algunos planteamientos de Freud. Dicho y hecho. Cuán grata fue la sorpresa, al percatarme de que lo que allí dije, no sólo había sido escuchado con atención y respeto, sino que se dio una genuina conversación intelectual que evocó en mí los tiempos de Vincennes. Aquello fue una experiencia memorable en mi propio país.
Desde entonces no he dejado de colaborar con el Taller y participar en esos oasis de vida intelectual que son sus Coloquios, compartiendo con algunos de los más prestigiosos intelectuales, hombres y mujeres, de esta isla caribeña, pero también de otras partes del mundo, procedentes de las más diversas disciplinas: la filosofía, la lingüística, las matemáticas, la antropología, la crítica y teoría literaria, el periodismo, la psiquiatría, la biología, la sociología, las artes plásticas, la creación literaria. Ésa es una de las distinguidas características de los Coloquios: es un lugar y un tiempo de encuentro en el que, con el psicoanálisis como buen pretexto, se despliega todo un laboratorio de ideas y un taller de pensamiento. No hay metas ni objetivos. Tan sólo el deseo de pensar en común, sean cuales sean las convergencias o discrepancias; de examinar críticamente el marco institucional de nuestra sociedad, y de darle un respiro de vida a la inteligencia y a la sensibilidad en medio del ineludible proceso de descomposición social en el que vivimos, propio de las aceleradas transformaciones culturales de esta primera civilización mundial que es la nuestra.
Como todo lo que llega a ser fecundo y emprendedor, el Taller comenzó con una idea de Hiram Ramírez hasta materializarse, luego de su fallecimiento, con la que fuera su esposa María de los Ángeles Gómez, junto a otros que se dieron a la tarea de su convocatoria y desarrollo: Myrna Sesman y Elda Abrevaya y, más adelante, Eduardo Ysern, Alfredo Carrasquillo, María de la Paz Ferrán, Mayra Nevárez. Habiéndose incorporado ya varias generaciones, el Taller cuenta en la actualidad con un grupo de jóvenes entusiastas y genuinamente comprometidos con su formación.
El título del próximo Coloquio con el que se cumple la treintena, Lo que insiste, pone en evidencia lo que Hiram Ramírez llamaba el sí sostenido, hermosa expresión afirmativa que revela la música del pensamiento y el lado luminoso del deseo que es lo que todavía sostiene las convocatorias del Taller, puesto de manifiesto en la estética de sus títulos y en los carteles de su promoción. A lo cual debo añadir que dicho sostén se debe en gran medida al tesón, al entusiasmo y a la inteligencia excepcional de una mujer, la Dra. María de los Ángeles Gómez, que ha dedicado toda su vida, no sólo al estudio y delicada transmisión de la enseñanza psicoanalítica, sino también al cultivo y renovación de un legado que no deja de ponerse a prueba en cada Coloquio. Cada convocatoria es, en realidad, una exhortación a la experiencia común del pensamiento y al ejercicio de una ética del lenguaje y del discurso en virtud de lo cual la palabra recupera su ancestral, pero siempre joven y jovial dignidad. En los tiempos más sombríos surge siempre la necesidad de crear e inventar los cauces para persistir, y no ya sólo resistir, en el ennoblecimiento de esta irrepetible oportunidad que es cada momento de vida.