Una reforma anunciada…
Como tormentas que aparecen en el radar del Negociado del Tiempo, el gobierno anuncia «reformas» a una cosa u otra. En el 2014 tuvimos la reforma energética y la reforma electoral. En el 2015 se anuncian la reforma contributiva y la reforma educativa. Quisiera abordar la última, que ya empieza a debatirse, a través de un libro que nadie interesado en el tema debe pasar por alto: Reign of Error (New York: Vintage, 2014) de Diane Ravitch. Ravitch discute las ideas del movimiento de reforma educativa en Estados Unidos. Como las propuestas de reforma en Puerto Rico se han nutrido y se nutren de parte de las ideas de ese movimiento, la crítica de Ravitch nos ayuda a orientarnos en un debate que sin duda se intensificará durante el año que comienza.
Ravitch explica como el movimiento de reforma educativa actual en Estados Unidos es el resultado de la confluencia de dos corrientes: las medidas impulsadas inicialmente por el Partido Republicano, pero que también han sido adoptadas por el Partido Demócrata (específicamente la administración de Barack Obama) y el modelo educativo promovido por un amplio y poderoso sector corporativo, tanto directamente, como a través de fundaciones, think-tanks, grupos de cabildeo, aportaciones electorales y campañas mediáticas (películas, documentales, anuncios). Entre las entidades y figuras más destacadas de este movimiento se encuentran la Bill & Melinda Gates Foundation, la familia Bezos, propietaria de Amazon, la familia Walton, propietaria de Walmart, Rupert Murdoch, el American Enterprise Institute, el Heartland Institute, entre muchos otros. Los llamados hedge funds interesados en el tema han fundado su propio grupo: Democrats for Education Reforma. Estos sectores insisten que la educación pública está en crisis y que ellos tienen la solución.
El modelo que proponen se presenta con términos muy atractivos: énfasis en los resultados, guerra a la complacencia, la mediocridad y la ineficiencia, poner al estudiante en el centro del proceso educativo y darle más opciones, sobre todo opciones que utilicen plenamente las nuevas tecnologías. ¿Quién podría oponerse a tal perspectiva? Ravitch advierte, sin embargo, que detrás de las palabras hay una realidad bastante menos glamorosa.
La agenda de la reforma educativa, en la práctica, puede resumirse en tres pasos: primero, administración de exámenes estandarizados regulares a todos los estudiantes de escuela primaria e intermedia; segundo, evaluación de maestros, principales y escuelas de acuerdo a los resultados en dichos exámenes y tercero, el despido de maestros y reorganización o cierre de escuelas que no mejoren su rendimiento, según indican esos resultados.
El régimen de las pruebas estandarizadas se inicia con la ley conocida como No Chile Left Behind, aprobada bajo la administración de George W. Bush en 2001. Bajo esta ley todos los estudiantes de tercero a octavo grado deben tomar exámenes anuales en dos áreas: matemáticas y lectura (reading). A contrapelo de las esperanzas de algunos opositores de esta práctica, la administración de Barack Obama ha mantenido este diseño bajo su iniciativa educativa conocida como Race to the Top.
El segundo aspecto de esta política –que se ha implementado más desigualmente y con diferencias entre estados y distritos escolares– es la evaluación del desempeño de maestros, principales y escuelas a partir de los resultados en dichas pruebas. Del nivel alcanzado por los estudiantes dependerían el empleo, el nivel salarial y bonos por mérito de los maestros. Los maestros cuyos estudiantes no exhiban el progreso requerido enfrentarían el despido y las escuelas en igual situación serían reorganizadas o cerradas.
La reorganización podría tomar la forma de su transformación en escuelas charter, financiadas por fondos públicos pero administradas por entidades privadas sin fines o con fines de lucro; la entrega de vales (vouchers) a los estudiantes para pagar escuelas privadas (con fondos públicos también) y, más recientemente, hasta escuelas charter virtuales que ofrecen sus cursos por vía electrónica.
