Apuesta a la novela: «Barataria», literatura y sátira
Deja, lector amable, ir en paz y en hora buena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa, que te ha de causar el saber cómo se portó en su cargo, y, en tanto, atiende a saber lo que le pasó a su amo aquella noche; que si con ello no rieres, por lo menos desplegarás los labios con risa de jimia, porque los sucesos de don Quijote, o se han de celebrar con admiración, o con risa. (Don Quijote, Cap. 42)
Al leer la novela Barataria de Juan López Bauzá, publicada recientemente por la editorial Agentes Catalíticos, liderada por el atrevidísimo joven (inteligente, y sagaz) Samuel Medina, no puedo menos que admirarme. Es un gesto político escribir una novela como ésta y es un gesto también político el haberla publicado. La novela tiene alrededor de 800 páginas y se publicará en dos tomos. Por ahora sólo ha salido el primero y con la lectura de estos veinte capítulos iniciales ya me cautivó. Es una historia satírica, escrita de forma dialógica, a manera del Quijote, con dos personajes; un Quijote (Chiquitín; un chiquitín enorme) y un Sancho (Margaro, peludo como un mono) que debaten y sobreviven entremezclando fantasía y realidad en un mudo donde la retórica y la vida no se corresponden y se siente una crisis de autoridad en quienes gobiernan. En este momento histórico en que las editoriales se asustan de todo, como los gobiernos neoliberales, y nos imponen un racionamiento de creatividad, de formas, de conceptos, de argumentos, y nos dejan con hambre de lecturas atrevidas por el bien de una economía en crisis, el gesto valiente de regresar a lo clásico es en sí una provocación.
Pero hablemos de Barataria. En el el libro de 1615 (el primer tomo de Don Quijote de la Mancha fue publicado en 1605), para más precisión, a partir del Capítulo 42, Sancho parte a gobernar una Ínsula que los duques de Villahermosa deciden concederle como una broma, para seguir riéndose de él, quien se queja a menudo de que el Caballero Andante no le cumple la promesa de hacerlo gobernador de alguna Ínsula que haya sido conquistada en las expediciones en las que se ha embarcado con su amo. La promesa de la gobernación hace eco a la empresa trasatlántica española desde la sátira. Así, se pueden leer los viajes del Caballero de la Triste figura (que resaltan la falta de correspondencia entre la retórica de la España Imperial y las condiciones de vida de su gente común) como “viajes de exploración”. Sólo que Don Quijote, noble empobrecido, sí cree en el honor implícito en la retórica Imperial, que se propone cristianizar por el supuesto bien del Otro. Ya distintas voces, tales como el Inca Garcilaso de la Vega o más notablemente Guamán Poma de Ayala le escribirán a los reyes cartas para hacerles notar la falta de correspondencia entre la empreza colonizadora como se estaba efecutuando y la retórica cristiana desde la que se la justifica. Barataria, nombre que procede de barato—poco caro o de poco valor—, es el nombre de esta ínsula gobernada por Sancho. Allí el personaje que cada vez está más loco según la novela va progresando (la crítica ha hecho notar que el Quijote muere cuerdo, mientras que hacia el final Sancho abraza la locura), muestra su sabiduría, su sentido de razón, orden y justicia al gobernar, aunque se desilusiona y decide que el poder no es para él. Esta novela, precursora con otras de la novela moderna, está llena de reflexiones sobre la escritura misma, por lo cual no debe parecer raro que, al comienzo de este capítulo, haya una reflexión sobre la extensión del texto, lo que en él se pone, y el mercado editorial del momento:
Dicen que en el propio original desta historia se lee que, llegando Cide Hamete a escribir este capítulo, no le tradujo su intérprete como él le había escrito, que fue un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo, por haber tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada como esta de don Quijote, por parecerle que siempre había de hablar dél y de Sancho, sin osar estenderse a otras digresiones y episodios más graves y más entretenidos; y decía que el ir simepre atenido el entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas era un trabajo icomportable, cuyo fruto no redundaba en el de su autor, y que, por huir deste inconveniente había usado en la primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron el del Curioso impertinente y la del Capitán cautivo, que están como separadas de la histoira, puesto que las demás que allí se cuentan son casos sucedidos al mismo don Quijote, que no podían dejar de escribirse. También pensó, como él dice, que muchos, llevados de la atención que piden la hazañas de el Quijote, no la darían a las novelas, y pasarían por ellas, o con peresa o con enfado, sin advertir la gala y artificio que en sí contienen, el cual se mostrara bien al descubierto cuando, por sí solas, sin arrimarse a las locuras de don Quijote ni las sandeces de Sancho, saliera a luz. Y así, en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece; y aun éstos, limitadamente y con solas las palabras que bastan a declararlos; y, pues se contiene y cierra en los estrechos límites de la narración, teniendo habilidad, suficiencia y entendimientos para tratar del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir. (1202)
Se propone escribir menos. Sugiere que los lectores sólo querían saber de las aventuras del Quijote y se saltaban las novellas que había intercaladas en la primera novela, puestas ahí por considerarlas buenas el autor (de ahí la referencia a su “gala” y “artificio”) y por haber considerado en principio que el público se aburriría de una novela en la que sólo conversaran el Quijote y Sancho. Así, decidió prescindir de ellas en la segunda novela y limitarse a digresiones que salieran naturalmente de la trama.
