Velde que te quiero velde…
En lo que a la lengua oral respecta, bien decía Don Emilio Alarcos Llorach: “No se pueden imponer normas a la lengua. Por eso los intentos puristas y correctores de gramáticos y lexicólogos nunca llegan a ninguna parte”. La lengua va por donde quiera que sus hablantes quieran que vaya y punto. Más aún, nadie puede detener el cambio lingüístico pues este es inherente a la lengua. Por eso, ni academias, ni universidades, ni puristas radiales o televisados, ni gramáticas ni diccionarios, ni ninguna institución podrá, nunca jamás, detener el cambio lingüístico; atrasarlo, quizás, pero detenerlo, no way José. Creo oportuno recoger aquí las palabras de Joseph Vendryes que van al punto sobre el tema que nos ocupa: “La lengua escrita es la capa de hielo formada sobre el río; el agua que continúa corriendo bajo el hielo que la oprime, es la lengua popular y natural. El frío que produce el hielo y que querría retener al río, es el esfuerzo de los gramáticos y los pedagogos; y el rayo de sol que da libertad a la lengua es la fuerza invencible de la vida, victoriosa de las reglas, que rompe las trabas de la tradición”.
A la certera voz de Alarcos y Vendreys, se une la de Ignacio Hualde cuando nos dice que “(…) el español es simplemente una forma moderna del latín vulgar (…)”, al igual que todas las demás lenguas romances, cada una de ellas con una solución distinta, y que continúa cambiando pues, como decía María Vaquero, la lengua siempre se encuentra en permanente estado de ebullición.
No empece a lo anterior, muchos puristas y pseudoprobos (como les llamaba Alarcos) insisten en machacarnos que, en Puerto Rico, hablamos mal, por mil razones, entre ellas, porque neutralizamos o igualamos la ele y la erre como en (verde ~velde) (árbol~álbol) entre otros procesos fonéticos que le pertenecen a la lengua. Lo irónico del asunto es que estos mismos que nos condenan, porque neutralizamos estos fonemas, cuando se relajan, cuando son espontáneos, cuando hablan a calzón quitao y dejan a un lado falsas pretensiones académicas, también igualan la erre y la ele. Y es que, señores, a menos que se haga un esfuerzo abismal, esa igualación no se puede evitar. De la lengua, amigo mío, nadie se escapa ni cuando se procura hablar despacito y con cuidado para que no se zafe la nivelación –tan menospreciada por algunos– y todas las rebeldes eses caigan donde tienen que caer, y resuenen para que el auditorio admire “lo bien que pronuncia ese fulano; ¡habla con tanta propiedad!”. Lamentablemente, estos hablantes de verbo “impecable” suenan muchas veces afectados, y con un airecito de superioridad que en vez de oler, apesta a “ustedes aquí y nosotros allá”, “nosotros somos cultos, y ustedes, incultos y vulgares”. Se crea entonces esa clase que no sabe hablar “en buen español”. El Dr. José Luis Vega, Director de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española señaló recientemente que, en efecto, “el idioma es poder y contiene sus propias contraseñas de inclusión y de exclusión”. Mejor no lo pudo expresar. En ese escrito, Vega, como es de esperarse, aboga por la “correcta” pronunciación, el rescate de la ortología y nos asegura que “no son pocas las razones democratizadoras e “inclusivas” que podrían aducirse a favor del abandono total de la “r” final de sílaba en los lánguidos brazos de la ele”. El poeta añade que los lingüistas invocarán sus razones, pero sin opinar. Pues aquí va la mía, con mucho respeto, por supuesto, al Dr. Vega y a mi querida Academia Puertorriqueña, la CASA GRANDE DEL ESPAÑOL DE PUERTO RICO.
La neutralización de la r/l es un rasgo de nuestra variante dialectal, el español de Puerto Rico, y aquí, goza de prestigio. La motivación lingüística es interna y su realización depende de un hecho fónico: la proximidad articulatoria de /l/ y de /r/, que tienen tanto en común y pueden confundirse con facilidad en ciertos contextos. El fenómeno está ampliamente difundido por Andalucía y por el Caribe. Su distribución geográfica va en España, desde Andalucía, Murcia, La Mancha, por mencionar algunas. Y en América, se recoge en las Antillas y Colombia, hasta llegar al Perú.
