Vida póstuma
“Todo se pudre en el vagón de la colonia.”
—La Puerta
En fin, que parecería que la historia moderna de nuestra isla se puede contar así, vagón por vagón, que los vagones son el tropo que mejor representa algunas de las facetas más trágicas, más descarnadas, de nuestra condición: la isla colonia, la isla crónicamente olvidada, la isla pobre, la isla del desastre, la isla donde los niños no cuentan y los muertos tampoco.
Brusi empieza su columna confesando que en momentos de oscuridad piensa en los vagones. Pensar en los vagones, especialmente llenos de muertos, me lleva a Christina Sharpe. En In the Wake, Sharpe ata el vagón de transporte marítimo con el barco de esclavos.[2] En “The Ship,” el segundo capítulo de su libro, Sharpe hace una lectura crítica del film The Forgotten Space de Allan Sekula y Noël Burch. Estos presentan el mar como espacio clave de la “globalización,” argumentando que no existe otro sitio en el que el neoliberalismo se exprese en su mayor desorientación, violencia, y alienación. Sharpe señala que estos ignoran el origen del capital, que siempre ha sido global, en el comercio de africanos secuestrados. Cuando estos hombres dicen que los vagones de carga “están en todas partes, móviles y anónimos: ‘ataúdes de mano de obra remota’, que transportan productos fabricados por trabajadores invisibles en el otro lado del mundo” sin hacer referencia al orígen de este sistema económico global, hacen invisible lo que Saidiya Hartman llama “la vida póstuma de la esclavitud” (the afterlife of slavery).
En Lose Your Mother, Hartman escribe:
Si la esclavitud persiste como un problema en la vida política de la América negra, no es por una obsesión anticuaria con días pasados o por el peso de una memoria demasiado larga, si no por que las vidas negras están en peligro y son devaluadas por un cálculo racial y una aritmética política que se arraigaron hace siglos. Esta es la vida póstuma de la esclavitud – opciones de vida sesgadas, acceso limitado a la salud y a la educación, muerte prematura, encarcelación, empobrecimiento. Yo también soy la vida póstuma de la esclavitud.[3]
A veces Hartman habla sobre la vida “póstuma de la propiedad” (the afterlife of property). En «Venus in Two Acts,” la describe como “el detritus de vidas que aún no hemos atendido, un pasado que aún no se ha hecho, y el estado de emergencia que continua y en el cual la vida negra permanece en peligro.”[4] La vida póstuma de la esclavitud no es separable de la vida póstuma de la propiedad —y viceversa. La inseparabilidad del capital de la esclavitud es lo crucial. El punto no es señalar que el origen del capital lo ubicamos en una violencia radical. Es rastrear la continuación de ese sistema de violencia, explotación, y expropiación en la actualidad, en la violencia racial contemporánea.
Hartman nombra la continuación de sistemas de violencia y opresión que fundaron el mundo contemporáneo no solo por sus efectos, entonces. El punto es nombrar su rearticulación en instituciones, normativas, relaciones, sensibilidades, y deseos en el presente. Hartman y Sharpe enfatizan como el pasado aún no se ha hecho. El presente es el pasado. Toca tornar el presente en pasado. Esa gestión requiere no sólo hacer memoria escribiendo la historia de las vidas que sufrieron esa violencia originaria en su singularidad.[5] Hacer memoria es atender las vidas que hoy viven las modalidades de esa violencia. Atender requiere desmantelar el mundo fundado por esa violencia radical, tornar inoperante la efectividad de ese pasado que es el presente. Requiere, en fin, deshacer los modos de vincular —institucionales, normativos, perceptuales, libidinales— que articulan ese mundo, que reinstalan esa violencia originaria en el presente.