La evaluación de maestros para fines de salario, ascenso, o retención de empleo a partir de los resultados de exámenes estandarizados conlleva eliminar los procedimientos existentes que se rigen por el nivel educativo alcanzado y la antigüedad y experiencia del maestro, entre otros factores. Lo que importa, dicen los proponentes de estas medidas, son los resultados. Cualquier otro criterio sobra. No puede tolerarse la ineficiencia. La experiencia y preparación ¿de qué sirven, si no se traducen en resultados? Por otro lado, se insiste que el que se oponga a las medidas propuestas es enemigo del cambio y defensor de la mediocridad. Las uniones, se plantea, están más interesadas en las pensiones y salarios de los maestros que en mejorar la educación y por eso resisten el cambio necesario. Tampoco pueden tolerarse los señalamientos sobre situaciones externas que afectan el proceso educativo: son sencillamente excusas para no hacer el trabajo de excelencia que los estudiantes se merecen.
Por lo mismo se debe eliminar la permanencia, los convenios y cualquier otra reglamentación que se interponga a la posibilidad de despedir maestros deficientes o crear una escala de salarios o bonificaciones regida por los resultados en las pruebas estandarizadas.
Por último, es necesario eliminar las restricciones al uso de fondos públicos para pagar escuelas privadas, a través de vales educativos o de pasar escuelas públicas a administradores privados, con el mecanismo de las escuelas charter. Las escuelas públicas deben saber que ya no tienen un monopolio de los fondos públicos y que tendrán que competir con escuelas charter y escuelas privadas, lo cual las obligará a mejorar su rendimiento.
No hay que reflexionar mucho para ver que esta reforma pretende trasladar a la escuela pública aspectos del modelo empresarial neoliberal. Se parte de la noción, aunque rara vez se formule explícitamente, de que la seguridad de empleo es incompatible con la eficiencia. El trabajador o trabajadora que se siente seguro en su empleo es ineficiente y el supervisor que se ajusta a esa situación es cómplice de esa ineficiencia. Tan solo el miedo del trabajador a perder su empleo permite alcanzar la máxima productividad y tan solo el supervisor que sabe emplear esa presión puede lograr los resultados óptimos. Para lograr la máxima y siempre creciente productividad se promueve la máxima precariedad e inseguridad del asalariado e incluso los supervisores inmediatos, en este caso de los maestros y principales, productividad que en este caso se mide de acuerdo a los resultados en las pruebas estandarizadas. Por otro lado, la presión sobre las escuelas por vía de los resultados en las pruebas estandarizadas y la amenaza de cierre o pérdida de estudiantes a escuelas charter o privadas pagadas con vales las obligará a mejorar su labor.
Así, en la práctica, las palabras seductoras adquieren otro significado. Centrarse en los «resultados» quiere decir convertir las pruebas estandarizadas en el eje del proceso educativo. Centrarse en el «servicio al estudiante» quiere decir desmantelar los derechos laborales de los maestros, como si fuesen contradictorios (y para la concepción neoliberal lo son). No aceptar «excusas» quiere decir no tomar en cuenta factores externos a la escuela que afectan el proceso educativo (como niveles de desempleo, pobreza y sus consecuencias en términos de desarrollo del niño, vivienda, etc.) Dar opciones quiere decir privatizar escuelas o trasladar fondos públicos al sector privado.
Pero no basta con explicar las políticas concretas que acompañan la retórica de la reforma. Hay que explorar cuál es el impacto real de esas políticas. Ravitch dedica buena parte de su libro a explorar como estas medidas conllevan un empobrecimiento de la educación, con consecuencias negativas para los estudiantes, lo educadores y toda la sociedad. Veamos algunas, ya que no podemos mencionarlas todas.