Esta neutralización tiene raíces remotas, desde tiempos del latín vulgar de Hispania, en el protorromance y en todas las épocas de la lengua, hasta nuestros días. Estamos, pues, frente a un proceso fónico fuerte y erguido como un roble. Que en otros lares no guste, o que esa pronunciación no forme parte de la norma internacional del español, es harina de otro costal. Del mismo modo, decir que la nivelación r/l no forma parte del español estándar o culto también se aparta de la realidad, pues no hay una sola ”norma”, ni un solo español, y aquí cito a Don Manuel Alvar: “El español es un sistema virtual que nadie habla; lo que se habla son las variedades”. Más aún, la mismísima Nueva Gramática de la Lengua Española, que todavía huele a tinta, reconoce en su prólogo que la susodicha “norma” es POLICÉNTRICA, y la valoración social de algunos dialectos del español puede no coincidir en áreas lingüísticas diferentes. Así pues, sugerir que porque en Puerto Rico nivelamos, y a los extranjeros les suena “feo”, debe ser razón para dejar de nivelar, es como despedirnos para siempre de nuestro “ay bendito”. Si para el “oído extranjero” la neutralización de r/l está estigmatizada, mala suerte para los madrileños, o los que sean esos extranjeros.
Bien lo dijo Vega, el tema de la norma es siempre espinoso, pero no debería serlo. El español de Madrid no es mejor que el de Caracas, ni el de Caracas es mejor que el de Puerto Rico, ni el nuestro es mejor que el de Cuba, ni el de Cuba es mejor que el de Colombia, ni el de Colombia es mejor que el de la República Dominicana, aunque a algunos les reviente. Todos son igualmente funcionales, bellos y únicos. Todos son los mejores en su país y no fuera de él. Y todos son dialectos de una lengua maravillosa, de un sistema virtual que compartimos, aunque no del todo.
Me comentaba el otro día una apreciada colega lingüista con sobrada razón, “veo que nuestro querido poeta anda muy preocupado por la lateralización de la r. ¿A qué se debe la angustia? Supongo que también andará muy preocupado por “normalizar” la r velar. Yo encuentro en todo esto aspectos extralingüísticos de cierto prejuicio de parte de mucha gente y de una maltrecha autoestima que no acabamos de aceptar para poder trabajarla. Ni los mexicanos ni los argentinos ni los madrileños se cuestionan sus pronunciaciones apartadas de la norma y ¡ay de quién se atreva a burlarse y a corregirlos! ¡Qué mucho nos falta por crecer!”.
Cierto. Nos falta muchísimo. Aún cuando la propia Real Academia Española reconoció que la norma lingüística del español es policéntrica, y ningún país o comunidad lingüística puede arrogarse el “privilegio” de regular el uso del español en el ámbito general de la lengua, nosotros seguimos mirando la grama del patio del vecino, que siempre luce más velde que la nuestra. Triste es… El prestigio lingüístico, y el estigma, son cualquier cosa menos lingüísticos.
Por otro lado, es de la lengua oral de donde emana la “norma”. El propio Don Víctor García de la Concha lo reconoció cuando dijo que «la lengua se hace en la calle, no en las Academias. Allí solo ponemos el oído a cómo se habla y luego, emitimos la norma». Y vamos, sin menospreciar el deseo que tenemos todos de usar nuestra lengua de la forma más noble y bella posible, y de comunicarnos de la manera más efectiva, lo cierto es que la lengua oral y la lengua escrita pertenecen a mundos muy distintos. No hablamos como escribimos y viceversa. Estoy segura de que cuando la Dra. María Vaquero escribió que “lo que tanto se repite de que ‘(…) hablar bien, (y escribir bien), mucho más que un deber, es un derecho”, no se refería al abandono de los rasgos fundamentales y generalizados de la pronunciación del español de Puerto Rico como modalidad innovadora, como también lo son las de Cuba y República Dominicana.
En fin, que a este giro de no sé cuántos grados, prefiero mil veces estas palabras, también de nuestro querido poeta y Director de la Academia Puertorriqueña de la Lengua, el Dr. José Luis Vega: “(…) la relajación de la “ere” final de sílaba, el proverbial amol que tanto perturbaba a Salvador Tió, aunque es un rasgo dialectal muy extendido en la clase profesional y en algunos sectores cultos de Puerto Rico, todavía, entre nosotros, tiene marca de estigma. Esa “ere” convertida en “ele” apunta, sin embargo, a un proceso de cambio fonético común a la zona antillana: corbata, colbata, cobbata o bien carne, calne, cahne. De este modo, llamando al pan pan y al vino vino, informándonos bien y abriendo con prudencia los portales de la tolerancia, el habla de quienes vivimos alejados de los centros de poder que en su día impusieron la suya, no tiene por qué ser tenida ni en menos ni en más”.
Me despido, pues, como empecé, citando a Don Emilio Alarcos Llorach: “dejen la lengua en paz”.