Las declaraciones de Ta-Nehisi Coates en las vistas del Comité Judicial de la Cámara de Representantes sobre el Proyecto H.R. 40, que crearía una comisión para el estudio y desarrollo de propuestas de reparación para la comunidad negra en los Estados Unidos, hacen referencia a la vida póstuma de la esclavitud.[6] Las reparaciones no sólo harían memoria. Son requeridas para desmantelar el presente que continúa, reinstala, se nutre de modalidades de esa violencia originaria. Es crucial ponerle cifra a lo que se le debe a los negrxs estadounidenses, no únicamente a los descendientes directos de esclavos. Pero las reparaciones requerirían desarmar la violencia y la desigualdad racial desmantelando la economía política, las normativas legales, las relaciones y los deseos en los que ese pasado sobrevive en el presente. En fin, las reparaciones tendrían que contribuir al desmantelamiento del mundo en el que vivimos, por ende, al desmantelamiento de nosotrxs mismxs. No serían suficiente si generan un cheque que absuelva al deudor. “La descolonización, que se propone cambiar el orden del mundo,” como dice Fanon, “es un programa de desorden absoluto.”[7]
Sería un error asumir que lxs que viven o mueren en el vagón de la colonia están igualmente ubicadxs en la jerarquía de raza/género/clase que es la vida póstuma de la instalación del mundo capitalista/moderno que comenzó a finales del siglo 15 —lo que Aníbal Quijano llamó la “colonialidad del poder”—. Toca trazar diferencias, intensidades, privilegios, precariedades. Toca rastrear, es decir, la colonialidad en la colonia, no reducir la una a la otra. En Puerto Rico, la vida póstuma de la condición colonial sostiene la colonia, la nutre. El pasado es el presente en un sentido doble, entonces. Los vagones son índices de una lógica de la historia que desafía toda linealidad. La vida póstuma de la colonia reinstala la colonia en condiciones materiales alteradas —por ejemplo, a través de la deuda en el contexto del capitalismo financiero neoliberal—. Toca desmantelar ambas para hacer del pasado un pasado. Reparaciones, comisiones de verdad, serían aquí también apropiadas. Ubicarnos en el Caribe, pensar la reparación en referencia a las gestiones en el Caribe, sería crucial.[8]
Sharpe nos invita a hacer wake work, a ubicarnos en el velorio, en la vigilia, en el estar despiertx, en la conciencia, y en la estela. Estos múltiples significados de la palabra “wake” orientan el pensamiento de “la contención [containment – vagón], la regulación, el castigo, la captura y el cautiverio y las formas en que las múltiples representaciones de la negritud se convierten en el símbolo, por excelencia, del ser menos que humano condenado a muerte”. [9] No podemos establecer una equivalencia en modos de hacer conciencia, duelo, historia. ¿Qué fin serviría supuesta equivalencia? Tornaría invisible la especificidad de las experiencias de captura. Tornaría imposible precisar su modo de operación e imaginar cómo hacerlas inoperantes, hacer de ellas un pasado. Aún así, su invitación es importante para nuestro contexto. Toca ubicarse desde la vida póstuma que es la colonialidad para hacerla historia, para tornarla concretamente en el pasado. Parte clave de esa gestión es pensar desde la vida póstuma de la esclavitud en Puerto Rico y vincularla con su expresión en el Caribe, no sólo con la colonia/colonialidad en el contexto de la relación con los Estados Unidos.[10]
Brusi nos recuerda la etimología de la palabra “vagón.” Esta admite dos raíces: “vacuus” y “vagari.” La primera implica vacío, hueco. Está presente en sustantivos como “vagancia,” “vacación,” “vanidad.” La segunda en palabras como “vagar,” “divagar,” “vagabundo.” Tenemos ejemplos de vagones “luminosos” que sugieren “creación” y “supervivencia”: vagón-mural, vagón-cafetín. “Pero en mis momentos de oscuridad,” Brusi escribe, “pienso que para esos seres sombríos que deciden nuestros destinos, somos una isla-vagón, vacía de poder o propósito pero llena de comida podrida, de muertos y niños desatendidos, de nómadas que no se mueven de sitio, de seres errantes y a la vez encerrados.” Yo diría que estos momentos de oscuridad y hasta de pesimismo nos permiten contar la historia moderna de nuestra isla, vagón por vagón, para interrumpirla. Sharpe sugiere que el wake work es una manera de ocupar el “yo” del “yo también soy la vida póstuma de la esclavitud” de Hartman. El estar no en duelo, si no pensarnos desde la vigilia, la estela, despiertx, consciente.
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[1] Rima Brusi, “Vagones,” Claridad, 26 de junio de 2019: https://www.claridadpuertorico.com/vagones/.
[2] Christina Sharpe, In the Wake: On Blackness and Being (Duke University Press, 2016).
[3] Saidiya Hartman, Lose your Mother: A Journey Along the Atlantic Slave Route (New York: Farrar, Straus, Giroux, 2017), p. 6: ““If slavery persists as an issue in the political life of black America, it is not because of an antiquarian obsession with bygone days or the burden of a too-long memory, but because black lives are still imperiled and devalued by a racial calculus and a political arithmetic that were entrenched centuries ago. This is the afterlife of slavery—skewed life chances, limited access to health and education, premature death, incarceration, and impoverishment. I, too, am the afterlife of slavery.”
[4] Saidiya Hartman, “Venus in Two Acts,” Small Axe 26: 12/2 (2008), p. 13: “. . . afterlife of property, by which I mean the detritus of lives with which we have yet to attend, a past that has yet to be done, and the ongoing state of emergency in which black life remains in peril.”
[5] En “Venus in Two Acts,” Hartman argumenta que la falta de archivo de la niña esclava no es límite para ese hacer memoria aún cuando indica el límite de la memoria.
[6] Ver: https://www.youtube.com/watch?time_continue=13&v=vO1yqOWfjbQ&fbclid=IwAR150UuUj-ZViTqF8X_4_OSCLcTZoXd3WkVnUo8nR2dMzxneTiCvc7Nrmdc.
[7] Frantz Fanon, Los condenados de la tierra (Fondo de Cultura Económica de México, 1963).
[8] Ver, por ejemplo, la Comisión de Reparaciones de la Comunidad del Caribe (CARICOM).
[9] Sharpe, In the Wake, p. 21: “As we go about wake work, we must think through containment, regulation, punishment, capture, and captivity and the ways the manifold representations of blackness become the symbol, par excellence, for the less-than-human being condemned to death.”
[10] Haití es central en la discusión de la vida póstuma de la esclavitud en el texto de Sharpe.