En la medida que el empleo del maestro depende del resultado de sus estudiantes en los exámenes estandarizados se impondrá la tendencia a enseñar con el examen en mente (teach to the test). Los exámenes de supuestos medios para medir el rendimiento del proceso educativo se convierten en el fin y el centro del proceso. Ravitch destaca la contradicción del discurso del Presidente Obama que por un lado plantea que no se debe «teach to the test» y que la educación incluye y debe incluir aspectos fundamentales que el examen no mide, pero a la vez favorece políticas que hacen depender el empleo y remuneración del maestro de los resultados en las pruebas estandarizadas. Lo mismo ocurre con las escuelas: en la medida que se les evalúa de acuerdo a los resultados en las pruebas tenderán a privilegiar las áreas que entran en el examen y a marginar otras (arte, ciencia, historia, educación física, por ejemplo). Dedicarán más tiempo a preparar y ensayar el examen y gastarán fondos para costear programas para remediar bajo rendimiento en los exámenes.
Es decir, la centralidad de las pruebas estandarizadas empobrece tanto la labor en el salón de clase como el currículo escolar y las prioridades educativas: las artes, la historia y otras áreas son muy buenas, pero no entran en el examen del cual dependen empleos, salarios, ascensos y el futuro de la escuela misma.
De hecho, las pruebas ni siquiera pueden medir el progreso en la restringida área en que se concentran: los resultados en los exámenes de matemática y lectura están determinados por muchos factores además de la labor del maestro (el tamaño de sus grupos, la capacidad de los estudiantes asignados, que varía de año en año, las condiciones fuera del salón de clase y de la escuela, etc.) Es posible que a partir de los resultados en las pruebas se penalicen educadores que realizan una labor buena o excelente en áreas que el examen no mide y/o en condiciones adversas o peores que en años anteriores.
Por otro lado, la distribución de bonos o ascensos de acuerdo a resultados en los exámenes fomenta un clima de competencia entre los educadores, en lugar de la dinámica de colaboración, necesaria para que la escuela sea una verdadera comunidad educativa.
Ravitch señala que en las escuelas públicas la permanencia nunca ha sido tan sólida como en las universidades: en realidad se refiere al derecho a no ser despedido sin antes pasar por un proceso con ciertas protecciones y sin que la administración cumpla con ciertas condiciones. Eliminar la permanencia es dar mano libre o casi libre para el despido. Ravitch señala que esto inhibirá la expresión, la innovación, las formulaciones más audaces de maestros y maestras que puedan entrar en contradicción con los supervisores de los cuales depende su empleo.
En cuanto a la reorganización de las escuelas que no producen los rendimientos esperados, Ravitch señala que el modelo de las escuelas charter se inició como una idea muy distinta a la que hoy se promueve con ese nombre. La idea inicial, formulada por líderes sindicales en la década de 1970 era crear escuelas públicas como proyectos especiales administrados por educadores que pudieran experimentar con estrategias educativas innovadoras, no tradicionales, que intentaran atender las necesidades de estudiantes con problemas de aprendizaje, así como el problema de la deserción escolar. Se trataba de una forma de flexibilizar el sistema educativo público, no de privatizarlo.
Para inicios de la década de 1990 la idea de las escuelas charter había sido asumida y redefinida por el sector empresarial. El mecanismo de las escuelas charter ha propiciado el surgimiento de empresas privadas con fines de lucro que administran escuelas o incluso una serie de escuelas públicas. En las escuelas charter se puede implantar más abiertamente el régimen de precariedad laboral y de monitoreo de resultados estandarizados, con todas las consecuencias nocivas que ya indicamos. Las escuelas charter en la competencia con las escuelas «tradicionales» tienen una gran ventaja: pueden rechazar estudiantes (no admitirlos o expulsarlos). Es decir, pueden retener a los mejores estudiantes. Los que tienen más problemas regresan a las escuelas públicas. De ese modo no debiera ser fácil presentar a las escuelas charter como mejores que las tradicionales, sin embargo, Ravitch señala que los estudios realizados no demuestran que las escuelas charter arrojen mejores resultados que las escuelas «tradicionales». Lo mismo ocurre con los pocos estudios que se han hecho sobre la efectividad del pago de bonos a los maestros.