Lo sorprendente es que van casi cuatrocientos años desde el momento en que estas palabras fueran escritas, y todavía hoy se debaten los escritores con quien edita, con el ideal del público (porque, ¿cómo preguntarle a éste qué quiere?) sobre qué forma y cuántas páginas, cuánta complejidad en la estructura para lograr un éxito de ventas. Sugiere Pedro Cabiya en un artículo publicado en esta misma revista, titulado “El declive editorial y el empoderamiento del autor” que las editoriales contemporáneas se han vuelto pusilánimes y no se atreven a publicar textos fuera de una idea que ellos se hacen de “tendencias”, por lo que en este mercado editorial el Boom de la literatrua hispanoamericana de los años 60 y 70 no habría sido posible. Entonces, propone Cabiya, la autopublicación por vía electrónica, que le da completa autonomía al autor, además de las pequeñas editoriales independientes que son los medios que están sacando la mejor literatura.
Me acerco a López Bauzá al encontrármelo en una barra durante el verano para decirle en tono de broma: “Cuando termine de leerme el mamotreto ese que escribiste te hago una entrevista, ¿qué te parece?” Juan se ríe y no se ofende por el comentario (menos mal). La palabra mamotreto demuestra aprehensión de mi parte. Detrás de la cabeza la pregunta de ¿a qué tortuosa experiencia me va a someter éste? La idea de la lectura como una experiencia difícil no es despectiva. Mucha de la novela moderna está concebida como un tanteo de fuerza entre el autor y el lector. He ahí el Ulises, de Joyce, o La casa verde de Mario Vargas Llosa, además de la queridísima, por sus lectores Rayuela, de Julio Cortázar. Más bien me refiero a la sorpresa, la extrañeza de encontrar un libro de ese volumen sobre una mesa de librería. Compro la novela y me adentro en ella y, para mi sorpresa –puesto que parecía ya imposible a alturas de 2012– me surge una sonrisa, luego la risa franca y abierta.
Chiquitín es veterano de Viet Nam y, para dar más señas, digo que es oriúndo de la ciudad de Ponce, como el autor, y que tiene mucha experiencia como ayudante de un antropólogo corrupto que falsificaba yacimientos, quien, al comenzar la novela ya ha muerto. De ayudante pasa a ser el jefe antropólogo de una expedición que se inventa, puesto que decide buscar el Guanín Sagrado, “emblema de potestad máxima del cacique principal de Boriken, visto por última vez sobre la caja del pecho de Agüeybaná II, el Bravo, hace poco más de quinientos años” (13). No le intersa el valor histórico ni antropológico de la pieza, sino que quiere hacerse rico; venderla en el mercado negro. Para ello, luego de su primera salida en bicicleta, recluta la ayuda de Margaro, un tipo que vive de chiripear por ahí y al conversar se entera de la cultura libresca de su interlocutor. Desde el analfabetismo funional, ¿cómo diferenciar informaciones empíricas de las divagaciones de un loco? Pero Margaro sospecha de que hay algo raro con su jefe, pero lo saca de la casa, sus responsabilidades y su tedio, y a su vez, le paga. Chiquitín tiene afición a la política y se pelea con todo el que se ofrezca a debatir con él para así poder defender la grandeza de la Gran Corporación que es la Nación americana. Parece una empresa imposible. No la del guanín, sino la de contar esta trama a partir de diálogos o parlamentos largos como en la novela del barroco español —también con novellas intercaladas que demuestran que detrás del humor nuestra situación es trágica (sólo digo que la primera de éstas se cuenta con la mayor inocencia el descuartizamiento de un(a?) ciudadan?, en una trama cuyo entrelazamiento recuerda el cuento “Nido de amor” en La belleza bruta de Francisco Font Acevedo).
Hoy tendemos a valorar más la literatura que narra en tono grave el tema de nuestras desgracias, pero no siempre ha sido así. Manolo Núñez Negrón nos recuerda, en su estudio titulado Políticas del humor en América Latina que el humor ha sido fundamental en la formación de una esfera pública en hispanoamérica. Éste centra su estudio en el Siglo XIX, momento de la invención de las narrativas nacionales en los distintos países hispanoamericanos y hace evidente que la sátira, relacionada muy de cerca con la oratura, término que se refiere a las tradiciones orales que también organizan mundos –aquí estoy añadiendo a lo que él dice– convivió con la parte escrita del debate público. Esas tradiciones orales fueron desplazadas por la escritura según Ángel Rama (La ciudad letrada) y Michel de Certau (La escritura de la historia), que se institucionaliza en oposición a la voz y al cuerpo. Por mencionar un ejemplo, cito a Rama cuando describe una disputa que tuvo Hernán Cortés con los soldados que lo ayudaron a Conquistar México:
El reparto del botín de Tenochitlán después de la derrota azteca de 1521, dio lugar a un escándalo debido a las reclamaciones tempestuosas de los capitanes españoles que se consideraron burlados. Bernal Díaz del Castillo, que era uno de ellos, lo ha contado con detalle y sagacidad:
Y como Cortés estaba en Coyoacán y posaba en unos palacios que tenían blanqueadas y encaladas las paredes, donde buenamente se podía escribir en ellas con carbones y otroas tintas, amanecían cada mañana escritos muchos motes, algunos en prosa y otros en metro, algo maliciososo (…) y aún decían palabras que no son para poner en esta relación.