La degradación del sistema educativo es todavía más seria cuando pasamos a los vales educativos. En este caso colocar en manos de los padres vales que suman millones de dólares para llevarlos a escuelas privadas fomenta el surgimiento de miles de empresas educativas de dudosa calidad que el gobierno regula, reglamenta, inspecciona y fiscaliza muy inadecuadamente. El caso extremo son las escuelas virtuales que plantean sustituir la escuela con la enseñanza vía internet. Ravitch detalla el atraso educativo de los estudiantes que entran en estos programas y como regresan a las escuelas tradicionales, a pesar de que las empresas retienen el dinero público recibido. No se trata de descartar la utilidad de la educación a distancia en ciertos casos, pero sí de criticar su utilización dentro de estos esquemas de privatización. Los vales, por otro lado desatan una dinámica que mina todo el sistema de educación pública: en la medida que fondos públicos se convierten en vales, se reducen los fondos disponibles para las escuelas públicas, cuyas condiciones se deterioran. Esto acentúa además la fuga hacia escuelas privadas, que reduce aún más los fondos de las públicas y así en una espiral de deterioro creciente de las últimas.
Ravitch insiste, con lujo de datos, que no existe corroboración práctica o empírica alguna de que la generalización de escuelas charter o de vales educativos, allí donde se han implantado, haya generado niveles educativos mejores que las escuelas públicas. Esto no quita, indica, que existan algunos ejemplos excelentes de escuelas charter que retienen el concepto inicial de escuelas públicas bajo formas de administración especial o excepcional para acomodar estrategias educativas no tradicionales.
Ravitch también critica la noción de que los maestros y las escuelas pueden evaluarse sin tomar en cuenta otros hechos sociales. Aquí arremete contra la idea de que hablar de pobreza es una manera de excusar las fallas de maestros y escuelas. Golpea a sus adversarios con los resultados que tanto defienden: si algo arrojan los resultados de los exámenes estandarizados es una correlación entre bajo rendimiento y pobreza. Las estadísticas sobre deserción, tasas de graduación y otras arrojan el mismo resultado. La insistencia en ignorar este hecho obliga a Ravitch a indicar algunas de las condiciones que afectan al cerca de 25% de los niños en Estados Unidos que viven bajo el nivel de pobreza. Hay mayor probabilidad de que no reciban cuidado prenatal adecuado, ni atención médica y nutrición adecuadas en sus primeros años, no se familiaricen con libros y revistas en sus hogares o se les fomenten hábitos de lectura, no se beneficien de cuidado preescolar de calidad, no tenga un cuarto propio o lugar que propicie el estudio, padezcan de condiciones no diagnosticadas (vista, audición, por ejemplo), sean víctimas de la inseguridad en las calles y vecindarios, cambien de vivienda y escuela más a menudo, entre otros problemas. Nada de esto quiere decir que no se pueda hacer mucho para mejorar la enseñanza, pero sí quiere decir que la enseñanza no puede avanzar más allá de cierto punto si esas condiciones no empiezan a transformarse. Insistir en lo contrario no es más que una versión del mito del individualismo y el self-made man que enseña que «todo se puede si tratamos», que «el que se empeña sale adelante» y otros lugares comunes cuya otra cara es la noción de que el sistema da oportunidades a todos y el que no progresa es porque no trata.
La parte final del libro de Ravitch desarrolla ideas que también esboza al principio: algunos elementos del tipo de escuela y sistema educativo al que debemos aspirar.
Lejos de implantar la precariedad laboral es necesario crear las condiciones para exigir mucho de los maestros garantizándoles las condiciones adecuadas para realizar su labor y la paga y seguridad de empleo que refleje el respeto que la sociedad tiene por su profesión. Los grupos deben ser pequeños. Los exámenes en los primeros grados deben ser pocos y deben ser diagnósticos. Las escuelas deben tener una biblioteca y un bibliotecario, al menos una enfermera o enfermero y una trabajadora o trabajador social y diversas actividades extracurriculares. El objetivo de la educación elemental, intermedia y superior debe ser formar ciudadanos activos, capaces de participar activamente en una sociedad democrática. Deben adquirir las destrezas básicas de lectura y manejo de números y relaciones numéricas, la capacidad de analizar y evaluar opiniones enfrentadas o contradictorias, de sopesar evidencia y argumentos, de llegar a conclusiones razonadas. Deben conocer suficiente de historia y ciencia para entender debates políticos sobre temas como los derechos de la mujer o el calentamiento global. Deben conocer sobre diversas culturas y regiones del mundo para seguir debates sobre política exterior, acciones militares y conflictos de diverso tipo. Buena parte de esto no puede medirse a través de exámenes estandarizados de matemática y lectura, pero son igualmente importantes.
Se debe ser riguroso en el reclutamiento de maestros, pero a los que se recluten se les debe apoyar y exigir porque se les apoya. Debe haber mecanismo de apoyo a las escuelas que enfrentan problemas. La respuesta a los problemas no debe ser cerrar las escuelas, sino trabajar para mejorarlas. La competencia, el cierre y desplazamiento de unas empresas por otras, la mudanza de operaciones de un lugar a otro, la llamada «creatividad destructiva» del mercado puede ser adecuada, plantea Ravitch, en el comercio y la industria, pero no en la educación. En todo caso, dice, agarrándose de una frase muy desgastada las escuelas deben «ser refugios en un mundo que muchas veces es despiadado» («havens in… a heartless world»).
Este es un punto en que habría que poner un pero al razonamiento de Ravitch: el sistema regido por los imperativos de la competencia, la reducción de costos sin importar las consecuencias laborales, sociales o ambientales no es bueno ni en la escuela ni en resto del ámbito social. No es bueno en la escuela ni fuera de la escuela. No es bueno para los maestros y no es bueno para los asalariados en general. De hecho, la escuela no podrá ser un refugio, si toda la vida social va en la dirección opuesta. Como bien plantea la misma Ravitch al señalar que para mejorar las escuelas hay que combatir la pobreza, no podemos resignarnos a vivir en un mundo despiadado.
Esa lucha por mejorar las escuelas debe ser parte, por tanto, de un movimiento más amplio de cambio social. En ese sentido no dejan de sorprender las ilusiones que según Ravitch muchos educadores tenían en la presidencia de Barack Obama y la sorpresa que vivieron cuando continuó las políticas formuladas por el gobierno de Bush. Esperemos que esta desilusión contribuya a superar la idea de que el Partido Demócrata puede ser instrumento del cambio social.
En Puerto Rico sabemos que la presente administración ya está preparando una llamada Reforma educativa. No sería extraño que cuando por fin se formule públicamente venga acompañada de algunos de los elementos de las políticas que Ravitch examina y critica con tanta agudeza: que los maestros son los culpables del deterioro educativo, que la permanencia y la seguridad de empleo son obstáculos a la eficiencia, que hay que centrar la reforma en resultados tangibles, que el que no produzca resultados tiene que irse, que la escuelas que no «funcionen» deben cerrarse o convertirse en escuelas charter, que los que se opongan a esto son enemigos del cambio, que las organizaciones magisteriales defienden sus intereses sectoriales y no los de los estudiantes, que a nombre de los estudiantes hay que acabar con los derechos adquiridos de los maestros, etc.
Ante eso tenemos que insistir que el cambio es necesario, pero un cambio para fortalecer no para desmantelar la escuela pública. Ese cambio debe incluir una reorganización democrática de las escuelas y los elementos resumidos anteriormente. También tenemos que atender lo señalado por Ravitch: si la pobreza tiene un impacto sobre la educación ¿cuál será la situación en Puerto Rico donde los niveles de pobreza son más graves que en Estados Unidos y afectan a una porción más grande de la población? Aquí también el movimiento por una verdadera transformación de las escuelas públicas tendrá que ser parte de un movimiento más amplio. Y aquí también tendrán que crearse nuevos vehículos políticos.
Por ahora, ya sabemos que hay guerra anunciada: en algún momento de 2015 se presentará la prometida reforma educativa. Recomiendo el libro de Ravitch para todos y todas los que quieran apertrecharse bien para ese debate crucial.