Sobre la misma pared de su casa, Cortés los iba contestando cada mañana en verso, hasta que, ecolerizado por las insistentes réplicas, cerró el debate con estas palabras: “Pared blanca, papel de necios”. Restablecía así la jerarquía de la escritra, condenando el uso de muros (al alcance de cualquiera) para esos fines superiores. Simplemente certificaba la clandestinidad de los graffiti, su depredatoria apropiación de la escritura, su ilegalidad atentatoria del poder que rige a la sociedad. (53)
No tanto los muros hasta finales del siglo XX, pero sí los periódicos y revistas fueron importantísimos en la creación de un imaginario nacional secular que se quería burgués y moderno. Allí se publicaban constantemente chistes, caricaturas, poemas humorísticos en tono de sátira. La sátira, “Si se parte de la premisa de que es un texto de intervención política, ya en mayor o en menor grado, no será difícil concluir que su existencia está mucho más relacionada a la esfera pública porque, a un mismo tiempo, la presupone y la constituye” (25). Además nos recuerda, siguiendo a Northrop Frye, que la sátira es “ironía militante” (31).
Se ha estudiando la política de la risa en distintos contextos, de hecho. Freud propone que nos reímos porque liberamos tensión reprimida (La risa y su relación con el inconsciente). Helen Cixous habla de la risa como la experiencia de goce femenino que se sale de los moldes del falologocentrismo. En este estudio que pone la sátira a dialogar con otros géneros de la esfera pública, Núñez Negrón resalta la risa como el arma política de quienes no controlan la economía de la escritura:
Mientras lo paródico invita a la actividad hermenéutica y establece un diálogo con unas fuentes que intencionalmente altera, lo satírico se abre a las posibilidades de la intervención ciudadana, busca sus referentes, por lo general, en lo que se sitúa fuera del ámbito de las letras. Discurre, por lo tanto, en dos niveles: el del texto y el de la experiencia. (32-33)
Tal vez es en esa relación con la experiencia que Barataria se vuelve tan accesible a un público general. Mientras leía, me imaginaba divertida a un público que lee la novela y se ríe de estos personajes riéndose de sí mismo. También la novela me hizo recuperar la idea de cuando se practicaba la lectura en voz alta para un público analfabeto de un texto que en su estructura es muy cercano a la oralidad, como el propio Quijote de Cervantes. Después de todo, en las conversaciones entre Chiquitín y Margaro, mientras que el primero nos enumera todos los argumentos en defensa del “ideal” a la don Eleuterio, del comediante Sunshine Logronño o Susa (Carmen Nydia Velázquez), la compañera sentimental de Epifanio (Víctor Alicea), personajes de comedia tan conocidos en la isla, al segundo no le interesa la política puesto que es de la teoría de que sin importar quién gobierne su situación de pobreza no mejorará por ningún medio que no sea el goce. Ambos personajes nos recuerdan a nuestros conciudadanos. Se parece a nuestras absurdas discusiones familiares, o a las también absurdas discusiones que leemos todos los días en los medios, sobre todo en los periódicos digitales donde la autoridad es constantemente retada por un público no letrado de formación que tiende a recurrir al insulto. Ese debate inútil en el que nos enfrascamos a diario está muy lejano de ser el “debate ilustrado” a partir del que se formaría la modernidad, puesto que la hegemonía se apoya hoy más bien en un juego de fuerzas (compra de influencias, de medios, de legislación, de silencios, macanazos, arrestos). La violencia es lo que queda. Nuestro estado se parece más al Leviathán de Hobbes, que a la Utopía de Tomás Moro, sueño falso a partir del cual se va configurando la retórica moderna. El primer tomo que, aclara López Bauzá es, distinto al original de Cervantes, quien escribió dos novelas en dos momentos históricos distintos separados por diez años, mientras que el primer tomo que se consigue hoy en las librerías es la mitad de un texto concebido como un entero, termina con una suerte de Guerra del fin del Mundo con “bombas de metano”. No voy a explicar más. Es escatológica la cosa, como en la mejor tradición satírica de Francois de Rabelais. Sólo digo que no veo la hora de leer la segunda parte, puesto promete el autor que se complicará la trama bastante y estoy segura de que es cierto puesto que sólo hemos visto la primera salida y las primeras aventuras de la segunda.
Textos citados:
Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha, 2. Madrid: Alianza Editorial, 1998.
López Bauzá, Juan. Barataria. San Juan: Libros AC, 2012.
Núñez Negrón, Manolo. Políticas del humor en América Latina. Río Piedras: Huracán, 2011.
Rama, Ángel. La ciudad letrada. Hanover, NH: Ediciones del Norte, 1984.